Wedge meneó la cabeza. No sabía cómo, pero tenían que darse prisa. ¡Tenían que llegar allí lo antes posible!
—Mantenga los ojos bien abiertos, teniente —dijo—. ¡Y siga avanzando tan deprisa como pueda!
Los asteroides volaron a su alrededor como una salva de cascotes disparada por un inmenso cañón, pero la flota de Wedge siguió avanzando sin dejarse asustar por el peligro, dirigiéndose hacia la señal de Madine con la esperanza de poder efectuar el rescate a tiempo.
Sulamar, que apenas podía moverse bajo las tiras del arnés de seguridad que mantenían aprisionado su cuerpo en el sillón de pilotaje, estaba lívido.
El imperial hizo girar el sillón hasta quedar de cara al señor del crimen, todavía balbuceando y tratando de justificar su existencia.
Durga el Hutt soltó un gruñido y le contempló desde lo alto de su plataforma repulsora.
—¿Por qué no vuelve a hablarnos de esa Masacre de Mendicat de la que siempre está alardeando, Sulamar?
Madine puso los ojos en blanco y resopló. Un weequay le asestó un puñetazo en los riñones. Madine dejó escapar un jadeo de dolor, pero se recuperó enseguida.
—¿Mendicat? —dijo con voz despectiva, sabiendo que si podía provocar a aquellos conspiradores y conseguir que siguieran peleándose entre ellos tendría una oportunidad..., aunque muy pequeña—. Mendicat era una estación de reciclaje de escoria minera. —Madine clavó la mirada en Sulamar—. Su «general» cometió un error al programar los ordenadores orbitales, y la estación se salió de su curso y cayó dentro del sol. Ese hombre logró salir con vida por los pelos, y ahora veo que fue un esfuerzo desperdiciado.
Durga empezó a reír con profundas carcajadas guturales que resonaron por todo su corpachón de hutt.
—Después de todo el tiempo que pasé trabajando con Xizor, el gran señor del crimen, ya tendría que haber aprendido a comprobar si las historias pretenciosas que cuentan mis subordinados contienen algo de verdad.
Madine respondió al hutt como si estuviera hablando con un igual.
—He llegado a la conclusión de que las personas que realmente hacen grandes cosas no sienten la necesidad de estar hablando continuamente de ellas.
—Debe dejar de escucharle, noble Durga —graznó Sulamar, debatiéndose en un desesperado intento de escapar a las tiras del arnés de seguridad que él mismo había colocado sobre su pecho—. ¡Debemos ejecutar a este hombre, noble Durga! —Adoptó un tono más suave, y sus palabras se volvieron más insidiosas—. Imagínese las posibilidades... Podríamos utilizar un soldador láser para cortarlo en pedacitos, o podríamos encadenarlo al núcleo del reactor de la Espada Oscura mientras lo activábamos, para que se cociera encima de su blindaje.
Bevel Lemelisk, el viejo ingeniero de cabellos canosos y estómago prominente, que parecía estar contemplando todo aquel drama con una mezcla de diversión y repugnancia, hizo un comentario aparentemente dirigido a sí mismo, pero en un tono de voz lo suficientemente alto para que todo el mundo pudiera oírlo.
—El Emperador podría haber imaginado ejecuciones más... interesantes —dijo, e hizo un visible esfuerzo para reprimir un escalofrío.
Durga, que seguía agitando la pistola desintegradora de Sulamar, volvió a gruñir.
—No veo ninguna necesidad de prolongar esto —dijo—. Después de todo, tenemos mejores cosas que hacer. Hay toda una galaxia que conquistar, por ejemplo...
Madine hizo entrechocar sus talones en un valeroso gesto de desafío y clavó la mirada en los enormes ojos color cobre de Durga el Hutt. El general guardó silencio durante unos instantes mientras pensaba en sus años de servicio a la Nueva República.
Había hecho un buen trabajo y había ayudado a la Nueva República a crecer y fortalecerse..., y había acabado siguiendo su deber hasta el final. Madine no lamentaba haber desertado del Imperio, pero sí deseaba haber podido ver una vez más a Karreio, su prometida..., aunque ya era demasiado tarde para ese tipo de reproches y remordimientos. Vio su imagen delante de sus ojos. Karreio había muerto en la batalla por Coruscant, y Madine nunca había podido llegar a darle ninguna explicación de sus actos. Se había conformado con la esperanza de que si realmente le amaba, tendría que haber acabado entendiéndolo todo..., y si no lo entendía, entonces eso querría decir que nunca había llegado a conocer a Crix Madine.
Siguió mirando fijamente hacia adelante, viendo cómo las hileras de luces blancas del campo de asteroides se agrupaban alrededor de la zona de construcción, esperando contra toda esperanza que en aquel último minuto podría divisar una flota de naves aproximándose en misión de rescate. Madine decidió no dar a Durga la satisfacción de suplicar por su vida.
El hutt apuntó a Madine con la pistola desintegradora y manipuló los controles hasta que acabó logrando averiguar cómo dejar ajustada el arma en la intensidad letal.
—¿Quiere decir sus últimas palabras antes de morir? Madine alzó su barbudo mentón.
—No a ti.
Entonces vio por el rabillo del ojo el parpadeo blanco de unas naves que se aproximaban, y una oleada de alegría invadió su corazón. ¡Venían a rescatarle!
Los enormes hombros de Durga ondularon en un leve encogimiento. —Muy bien.
Los guardias se apresuraron a apartarse.
Durga disparó la pistola desintegradora, dejando en libertad un largo haz de energía mortífera.
Madine fue arrojado hacia atrás hasta chocar con el muro metálico cuando el abrasador haz asesino se abrió paso por su pecho hasta llegar al corazón. Toda su vida se evaporó en un fugaz destello de dolor.
Y después sólo hubo negrura.
Mientras iban hacia Yavin 4 a bordo del
Halcón
Milenario
, el viaje por el espacio sirvió para que Luke Skywalker y Calista se fueran recuperando rápidamente de las duras pruebas sufridas. Los dos esperaban poder disfrutar de un largo y bien merecido descanso en la Academia Jedi.,
Han, Leia y Chewbacca intentaron animarlos, pero tanto Luke como Calista se sentían abrumados por una insoportable sensación de fracaso y frustración. Los un tanto irritantes cuidados de Cetrespeó tampoco sirvieron de nada, aunque el androide de protocolo obraba impulsado por las mejores intenciones. Erredós procuraba mantenerse lo más cerca posible de Luke en una actitud visiblemente protectora, y soltaba silbidos electrónicos mientras vigilaba a su amo como una mascota fiel.
Cuando por fin estuvieron a solas, Luke clavó la mirada en los ojos grises de Calista. Incluso sin poderes Jedi, todavía podían compartir algunos pensamientos.
—No va a dar resultado, ¿verdad, Luke? —preguntó Calista—. Nunca recuperaré mis poderes Jedi.
—Siempre hay una posibilidad... —empezó a decir Luke.
—No me trates como si fuera una niña —le interrumpió secamente Calista.
Después desvió la mirada, aunque los músculos de debajo de sus mejillas temblaron como si quisiera —como si anhelara— volver a mirarle, pero no se atreviera a hacerlo.
—Lo hemos intentado todo —dijo—. No hemos parado de trabajar, pero no hemos conseguido nada. La Fuerza me ha abandonado. Sus corrientes se desvían a mi alrededor sin tocarme, y en consecuencia yo tampoco puedo tocarlas.
—Pero llegaste a tocarlas —dijo Luke—. En Dagobah... Lo sentí. —Eso era el lado oscuro —replicó Calista.
—Pero podría ser la clave para recuperar tus poderes —insistió Luke, que no quería renunciar del todo a la esperanza.
—El lado oscuro nunca puede ser la clave de la luz —dijo Calista—. Tú nunca enseñarías eso a tus estudiantes en el
praxeum
, así que no intentes conseguir que me lo crea.
—¿Qué vamos a hacer entonces? —preguntó Luke—. ¿Rendirnos?
—No puedo rendirme —dijo Calista—. Te amo demasiado, pero he de tomar mis propias decisiones.
Luke se inclinó hacia adelante, le cogió las manos y se las sostuvo hasta que Calista acabó alzando la mirada hacia él.
—Puedes hacerlo —dijo en voz baja y suave—. Pero me gustaría formar parte de ellas.
La expresión de Calista se suavizó, y cuando respondió lo hizo en un tono más bajo.
—Formarás parte de ellas, Luke..., si consigo encontrar alguna forma de que así sea.
Después permanecieron abrazados durante un breve momento, pero su intimidad fue bruscamente interrumpida cuando Cetrespeó entró corriendo en la sala.
—¡Amo Luke! ¡Amo Luke! —gritó—. Ya casi hemos llegado al sistema de Yavin, y el capitán Solo pensó que tal vez desearía reunirse con nosotros en la cabina de pilotaje.
Luke y Calista siguieron abrazándose, y el androide de protocolo dio un paso hacia atrás y empezó a tartamudear.
—Oh, cielos... ¿He vuelto a aparecer en un momento inconveniente? Les suplico que me disculpen. Me temo que tengo una habilidad realmente espantosa para este tipo de cosas.
—No, Cetrespeó —dijo Luke, poniéndose en pie y alargando la mano para ayudar a Calista a levantarse—. Ya habíamos terminado de hablar.
Cogidos del brazo, Luke y Calista siguieron a Cetrespeó por el pasillo que llevaba hasta la cabina de pilotaje acristalada del
Halcón
, donde Leia estaba sentada detrás de Han, un poco inclinada hacia adelante y observando cómo Chewbacca manejaba los controles.
—Bueno, chico, es un placer tenerte con nosotros —dijo Han—. Ya va siendo hora de volver al trabajo.
Erredós soltó un trompeteo electrónico desde la consola de navegación, y Han fue tirando de la palanca de control para reducir el nivel de propulsión hasta la velocidad sublumínica.
—Bienvenidos a Yavin 4, el gran centro de vacaciones Jedi —dijo, acompañando sus palabras con un ampuloso gesto de la mano.
El
Halcón
Milenario
emergió del hiperespacio y empezó a emitir el anuncio de que Luke Skywalker había vuelto. Fueron hacia la luna color verde joya que orbitaba el gigante gaseoso..., y estuvieron a punto de chocar con el
Caballero del Martillo
, el colosal Súper Destructor Estelar.
—¡Uf! —gritó Han.
Chewbacca rugió y agarró los controles, enviando al
Halcón
en una veloz combinación de giro y ascensión que sacó su nave del vector de colisión con los interminables kilómetros de longitud del Súper Destructor Estelar.
—Pero ¿qué...? —balbuceó Han—. ¡No ha sido culpa mía!
El
Caballero del Martillo
siguió disparando contra la luna selvática, pero unos cuantos haces de energía turboláser empezaron a surcar el espacio para dirigirse hacia ellos en cuanto Han salió del hiperespacio.
—¡Acción evasiva, Chewie! —gritó Han, pero el copiloto wookie ya iba un paso por delante de él.
—Deja de transmitir tus señales de identificación, Han —ordenó secamente Leia—. Estás atrayendo su atención.
—Eh... Oh, claro —dijo Han, un poco avergonzado, y desconectó la baliza del sistema de comunicaciones con un rápido manotazo.
Un haz de transmisión brotó de sus altavoces, crujiendo y chisporroteando a un volumen ensordecedor debido a la inmensa energía emisora de que disponía el Súper Destructor Estelar.
—Aquí la almirante Daala, comandante del
Caballero del Martillo
. Se rendirán inmediatamente o serán destruidos.
Han gimió. Chewbacca soltó un rugido. Erredós dejó escapar una estridente nota de alarma.
—¡La almirante Daala! ¡Oh, cielos! —exclamó Cetrespeó.
Han conectó el sistema de comunicaciones.
—Daala, te confieso que me tienes francamente harto —dijo por el canal directo.
Después cortó la comunicación y esquivó otra andanada de las baterías turboláser del
Caballero del Martillo
, haciendo que el
Halcón
describiese un veloz ocho por delante de los sistemas de centrado de puntería del Súper Destructor Estelar.
—Deja de lucirte, Han —dijo Leia.
Una nube de cazas TIE surgió de los hangares de proa del Súper Destructor Estelar y giró para dirigirse hacia el
Halcón
.
—¡Escudos arriba! —dijo Han, y Chewbacca lanzó un gruñido de asentimiento. Han se volvió hacia Luke—. Vaya, vaya... Te vas de vacaciones unos cuantos días, y todo empieza a caerse a pedazos.
Chewbacca rugió.
—Eh... Han —dijo Leia, señalando con un dedo—. ¡Han!
Dos cazas TIE vinieron rugiendo hacia ellos y los disparos de sus cañones láser rebotaron en los escudos delanteros del
Halcón
, que estaban a máxima potencia. Han disparó sus cañones láser, alcanzando a un caza TIE y haciendo que su piloto perdiera el control de la nave. El otro caza TIE pasó aullando junto a ellos sin haber sufrido ningún daño. —¿Podemos transmitir una señal a la Nueva República? —gritó Leia—.
¿Podemos dar la alarma? Tenemos que hacer venir a toda la flota. Chewbacca conectó el sistema de comunicaciones y soltó un gemido.
Han echó un vistazo a los paneles.
—¿Qué dices que está haciendo Daala? Eso requiere muchísima energía. —Creo que la almirante Daala está interfiriendo con éxito todas las bandas de emergencia —dijo Cetrespeó. —Estupendo —dijo Leia.
—Ve al pozo artillero —dijo Han.
—Yo me encargo del láser —respondió Luke.
—Yo iré al otro —dijo Leia.
—¿Tú? —preguntó Luke.
Leia se encogió de hombros.
—He estado practicando —replicó, y se fue corriendo. Luke se instaló en el asiento del pozo artillero.
—¡Daala tiene tantas naves que no podemos enfrentarnos a todas! —le gritó a Han—. No te dediques a dar vueltas por ahí para luchar con ellas. Llévanos a la luna, ¿de acuerdo?
Disparó los cañones láser, y Leia disparó desde debajo de él y alcanzó a otro caza TIE.
—¿Estás seguro de que no sería mejor que nos limitáramos a volver al hiperespacio? —murmuró Han.
Calista se puso detrás de él, y sus manos se tensaron sobre el respaldo del sillón de pilotaje de Han.
—La Academia Jedi está siendo atacada —dijo, conociendo con toda exactitud el
Torbellino
emocional que se agitaba dentro de la mente de Luke—. Tenemos que ayudar. Tenemos que hacer todo lo que podamos.
—Muy bien —dijo Han—. Máxima potencia a los escudos delanteros, Chewie, y ten mucho cuidado. Vamos a seguir un vector de aproximación directa.
El
Halcón
Milenario
pasó por debajo de la inmensa mole del
Caballero del Martillo
. Un enjambre de cazas TIE les obstruyó el camino, volando en una apretada formación mientras sus pilotos lanzaban una pauta continua de andanadas. Han fue hacia ellos a toda velocidad. Chewbacca soltó un rugido de alarma.