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Authors: Cecilia Samartin

Tags: #Relato, Romantico

La abuela Lola (12 page)

BOOK: La abuela Lola
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Estuvo durmiendo el resto de la tarde y, esta vez, a Sebastian le resultó casi entrañable el sonido de sus ronquidos.

El domingo, de camino al hospital, el niño se dio cuenta de que tenía casi tantas ganas de ver a aquella extraña anciana como a su abuela.

La familia de Sebastian estaba recorriendo el pasillo del hospital hacia la habitación de Lola cuando vieron una camilla con lo que parecía un cuerpo cubierto por una sábana blanca saliendo por la puerta. Puede que no se tratara más que de un montón de sábanas, pero desde aquella distancia era difícil saberlo con seguridad, y todos ellos se pararon en seco, temiéndose lo peor. Segundos después, Susan salió de la habitación aturdida, sin saber adónde ir o qué hacer, y todos corrieron hacia ella.

—Tengo que encontrar a un médico o una enfermera —dijo cuando los vio. Tenía la voz azorada, y le tembló la mano cuando señaló a una mujer con una bata de laboratorio blanca que caminaba por el pasillo—. ¿Creéis que ella podrá ayudarnos?

—¿Qué ha pasado? —le preguntó Dean.

—Pues simplemente estábamos ahí, viéndola respirar… —explicó Susan—. Tenía exactamente el mismo aspecto que el otro día. No… no esperábamos que fuera a suceder tan rápido.

Gloria hizo todo el esfuerzo del mundo por mantener la calma y no derrumbarse cuando se volvió hacia sus hijos:

—Vuestra abuela ahora está en el cielo, y tenemos que dar gracias de que no haya sufrido.

Susan miró fijamente a Gloria durante un instante.

—Lola no está muerta —la contradijo—. Acaba de abrir los ojos ahora mismo. Está despierta.

—¡Abuela! —exclamó Sebastian, entrando a toda prisa en la habitación.

Era verdad; Lola tenía los ojos abiertos y estaba mirando al techo sin mover la vista a izquierda o derecha. Abría y cerraba los párpados como si fueran las delicadas alas de una mariposa que acabara de salir del capullo. Todavía se hallaba tumbada boca arriba, y la suave subida y bajada de su pecho se sincronizaba con el movimiento de los párpados.

Tras confirmar que su abuela se había despertado, Sebastian se volvió para ver la otra cama vacía y se dio cuenta de que era el cuerpo de la anciana de pelo negro el que había salido en la camilla hacía un momento. Notó que una oleada de tristeza lo embargaba cuando recordó la extraña conversación que habían mantenido días antes. Ahora que la anciana de pelo negro ya no estaba bailando con la muerte, ¿qué estaría haciendo? ¿Se habría puesto contenta de haberse liberado por fin de su mal corazón? ¿Sería capaz de salir de la cama y bailar con la vida para variar? Ese pensamiento hizo que le bajara un escalofrío por la espalda.

—Lo único que hace es mirar para arriba —murmuró Cindy—. Es tan extraño…

Tío Mando se encontraba a los pies de la cama con aspecto desconcertado contemplando a su madre, y todos los demás se hallaban alrededor con una expresión similar, temerosos de perturbarla o hacer algo que pudiera provocar que volviera a cerrar los ojos y se quedara dormida de nuevo.

—¿Tú crees que la abuela Lola está realmente despierta? —le preguntó Jennifer a su padre cuando vio el brillo inexpresivo tras los ojos de su abuela.

Estaban abiertos, pero vacíos, y la hermana de Sebastian no pudo contemplar a su abuela durante mucho tiempo sin que le dieran escalofríos.

—No estoy seguro, cariño —le susurró su padre.

Mando volvió en sí bruscamente.

—Voy a ver por qué Susan tarda tanto en encontrar al médico —dijo, y salió a grandes zancadas de la habitación en dirección al mostrador de las enfermeras.

Todo el mundo se acercó más para mirar mejor a Lola, cuando Gabi entró repentinamente en la habitación.

—¡Mando me acaba de dar las extraordinarias noticias! —exclamó, apartándolos a todos a un lado—. ¡Mami, mami! —gritó cogiendo a su madre de la mano—. ¿Me oyes?

Lola se volvió lentamente para mirar a Gabi con la misma expresión vacía empañándole los ojos.

—Sí, sí que puedes oírme. Me oyes perfectamente —dijo Gabi con las lágrimas cayéndole por el rostro—. Nos oye y ahora también nos ve. Va a ponerse bien. Va a ponerse perfectamente.

Gloria levantó el respaldo de la cama de Lola un poco para que no estuviera tumbada recta boca arriba. Cindy le peinó su suave cabello blanco mientras Gabi le humedecía la cara y los ojos con una toalla mojada. Cada pequeño toque y movimiento la revivía más y más, así que el vacío inexpresivo de su mirada comenzó a absorber la energía que la rodeaba, como una fotografía en blanco y negro que gradualmente fuera adquiriendo color. Aun así, Sebastian seguía sin reconocerla. Su cara, su nariz, su boca e incluso sus arrugas estaban empezando a resultarle familiares. Pero la dulzura de sus ojos, el arco de sus cejas, el gesto de su boca y su barbilla ligeramente temblorosa no eran los mismos. La esencia que se escondía tras su rostro era diferente, hasta tal punto que le daba miedo tocarla, a diferencia de los demás.

Mando y Susan regresaron a la habitación con el médico pisándoles los talones. Era el mismo joven que había estado allí el día anterior y se tiraba frenéticamente del estetoscopio que le colgaba del cuello, como si se estuviera preparando para entrar en acción. Tomó la muñeca de Lola entre las manos y después examinó varios monitores situados a ambos lados de la cama. Pitaban, silbaban y parpadeaban de forma incesante, pero su extraña y constante musiquilla no había cambiado. Se sacó una pequeña linternita del bolsillo y comenzó a pasar el rayo de luz sobre los ojos de Lola. Todo el mundo esperaba expectante para escuchar cuál sería su diagnóstico y, aunque él mismo parecía sorprendido por lo que estaba viendo, se resistía a hablar y a emitir ningún juicio prematuro. La única que parecía encontrarse perfectamente cómoda con toda la situación era la propia Lola, que, para entonces, ya estaba contemplando a todos los que la rodeaban, estudiando cada uno de sus rostros cuidadosa y deliberadamente.

Por último, cuando sus ojos se posaron en la cara de Sebastian, la expresión de su semblante se dulcificó y levantó la mano hacia él.

—Abuela —musitó Sebastian, y la cogió de la mano. Quería añadir algo más, pero no estaba seguro de qué decir. Y entonces pensó en que había pasado mucho tiempo desde la última vez que ambos se habían sentado a la mesa de la cocina de su abuela para compartir una comida—. Seguro que tienes hambre, abuela. ¿Tienes… tienes hambre?

Las arruguitas alrededor de su boca se movieron cuando sonrió débilmente y asintió.

—¿Podemos traerle comida? —le preguntó tía Gabi al médico.

—Me temo que no. Primero es necesario que la examine un fisioterapeuta. Tenemos que asegurarnos de que no haya perdido el reflejo de deglución o si no, podría atragantarse.

—¿Ni siquiera una tarrina pequeña de gelatina? —se quejó tía Gabi.

—¡Gabi, por favor! —murmuró Gloria.

Gabi frunció el ceño, pero todo el mundo volvió a centrar su atención en el médico, que ahora estaba escuchando el corazón y los pulmones de Lola con el estetoscopio. Pareció bastante satisfecho de lo que estaba escuchando y comenzó a apuntar sus impresiones en la carpeta que colgaba de los barrotes a los pies de la cama.

Mientras tanto, Sebastian no había soltado la mano de su abuela, que adquiría calidez a cada segundo que pasaba. Se imaginó una especie de fuerza vital fluyendo entre ellos, de modo que, cuanto más tiempo la cogiera de la mano, más fuerte se pondría su abuela. Puede que, tras una hora, Lola fuera capaz de salir de la cama, vestirse y marcharse a casa.

Como si quisiera confirmar las esperanzadoras expectativas de su nieto, la anciana tosió ligeramente y dijo:

—Quiero irme a casa.

—¡Dios santo, ha hablado! —exclamó Gloria, apartando a Gabi de un empujón para acercarse a su madre.

Lola miró directamente a los ojos de su hija mayor y repitió:

—Quiero irme a casa.

—Ya lo sé, mami, pero no te puedes marchar a casa en este momento.

Mando dio un paso adelante y se agachó para poder estar al mismo nivel que su madre.

—Mami, soy yo, Mando.

Lola dirigió la mirada hacia su rostro, y sus ojos lo reconocieron, pero no pronunció ninguna palabra.

—Escucha, mami —le dijo, colocando suavemente una mano sobre la de su madre—. No te puedes ir a casa ahora mismo. Los médicos tienen que comprobar unas cuantas cosas para asegurarse de que vas a estar bien. Tenemos que ir paso a paso.

—¿Paso a paso? —repitió Lola, inclinando la cabeza hacia un lado.

—Sí, y una vez que los médicos nos den el visto bueno, podremos hablar de ir a casa o… o a otro lugar —le explicó Mando, hablándole con tanta ternura como a un niño pequeño.

La expresión del rostro de Lola se endureció.

—Los médicos no tienen por qué decirme qué hacer —sentenció bruscamente.

Todo el mundo se quedó conmocionado. No era típico de Lola cuestionar a su hijo y, además, ella siempre había reverenciado a los médicos y seguía meticulosamente sus instrucciones al pie de la letra.

—Solo queremos lo mejor para ti —le aseguró Gabi, inclinándose para que Lola pudiera verle la cara a ella también.

—Pues claro que sí —remachó Gloria, metiéndose en la conversación.

El médico cerró la carpeta y esbozó una dulce sonrisa.

—Escuche a sus hijos… —le echó un vistazo al nombre que figuraba en el exterior de la carpeta—, Dolores. Ellos la quieren y la ayudarán a tomar la mejor decisión por su propio bien.

Lola le fulminó con la mirada.

—¿Y eso cómo lo sabe usted? Si apenas los acaba de conocer.

El médico abrió los ojos como platos, aunque parecía acostumbrado a tratar con pacientes cascarrabias, por lo que se encogió de hombros y continuó garabateando en el historial.

—Mami, ¿cómo puedes decir una cosa así? —le preguntó Gloria.

—Porque es la verdad —respondió Lola, y entonces se volvió a girar hacia Sebastian—. Tengo sed.

Inmediatamente, el niño fue hasta la mesilla de noche y comenzó a llenar un vaso de agua de la jarra.

Esta vez, el médico habló sin levantar la vista de sus notas.

—Ya está recibiendo suficientes fluidos por vía intravenosa y no debería beber nada hasta que hayan examinado de forma adecuada su reflejo de deglución. El fisioterapeuta vendrá hoy mismo o mañana.

—¿Has oído eso, mami? —le dijo Gloria—. No debes beber nada hasta que no te hayan examinado de forma adecuada.

Sebastian sostuvo el vaso de agua, dudando qué hacer con él.

—Dame el vaso —le ordenó Lola, y él se lo tendió.

Estaba a punto de cogerlo cuando Mando se lo quitó de las manos.

—Si el médico dice que tienes que esperar hasta que examinen tu reflejo de deglución, eso es exactamente lo que vas a hacer —sentenció con firmeza mientras vertía de nuevo el agua en la jarra.

Entonces, para sorpresa y conmoción de todos, Lola alargó el brazo por la mesilla y, sin preocuparse por el vaso, cogió la jarra y bebió un buen trago. Un fino hilillo de agua se le escapó por las comisuras de la boca y le resbaló hasta el cuello.

El médico dejó de escribir en la carpeta y la observó fijamente él también. Nunca antes había visto a un paciente que hubiera pasado en coma tres días moverse con tanta energía y deliberación.

—Parece que su reflejo de deglución está perfectamente —farfulló.

Cuando Lola se sació, se limpió la boca con el dorso de la mano y se giró para mirar a los ojos a cada uno de los miembros de su familia.

—Quiero irme a casa —declaró—. Y quiero irme ahora mismo.

Tras aceptar de mala gana la ayuda de una auxiliar de enfermería, Lola accedió a tomar una ducha mientras su familia esperaba en la sala al final del pasillo. Mientras tanto, el médico fue a consultar a sus colegas sobre la recuperación espontánea de su paciente. Confesó que nunca antes había visto algo así y que quería hacerle más pruebas. Todos estuvieron de acuerdo en que era importante saber qué le estaba pasando, independientemente de lo bien que Lola pareciera sentirse en aquel momento. Si eso significaba que tenía que pasar unos cuantos días más en el hospital, que así fuera.

—Es como si otra persona se hubiera metido en su piel, como si se estuviera haciendo pasar por mami, pero sin ser ella —comentó Gabi.

—Hay que tener en cuenta que ha estado tres días en coma. Probablemente, todavía se encuentra desorientada —apuntó Mando, y sus palabras sonaron razonables y tranquilas, como siempre.

—De momento —añadió Gloria—, tenemos que encontrar una manera de mantenerla aquí, pero no sé si podremos.

—Pues claro que sí —afirmó Mando—. Siempre nos ha escuchado y estoy seguro de que, después de la ducha, se sentirá más despejada y será mucho más ella misma.

—Desearía que papi estuviera todavía vivo —dijo Gabi con los ojos llenos de lágrimas—. Sabía manejar a mami, especialmente cuando estaba disgustada.

—Trata de centrarte, Gabi —le recomendó Mando con un tono algo condescendiente—. Ahora todos tenemos que mantener la cabeza despejada.

Susan dio un paso al frente, poniéndose junto a su marido.

—No sé qué pensáis los demás, pero Lola me recuerda un poco a cómo solía ser antes del incendio, antes de que todo cambiara.

Gloria y Gabi intercambiaron una mirada, y entonces Gloria sacudió la cabeza enérgicamente, dirigiéndose a su cuñada en un tono cargado de desprecio.

—Te equivocas. Mami nunca ha sido así. Se cortaría un brazo antes que hablarle a un médico de ese modo tan grosero.

—Bueno, entonces, ¿tú qué crees que está pasando? —le preguntó Susan haciendo un brusco movimiento con la cabeza.

Gloria le dedicó una mirada llena de odio a su cuñada durante un largo instante, como si pretendiera arrancarle los ojos. Entonces, la ignoró por completo y se volvió para dirigirse a los demás.

—Yo creo que esto podría ser síntoma de un problema mayor, como alzhéimer o demencia senil.

—O podría ser que fuera por una alteración de algún otro tipo —intervino Gabi—. La semana pasada vi un programa en la televisión en el que una mujer cambiaba por completo de personalidad y descubrieron que unos espíritus errantes la habían poseído.

—No estarás hablando en serio, ¿verdad? —le espetó Mando, riéndose con sorna—. ¿Estás tratando de decirnos que mami está poseída? ¿Deberíamos organizar un exorcismo? O tal vez podríamos pasar de los curas y hacer nosotros mismos un ritual de purificación como los que hacen en la isla. Estoy seguro de que mami se curaría por completo después de eso.

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