Introducción a la ciencia II. Ciencias Biológicas (61 page)

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Las primeras rocas con fósiles elaborados se afirma que pertenecen al
período cámbrico
, y toda la entera historia de cuatro mil millones de años de nuestro planeta la precedió, hasta hace poco tiempo se la calificaba despectivamente como
período precámbrico
. Ahora que han sido encontradas inconfundiblemente en el mismo trazas de vida, se suele emplear la designación más apropiada de
eón criptozoico
(de una voz griega que significa «vida oculta»), mientras que los últimos 600 millones de años constituyen el
eón fanerozoico
(«vida visible»).

El eón criptozoico se divide asimismo en dos secciones: la primera
era arqueozoica
(«vida antigua»), a la que pertenecen las primeras trazas de vida unicelular, y la posterior
era proterozoica
(«vida primitiva»).

La división entre el eón criptozoico y el eón fanerozoico es en extremo brusca. En un momento determinado, por así decirlo, no existen fósiles por encima del nivel microscópico, y al momento siguiente, aparecen organismos elaborados de una docena diferente de tipos básicos. Esta división tan brusca se denomina
disconformidad
, y una disconformidad lleva invariablemente a especulaciones acerca de posibles catástrofes. Al parecer, debió existir una aparición más gradual de fósiles, y lo que debió ocurrir fue algún acontecimiento geológico de alguna variedad en extremo brusca que barriese todos los registros anteriores.

Eras y edades

Las amplias divisiones del fanerozoico son el Paleozoico («vida antigua» en griego), el Mesozoico («vida media») y el Cenozoico («nueva vida»). Según los modernos métodos utilizados para establecer la cronología geológica, el Paleozoico abarcó un período de quizá trescientos cincuenta millones de años, el Mesozoico ciento cincuenta millones, y el Cenozoico, los últimos cincuenta millones de años de la historia de la Tierra.

Cada era se subdivide a su vez en períodos. El Paleozoico empieza con el período Cámbrico (llamado así por un lugar en Gales —en realidad, por el nombre de una antigua tribu que lo habitaba—, donde estos estratos fueron descubiertos por vez primera). Durante el período Cámbrico, los mariscos fueron las formas de vida más evolucionadas. Esta fue la era de los «trilobites», los artrópodos primitivos de los que el moderno límulo es el pariente viviente más próximo. El límulo, debido a que ha sobrevivido con pocos cambios evolutivos a través de largas edades, es un ejemplo de lo que en ocasiones se llama, más bien dramáticamente, un «fósil viviente». Debido a que el Cámbrico es el primero de los períodos ricos en fósiles, los dilatados eones que le precedieron, con las rocas realmente tan primitivas que ofrecen pocos o ningún registro fósil, son generalmente denominados el «Precámbrico».

El siguiente período es el Ordovicense (denominado así también por otra tribu galesa). Éste fue el período, hace unos cuatrocientos a quinientos millones de años, en el que los cordados hicieron su aparición en la forma de los «graptolites», pequeños animales que vivían en colonias y que hoy día están extinguidos. Posiblemente están relacionados con los «balonoglosos», que, al igual que los graptolites, pertenecen a los «hemicordados», el más primitivo subtipo del tipo cordados.

Luego vino el Silúrico (llamado así también a causa de otra tribu de Gales) y el Devónico (a partir de Devonshire). El período Devónico, hace unos trescientos a cuatrocientos millones de años, fue testigo del acceso de los peces a la supremacía del océano, una posición que se mantiene todavía hoy. No obstante, en este período tuvo lugar también la colonización de la tierra firme por las formas vivientes. Es duro comprobar, pero es cierto, que, durante quizás las tres cuartas partes o más de nuestra historia, la vida quedó limitada tan sólo a las aguas, y la tierra permaneció muerta y estéril. Considerando las dificultades representadas por la carencia de agua, por las variaciones extremas de la temperatura y por la fuerza integral de la gravedad, no mitigada por la flotabilidad del agua, debe comprenderse que la propagación a la tierra de las formas vivas que estaban adaptadas a las condiciones del océano representó la mayor victoria singular conseguida por la vida sobre el mundo inanimado.

La emigración hacia la tierra probablemente empezó cuando la lucha por los alimentos en el océano superpoblado empujó a algunos organismos hacia las aguas poco profundas de la marea, hasta entonces desocupadas debido a que el suelo quedaba expuesto al aire durante las horas, en el momento de la marea baja. A medida que más y más especies se fueron apiñando en las playas, sólo podía conseguirse algún alivio en la contienda desplazándose cada vez más hacia la tierra, hasta que al fin algunos organismos mutantes fueron capaces de establecerse en la tierra seca.

La primeras formas vivas en conseguir esta transición fueron las plantas. Esto tuvo lugar aproximadamente hace unos cuatrocientos millones de años. De entre ellas, las pioneras pertenecían al grupo vegetal actualmente extinguido llamado «psilofitales» —las primeras plantas multicelulares—. (El nombre procede de la palabra griega para significar «desnudo». porque los tallos estaban desnudos de hojas, signo éste de la primitiva naturaleza de dichas plantas.) Con el tiempo, fueron desarrollándose plantas más complejas y, hace trescientos cincuenta millones de años, la tierra se cubrió finalmente de bosques. Una vez la vegetal hubo empezado a crecer sobre la tierra firme, la vida animal pudo a continuación efectuar su propia adaptación. En unos pocos millones de años, la tierra firme fue ocupada por los artrópodos, ya que los animales de gran tamaño, carentes de un esqueleto interno, habrían sido aplastados por la fuerza de la gravedad. En el océano, por supuesto, la flotabilidad anulaba en gran parte a la gravedad, por lo que ésta no representaba un factor negativo. (Incluso hoy día los mayores animales viven en el mar.) Las primeras criaturas terrestres en conseguir una gran movilidad fueron los insectos; gracias al desarrollo de sus alas, fueron capaces de contrarrestar la fuerza de gravedad, que obligaba a los otros animales a arrastrarse lentamente. Por último, cien millones de años después de la primera invasión de la tierra firme, tuvo lugar una nueva invasión de seres vivientes que podían permitirse el lujo de ser voluminosos a pesar de la existencia de la gravedad, porque poseían un esqueleto óseo interior. Los nuevos colonizadores procedentes del mar eran peces óseos que pertenecían a la subclase Crosopterigios («aletas pedunculadas»). Algunos de sus compañeros habían emigrado a las profundidades marinas no pobladas; entre ellos estaba el celacanto, el cual los biólogos hallaron en 1939, con gran sorpresa.

La invasión de la tierra firme por los peces comenzó como resultado de la pugna para arrebatar el oxígeno en las extensiones de agua salobre. Entonces, la atmósfera contenía oxígeno respirable en cantidades ilimitadas, y, por consiguiente, los peces mejor dotados para sobrevivir eran aquellos capaces de aspirar grandes bocanadas de aire cuando el agua contenía un porcentaje de oxígeno inferior al punto de supervivencia. Los dispositivos orgánicos para almacenar esas bocanadas tenían un valor incalculable, y el pez desarrolló unas bolsas en las vías alimentarias donde podía conservar el aire aspirado. Las bolsas de algunos individuos evolucionaron hasta formar sencillos pulmones. Entre los descendientes de ese pez primitivo figura el «pez pulmón», algunas de cuyas especies existen todavía en África y Australia. Estos animales viven en aguas estancadas donde se asfixiaría cualquier pez ordinario, e incluso sobreviven a las sequías estivales cuando su hábitat se deseca. Hasta los peces cuyo elemento natural es el agua marina, donde el oxígeno no plantea problema alguno, evidencian todavía los rasgos heredados de aquellas criaturas primigenias provistas de pulmones, pues aún poseen bolsas llenas de aire, si bien éstas son simples flotadores y no órganos respiratorios.

Sin embargo, algunos peces poseedores de pulmones llevaron el asunto hasta su lógica culminación y empezaron a vivir totalmente fuera de agua durante períodos más o menos largos. Las especies crosopterigias, provistas de poderosas aletas, pudieron hacerlo con éxito, pues al faltarles la flotabilidad tuvieron que recurrir a sus propios medios para contrarrestar la fuerza de gravedad.

Hacia finales del Devónico, algunos de los primitivos crosopterigios pulmonados se encontraron a sí mismos en tierra firme, sosteniéndose de forma insegura sobre cuatro patas rudimentarias.

Tras el Devónico vino el Carbonífero («formación de carbón»), llamado así por Lyell debido a que éste fue el período de los enormes bosques pantanosos que, hace unos trescientos millones de años, representaron lo que quizás haya sido la vegetación más lujuriante de la historia de la Tierra; con el tiempo, estos bosques inmensos fueron sepultados y dieron lugar a los casi interminables yacimientos carboníferos del planeta. Éste fue el período de los anfibios; los crosopterigios, para entonces, estaban consumiendo sus completas vidas adultas sobre la tierra. A continuación vino el período Pérmico (llamado así por una región en los Urales, para estudiar la cual Murchison hizo un largo viaje desde Inglaterra). Los primeros reptiles hicieron su aparición en ese momento. Estos animales se extendieron en el Mesozoico, que se inició a continuación, y llegaron a dominar la Tierra tan por completo que este período se ha conocido con el nombre de la era de los reptiles. El Mesozoico se divide en tres períodos: el Triásico (porque fue hallado en tres estratos), el Jurásico (a partir de los montes del Jura, en Francia), y el Cretáceo («formador de creta»). En el Triásico aparecieron los dinosaurios («lagartos terribles», en griego). Éstos alcanzaron su supremacía en el Cretáceo, cuando reinaba sobre la Tierra el
Tyrannosaurus rex
, el mayor animal carnívoro terrestre de la historia de nuestro planeta.

Fue durante el Jurásico cuando se desarrollaron los primeros mamíferos y aves, ambos a partir de un grupo separado de reptiles. Durante millones de años, estas especies permanecieron en la oscuridad.

Con el final del cretácico, no obstante, todos los dinosaurios se desvanecieron en un período de tiempo relativamente breve. Lo mismo les sucedió a otros reptiles que no se hallan clasificados entre los dinosaurios: ictiosaurios, plesiosaurios y los pterosaurios. (Los dos primeros eran reptiles marinos; el tercero, reptiles alados.) Además, ciertos grupos de invertebrados, tales como los ammonites (emparentados con los aún vivientes nautilus con cámaras) murieron también, así como otros organismos más pequeños, entre los que se incluyen numerosos tipos de organismos microscópicos marinos.

Según algunas recientes estimaciones, hasta el 75 por 100 de todas las especies entonces vivientes perecieron durante lo que a veces se denomina la
Gran época de matanzas
, a finales del cretácico. Del 25 por 100 que sobrevivieron, debió existir una gran carnicería individual, y no resultaría sorprendente que el 95 por 100 de todos los organismos murieran. Algo sucedió que casi esterilizó la Tierra … ¿Pero qué?

En 1979, el paleontólogo norteamericano Walter Álvarez dirigía a un equipo que trataba de comprobar los antiguos índices de sedimentación, haciendo pruebas de la concentración de ciertos metales a lo largo de la longitud de un núcleo extraído de rocas en Italia central. Uno de los metales que se comprobaba, por medio de técnicas de activación de neutrones, resultó ser el iridio. Y más bien ante su asombro, Álvarez descubrió una concentración de iridio en una única estrecha banda que era 25 veces mayor que la concentración inmediatamente por debajo o por encima.

¿De dónde podía proceder aquel iridio? ¿Era posible que el índice de sedimentación fuese desacostumbradamente elevado en aquel punto? Tal vez procediera de alguna fuente inusualmente rica en iridio. Los meteoritos son más ricos en iridio, y en ciertos otros metales, de cuanto lo es la corteza terrestre, y la sección del núcleo era rico también en otros metates. Álvarez sospechó que había caído un meteoro, pero no había la menor señal de un antiguo cráter en la región.

Sin embargo, posteriores investigaciones mostraron que la capa rica en oxígeno se presentaba en lugares ampliamente separados entre sí de la Tierra, y siempre en rocas de la misma edad. Empezó a dar la sensación como si hubiese caído un gran meteoro, y enormes cantidades de material se hubiesen esparcido, por impacto, en la atmósfera superior (incluyendo al mismo meteoro vaporizado por completo), y luego se habían sedimentado lentamente por toda la Tierra.

¿Y en qué momento había sucedido? La roca de la que se había tomado el material rico en iridio tenía una antigüedad de 65 millones de años, exactamente al final del cretácico. Muchos geólogos y paleontólogos (pero de todas formas no unánimemente) comenzaron a considerar favorablemente la sugerencia de que los dinosaurios y los otros organismos que parecían haber tenido un fin repentino, durante esa gran hecatombe a finales del cretácico, habían muerto como resultado del impacto catastrófico con la Tierra de un objeto de unos 10 kilómetros de diámetro, ya fuese un pequeño asteroide o el núcleo de un cometa.

Pueden haber existido periódicas colisiones de esta clase, cada una de las cuales produjo una gran matanza. La de fines del cretácico es, meramente, la más espectacular de las recientes y, por lo tanto, la más fácil de documentar con detalle. Y, naturalmente, sucesos similares pueden ocurrir en el futuro, a menos que la Humanidad desarrolle una capacidad espacial que, llegado el momento, haga posible destruir objetos amenazadores mientras aún se hallan en el espacio y antes de que choquen contra la Tierra. Incluso ahora se cree que una de tales grandes matanzas tiene lugar con regularidad cada 28 millones de años. En 1984 se especuló con que el Sol tuviese una pequeña y poco luminosa estrella por compañera, y que su aproximación al perihelio cada 28 millones de años desordene la nube de cometas Oort (véase capitulo 3) y envíe a millones de los mismos al Sistema solar interior. Unos cuantos de los mismos podrían colisionar con la Tierra.

Un impacto así devasta grandes áreas en su proximidad al instante, pero el efecto planetario es más el resultado de la vasta cantidad de polvo que se libera hasta la estratosfera, un polvo que puede producir una larga y frígida noche por encima del mundo, con lo que se interrumpiría de una forma temporal la fotosíntesis.

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