Introducción a la ciencia II. Ciencias Biológicas (56 page)

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Evidentemente, si hubiera pocas defunciones o ninguna sobre la Tierra, también habría pocos nacimientos o ninguno. Sería una sociedad sin niños.

Al parecer, eso no es fatídico; una sociedad suficientemente egocéntrica para aferrarse a la inmortalidad no titubearía ante la necesidad de eliminar por completo la infancia.

Pero, ¿le serviría de algo? Sería una sociedad compuesta por los mismos cerebros, fraguando los mismos pensamientos, ateniéndose a los mismos hábitos sin variación alguna, de forma incesante. Recordemos que el niño posee un cerebro no sólo joven sino también
nuevo
. Cada recién nacido (exceptuando los nacimientos múltiples de individuos idénticos) posee una dotación genética sin la menor similitud con la de cualquier otro ser humano que haya vivido jamás. Gracias a los recién nacidos, la humanidad recibe una inyección constante de combinaciones genéticas innovadoras; por tanto, se allana el camino para un perfeccionamiento y desarrollo crecientes.

Sería prudente hacer descender el nivel de natalidad, pero, ¿nos conviene anularlo completamente? Sería muy grato eliminar las dolencias e incomodidades de la vejez, pero, ¿debemos crear a cambio una especie integrada por seres vetustos, cansinos, hastiados, siempre igual, sin dar entrada jamás a lo nuevo y lo mejor?

Tal vez la inmortalidad ofrezca peores perspectivas que la propia muerte.

Capítulo 16

Las especies

Las variedades de la vida

El conocimiento por parte del hombre de su propio cuerpo no es completo sin una noción de sus afinidades con los demás seres vivientes sobre la Tierra. En las culturas primitivas, este parentesco a menudo era considerado como muy estrecho. Muchas tribus consideraban a ciertos animales como sus antepasados o hermanos de sangre, y pensaban que era un crimen matarlos o comerlos, excepto en ciertas circunstancias rituales. Esta veneración de los animales como dioses o semidioses se conoce con el nombre de «totemismo» (derivado de una palabra india americana), y existen signos de él en culturas ya no tan primitivas. Los dioses con cabeza de animal, en Egipto, representaban restos de totemismo, y quizás, igualmente, lo es la veneración moderna de los hindúes por las vacas y los monos.

Por otra parte, la cultura occidental, representada en las teorías griegas y hebreas, estableció ya desde muy antiguo una clara distinción entre el hombre y los «animales inferiores». Así, la Biblia subraya que el hombre fue creado por Dios «a su imagen y semejanza» (Génesis 1:26). No obstante, también la Biblia da fe de un interés notablemente profundo por parte del hombre hacia los animales inferiores. El Génesis indica que Adán, en sus idílicos primeros tiempos en el Jardín del Edén, había realizado la tarea de asignar nombres «a cada bestia del campo y a cada ave del cielo».

A primera vista, no parece una labor especialmente difícil algo que podría hacerse, quizás, en una hora o dos. Los cronistas de las Escrituras colocaron «dos animales de cada especie» en el arca de Noé, cuyas dimensiones eran de 137
´
23
´
14 m (si consideramos que el codo tiene una longitud de 38 cm). Los filósofos naturalistas griegos especularon sobre el mundo viviente en términos igualmente limitados: Aristóteles pudo catalogar sólo aproximadamente unas 50 especies de animales, y su discípulo Teofrasto, el botánico más eminente de la antigua Grecia, enumeró únicamente unas 500 plantas diferentes.

Una relación de este tipo tendría sentido sólo si se creyera que un elefante es siempre un elefante, un camello es sólo un camello y una pulga no es más que una pulga. Las cosas empezaron a complicarse más cuando los naturalistas comprobaron que los animales tenían que ser diferenciados sobre la base de sus posibilidades de cruzamiento entre sí. El elefante indio no podía ser cruzado con el elefante africano; por este motivo, ambos tenían que ser considerados como «especies» diferentes de elefantes. El camello de Arabia (una giba) y el camello de Bactriana (dos gibas) son también especies distintas, y, por lo que respecta a la pulga, los pequeños insectos picadores (que representan en conjunto la pulga común) ¡se dividen en 500 especies diferentes! A través de los siglos, puesto que los naturalistas contabilizaron nuevas variedades de criaturas en la tierra, en el aire y en el mar, y dado que nuevas áreas del mundo quedaron dentro del campo de la observación, debido a la exploración, el número identificado de especies animales y vegetales creció astronómicamente. En el año 1800, alcanzaba ya los 70.000. Hoy día, se conocen más de un millón doscientas cincuenta mil especies diferentes, dos tercios de ellas animales y un tercio plantas, y ningún biólogo se atreve a suponer que la lista esté completa.

Incluso animales mucho más grandes se siguen encontrando en sitios raros del Globo. El okapi, un pariente de la jirafa pero del tamaño de una cebra, sólo empezó a ser conocido por los biólogos en 1900 cuando fue rastreado al fin en los bosques del Congo. Incluso en 1983 quedó registrado una nueva clase de albatros en una isla del océano Índico, y dos nuevas clases de monos que se encontraban en las selvas amazónicas.

Es casi seguro que algunas variedades de organismos se hallen ocultos en las profundidades oceánicas, donde la investigación es más difícil. Respecto del calamar gigante, el mayor de todos los invertebrados, no se demostró su existencia hasta los años 1860. El celacanto (véase capítulo 4) fue sólo descubierto en 1938.

En lo que se refiere a pequeños animales —insectos, gusanos, etc.—, cada día se descubren nuevas variedades. Una estimación conservadora nos diría que hay 10 millones de especies de cosas vivientes en el mundo de hoy. Si es cierto que las nueve décimas partes de todas las formas vivientes que han existido están en la actualidad extintas, en ese caso 100 millones de especies de cosas vivientes se han hallado sobre la Tierra en un momento u otro.

Clasificación

El mundo viviente podría resultar excesivamente confuso si no fuéramos capaces de clasificar esta enorme variedad de criaturas de acuerdo con algún esquema de afinidades. Se puede empezar agrupando conjuntamente al gato, tigre, león, pantera, leopardo, jaguar, y otros parecidos al gato, en la «familia del gato»; igualmente, el perro, el lobo, el zorro, el chacal, y el coyote forman la «familia del perro», etc. Basándose en un criterio general sencillo, podrían clasificarse algunos animales como comedores de carne y otros como comedores de plantas. Los antiguos realizaban también clasificaciones generales basadas en el hábitat, y así, consideraron a todos los animales que vivían en el mar como peces y a todos los que volaban por el aire como pájaros. Pero esto podría conducir a considerar la ballena como un pez y al murciélago como un pájaro. Realmente, y en un sentido fundamental, la ballena y el murciélago se parecen más entre sí que la primera a un pez y el otro a un pájaro. Ambos dan a luz crías vivas. Además, la ballena tiene pulmones para respirar el aire, en lugar de las agallas del pez, y el murciélago posee pelo, en vez de las plumas del pájaro. Tanto uno como otro están clasificados dentro de los mamíferos, es decir aquellos animales que engendran criaturas vivas (en lugar de poner huevos) y las alimentan con la leche materna.

Uno de los intentos más antiguos de realizar una ordenación sistemática fue el del inglés John Ray (o Wray), quien en el siglo XVII, clasificó todas las especies conocidas de plantas (aproximadamente 18.600), y más tarde las especies animales, de acuerdo con ciertos sistemas que le parecieron lógicos. Por ejemplo, dividió las plantas con flor en dos grupos principales, según que la semilla contuviera una hoja embrionaria o dos. Esta pequeña hoja embrionaria o par de hojas recibió el nombre de «cotiledón», derivado de la palabra griega utilizada para designar un tipo de copa
(kotyle)
, porque estaban depositadas en una cavidad en forma de copa en la semilla. Por ello, Ray denominó a los dos tipos respectivamente «monocotiledóneas» y «dicotiledóneas». La clasificación (similar, por otra parte, a la realizada 2.000 años antes por Teofrasto) se mostró tan útil que incluso resulta efectiva hoy día. La diferencia entre una y dos hojas embrionarias resulta en sí mismo poco importante, pero existen algunas formas esenciales en las que todas las plantas monocotiledóneas se diferencian de las dicotiledóneas. La diferencia en las hojas embrionarias es sólo una etiqueta, conveniente, significativa, de muchas otras diferencias generales. (Del mismo modo, la distinción entre plumas y pelo es realmente poco importante en sí misma pero resulta una indicación práctica para la considerable serie de diferencias que separa a los pájaros de los mamíferos.)

Aunque Ray y otros contribuyeron aportando algunas ideas útiles, el verdadero fundador de la ciencia de la clasificación o «taxonomía» (derivada de una palabra griega que significa «ordenación») fue un botánico sueco, mas conocido por su nombre latinizado de Carolus Linnaeus (Linneo), quien realizó su tarea de forma tan perfecta que las líneas principales de su esquema siguen vigentes todavía. Linneo expuso su sistema en 1737, en un libro titulado
Systema Naturae.
Agrupó las especies que se parecían entre sí en un «género» (de una palabra griega que significa «raza» o «estirpe»), dispuso a su vez los géneros afines en un «orden», y agrupó los órdenes similares en una «clase». Cada especie era denominada con un nombre compuesto por el del género y el de la propia especie. (Esto guarda mucha similitud con el sistema de la guía telefónica, que alfabetiza Smith, John; Smith, William; y así sucesivamente.) Por tanto, los miembros del género del gato son el
Felis domesticus
(el gato doméstico),
Felis leo
(el león),
Felis pardus
(el leopardo),
Felis tigris
(el tigre), etc. El género al que pertenece el perro incluye el
Canis familiaris
(el perro),
Canis lupus
(el lobo gris europeo),
Canis occidentalis
(el lobo de los bosques americanos), etc. Las dos especies de camellos son el
Camelus bactrianus
(el camello de Bactriana) y el
Camelus dromedaritis
(el camello de Arabia).

Alrededor de 1880, el naturalista francés Georges Leopold Cuvier avanzó un paso más allá de las «clases» y añadió una categoría más general llamada «tipo»
(phylum)
(a partir de una palabra griega que significa «tribu»). Un tipo incluye todos los animales con la misma disposición general del cuerpo (un concepto que fue subrayado y puesto de manifiesto nada menos que por el gran poeta germano Johann Wolfgang von Goethe). Por ejemplo, los mamíferos, pájaros, reptiles, anfibios y peces están agrupados en un solo tipo, porque todos tienen columna vertebral, un máximo de cuatro miembros y sangre roja con un contenido de hemoglobina. Los insectos, las arañas, los crustáceos y los ciempiés están clasificados en otro tipo; las almejas, las ostras y los moluscos (mejillones) en otro, y así sucesivamente. En la década de 1820, el botánico suizo Augustin Pyramus de Candolle, de forma similar, perfeccionó el sistema de clasificación de las plantas de Linneo. En lugar de agrupar las especies entre sí según su apariencia externa, concedió mayor importancia a su estructura y funcionamiento internos.

El árbol de la vida fue ordenado entonces, tal como se describirá en los párrafos siguientes, partiendo de las divisiones más generales hasta llegar a las más específicas.

Empezaremos con los
reinos
. que hace ya mucho tiempo que se dio por supuesto que eran en número de dos: animales y plantas. (Esta presunción se encuentra aún en algunos juegos populares de adivinanzas, en que todo se clasifica como «animal. vegetal o mineral».) Sin embargo, el creciente conocimiento en lo relativo a los organismos complica un poco las cosas, y el biólogo estadounidense Robert Harding Whithaker ha sugerido que los organismos vivientes se dividen en no menos de cinco reinos.

Según el sistema de Whithaker, el reino vegetal y el reino animal se hallan confinados a los organismos multicelulares. Las plantas se caracterizan por la posesión de clorofila (por lo que se las llama
plantas verdes
) y por el uso de la fotosíntesis. Los animales ingieren a otros organismos como alimento y tienen sistemas digestivos.

Un tercer reino, el de los
hongos
, son multicelulares y se parecen en cierta forma a las plantas, pero carecen de clorofila. Viven sobre otros organismos, aunque no los ingieren de la forma en que lo hacen los animales, sino que excretan enzimas digestivas, digieren su comida fuera del cuerpo y luego lo absorben.

Los restantes dos reinos contienen los organismos unicelulares. Los
protistos
, una palabra acuñada en 1866 por el biólogo alemán Ernst Heinrich Haeckel, incluyen a los eucariotas: ambos están compuestos por células que se parecen a las que forman los animales (
protozoos,
tales como el ameba y el paramecio); y los que tienen células que se asemejan a las que constituyen las plantas
(algas)
.

Finalmente, un reino conocido como
monera
contiene los organismos unicelulares que son procariotas: las bacterias y las algas cianofíceas (verdiazules). Apartados de este esquema se encuentran los virus y los viroides, que son subcelulares y formarían un sexto reino.

El reino vegetal, según un sistema de clasificación, se divide en dos phyla principales: los briófitos (los diferentes musgos) y los traqueófitos (plantas con sistemas de tubos para la circulación de la savia), que incluye a todas las especies de las que ordinario creemos que son plantas.

Este último gran phylum está formado por tres clases principales: las Filicíneas, las Gimnospermas y las Angiospermas. En la primera clase están los helechos, que se reproducen por medio de esporas. Las Gimnospermas, que forman semillas en la superficie de los órganos portadores de semillas, incluyen a los diversos árboles de hoja perenne. Las Angiospermas, con las semillas encerradas en óvulos, constituyen la amplia mayoría de las plantas más familiares.

Igualmente, por lo que se refiere al reino animal. enumeraremos solamente los phyla más importantes.

Los poríforos son animales que consisten en colonias de células con un esqueleto lleno de poros; se trata de las esponjas. Las células individuales muestran signos de especialización, pero conservan cierta independencia, puesto que aunque todas se hallan separadas y hay que tirar de un tejido sedoso, se agregan para formar una nueva esponja.

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