Read Historia del Antiguo Egipto Online
Authors: Ian Shaw & Stan Hendrickx & Pierre Vermeersch & Beatrix Midant-Reynes & Kathryn Bard & Jaromir Malek & Stephen Seidlmayer & Gae Callender & Janine Bourriau & Betsy Brian & Jacobus Van Dijk & John Taylor & Alan Lloyd & David Peacock
Tags: #Historia
El Egipto ptolemaico es la historia de dos culturas. Con
ethos
, intereses y aspiraciones diferentes, al principio ambas mantuvieron una coexistencia precavida, donde la conveniencia y el equilibrio de poder generaron un grado viable de cooperación, por lo general lo bastante efectivo como para ocultar su desagrado mutuo. Desde finales del siglo III a.C., esta colaboración se vio cada vez más desgastada por la firme presión ejercida por el cisma dinástico, la mala administración, la crisis económica y el resentimiento egipcio. Un aspecto fascinante de esta compleja relación es el hecho de que, a pesar de todas estas tensiones internas, en muchos aspectos el Egipto de los ptolomeos tuvo un éxito espectacular, ya consideremos los logros de la élite greco-macedonia o los del entorno cultural egipcio.
Lo más adecuado es comenzar el estudio del Egipto ptolemaico con la llegada de Alejandro Magno en 332 a.C., que puso fin al Segundo Período Persa, algo que nadie lamentó. Antes de que Alejandro regresara a sus conquistas, en 331 a.C., se vio obligado a encargarse del problema de la administración de su nueva provincia.
Es evidente que la fundación de Alejandría pretendía crear una nueva base para el gobierno del país, pero en otros aspectos prevaleció el modo antiguo de hacer las cosas. Si podemos fiarnos de la
Novela de Alejandro
(una biografía semimitificadora escrita de forma anónima con el seudónimo de Calístenes, aproximadamente en el siglo II a.C. o antes), Alejandro se hizo coronar en el templo de Ptah en Menfis, afirmando así claramente que estaba asumiendo la responsabilidad de un faraón egipcio. Resulta indudable que los egipcios así lo conceptualizaron, pues le dieron una titulatura estándar y él mostró gran respeto por las susceptibilidades religiosas egipcias. Perfectamente consciente de los peligros estratégicos intrínsecos a la riqueza y posición geográfica de Egipto, procuró evitar la concentración de poderes: se entregó la administración del país a un egipcio llamado Doloaspis; se confió la recogida de impuestos a Cleomenes de Náucratis; el ejército fue situado al mando de dos oficiales, Peukestas y Balakros, y la armada colocada bajo el mando separado de Pelomón. Subsiguientemente, Cleomenes fue nombrado gobernador de toda la provincia, que la administró con un elevado grado de corrupción.
Tras la muerte de Alejandro en Babilonia en junio de 323 a.C., su mentalmente impredecible hermano Arrideo (323-317 a.C.) fue declarado rey, con Perdicas como regente, en el entendimiento de que si el hijo póstumo de Alejandro con su esposa bactriana Roxana era varón, sería nombrado rey. En este punto Perdicas entregó grandes secciones del imperio a quienes habían sido los mariscales de Alejandro, y en el reparto a Ptolomeo, hijo de Lagos, le tocaron Egipto, Libia y «aquellas partes de Arabia que se encuentran cerca de Egipto», con Cleomenes como segundo al mando.
El acuerdo de Perdicas no podía durar. Simplemente dispuso las piezas para las Guerras de los Sucesores, que como era inevitable estallaron para decidir si el imperio de Alejandro sobreviviría intacto. Esta compleja serie de operaciones se divide en dos fases: la primera, que va desde 321 a 301 a.C., enfrentó a los «unitarios» (sobre todo el propio Perdicas, Antígono
el Tuerto
y su hijo Demetrio
el Asediador
), que intentaban preservar la unidad del imperio, contra los «separatistas» (en especial Ptolomeo, Seleuco y Lisímaco), que estaban decididos a conseguir sus propios reinos. Las ambiciones de Ptolomeo no tardaron en convertirle en el principal problema de los unitarios, que le devolvieron la gentileza con dos invasiones de Egipto, la primera realizada por Perdicas en 321 a.C. y la segunda por Antígono en 306 a.C., ambas derrotadas por la geografía de Egipto más que por el propio Ptolomeo. La cuestión unitaria quedó resuelta en 301 a.C. con la derrota y la muerte de Antígono en Ipso, que decidió esta fase del conflicto en favor de los separatistas. Para entonces sus protagonistas principales, Ptolomeo incluido, ya se habían adelantado al resultado proclamándose reyes.
La segunda fase de las Guerras de los Sucesores tuvo lugar entre 301 y 280 a.C. y se caracterizó por las luchas entre los separatistas para crear, mantener o incrementar sus reinos.Terminó en 281 a.C. con la muerte de Lisímaco en Coropedio y el posterior asesinato ese mismo año de su conquistador, Seleuco. El resultado de estos enfrentamientos fue crucial para la historia subsiguiente del mundo helenístico, porque significó el nacimiento de tres grandes reinos: Macedonia, con su pretensión de gobernar sus Estados vecinos, que en ocasiones consiguió y en otras no; el Imperio seléucida, asentado en Siria y Mesopotamia; y el Imperio de los ptolomeos, cuyo núcleo eran Egipto y la Cirenaica. En estos reinos tenemos a los protagonistas de la lucha por el poder que dominaría el Mediterráneo oriental y el Levante hasta que Egipto cayó en manos de los romanos en el año 30 a.C.
Es importante comprender que la rivalidad entre estos reinos no se limitaba a cuestiones de control político o militar, por importantes que fueran. La motivación psicológica subyacente se encuentra allí donde cabría esperarla en cualquier contexto greco-macedonio; es decir, en un impulso de autoafirmación que, a su vez, generaba prestigio. Lo más importante era ofrecer una imagen impecable en el ruedo de la actividad greco-macedonia —más allá incluso— y hacer continua sombra a la oposición. Ciertamente, la conquista militar era un medio importante de conseguirlo; pero la creación de un reinado de inigualable esplendor era igual de relevante y podía absorber una gran cantidad de esfuerzo y recursos. En esta batalla por el poder y el prestigio, sin duda los ptolomeos fueron los rotundos ganadores, al menos durante el siglo III a.C.
Para los tres reinos, la cuestión clave de su política y estrategia era extender sus imperios a expensas de los de sus rivales mediante todo tipo de medios, pero la historia de sus conflictos es de todo menos sencilla. Está claro que las ambiciones de los primeros ptolomeos eran tales que suponían una seria amenaza a las aspiraciones de los otros dos jugadores, que consideraron conveniente unir sus recursos para enfrentarse al enemigo común. Por lo tanto, no resulta sorprendente que a comienzos de la década de 270 a.C. nos encontremos con una paz firmada entre los macedonios y los seléucidas, que se convertiría en una de las pocas constantes de la historia del siglo III a.C.
Para los ptolomeos existían dos áreas principales de actividad expansionista: 1) los antiguos centros de cultura griega en el Mediterráneo oriental, y 2) Siria-Palestina. En cuanto al primero, es importante comprender que los soberanos de los reinos helenísticos se sentían macedonios, tenían costumbres macedonias y una cercana y profunda afinidad con la cultura griega. Por lo tanto, el escenario en el que todos ansiaban dejar su huella eran la Grecia continental, el Egeo y las ciudades griegas de la costa de Asia Menor. En términos políticos y militares, para los ptolomeos del siglo III a.C. esto significó una larga lucha por la hegemonía en Grecia contra Macedonia, que había conseguido el control de una gran parte de la zona en época de Filipo II y la consideraba inequívocamente macedonia por derecho de conquista. A su vez, esta lucha llevó a los ptolomeos a apoyar a las principales fuerzas políticas del mundo griego, en especial Epiro, Atenas, Esparta y las ligas Etolia y Aquea, que inevitablemente recurrían a Egipto en busca de ayuda contra el enemigo común; pero esto también implicaba esfuerzos por mantener bases en el Egeo y a lo largo de la costa sur de Asia Menor, además de por controlar Chipre. También requería mantener una alianza con la isla de Rodas, importante desde el punto de vista estratégico y económico. Inevitablemente, las ambiciones ptolemaicas en Asia Menor les enfrentaron con dureza contra los intereses seléucidas en la zona.
A pesar de su rivalidad con los dos grandes reinos helenísticos, en un principio los primeros tres ptolomeos obtuvieron grandes éxitos a la hora de conseguir sus ambiciones en el Egeo. Revisando sus logros en esta región, Polibio escribe lo siguiente:
Su esfera de control incluía a los dinastas de Asia y también las islas, pues controlaban las ciudades, fortalezas y puertos más importantes a todo lo largo de la costa, desde Oanfilia al Helesponto y la región de Lisimaquia. Vigilaban los asuntos de Tracia y Macedonia mediante su control de Eno y Marones e incluso de ciudades más lejanas y, de este modo, al haber extendido su alcance hasta tan lejos y habiéndose protegido a gran distancia mediante esos reyes clientes, nunca se preocuparon por la seguridad de Egipto. Por eso le concedían, con razón, tanta importancia a los asuntos exteriores […].
(Polibio, 5, 34)
No obstante, tenemos que interpretar con cuidado estas palabras. Polibio no está diciendo que los ptolomeos dirigieran un imperio con fronteras claramente definidas y una administración imperial coherente. El pasaje revela —lo cual queda confirmado por otras pruebas— que este «imperio» era en realidad una cuestión de matices, una amalgama de bases, afianzas, protectorados y facciones o individuos amistosos, frecuentemente comprados mediante el oro egipcio, que formaban una red de nodos mediante la cual los ptolomeos podían ejercer poder político y militar. Tampoco se trataba de una esfera estática, ni siquiera en estos primeros días. En las luchas generadas por estas ambiciones, los primeros ptolomeos tuvieron una fortuna ambigua, pero al final terminaron por prevalecer los macedonios y los seléucidas. A finales del siglo III a.C., la influencia ptolemaica en Grecia había desaparecido como fuerza significativa, si bien mantuvieron una guarnición en Tera, en el sur del Egeo hasta 145 a.C. En cuanto a Asia Menor, los triunfos de Antíoco III en esa zona durante la Quinta Guerra Siria precipitaron el final de la hegemonía ptolemaica en el oeste y la costa sur c. 195 a.C.
El patrón de una expansión inicial, que dio paso a una severa recesión, se repitió a comienzos del siglo II a.C. en Siria-Palestina. La decisión de incorporar la Celesiria y las ciudades fenicias al reino ptolemaico surgió temprano. Evidentemente, la zona había sido un tradicional punto de atención en época faraónica, pero los ptolomeos tenían mejores razones que los precedentes para querer mantenerla: estratégicamente, su ocupación facilitaba la defensa de Egipto y de la provincia egipcia de Chipre; el control de Fenicia daba a los ptolomeos acceso a los recursos navales fenicios; por último, la ocupación también suponía grandes beneficios, tanto en términos fiscales como de acceso a las grandes rutas comerciales (incluido el gran centro mercantil de Petra) y, sobre todo, la capacidad para explotar los recursos madereros del Líbano, que era una importante fuente de madera naval para la flota ptolemaica. Por lo tanto, no resulta sorprendente que Ptolomeo I (305-285 a.C.) realizara repetidos esfuerzos por conseguir el control de la zona: la tuvo en su poder durante el período 320-315 a.C. y brevemente tras la batalla de Gaza en 312 a.C.; pero en 301 a.C. ocupó Siria-Palestina, probablemente hasta el río Eufrates, a pesar de que este territorio le había sido concedido a Seleuco tras Ipso. La determinación de los ptolomeos por mantener sus aspiraciones fue el origen de no menos de seis Guerras Sirias durante el reinado de Ptolomeo II (285-246 a.C.) y terminó durante el de Ptolomeo VI (180-145 a.C.), si bien la cuestión fue decidida definitivamente por la derrota egipcia en Panion en 200 a.C., como resultado de la cual PtolomeoV (205-180 a.C.) accedió c. 195 a.C. a las exigencias de los seléucidas sobre Siria y Fenicia.
Estos éxitos militares ptolemaicos y su fracaso final estuvieron ligados a una serie de condiciones: un ejército y una armada efectivos; un sistema administrativo que les proporcionaba la base, sobre todo la infraestructura económica, para mantener la expansión; unas condiciones dentro del reino que hicieron posible concentrar estos esfuerzos en empresas exteriores; y soberanos con la visión y la capacidad para llevarlas a cabo.
El ejército ptolemaico, al igual que el resto de sus homólogos helenísticos, era el ejército de Alejandro, modificado según los dictados de la experiencia y la necesidad. Las fuerzas del conquistador macedonio estaban formadas por una serie de unidades complementarias que eran el reflejo de un concepto táctico basado en fijar al enemigo mediante la presión de la infantería a lo largo de gran parte de la línea y, seguidamente, lanzar un ataque decisivo en un punto escogido mediante la caballería pesada. Esto significaba que los principales elementos tácticos eran una falange de infantería pesada armada con picas de gran longitud (5,5 metros, que aumentaron posteriormente) y una fuerza de choque en forma de caballería pesada, formada por escuadrones de macedonios, tesalios y aliados. Los huecos que inevitablemente aparecían entre estos elementos cuando entraban en acción eran rellenados por una infantería ligera de élite llamada
hypaspists
, formada por tres mil hombres. Estas tropas de combate, de las que dependía la victoria en las acciones generales, se completaba con una amplia selección de tropas ligeras, tanto a caballo como a pie, en gran parte mercenarias y suplementadas con un equipo de asedio altamente sofisticado.
Si estudiamos el ejército de los ptolomeos nos encontramos con muchas cuestiones que Alejandro hubiera reconocido de inmediato. En Gaza, en 312 a.C., el asalto ptolemaico fue realizado por una fuerza de tres mil jinetes armados con espadas y la tradicional pica macedonia de caballería o
xyston
. Ésta consiguió coger de flanco a la caballería enemiga, que se rompió y abandonó el campo, dejando expuesta a su falange a un asalto desde el flanco izquierdo. Enfrentada a esta amenaza, la falange no tardó en darle la espalda y salir huyendo en confusión. Casi un siglo después, la disposición táctica en Rafia (217 a.C.) fue muy similar: la caballería del ala izquierda de Ptolomeo IV fue expulsada del campo por sus contrarios seléucidas, mientras que la caballería egipcia del ala derecha hizo lo mismo y derrotó a los jinetes seléucidas a los cuales se enfrentaban. En esta batalla la victoria la decidió la falange ptolomea, que, animada personalmente por el rey, levantó sus picas y cargó contra la falange contraria, que no tardó en hundirse. En 200 a.C., Panion nos proporciona otro ejemplo de la caballería actuando como fuerza de choque, en este caso para desgracia del ejército ptolemaico, puesto que la caballería seléucida fue capaz de deshacer su ala izquierda, expulsarla del campo de batalla y luego regresar para amenazar la retaguardia de la falange ptolemaica, que no tuvo más remedio que huir.