Read Historia del Antiguo Egipto Online
Authors: Ian Shaw & Stan Hendrickx & Pierre Vermeersch & Beatrix Midant-Reynes & Kathryn Bard & Jaromir Malek & Stephen Seidlmayer & Gae Callender & Janine Bourriau & Betsy Brian & Jacobus Van Dijk & John Taylor & Alan Lloyd & David Peacock
Tags: #Historia
No obstante, la ciudad de Sais no fue sino una más de las que recibieron muestras de la generosidad de la XXVI Dinastía. Sabemos también, por ejemplo, que Ahmose II erigió colosos en Menfis (dos de granito), construyó un templo a Isis en la misma ciudad y trabajó en Filé, Elefantina, Nebesha, Abydos y los oasis; además de contribuir a las estructuras ya existentes en otros muchos lugares, como Karnak, Mendes, la zona de Tanta, Tell el Maskhuta, Benha, Sohag, El Mansha y Edfu. Esta inmensa actividad constructora se refleja a su vez en las inscripciones de las canteras de Tura y Elefantina.
La ideología de la realeza no sólo afecta al mundo de los vivos, sino que también concede al rey una función importantísima más allá de la tumba: el rey vivo es la encarnación de Horus y gobierna a los vivos; el rey difunto es Osiris, rey de los muertos, pero al mismo tiempo, como en este contexto Osiris es asimilado a Ra, el rey espera participar en el ciclo cósmico de la creación. Para poder llevar al rey hasta su vida más allá de la tumba y mantenerlo allí se creó un elaborado programa ritual, cuyas imágenes más espectaculares son las pirámides del Reino Antiguo y Medio y las tumbas del Valle de los Reyes del Reino Nuevo, junto a sus templos de culto. Los soberanos de la XXVI Dinastía no construyeron monumentos funerarios tan espectaculares como éstos, pero sí se mantuvieron firmemente apegados a la tradición de la Baja Época. Desde finales del Reino Nuevo, los reyes se enterraban en tumbas con capilla en los patios de los templos, sin duda en parte por motivos de seguridad, pero también como reflejo de un sentido de dependencia y devoción hacia la divinidad en cuestión. Siguiendo esta práctica, los reyes de la XXVI Dinastía fueron enterrados en tumbas con capilla en el patio del templo de Neith en Sais. Ninguna de estas superestructuras se ha conservado, mas no es difícil reconstruirlas a partir de las descripciones de Heródoto y por sus evidentes paralelos anteriores con Medinet Habu y Tanis. Consisten en dos elementos. A nivel del suelo había una capilla mortuoria a la que se accedía mediante una puerta doble desde un pórtico con columnas. Es probable que los muros de esta estructura estuvieran decorados con relieves pintados donde se relataba el culto mortuorio del rey que se celebraba en la capilla. Debajo estaba la cripta con el sarcófago real, probablemente también decorada. El ajuar funerario, a juzgar por los precedentes tanitas, sería relativamente limitado; pero seguramente incluiría los tradicionales
shabtis
reales y los vasos canopos.
Hasta el momento nos hemos concentrado sobre todo en la política saíta y sus actividades dentro de Egipto, pero, dada la sombría historia de continuas invasiones de la XXV Dinastía, no podemos estar muy equivocados si asumimos que la principal tarea de los soberanos de este período fue mantener las fronteras de Egipto libres de invasores extranjeros. Las zona más crítica era Asia, donde al principio el problema fue la defensa de la frontera egipcia contra un posible nuevo intento asirio por hacerse con el control de Egipto; pero problemas mucho más cercanos a su región de origen hicieron que esto fuera imposible para los asirios. Si bien las pruebas de la actividad militar egipcia en Asia están lejos de ser abundantes, es evidente que las operaciones de Psamtek tuvieron gran éxito, a pesar del varapalo que supuso la invasión de una horda de bárbaros cimerios en c. 630, que contrarrestó utilizando el eficaz sistema de comprarlos. Sabemos también de un exitoso aunque prolongado asedio a Ashdod (probablemente c. 655-630 a.C.) y más avanzado el reinado nos encontramos con fuerzas egipcias operando en Asia, más lejos aún que en los días de gloria de los soberanos de la XVIII Dinastía Tutmosis I y Tutmosis III. Este sorprendente fenómeno fue consecuencia de la doble amenaza contra la existencia misma de Asiría, que suponía por un lado el ascenso de los caldeos en el sur de Irak y, por el otro, el creciente peligro meda en el este de Irán. Esto supuso un rápido cambio de la política asiría respecto a Egipto, en forma de una alianza entre las dos naciones, como resultado de la cual encontramos fuerzas egipcias operando contra los caldeos en la propia Irak en 616 a.C. De ahí que hasta las últimas décadas de la XXVI Dinastía fueran los caldeos el principal enemigo de Egipto.
El sucesor de Psamtek, Nekau II, continuó con la política de su padre en el norte. Inicialmente las cosas fueron bien y, durante un corto período, de nuevo nos encontramos con el espectáculo de las fuerzas egipcias de campaña al este del Eufrates contra los caldeos, derrotando
en passant
a Josías de Judá en 609 a.C. El resultado fue que los egipcios pudieron asentarse en el Eufrates durante algún tiempo, pero esta posición no tardó en perderse en 605 a.C., como resultado de su desastrosa derrota en Carquemish, a la que siguió una brusca retirada hasta la frontera oriental de Egipto. Los egipcios mantuvieron a los caldeos a raya y en esta ocasión la frontera no resultó traspasada. Parece que hubo una cierta recuperación durante el reinado de Psamtek II, que ciertamente fue capaz de organizar algún tipo de expedición a Palestina durante el cuarto año de su reinado. Además, su diplomacia fomentó un alzamiento general en el Levante contra los babilonios, que implicó entre otros a Zedequías de Judá. Heródoto deja muy claro que las operaciones en Oriente Próximo de estos soberanos en modo alguno fueron sólo terrestres, señalando que Nekau construyó una flota de galeras de guerra a remo que pueden haber sido una primera versión de una trirreme y algunas de las cuales fueron utilizadas en el Mediterráneo y otras en el mar Rojo; de hecho, es posible que el frustrado canal se construyera en parte para facilitar el traslado de las fuerzas navales desde el mar Rojo hasta el Mediterráneo cuando las circunstancias así lo requirieran.
Apries se dedicó con vigor al problema caldeo. Inicialmente comenzó una operación a gran escala contra ellos, en colaboración con las ciudades fenicias y Zedequías de Judá. Estas actividades terminaron en desastre y en una posible invasión de Egipto a finales de la década de 850 a.C. Después, una serie de campañas estratégicamente bien concebidas fueron dirigidas contra Chipre y Fenicia (c. 574-570 a.C.), en las cuales se hizo buen uso de la flota. Ahmose II, que sucedió a Apries, se mostró cuando menos afortunado. Fue capaz de derrotar una invasión caldea de Egipto en el cuarto año de su reinado y, posteriormente, los caldeos tuvieron bastantes problemas en el imperio, lo cual los mantuvo ocupados durante la primera parte de su reinado. No obstante, terminó enfrentado a un enemigo mucho más peligroso, creado por el auge de Persia durante el reinado de Ciro el Grande, que ascendió al trono en 559 a.C. Para lidiar con esta amenaza se creó una gran afianza de naciones en peligro, formada por Egipto, Creso de Lidia, Esparta y los caldeos. Con una consumada habilidad estratégica, al destruir Lidia en 546 a.C. Ciro cortó las comunicaciones entre los alejados aliados. Entonces se dirigió contra los caldeos y se apoderó de su capital (Babilonia) en 538 a.C., dejando a Ahmose sin grandes aliados en Oriente Próximo. El faraón reaccionó comenzando a cultivar unas estrechas relaciones con los Estados griegos, con la intención de fortalecerse contra el inminente ataque y de nuevo tuvo suerte: murió en 526 a.C., antes de que se desencadenara la tormenta, dejando a su hijo Psamtek III (526-525 a.C.) la tarea de enfrentarse al asalto aqueménida.
El sur no era una amenaza tan intensa como el norte, sin embargo, los nubios no podían dejarse de lado, entre otras cosas porque no habían abandonado su ambición de gobernar de nuevo Egipto. No hay pruebas firmes de acciones militares contra ellos en el reinado de Psamtek I; de hecho, la introducción de la Estela de Adopción de Nitiqret sugiere que estaba listo para olvidar sus diferencias con los nubios, entre las cuales se contaba la muerte de su padre en campaña contra ellos, y que adoptó una política conciliadora. Es posible que esta postura continuara hasta el final de su reinado, pero debemos tener cuidado y no asumir demasiadas cosas, dada la defectuosa calidad de nuestra documentación. Ciertamente, la situación fue distinta durante el reinado de Nekau, quien en una fecha sin determinar se vio obligado a prestarle atención a lo que un texto fragmentario nos dice que fue una rebelión en Nubia; pero, sin duda, el compromiso militar saíta más importante fue el de Psamtek II, que envió a la zona una gran expedición militar en su tercer año de reinado. Esta operación, diseñada para prevenir una invasión nubia contra Egipto, condujo al ejército egipcio al menos hasta la cuarta catarata. Da la impresión de haber tenido éxito, pues durante el resto de la dinastía no volvemos a saber nada de grandes operaciones en el sur; aunque un papiro demótico del reinado de Ahmose II, cuyo carácter no está claro, describe al rey enviando una pequeña expedición a Nubia y existen pruebas arqueológicas de la existencia de una guarnición egipcia en Dorginarti (Baja Nubia) durante los Períodos Persa y Saíta.
Durante la Dinastía Saíta las relaciones con los libios no siempre fueron buenas. La Estela de Sakkara, del undécimo año del reinado de Psamtek I, nos proporciona, a pesar de su mal estado, pruebas de la existencia de problemas con las tribus libias al oeste. Da la impresión de que los egipcios las derrotaron y no parecen haber seguido siendo un problema, ¡antes al contrario! En torno a 571 a.C. encontramos a los libios pidiendo ayuda a los egipcios para enfrentarse a la política expansionista de Cirene, una colonia griega fundada en su territorio en torno a 630 a.C. Al final del reinado de Apries, esta ciudad se embarcó en un programa de expansión que hizo que chocara con los intereses egipcios y, en la guerra subsiguiente, Egipto fue catastróficamente derrotado. Ahmose II adoptó un punto de vista completamente diferente respecto al problema de Cirene.Ya en 567 a.C. lo encontramos firmando una alianza con ellos contra los caldeos; lazo diplomático que se vio reforzado por su matrimonio con una mujer de Cirene que, según algunas de las fuentes de Heródoto, de forma muy verosímil, era una princesa. Esta alianza soportó el paso del tiempo sorprendentemente bien y todavía existía cuando tuvo lugar la invasión persa en el 525 a.C.
El enfrentamiento de Egipto con Persia estalló con la invasión de Egipto en 525 a.C., que supuso la derrota y captura de Psamtek III por Cambises (525-522 a.C.) en la batalla de Pelusia. Las actividades de Cambises en Egipto tienen una imagen totalmente contradictoria en nuestras fuentes: los comentarios de los autores grecolatinos son extremadamente negativos, mientras que las pruebas egipcias muestran a un soberano ansioso por evitar herir la sensibilidad egipcia y que se presenta a sí mismo como un rey egipcio en todos los sentidos. Este aspecto se ve con fuerza en las inscripciones de la estatua de Udjahorresnet, donde se observan al menos tres aspectos principales: en primer lugar, Cambises había asumido al menos las formas de la realeza egipcia; segundo, estaba perfectamente preparado para trabajar y ascender a egipcios en la administración del país; y tercero, mostró un profundo respeto por la religión nativa egipcia. Este último punto también podemos verlo en su enterramiento de un toro Apis con todo el ritual egipcio.
Nada de ello impidió que a la muerte de Cambises en 522 a.C. estallara una revuelta en Egipto; pero la independencia conseguida entonces tuvo escasa vida, puesto que Darío (522-486 a.C.) fue capaz de conseguir de nuevo el control total del país en 519/518 a.C. Durante su reinado Egipto se asentó en una pauta cuyos comienzos son claramente visibles en el reinado de Cambises. La cabeza del gobierno era el gran rey, cuya posición estaba legitimada por lo que respecta a Egipto mediante el único medio posible, es decir, definiéndose como faraón en los mismos términos que un gobernante nativo. La política de Cambises de aplacar las susceptibilidades ideológicas egipcias también continuó bajo Darío, tanto en cuestiones religiosas como en la administración; la construcción o restauración de templos también fue un rasgo destacado: se restauró la escuela médica de Sais, se comenzó la construcción (o reconstrucción) del templo de Amón de Hibis en el oasis de Kharga y se trabajó en el Busiris, el Serapeo de Sakkara y posiblemente también en Elkab. A Darío también se le atribuye un programa de reforma de la ley
No obstante, no todos los reyes persas mostraron esta delicadeza y Jerjes (486-465 a.C.) recibió una especial mala prensa por su impío desprecio de los privilegios de los templos. En cuanto a la administración, los persas, y tras ellos los ptolomeos, tuvieron el buen sentido de darse cuenta de que el sistema egipcio era el mejor para la tarea; de modo que lo mantuvieron con la mínima presencia persa posible, necesaria para integrar la provincia en la organización imperial aqueménida. Esto consistió principalmente en la inclusión de un sátrapa en la cima del organigrama. El sátrapa, que era un virrey, pertenecía a la crema de la aristocracia persa; pero no por ello dejaban sus actividades de ser vigiladas cuidadosamente por una red de inspectores persas o de informadores con títulos como «ojo del rey» u «oidores». Dirigía la administración central mediante una cancillería controlada por un canciller ayudado por un «escriba». El lenguaje utilizado en la cancillería era el arameo, algo que implicó el empleo de un grupo de traductores egipcios. Por debajo de este nivel, los persas mostraron una marcada tendencia a no innovar. El sistema legal siguió siendo egipcio y podemos identificar a una serie de nativos del valle del Nilo que ocuparon posiciones importantes, cuando no de poder, a lo largo de todo el período.
Al mismo tiempo, podemos ver una inflexible determinación por mantener la provincia firmemente controlada; una política que no se mostró parca a la hora de incluir a no egipcios en Egipto y en las instituciones egipcias donde y cuando los persas consideraron que era necesario. También aseguraron una sustancial presencia militar para el mantenimiento de la paz interior y exterior; además de esperar que Egipto actuara por completo como una satrapía del Imperio Persa. Entre c. 510 a.C. y 497 a.C., Darío terminó la construcción de un canal comenzado durante el reinado de Nakau II, que iba desde la rama pelusiaca del Nilo atravesando Wadi Tumilac hasta los lagos Amargos y el mar Rojo; un proyecto que es innegable que formaba parte de su intento por situar Egipto dentro de la red de comunicación imperial. No sólo se utilizaron artesanos egipcios en construcciones tan lejanas como en Persia, sino que también se explotaron los recursos militares del país para continuar con el impulso expansionista imperial aqueménida: los egipcios estuvieron implicados en el asalto naval a Mileto que acabó con la revuelta jonia en 494 a.C., y los recursos navales y terrestres egipcios tuvieron un papel destacado en los grandes asaltos de Darío y Jerjes contra Grecia en 490 y 480 a.C. Los egipcios proporcionaron cuerdas para el puente de barcos de Jerjes en el Helesponto y ayudaron a su construcción, mientras que la flota del gran rey utilizada contra los estados terrestres en 480/479 a.C. contaba con doscientos trirremes egipcios al mando de Aquemenes, el hermano del propio Jerjes; si las comparamos con los trescientos trirremes proporcionados por los fenicios, tenemos un claro indicio de que Egipto era entonces una potencia naval respetable. Este contingente se comportó especialmente bien en Artemiso, donde capturó cinco navíos griegos junto a sus tripulaciones, aunque este buen comportamiento no parece haberse mantenido en Salamina. Finalmente, debemos mencionar que las obligaciones fiscales de la satrapía también recayeron sobre Egipto, pero que no fueron especialmente opresivas.