Read Historia del Antiguo Egipto Online
Authors: Ian Shaw & Stan Hendrickx & Pierre Vermeersch & Beatrix Midant-Reynes & Kathryn Bard & Jaromir Malek & Stephen Seidlmayer & Gae Callender & Janine Bourriau & Betsy Brian & Jacobus Van Dijk & John Taylor & Alan Lloyd & David Peacock
Tags: #Historia
Hacia el final del Tercer Período Intermedio hubo un marcado retorno a las tradiciones antiguas, acompañado de innovaciones. Se comenzaron a construir de nuevo elaboradas tumbas para la élite. La necrópolis tebana muestra una evolución desde las tumbas con modestas superestructuras de finales del siglo VIII a.C. hasta los gigantescos complejos construidos por Mentuemhat y sus coetáneos a finales de la XXV Dinastía. Se trata de superestructuras independientes con elaboradas habitaciones subterráneas, cuya escala y calidad del trabajo en el monumento indican que los preparativos para la muerte comenzaron a tomarse en serio de nuevo. Aumentó la panoplia del ajuar funerario; el desarrollo de los estilos de ataúd produjo nuevos tipos, donde se combinan el renacimiento de rasgos antiguos con las innovaciones: cajas exteriores rectangulares que representan un santuario o la tumba de Osiris, mientras los ataúdes interiores proyectan una nueva imagen del difunto transfigurado que se asemeja mucho a una estatua, con pilar dorsal y pedestal. Los
shabtis
siguieron un desarrollo paralelo, incorporando estatuillas de la deidad compuesta por Ptah-Sokar-Osiris (también con esta forma) en el ajuar funerario, que terminarían por convertirse en uno de los rasgos más comunes de los enterramientos de la Baja Época. También regresaron los vasos canopos funcionales y, lo que es más importante, la literatura funeraria también gozó de un renacimiento. Una versión revisada del
Libro de los muertos
, la llamada revisión saíta (si bien se trata de un logro de la XXV Dinastía) se escribió en papiros y ataúdes, mientras que el fervor arcaizante de la época llevó a copiar pasajes de los
Textos de las pirámides
y añadirlos al repertorio del momento. Con excepción de este último rasgo, Tebas parece haber sido un importante punto de origen para estas innovaciones, que se difundieron hacia el norte durante el siglo VII a.C. Esto no supone negar que en otras zonas estuvieran teniendo lugar cambios, pero la cronología local en lugares como Menfis es mucho menos clara.
Evolución artística y tecnología
A pesar de la descentralización de Egipto, los productos artesanales no muestran una reducción apreciable en la habilidad de los artesanos. Es cierto que en todo el período raras veces se encuentra una escultura de piedra de gran tamaño, pero a escala más modesta se fabricaron obras de calidad sin par, en los antiguos, pero sin desarrollar, medios del metal y la fayenza. En todos los materiales se aprecian las progresivas tendencias arcaizantes de las que ya hemos hablado, lo que supuso que con el paso del tiempo la consiguiente influencia del Reino Antiguo, Medio y Nuevo se fue haciendo mayor y más aparente.
Hubo una reducción en la cantidad de tipos de estatuas. Las estatuas regias de piedra son particularmente escasas; las de los reyes de la XXI Dinastía son usurpaciones de soberanos anteriores y, si bien durante la XXII y la XXIII Dinastías se elaboraron trabajos originales, la mayor parte de las obras que han llegado hasta nosotros son de tamaño modesto. Sólo durante el gobierno kushita regresó la escultura regia importante y poderosa: la cabeza de granito de Taharqo en El Cairo y la esfinge de Kawa conservada en el Museo Británico figuran entre los ejemplos más llamativos. No obstante, durante la XXII y la XXIII Dinastías se dedicaron en los templos grandes cantidades de estatuas de funcionarios, algunas de las cuales son de una calidad extraordinaria. Las estatuas-cubo fueron muy populares, así como aquéllas en las que el personaje aparece representado sujetando un santuario, estela o imagen de un dios (estatuas naóforas o estelóforas). Los delicados relieves de Sheshonq I en El Hiba y de Osorkon II en Bubastis muestran que seguía produciéndose trabajo bidimensional de gran calidad, si bien la mayoría de los temas de las escenas carecían de originalidad. También floreció la pintura y, en Tebas, la rica tradición decorativa de las tumbas del Reino Nuevo se reemplazó por trabajos de gran calidad en ataúdes, estelas y papiros funerarios.
Quizá la más duradera contribución del Tercer Período Intermedio a la artesanía se encuentre en el arte de la metalurgia. Los sarcófagos de plata de los reyes Psusennes I y Sheshonq II y la amplia gama de recipientes de oro y plata, así como joyas procedentes de las tumbas reales tanitas, atestiguan la continuada habilidad de los metalúrgicos egipcios, si bien en ocasiones es evidente la influencia extranjera en la forma y decoración de los recipientes. Mayor importancia tiene la inmensa expansión del alcance y excelencia técnica de la escultura en metal que se produjo en esta época, en algunos casos en oro y plata, pero la mayor parte en bronce. A menudo las piezas están exquisitamente terminadas y gracias a la incrustación de tiras de metal precioso martilleado dentro de canales en el bronce se muestran brillantes efectos en la superficie. Las estatuillas de fundición maciza eran frecuentes y es ahora cuando comienza la tradición de las pequeñas figuritas de deidades en bronce, que produjo millares de ellas durante los siglos siguientes. Más importantes son las grandes estatuas de bronce hueca fundidas mediante el sistema de la cera perdida, que se dedicaban como ofrendas votivas o se montaban en las barcas portátiles de los dioses. La figura de la «esposa del dios» Karomama en el Museo del Louvre es un ejemplo supremo de este tipo de estatuilla; si bien una serie de estatuas de bronce de Osiris, de las cuales en la actualidad sólo quedan ejemplares descompuestos e incompletos, pueden haber sido igual de imponentes. Estas estatuas, esculpidas entre los siglos IX y vil a.C., son los primeros intentos conocidos de crear grandes estatuas de bronce a la cera perdida y fueron una importante influencia en los primeros trabajos de bronce de los griegos. Los autores clásicos afirman que los artesanos samios utilizaron técnicas egipcias para crear las primeras grandes estatuas huecas de bronce del mundo heleno, una opinión corroborada por el hallazgo en la propia Samos de bronces egipcios de esta época.
Casi igual de vigorosa fue la producción de fayenza. Si bien la fabricación de cristal decayó tras el Reino Nuevo, la de fayenza experimentó un gran auge. La mayoría de los
shabtis
de la época son de este material; pero muchos de ellos están burdamente modelados. Mucho más delicados son los cálices lotiformes, con escenas en relieve de la vida en el campo o del rey en batalla. La forma de los cálices evoca la noción del renacimiento y las escenas que muestran, tanto en éstos como en una serie de cuentas separadoras de fayenza calada, reflejan aspectos de la mitología de la creación. Típicas también del período son unas figurillas mágicas destinadas a proporcionar protección durante el nacimiento y la alimentación del niño; se trata de una fayenza azul verdosa, a menudo con puntos y detalles añadidos en marrón y que suele mostrar al dios Bes, a un mono o a una mujer desnuda sujetando un recipiente o un instrumento musical, o en ocasiones amamantando. Aunque se han encontrado ejemplos en un lugar tan al sur como El Kurru, en Nubia, la mayor concentración se halla en los yacimientos del delta, lo cual indica que ésta fue su principal zona de producción.
Como ya se mencionó al principio del capítulo, las implicaciones peyorativas del término «intermedio» hacen escasa justicia a los cambios que tuvieron lugar en Egipto entre 1069 y 664 a.C. Si bien la estructura de poder dentro del país era muy diferente a la del Reino Nuevo, las ciudades y poblados de Egipto florecieron y la economía del país se mantuvo por lo general saneada. Aunque la descentralización del gobierno condujo a ocasionales luchas por el poder, el sistema adoptado por los faraones libios y modificado por los kushitas fue por lo general efectivo. Es posible que la construcción regia a gran escala fuera limitada, pero la continuidad artística se mantuvo por otros medios (pequeñas esculturas, metalurgia, fayenza) .
En gran medida, el Tercer Período Intermedio constituye un ciclo con personalidad propia dentro de la historia de Egipto, definido por el paso desde la pérdida de unidad al final del Reino Nuevo hasta la restauración de la autoridad centralizada durante el reinado de Psamtek I. La fragmentada política de la época permitió aprender valiosas lecciones (sobre todo de las invasiones asirías) que proporcionaron el ímpetu necesario para restaurar la autoridad centralizada y demostraron el valor ideológico del arcaísmo y el valor político de instituciones como la «esposa del dios Amón» a la hora de promover un Estado más estable y menos turbulento. Los cambios relacionados producidos en la categoría del rey y la importancia concedida a las nuevas tendencias religiosas fueron un presagio del futuro. Por lo tanto, este período sentó los cimientos para la última gran fase de prosperidad del Antiguo Egipto.
Por lo general, los egiptólogos se suelen mostrar desdeñosos con la Baja Época, considerándola demasiado a menudo como el último estertor de una gran cultura. Este tipo de opiniones devalúa los logros históricos de estos siglos, así como la notable vitalidad que continuó mostrando la civilización faraónica. El estudioso de esta época posee además una ventaja única: para las épocas anteriores nos hemos de basar de forma exclusiva o en gran medida en las fuentes egipcias, con sus inherentes distorsiones; mientras que los historiadores de la Baja Época disponen de una gama mucho más amplia de documentación escrita, que ofrece un potencial sin parangón para las referencias cruzadas y, por lo tanto, proporciona puntos de vista sobre la actuación de las instituciones políticas y militares egipcias desprovistos de la pátina propagandística que, invariablemente, aplicaban a sus narraciones históricas los escribas nativos egipcios.
Los siglos que tratamos se dividen en cuatro fases claramente definidas: la Dinastía Saíta (664-525 a.C.); la Primera Ocupación Persa (525-404 a.C.); un período de independencia (404-343 a.C.); y la Segunda Ocupación Persa (343-332 a.C.).
La reunificación saíta de Egipto a mediados de 650 a.C. invirtió una larga tendencia en la historia del país, cuyos precedentes recientes apuntaban imperiosamente hacia una fragmentación continua, salpicada por momentos de ocupación extranjera. Los años que siguieron al final de la XX Dinastía supusieron la desintegración del reinado, sometido a distintas presiones: la debilidad de los últimos soberanos ramésidas provocó el colapso del gobierno centralizado; el crecimiento del poder del sacerdocio de Amón en Tebas creó un rival formidable para la autoridad real; y la infiltración en el país de grupos libios hizo que éstos no tardaran en influir en la jerarquía social y política. No resulta sorprendente que los vigorosos príncipes libios tuvieran pocas dificultades para apoderarse del cargo de rey, creando así una serie de dinastías de eficacia variable. Más adelante, la enmarañada red de la XXV Dinastía —caracterizada por un dominio nubio intermitente— ocupó casi un centenar de años. Aunque la XXV Dinastía comenzó bien, terminó con el país sufriendo mucho debido a la invasión asiría del 671 a.C. y del 663 a.C.
El fundador de la XXVI Dinastía, heredero de este legado, se enfrentó a varios problemas: el antiguo ideal de Egipto como un reino unificado había quedado muy tocado por la rivalidad entre los distintos bloques de poder formados por los dinastas libios y el sacerdocio de Tebas; este reparto del poder generó una debilidad económica que, a su vez, agravó la situación anterior; finalmente, las ambiciones de los enemigos asiáticos y de los reyes nubios por recuperar el control de Egipto suponían una amenaza externa. Cualquier intento de conseguir un Estado egipcio poderoso y unificado dependía de la erradicación, o al menos la neutralización, de estos factores. La XXVI Dinastía tuvo un éxito espectacular en ello, y consiguió el resurgimiento de Egipto como una de las principales potencias internacionales.
El mérito de la reunificación de Egipto hay que concedérselo a Psamtek I (664-610 a.C.), cuyo padre, Nekau I (672-664 a.C.), había gobernado Sais bajo la protección asiría, siendo asesinado por ello por el rey nubio Tanutamani (664-656 a.C.) en 664 a.C. Psamtek sucedió a su padre con apoyo asirio, controlando al principio aproximadamente la mitad del delta y sus principales centros de poder en Sais, Menfis y Atribis, así como manteniendo estrechos lazos religiosos con Buto. Para los asirios se trataba de una continuación del antiguo sistema de gobierno mediante príncipes locales, pero las tornas se estaban cambiando para el tipo de poder que Nínive ejercía sobre Egipto. Dados los importantes compromisos que tenían en otros puntos del imperio, los asirios sencillamente carecían de la capacidad militar necesaria para mantener su posición de modo indefinido en un punto tan alejado hacia el oeste. Con la típica perspicacia saíta, Psamtek I no tardó mucho en aprovecharse de la situación, de modo que su relación con Asiria no tardó en tomar un cariz completamente distinto. En torno a 658 a.C. lo encontramos recibiendo el apoyo de Gyges de Lidia y emancipándose del control asirio; un episodio que muy bien puede haber originado la tradición recogida por Heródoto de que Psamtek utilizó mercenarios carios y jonios en su esfuerzo por fortalecer y extender su autoridad. Además del poder militar, nuestras fuentes destacan otra dimensión de su estrategia: reforzar su base económica desarrollando lazos comerciales con griegos y fenicios. Es evidente que este formidable soberano sabía muy bien que todo poder debe basarse en unas cuentas saneadas.
En 660 a.C. Psamtek controlaba todo el delta y desde esta potente base militar fue capaz de apoderarse del resto del país, lo que finalmente consiguió en 656 a.C., por lo que parece haciendo uso sobre todo de la diplomacia, cuyos mecanismos estaban bien engrasados gracias a la evidente disponibilidad de una sustancial y bien equipada fuerza militar, integrada por unos nunca muy escrupulosos mercenarios extranjeros. También se benefició sustancialmente de la gran maleabilidad de algunos príncipes locales, como los capitanes de Heracleópolis Magna y Mentuemhat en Tebas, quienes comprendieron rápidamente las ventajas de llegar a un acuerdo. Igual de urgente era controlar el poderoso sacerdocio de Amón-Ra en Tebas, que desde el Reino Nuevo había sido un factor significativo en el debilitamiento de la autoridad regia. Psamtek dio un paso importante para lograrlo cuando consiguió que su hija Nitiqret fuera nombrada heredera de la «esposa del dios Amón», iniciando así un proceso que pretendía colocar a la principal fuente de poder eclesiástico meridional firmemente en manos de la dinastía.