Historia del Antiguo Egipto (69 page)

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Authors: Ian Shaw & Stan Hendrickx & Pierre Vermeersch & Beatrix Midant-Reynes & Kathryn Bard & Jaromir Malek & Stephen Seidlmayer & Gae Callender & Janine Bourriau & Betsy Brian & Jacobus Van Dijk & John Taylor & Alan Lloyd & David Peacock

Tags: #Historia

BOOK: Historia del Antiguo Egipto
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Las ampulosas y monótonas titulaturas reales del Período Libio se reemplazaron por otras más sencillas que recuerdan el estilo del Reino Antiguo —el prenomen de Taharqo (Khunefertemra) asimilaba al rey con el dios menfita Nefertem—. La elevada categoría del dios Ptah también se vio reafirmada mediante la conservación del texto conocido como la
Teología menfita de la Creación
. Esta inscripción, supuestamente copiada de un papiro en mal estado por orden de Shabaqo, se talló en una estela de basalto que en la actualidad se encuentra en el Museo Británico; el texto da la primacía a Ptah como creador del universo. Al mismo tiempo, la devoción a Amón, que era un rasgo tan importante de la monarquía kushita, continuó siendo enfatizada con amplias renovaciones y añadidos a los templos de Tebas y con la promoción del papel de Amón como dios creador, tal y como se destaca en la forma y decoración de la notable estructura erigida por Taharqo cerca del lago sagrado de Karnak.

Los lazos interculturales: Egipto y Kush

Los soberanos kushitas ya habían absorbido parte de la cultura egipcia antes de Piy, como demuestra el diseño de las últimas tumbas de El Kurru. Se desconocen las fuentes de esta influencia en los primeros momentos del reinado, pero los contactos comerciales, junto a la supervivencia de algunas prácticas cultuales egipcias en Gebel Barkal, pueden haber sido importantes. Estas tendencias se desarrollaron aún más tras la intensificación de los contactos durante el siglo VIII a.C. y, ya en la época de Kashta, es aparente en la iconografía una fuerte egiptización del soberano. A lo largo de la XXV Dinastía, los soberanos y la élite aparecen representados con vestimentas egipcias, adoptaron las prácticas funerarias egipcias y profesaron devoción a los dioses egipcios. Esta aculturación siguió siendo un componente clave de la cultura kushita siglos después de que los nubios renunciaran al control de Egipto.

La absorción kushita de la cultura material egipcia es visible sobre todo en los monumentos reales. Tanto en Egipto como en Nubia, los templos se construyeron según las tradiciones culturales egipcias, con cuidadosa observancia de los cánones artísticos apropiados y el uso de la lengua egipcia y la escritura jeroglífica en las inscripciones. Si bien fueron enterrados en su tierra natal, los soberanos construyeron tumbas de estilo egipcio, con superestructura en forma de pirámide, una capilla para ofrendas al este y una cámara funeraria abovedada decorada con escenas y textos del repertorio de libros del otro mundo del Reino Nuevo. Sus cuerpos fueron momificados y provistos de ataúdes antropomorfos, vasos canopos y
shabtis
.

Como en el caso de los libios, los efectos de la aculturación probablemente ocultan el origen de muchos kushitas que por estas fechas vivían en Egipto, si bien también ellos conservaron rasgos de su identidad étnica. Los soberanos mantuvieron sus nombres de nacimiento kushitas, a pesar de adoptar nombres egipcios para el resto de la titulatura. Nombres característicamente no egipcios (Irigadiganen, Kelbasken) señalan como kushitas a algunos funcionarios del período, mientras otros adoptaron nombres egipcios al tiempo que conservaban sus nombres nubios. Los rasgos étnicos kushitas, incluida una fisionomía típicamente meridional, piel de color oscuro y los característicos peinados cortos femeninos, aparecen representados en las estatuas, las pinturas y los relieves. No obstante, el intercambio cultural fue casi siempre un proceso en sentido único, pues la cultura material egipcia adoptó muy pocas tradiciones de origen kushita y, cuando se dio el caso, éste no tuvo carácter permanente. Los característicos símbolos de la realeza kushita desaparecieron tras la XXV Dinastía junto a otras innovaciones, como la ocasional representación en los monumentos funerarios de las diosas Isis y Neftis con peinado corto de estilo «nubio».

La XXV Dinastía como período de renovación

Como parte de sus intentos por conseguir legitimidad como faraones, los soberanos kushitas mostraron un gran respeto por las tradiciones religiosas egipcias. Remodelaron la ideología del rey —inspirándose para ello en el lejano pasado, como se ve en sus titulaturas reales, su estilo de enterramiento y la promoción de la ciudad de Menfis— e hicieron referencias deliberadas al Reino Antiguo. Estas asociaciones formaban parte de un renacimiento de raíz más honda que afectó a muchos aspectos de la cultura cortesana, la religión, la escritura, la literatura, el arte, la arquitectura y las prácticas funerarias egipcias durante el primer milenio a.C. Este «arcaísmo» —un regreso a las edades clásicas del pasado como fuente de energía creativa— no era nuevo; se trata de un rasgo recurrente de la cultura egipcia. En este caso tenía su origen en el final del Período Libio y comenzó durante la primera parte del siglo VIII a.C. Ya a finales de la XXII Dinastía y en la XXIII Dinastía, las titulaturas reales muestran una progresiva simplificación, y en la iconografía y las prácticas funerarias reales comienza a ser aparente la imitación de los modelos del Reino Antiguo y Medio. Los kushitas (quizá careciendo de una tradición autóctona adecuada en su tierra natal) siguieron con decisión esta tendencia. De este modo, el arcaísmo se aceleró durante el final del siglo VIII a.C. y el comienzo del siglo VII a.C., quedando completamente sintetizado durante la XXVI Dinastía, período con el que esta tendencia suele asociarse.

En la XXV Dinastía revivió el canon de proporciones del Reino Antiguo para representar figuras bidimensionales, aunque con una reducción del tamaño de los cuadrados en el sistema de rejilla utilizado por los artesanos. Las estatuas, tanto reales como privadas, también imitaron modelos antiguos; de ahí que entre las muchas esculturas encargadas por el gobernador tebano Mentuemhat haya ejemplos que copian tanto la pose en marcha de las estatuas masculinas del Reino Antiguo, como las estatuillas sedentes con manto típicas del Reino Medio. En cuanto a las costumbres funerarias, el ajuar, que se había simplificado durante la XXI y la XXII Dinastías (véase más adelante), en la segunda mitad del siglo VIII a.C. se enriqueció, reviviéndose características antiguas, sobre todo el regreso —en forma revisada— del
Libro de los muertos
, además de introducir nuevos rasgos iconográficos (a menudo con elementos arcaicos incorporados) para ataúdes y tumbas.

Como ya se ha mencionado anteriormente, es probable que el incremento del arcaísmo de los siglos VIII-VII a.C. le deba algo al interés de los soberanos extranjeros por ser aceptados como egipcios. No obstante, un factor adicional era el deseo de preservar el pasado copiando monumentos anteriores. La referencia más explícita a este interés la encontramos en la introducción de la
Teología menfita de la Creación
, en la «Piedra de Shabaqo», donde se relata que el rey había encontrado el texto en un papiro comido por los gusanos y ordenó que fuera transcrito para la posteridad. Sea o no cierta esta afirmación, la intención de conservar la antigüedad de un texto antiguo se refleja en la imitación consciente en la inscripción del formato, las expresiones y la ortografía.

El uso generalizado durante la XXI y XXII Dinastías de materiales antiguos había permitido a los artesanos estudiar y copiar modelos anteriores; por otra parte, la mayor productividad en la construcción de templos y tumbas, fomentada en todo Egipto por los soberanos de la XXV Dinastía, proporcionó una oportunidad de expresar esta nueva tendencia de una forma más detallada. Es sin duda uno de los sistemas mediante los cuales los antiguos modelos se transmitían, si bien existe la posibilidad de que los «libros de referencia», copiados repetidas veces a lo largo de los siglos, tuvieran algo que decir al respecto. No obstante, la copia directa e impersonal era rara. Incluso cuando un relieve de la XXV Dinastía se compara con su modelo del Reino Antiguo, como en la escena de la esfinge de Taharqo (mencionada más arriba), hay en ella algunos elementos innovadores por lo que no se puede desechar por completo el hipotético papel de copias intermediarias, perdidas en la transmisión de semejantes escenas a lo largo de un amplio espacio de tiempo. Como demuestra el ejemplo de las estatuas de Mentuemhat, el renacimiento de la XXV Dinastía y posteriores se caracterizó por un acercamiento ecléctico a las fuentes. Muchas obras de arte mezclan elementos tomados de modelos de períodos diferentes, que en el caso de la XXV Dinastía fueron del Reino Antiguo y Medio más que del Reino Nuevo. Esta mezcla de influencias diversas es aparente incluso en las obras individuales: las estatuas de Taharqo y Tanutamani (664-656 a.C.) procedentes de Gebel Barkal poseen cuerpos con un modelado fuerte y vestidos sencillos, típicos del Reino Antiguo, mientras que sus torsos presentan la línea media característica de las esculturas creadas durante el Reino Medio.

Kush y Asiria

Si bien los monarcas kushitas no habían restaurado un gobierno centralizado en Egipto, su autoridad como señores de todo el país les permitió adoptar una política más activa respecto al Levante de la que había tenido ningún rey libio desde Sheshonq I. Esto llevó al conflicto con Asiría, cuyas fuerzas se habían apoderado durante el siglo VIII a.C. de Babilonia y de partes de la costa mediterránea. Si bien la participación kushita en Palestina terminó provocando la conquista de Egipto por parte de Asiría, ciertamente existía una amenaza para la independencia del país. La lucha comenzó cuando un ejército compuesto de egipcios y nubios avanzó hacia el sur de Palestina en apoyo de Ezequías de Judá, chocando con las tropas de Senaquerib en Eltekeh en 701 a.C. El ejército egipcio fue derrotado, pero esto no impidió que los gobernadores provinciales egipcios siguieran apoyando a otros príncipes extranjeros en su resistencia a Asiría. Así provocado, el rey asirio Esarhaddon decidió conquistar Egipto. Un primer intento de invasión en 674 a.C. fue rechazado; el segundo, dirigido por el propio Esarhaddon, tuvo éxito. Menfis fue tomada y Taharqo huyó a Nubia, dejando a su esposa e hijo como prisioneros en manos de los conquistadores. En vez de intentar gobernar Egipto ellos mismos, los asirios se retiraron, haciendo primero que los principados del delta juraran apoyar la autoridad asiría e impedir cualquier intento de los kushitas por conseguir de nuevo el control de Egipto. Entre estos vasallos se encontraba Nekau (Ñeco) de Sais, cuyo hijo, Psamtek (el futuro Psamtek I), fue conducido a Nínive para ser instruido en las costumbres asirías, antes de ser devuelto y actuar como gobernante de Athribis. No obstante, Taharqo no tardó en recuperar el control de Egipto. El resurgimiento del poder egipcio-kushita (con la posibilidad de una futura interferencia en Palestina) no podía ser tolerado por los asirios y, en 667 a.C., Ashurbanipal, hijo y sucesor de Esarhaddon, invadió Egipto.Taharqo volvió a huir a Nubia y los dinastas egipcios se sometieron a los asirios. Una conjura posterior para reinstalar en el trono a Taharqo fracasó y los vasallos egipcios que habían participado en ella fueron ejecutados. Nekau de Sais se había abstenido de apoyar a los kushitas y su posición se vio fortalecida al ser nombrado gobernador de Menfis.

Taharqo murió en Nubia en 664 a.C. y fue enterrado bajo una pirámide en Nuri, una nueva necrópolis real situada frente a Gebel Barkal. Su sucesor, Tanutamani, no tardó en invadir Egipto y derrotar a los vasallos del delta que apoyaban a Asiría. Esta acción originó una fuerte represalia desde Nínive. Se envió un gran ejército hacia Egipto; toda la parte norte del país fue sometida con rapidez y los asirios llegaron incluso hasta Tebas, que saquearon y desvalijaron. Tanutamani fue expulsado y regresó a Nubia. Los soberanos kushitas, si bien durante varias generaciones siguieron reclamando de forma nominal su autoridad sobre Egipto, nunca fueron capaces de volver a recuperarla. No obstante, el derramamiento de sangre y la destrucción que siguieron a la oposición kushita a Asiría demostraron ser un aviso para navegantes: enfatizaron la necesidad que tenían los gobernantes de los principados de cooperar en lo militar y en lo civil si querían conseguir de nuevo la independencia, además de llevar al poder a un personaje excepcional, que poseía los recursos y la capacidad para liberar Egipto y conducirlo a una nueva fase.

Psamtek de Sais, hijo de Neco, se encontraba entre los gobernantes vasallos dejados por los asirios para controlar las provincias. Durante su largo reinado se liberó del yugo asirio y consiguió triunfar allí donde los kushitas habían fracasado, consiguiendo reunificar todo Egipto bajo su poder. Sólo en este momento se puede decir que terminó el Tercer Período Intermedio, con Egipto dispuesto de nuevo a aceptar los beneficios de un gobierno centralizado controlado por un rey fuerte.

Religión y cultura material en el Tercer Período Intermedio

Aunque parece que existió una cierta continuidad en la práctica del culto en los templos durante todo el Período Faraónico, hay dos factores que caracterizan el Tercer Período Intermedio: la cada vez menor importancia del rey y la cada vez mayor prominencia de las mujeres en las actividades culturales. Un aspecto de la pérdida de la categoría única del rey (véase más arriba) fue que la realización del ritual del templo —esencial para la conservación del universo ordenado— dejó de ser prerrogativa exclusiva suya; desde finales del Reino Nuevo fue el clero el que se encargó cada vez más de llevar a cabo la tarea. Esto, unido al carácter hereditario del cargo de sacerdote durante el período, contribuyó en gran parte a la solidaridad de esta sección de la sociedad. Ahora los sacerdotes a tiempo completo eran algo habitual y el pluralismo les permitió acumular los cargos lucrativos. La culminación de esta tendencia fue la inaudita importancia que tuvo el «gran sacerdote de Amón» de la XXI a la XXIII Dinastías, período durante el cual su poder aumentó con la autoridad civil y militar. No obstante, como ya hemos mencionado anteriormente, la excesiva influencia de este personaje tuvo un efecto desestabilizador en el país y la primacía del puesto quedó eclipsada en el siglo VIII a.C.; la autoridad religiosa en Tebas fue centrándose cada vez más en la «esposa del dios Amón», mientras que el poder civil y el militar se repartió entre varios personajes.

El culto y el personal del templo

La importancia de las mujeres en el culto del templo ya estaba bien establecida en la XXI Dinastía, cuando varios cargos religiosos relevantes los ostentaban las esposas e hijas del gran sacerdote de Tebas. El cargo más destacado era el de «primera granjera del grupo de música de Amón». Si bien su significado religioso concreto todavía no está claro, no es una coincidencia que estas mujeres de alto rango también ostentaran títulos asociados a diosas tan importantes como Mut y Hathor, cada una de las cuales tenía funciones instrumentales en la perpetuación del proceso creativo de Amón y, por lo tanto, en la continuación del cosmos.

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