Read Historia del Antiguo Egipto Online
Authors: Ian Shaw & Stan Hendrickx & Pierre Vermeersch & Beatrix Midant-Reynes & Kathryn Bard & Jaromir Malek & Stephen Seidlmayer & Gae Callender & Janine Bourriau & Betsy Brian & Jacobus Van Dijk & John Taylor & Alan Lloyd & David Peacock
Tags: #Historia
El Alto Egipto estaba menos fragmentado que el delta. Aunque centros como Hermópolis, Heracleópolis, El Hiba y Abydos seguían siendo importantes, Tebas mantuvo su papel predominante durante todo el Tercer Período Intermedio. La resistencia meridional al control impuesto por el norte fue un rasgo recurrente de los siglos X al VIII a.C., teniendo Tebas y sus funcionarios el papel principal.Ya a comienzos de la XXII Dinastía tenemos signos de ello; en inscripciones grabadas a comienzos de su reinado, Sheshonq I ostenta el título de «jefe de Ma» más que el de «rey». Subsiguientemente, el nombramiento del cargo de «gran sacerdote» fue una importante fuente de desavenencias. La reclamación del principado por parte del príncipe Osorkon, hijo de Takelot II, provocó una feroz resistencia, prefiriendo los tebanos reconocer la autoridad de Pedubastis I y Iuput I (reyes de la XXIII Dinastía) y subsiguientemente la de Osorkon III y sus sucesores, antes que la de los faraones tanitas. Con posterioridad, los gobernantes meridionales se aliaron con el rey de Kush y continuaron fechando las inscripciones según el reinado de los monarcas kushitas, incluso después que éstos hubieran sido expulsados de Egipto; en realidad lo siguieron haciendo hasta los primeros años de Psamtek I (664-610 a.C.) de Sais.
Bajo la división política norte-sur subyacía una división étnica. Los nombres, títulos y genealogías revelan que la población del norte era predominantemente libia y la del sur egipcia. Algo que también puede apreciarse en la cultura material. Tras el Reino Nuevo, la evolución de la escritura hierática utilizada en los documentos mercantiles produjo dos formas divergentes: el demótico en el norte y el hierático «anormal» en Tebas; una prueba de que la administración del norte no tuvo impacto apreciable en esta última ciudad. Otros cambios lingüísticos confirman los indicios de una ruptura de las tradiciones del Reino Nuevo: los escribas del Período Libio empleaban construcciones gramaticales y deletreos fonéticos que reflejan el uso de la lengua hablada, en vez del recurso a las construcciones tradicionales, y en las inscripciones monumentales comenzó a hacerse un mayor uso del hierático en detrimento de los jeroglíficos. Estos cambios, sobre todo el último de ellos, son típicos en el norte y reflejan falta de interés por la tradición por parte de los libios, que estaban lidiando por dominar una lengua que les resultaba poco familiar.
La ideología de la realeza
La subordinación del soberano terrenal a Amón, que era el aspecto clave de la teocracia, les pudo parecer a los reyes libios de la XXI Dinastía un medio político de asegurarse la sanción divina para el nuevo régimen. Como ya se mencionó en el capítulo 10, la relación entre Amón y el rey cambió durante el Reino Nuevo. Con la creación de la teocracia en la XXI Dinastía, la independencia política del soberano alcanzó su punto más bajo y su capacidad ejecutiva apenas superaba a la de los grandes sacerdotes. De hecho, al mismo tiempo que tres de los pontífices tebanos adoptaban títulos regios, el faraón Psusennes también aparece como «gran sacerdote de Amón», lo que indica que ambos títulos estaban más cerca de equipararse que nunca. La asunción por parte de los tebanos de los títulos reales fue limitada, pues si bien Herihor y Pinudjem I aparecen representados con prerrogativas regias (del mismo tamaño que los dioses, con vestidos reales y con sus nombres dentro de cartuchos), Herihor sólo aparece así en los relieves de los templos y en el papiro funerario de su esposa Nodjmet, mientras que su prenomen regio es sencillamente el título «gran sacerdote de Amón». El comandante Menkheperra, hijo de Pinudjem I, sólo utilizó los cartuchos de forma ocasional y únicamente una vez aparece con vestidos regios. El único que mostró interés por la categoría de faraón fue Pinudjem I, que fue enterrado con honores reales. Esta realeza esporádica se asumió fundamentalmente por motivos cultuales: como el rey era el punto de contacto entre el mundo de los hombres y el de los dioses, un Estado prácticamente independiente como el del Alto Egipto necesitaba a alguien que representara su papel. A comienzos de la XXII Dinastía, los libios estaban firmemente establecidos en el poder y, por lo tanto, el carácter teocrático del gobierno disminuyó. Sheshonq I y sus sucesores volvieron a enfatizar la autoridad política del rey; pero cuando ésta se debilitó con posterioridad al c. 850 a.C., fueron primero el «gran sacerdote» de Tebas y subsiguientemente las «esposas del dios Amón» y sus funcionarios, más que el propio Amón, los que ejercieron el poder.
Durante los siglos XI-VIII a.C., los soberanos libios hicieron uso de muchas de las manifestaciones externas del gobierno faraónico tradicional para reafirmar su categoría como verdaderos reyes de Egipto. Aparecen representados con vestidos faraónicos, con la titulatura completa de cinco nombres y también en actitud de golpear a los enemigos delante de Amón (atestiguada para Siamon y Sheshonq I), en lo que era un símbolo de su papel tradicional como preservadores de la
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(el orden del universo) mediante la derrota de los enemigos de Egipto; al mismo tiempo, la celebración de una fiesta
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los relacionaba con las pasadas generaciones de soberanos. La fiesta
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que tuvo lugar en Bubastis en el año 22 de Osorkon II (874-850 a.C.) fue conmemorada en los relieves de una puerta de granito rojo especialmente construida para ello que sigue muy de cerca la tradición en las formas de las ceremonias representadas. Para otorgarle más legitimidad al gobierno de los extranjeros, la ideología real se desarrolló según unas líneas cuidadosamente escogidas. Uno de esos cambios es la asimilación más frecuente del rey con el niño Horus, hijo de Osiris e Isis, al cual se alude en la titulatura de varios reyes libios a partir de Sheshonq y que encuentra un paralelo en las representaciones del faraón siendo amamantado por una diosa. Estos fenómenos estaban sin duda destinados a reconciliar a la población indígena con el gobierno de un extranjero; hyksos, persas y ptolomeos encontraron políticamente útil esta asimilación. No obstante, como ya se ha mencionado, los libios nunca se egiptizaron del todo y, a pesar de su aspecto faraónico, sus reyes prefirieron patrones de gobierno distintos a los de sus precursores del Reino Nuevo.
Un claro ejemplo de ello es la aparente tolerancia de los libios a la presencia simultánea de dos o más «reyes», cada uno de ellos titulado «rey del Alto y del Bajo Egipto», sin importar cuáles fueran sus esferas respectivas de influencia. No es el único signo de que los soberanos libios habían adoptado las formas de la realeza egipcia, pero sin comprenderla del todo; durante el Reino Nuevo se concedió gran importancia a la composición de la titulatura, que era distinta para cada rey y reflejaba cuidadosamente el programa pensado para el reinado. Sin embargo, la titulatura de los soberanos libios se caracteriza por una monótona repetición de prenomina y epítetos reales que con frecuencia dificulta la correcta atribución de los monumentos reales de este período.
No sólo resulta más difícil distinguir a los reyes entre sí, sino que se desdibuja la separación entre éstos y sus súbditos. La estructura del poder en Egipto en torno a 730 a.C., tal cual nos la revela la «estela de la victoria» de Piy, muestra a jefes meshwesh en pie de igualdad con reyes, si bien sin títulos reales. Unas pocas décadas después, al final del gobierno kushita, la documentación asiría (el Cilindro de Rassam) revela una situación comparable, con todos los gobernantes locales agrupados juntos sin importar sus títulos. Entre ellos se incluye a un «rey» (Nekau I [672-664 a.C.]), un «gran jefe», un gobernador y un visir. La pérdida de la categoría única del rey se manifiesta de numerosas maneras. En el arte, las personas no pertenecientes a la realeza se representan realizando actos anteriormente reservados a los reyes: en una estatuilla un jefe libio aparece arrodillado y realizando una ofrenda a un dios; un relieve muestra a otro jefe consagrando «piezas selectas» de carne en el altar de los dioses de Mendes; un «gran sacerdote de Amón» y un sacerdote de menor rango ofrecen en estelas una imagen de
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. El mismo fenómeno se refleja en las fuentes económicas, sobre todo en las «estelas de donación». En el Reino Nuevo sólo el rey realizaba estas donaciones; en el Tercer Período Intermedio son numerosas las estelas que recogen donaciones a los templos y, si bien en ocasiones el donante es el rey, en la mayoría de las ocasiones se trata de un jefe libio o de un particular. Incluso los nombres personales pueden ser reveladores: Ankh-Pediese, mencionado en una estela del Serapeo como nieto del «gran jefe de los meshwesh Pediese», tiene un nombre que significa «Que Pediese pueda vivir» y con el cual conmemora a un jefe libio en un contexto donde tradicionalmente sólo se mencionaba a personas de la familia real (el rey o la «esposa del dios Amón»). Quizá lo más notable de todo sea la intrusión de miembros del séquito del rey en el lugar de enterramiento de su señor: el entierro del general Wendjebauendjed en una cámara de la tumba de Psusennes I en Tanis habría sido algo impensable durante el Reino Nuevo, pero ahora el rey tenía más bien el carácter de un señor feudal, apoyado por una red de parientes cercanos y criados cuyos lazos con él eran importantes incluso en la tumba.
El ejército durante el Período Libio
Tras el Reino Nuevo, la principal base del poder en Egipto fue el ejército y no el control burocrático. El nuevo orden fue fundado por comandantes de ejército y durante toda la XXI Dinastía los gobernantes del principado meridional fueron en su mayoría generales. Los nombramientos de los soberanos de la XXII Dinastía se aseguraron de que la mayoría de los gobiernos provinciales estuvieran ocupados por comandantes del ejército y las referencias a las fortalezas y guarniciones bajo su mando demuestran que sus títulos no eran meramente honoríficos.
La construcción de fortalezas es una de las actividades mejor documentadas de este período. Pocas están atestiguadas arqueológicamente por algo más que unos pocos restos, pero el emplazamiento de muchas de ellas se conoce gracias al hallazgo de ladrillos estampillados con los nombres de sus fabricantes. Estas pruebas demuestran que durante la XXI Dinastía se construyó en el Alto Egipto toda una serie de fortalezas (probablemente durante los reinados de Pinudjem I y Menkheperra). Existe una especial concentración de estas instalaciones en la orilla este del Nilo en el Egipto Medio septentrional, en El Hiba, Sheihk Mubarek yTehna (Akoris). Desde estas fortalezas se podía mantener un cuidadoso control del tráfico del Nilo y aplastar con rapidez muchas insurrecciones locales.
El Hiba no era un mero punto de control y guarnición. Se trataba de un fuerte fronterizo y fue el cuartel general septentrional de los gobernantes del Alto Egipto durante la XXI Dinastía. Aquí se han encontrado cartas de la época, escritas sobre papiro, donde se menciona a los generales Piankh y Masaharta y de esta misma zona probablemente procedan los papiros con las composiciones literarias
La historia de Wenamon
,
Las tribulaciones de Wermai
y el
Onomastícon de Amenemope
. El emplazamiento siguió funcionando como importante cuartel general militar durante la XXII Dinastía; Sheshonq I construyó aquí un templo al que realizó añadidos Osorkon I. Posteriormente, el príncipe Osorkon utilizó el lugar como base de operaciones durante su conflicto con sus oponentes tebanos.
Durante el Tercer Período Intermedio, los asentamientos civiles también parecen haber adquirido el carácter de fortalezas militares. En los turbulentos momentos de finales del Reino Nuevo, la administración de la orilla occidental de Tebas se refugió en el fortificado templo de Medinet Habu, que aparentemente se convirtió en la residencia de los grandes sacerdotes durante la XXI Dinastía. No es el único caso. La descripción de la campaña de Piy en c. 730 a.C. muestra que las ciudades como Hermópolis y Menfis estaban fortificadas y eran lo bastante fuertes como para soportar un asedio. Resulta evidente que el estilo de vida de los egipcios había adquirido un aspecto defensivo.
Las grandes concentraciones de tropas a lo largo del Nilo pueden tener su origen en la determinación de los jefes libios por imponer su gobierno sobre todo Egipto. Esto, junto a la bien documentada resistencia de Tebas al control externo, probablemente explique la presencia de fortalezas de la XXI Dinastía en emplazamientos tan meridionales como Qus y Gebelein, donde apenas podían haber servido como protección en caso de un ataque procedente del exterior del valle del Nilo. Durante el reinado de Pinudjem I tuvo lugar una rebelión en la zona tebana, pero su naturaleza es oscura. De hecho, sólo se conoce por la estela erigida por el «gran sacerdote» Menkheperra para conmemorar el perdón de algunos de los implicados y su regreso del oasis al cual habían sido exiliados como castigo. Más de un siglo después, los enfrentamientos del príncipe Osorkon contra los rebeldes tebanos demostraron la necesidad del ejército para conservar la autoridad de esta zona.
La relativamente tranquila política exterior de los soberanos egipcios durante el Tercer Período Intermedio puede considerarse como la lógica contrapartida a su situación interna. Con un régimen cada vez más descentralizado y con una parte sustancial de la fuerza militar utilizada para mantener el orden dentro de Egipto, es probable que no se pudieran conseguir ni la concentración de fuerzas ni los recursos económicos necesarios para llevar a cabo una política expansionista consistente.
Economía y control de los recursos durante las Dinastías XXI-XXIV
El período que va desde la XXI hasta la XXIV Dinastía destaca por la escasez de monumentos de piedra a gran escala del tipo erigido durante el Reino Nuevo. Excepto por los realizados en Tanis, los trabajos de construcción de los reyes se redujeron principalmente a añadidos menores y a la reparación de estructuras ya existentes. Este reducido nivel de actividad coincide con un amplio reciclado de monumentos y materiales, un fenómeno particularmente evidente en Tanis, donde gran parte de los objetos de piedra —bloques, columnas, obeliscos y estatuas— se trajeron desde Piramsés y otros lugares para reinscribirse o, sencillamente, reconstruirlos sin modificaciones. Si los comparamos con la producción de otros períodos, estos factores pueden considerarse como signos de una economía débil. De hecho, es indudable que con el Tercer Período Intermedio comenzó una época de tensión económica y, por lo que podemos percibir, los ingresos procedentes del Levante y el interior de África fueron muy reducidos si se equiparan con los que estuvieron disponibles durante el Reino Nuevo.