Read Historia del Antiguo Egipto Online
Authors: Ian Shaw & Stan Hendrickx & Pierre Vermeersch & Beatrix Midant-Reynes & Kathryn Bard & Jaromir Malek & Stephen Seidlmayer & Gae Callender & Janine Bourriau & Betsy Brian & Jacobus Van Dijk & John Taylor & Alan Lloyd & David Peacock
Tags: #Historia
En Nagada I la cabeza más o menos esquemática de hombres barbudos parece constituir un nuevo tipo de categoría de representación humana, la cual se desarrollará más en Nagada II. Tallados en bastones arrojadizos de marfil o en la punta de defensas de elefantes o hipopótamos, el rasgo que comparten todas estas figurillas es la presencia de una barba triangular, a menudo equilibrada con un pequeño «gorro frigio» dotado de un agujero para colgarlas. Al contrario que en el caso de las mujeres, los hombres dejan de estar representados sólo por sus rasgos sexuales primarios y pasan a estarlo por un rasgo sexual secundario y la categoría social que éste les confiere. Resulta evidente que la barba era un símbolo de poder y, en forma de «falsa barba» ceremonial, quedó posteriormente reservada en exclusiva a las barbillas de reyes y dioses.
Otro símbolo de poder que caracteriza la fase Nagada I es la cabeza de maza discoidal, por lo general tallada en una piedra dura, pero en ocasiones en otros materiales más blandos, como la caliza, la terracota e incluso el barro sin cocer; hay veces en que la maza viene acompañada de un mango. Fue durante esta fase cuando comenzaron a desarrollarse las técnicas para trabajar tanto las piedras duras como las blandas (incluidas la grauvaca, el granito, el pórfido, la diorita, la brecha, la caliza y el alabastro egipcio), una destreza que terminará por lograr que la egipcia sea la «civilización de la piedra»
par excellence
. Las paletas de grauvaca para cosméticos son un objeto selecto del ajuar funerario del Amraciense. Sus formas se diversificaron cada vez más, variando desde sencillas paletas ovaladas, en ocasiones con figuras incisas, hasta formas zoomorfas completas, entre las que figuran peces, tortugas, hipopótamos, gacelas, elefantes y pájaros (si bien el número de animales representados en los recipientes cerámicos pintados nunca fue mucho mayor).
La producción de objetos de hueso y marfil, incluidos sacabocados, agujas, punzones y cucharas amplió —y mejoró— el repertorio de la cultura badariense. En las tumbas de Nagada I no se han encontrado demasiados objetos trabajados en piedra, pero su escasez viene compensada por su calidad. Las delicadas y largas hojas de retoque bifacial, algunas de hasta 40 centímetros de largo, estaban serradas de forma regular. Su rasgo más peculiar es que fueron pulidas antes del retoque. Este proceso también fue utilizado en bellos puñales de hoja bifurcada, que parecen ser el antecedente de una herramienta del Reino Antiguo conocida como
pesheskef
, utilizada durante la ceremonia funeraria de la «apertura de la boca».
La esteatita vidriada, ya conocida en el Período Badariense, continuó utilizándose. Los primeros intentos por crear fayenza egipcia parecen datar de la fase Nagada I, cuando un núcleo de cuarzo pulverizado era modelado convenientemente y luego recubierto con un vidriado a base de natrón coloreado con óxidos metálicos.
La metalurgia presenta escasas diferencias con la del Período Badariense, excepto alguna ampliación del repertorio, que pasa a contar con objetos como alfileres, arpones, cuentas, alfileres curvos y brazaletes, realizados a menudo batiendo el cobre nativo. El extremo de las puntas de lanza bifurcadas encontradas en una tumba de El Mahasna, que imitan modelos en piedra, permite compararlas con las técnicas de producción de metal utilizado por sus vecinos norteños de Maadi.
La imagen obtenida al analizar las tumbas y su contenido es la de una sociedad estructurada y diversificada, con una cierta tendencia hacia una organización jerárquica, en la cual ya se pueden ver de forma embrionaria los principales rasgos de la civilización faraónica.
Comparados con los importantes restos del mundo de los muertos, los restos conservados de los asentamientos de Nagada I son pobres, no sólo porque se han conservado muy pocos de ellos, sino también por la naturaleza de las prácticas de uso de la tierra durante el Predinástico. Como los edificios que formaban los asentamientos estaban construidos sobre todo mediante una mezcla de barro y materiales orgánicos (como madera, cañas y palmera), no se han conservado bien y los arqueólogos tendrían que invertir un esfuerzo considerable para obtener una cantidad mínima de datos. Entre los restos de chozas subdivididas hechas de tierra batida (de las cuales no se sabe aún con certeza si se trata de lugares de habitación) se encuentran hogares y agujeros de poste. Las zonas de habitación están señaladas por depósitos de materia orgánica con una potencia de docenas de centímetros. El único edificio que se conserva se ha excavado en Hieracómpolis, donde un equipo norteamericano descubrió una estructura artificial quemada formada por un horno y una casa rectangular (4 x 3,5 metros) parcialmente rodeada por un muro. Si bien es posible que este tipo de casas existiera en los asentamientos del valle del Nilo durante esta época, hemos de tener en cuenta que Hieracómpolis bien puede haber sido un poblado inusual: desde muy temprano fue un enclave importante y, si hemos de juzgar por sus tumbas a gran escala, a partir de esta época se convirtió en el centro de un grupo de élite.
Una de las consecuencias de la falta de asentamientos excavados es un conocimiento impreciso de la economía de Nagada I. Entre los animales domésticos presentes en el ajuar funerario figuran la cabra, la oveja, los bóvidos y los cerdos, que han sobrevivido en forma de ofrendas de alimento o de pequeñas estatuillas modeladas con arcilla. En cuanto a la fauna salvaje se refiere, parece haber existido muchas gacelas y peces. Respecto a las plantas, se cultivaban la cebada y el trigo, así como guisantes, cizañas, el fruto del azufaifo y un posible antepasado de la sandía.
Durante la segunda fase de la cultura Nagada tuvieron lugar cambios fundamentales, producidos no en las zonas marginales, sino en el corazón mismo del Amraciense; en esencia se trató más de una evolución que de un cambio brusco. La fase Nagada II se caracteriza sobre todo por la expansión, pues la cultura gerzense se difundió desde su punto de origen en Nagada hacia el norte (Minshat Abu Ornar, en el delta) y hacia el sur (Nubia).
Hubo una evidente aceleración de la tendencia funeraria apreciada por primera vez en el Amraciense, con unos pocos individuos enterrados en tumbas más grandes y elaboradas, con unos ajuares funerarios más ricos y abundantes. El Cementerio T de Nagada y la Tumba 100 de Hieracómpolis (llamada la «tumba pintada») son buenos ejemplos de esta generalizada tendencia.
Los cementerios gerzenses incluyen un amplio repertorio de tipos de tumba, que van desde las pequeñas tumbas ovaladas o redondas, con pocas ofrendas, hasta enterramientos en recipientes de cerámica, pasando por la excavación de recintos rectangulares divididos por muretes de adobe, con compartimientos específicos para las ofrendas. Había ataúdes de madera y barro sin cocer, además de producirse los primeros intentos por envolver los cuerpos en tiras de lino. Este tipo de «momificación» temprana se puede ver en un tumba doble de Adaima, un yacimiento del Alto Egipto que desde 1990 está excavando el Instituto Arqueológico Francés de El Cairo. Por lo general, los enterramientos de Nagada II siguen siendo individuales; pero los múltiples, con hasta cinco individuos, se hacen más abundantes. Los rituales funerarios parecen más complejos, en algunos casos con desmembramiento del cadáver, una práctica no atestiguada en la fase precedente. En la T5 de Nagada, una serie de huesos largos y cinco cráneos se dispusieron siguiendo los muros y en Adaima hay algunos ejemplos de cráneos separados de sus torsos. La posible existencia de sacrificios humanos fue planteada por Petrie para Nagada y en Adaima se han identificado dos casos de gargantas cortadas seguidas de decapitación. Si bien son escasas y dispersas, estas posibles pruebas de autosacrificio pueden haber sido un temprano preludio a los sacrificios humanos en masa enterrados en torno a las tumbas reales del Dinástico Temprano en Abydos, que supusieron un punto de inflexión en la aparición de la realeza egipcia del Período Dinástico.
Surgieron dos nuevos tipos de cerámica: el primero es una «cerámica basta» que apareció en tumbas fechadas en esta fase, pero que posteriormente se encuentra en contextos domésticos; el segundo es una «cerámica margosa», fabricada en parte con una arcilla calcárea procedente más de los
wadis
del desierto que del valle del Nilo. La cerámica margosa, en ocasiones decorada con dibujos de color ocre sobre fondo crema, reemplaza a la cerámica roja con dibujos blancos de la fase Nagada I. Se dibujan dos tipos de motivos: geométricos (triángulos, espiguillas, espirales, ajedrezados y líneas onduladas) y figurativos. El repertorio se limita a unos diez elementos, combinados según un sistema de representación simbólica que todavía no se comprende del todo.
El motivo predominante en el arte figurativo de esta fase es el barco; su omnipresencia refleja la importancia del río, no sólo como fuente de peces y aves silvestres, sino también como principal vía de comunicación, imprescindible para la expansión tanto hacia el norte como hacia el sur de la cultura Nagada. Gracias al barco se obtenían materias primas como marfil, oro, ébano, incienso y pieles de gatos salvajes, del sur, y cobre, aceites, piedra y conchas venidas del norte y del este, destinadas sobre todo a una élite social cuya posición se diferenciaba cada vez más del resto de la población. En estas imágenes el barco representa tanto un medio de transporte como un símbolo de categoría social. No obstante, resulta evidente que a partir de esta época el Nilo, que fluye de sur a norte, se había transformado también en un río mítico por el que navegaban los primeros dioses. La relación entre el orden humano y el orden cósmico ya se estaba estableciendo.
Durante la fase Nagada II se produjo un considerable desarrollo de las técnicas del trabajo de la piedra. Se descubrieron y explotaron a lo largo de todo el Nilo, así como en el desierto, especialmente en Wadi Hammamat, varios tipos de caliza, alabastro, mármol, serpentina, basalto, brecha, gneis, diorita y gabro. La cada vez mayor habilidad en el trabajo de la piedra dejó el camino expedito para los grandes logros de la arquitectura faraónica en este material. Los cuchillos
ripple-flakled
de esta época figuran entre los mejores ejemplos de trabajo en sílex de cualquier lugar del mundo.
Las paletas para cosméticos reducen su número, evolucionando hacia formas simples rectangulares y romboidales, al mismo tiempo que empiezan a decorarse con relieves, comenzando una práctica que irá evolucionando hacia las paletas decoradas de estilo narrativo de la fase Nagada III. Las cabezas de maza discoidales del Período Amraciense son reemplazadas por las piriformes, dos ejemplares de las cuales ya se conocen de época anterior en el asentamiento neolítico de Merimda Beni Salama. En la fase Nagada II la cabeza de maza ya se había transformado misteriosamente en un símbolo de poder y durante la época faraónica fue el arma que blandía el rey victorioso.
El trabajo del cobre se intensificó, dejando de estar limitado a pequeños objetos y comenzando a producirse de forma progresiva objetos que reemplazaron a otros de piedra, como hachas, hojas, brazaletes y anillos. Junto a los progresos en la metalurgia del cobre se aprecian otros similares en el uso del oro y la plata; de hecho, las pruebas encontradas en yacimientos como Adaima sugieren que el creciente atractivo del metal puede muy bien ser la explicación de gran parte de los robos de tumbas producidos durante el Período Predinástico.
La imagen de la sociedad Nagada II que obtenemos es la de la una base perfecta para el desarrollo de una clase de artesanos especializados al servicio de la élite. Las consecuencias de ello son dobles: la primera es que tenía que existir una economía capaz de mantener grupos de artistas no productores, al menos durante una parte del año; la segunda, que hubo centros urbanos que reunían a clientes, talleres, aprendices de artesano y servicios necesarios para el intercambio comercial.
Este proceso de desarrollo cultural estuvo siempre estrechamente ligado al Nilo. Tal y como mostró Michael Hoffman en su interpretación de los restos predinásticos de Hieracómpolis, los asentamientos se agrupaban cerca del río, donde se encontraba la tierra cultivada y unas sencillas técnicas de irrigación artificial permitían aprovechar la crecida anual. Todo el valle del Nilo estaba ocupado por varios poblados, que a menudo sólo conocemos por sus cementerios. Tenemos pruebas de la existencia de diferentes clases de cebada, trigo, lino, frutos (como la sandía y los dátiles) y verduras. Al igual que en la fase anterior, las reses, cabras, ovejas y cerdos formaban el grupo de animales de cría. Entre los animales domésticos, y a juzgar por sus enterramientos en el interior del asentamiento de Adaima, el perro disfrutaba de una categoría especial. Los peces también desempeñaron un papel importante en la dieta, pero la caza de grandes mamíferos de río y de desierto (como el hipopótamo, la gacela y el león) fue poco a poco quedando restringida socialmente, hasta que terminó convertida en una prerrogativa de los grupos de la élite social.
En el Alto Egipto surgieron tres grandes centros urbanos: Nagada, la «ciudad del oro», en la boca de Wadi Hammamat; Hieracómpolis, más hacia el sur; y Abydos, donde terminaría estando la necrópolis de los primeros faraones. En Nagada, Petrie y Quibell descubrieron en 1895 dos grandes zonas residenciales: la «ciudad sur» (en la parte central del yacimiento) y la «ciudad norte». La «ciudad sur» cuenta con una gran estructura rectangular de 50 x 30 metros, que posiblemente sean los restos de un templo o una residencia real. Al sur de esta gran estructura se pueden distinguir un grupo de casas rectangulares y un recinto. Estos dos elementos, la casa rectangular y el muro del recinto, son típicos de las nacientes ciudades de Nagada II. Si bien existe escasez de restos arqueológicos primarios para los asentamientos de esta época, dos objetos encontrados en un contexto funerario ayudan a compensar esta deficiencia. El primero es un modelo en terracota de una casa, hallada en una tumba gerzense en El Amra (Museo Británico). En una tumba amraciense de Abadiya apareció un segundo modelo de casa (Oxford, Ashmolean Museum) con un muro almenado, detrás del cual aparecen dos personas de pie; la fecha amraciense del segundo modelo sugiere que las casas de este tipo comenzaron a utilizarse en época relativamente temprana.