Read Historia del Antiguo Egipto Online
Authors: Ian Shaw & Stan Hendrickx & Pierre Vermeersch & Beatrix Midant-Reynes & Kathryn Bard & Jaromir Malek & Stephen Seidlmayer & Gae Callender & Janine Bourriau & Betsy Brian & Jacobus Van Dijk & John Taylor & Alan Lloyd & David Peacock
Tags: #Historia
El rey dominaba por completo la decoración mural, incluso en las tumbas de la élite en Akhetaton. Las representaciones de Akhenaton y su esposa e hijas (así como las imágenes de los diferentes templos de Akhetaton) son ubicuas, y los himnos y fórmulas de ofrendas estaban dedicados al rey y a Atón en la misma proporción. Es interesante comprobar que en las fórmulas de ofrendas es el propio rey, y no el dueño de la tumba, quien con frecuencia —si bien no exclusivamente— se dirige al dios. Las únicas copias que se conservan del famoso
Gran himno a Atón
, el texto más completo referido a los dogmas principales de la nueva religión (escrito probablemente por el propio Akhenaton), se encuentran en estas tumbas. Tanto este himno como el resto de textos de Amarna se escribieron en un lenguaje oficial recientemente creado que se acercaba mucho más a la lengua hablada que el egipcio clásico, el utilizado hasta entonces en los textos religiosos y oficiales. La separación entre la lengua vernácula y la oficial no desapareció por completo; pero esta decisión estimuló enormemente el uso de la primera para las composiciones literarias, lo cual dio lugar a toda una nueva literatura en los siglos que siguieron al Período Amárnico.
Osiris, el dios de los muertos más importante, se proscribió desde el comienzo mismo del reinado de Akhenaton. Incluso Akhenaton, rechazó la doctrina que consideraba a Osiris como la manifestación nocturna del dios sol, bien asentada en la religión funeraria desde mucho antes de Amarna. Atón era un dios de luz dadora de vida; durante la noche estaba ausente, pero no está claro dónde se pensaba que iba. Se ignoraron por completo la oscuridad y la muerte, en vez de considerarse como un estado de regeneración positivo y necesario. Durante la noche los muertos sencillamente dormían, como cualquier otro ser vivo y también el propio Atón. No se encontraban en el «Bello occidente», el más allá, y sus tumbas ni siquiera estaban situadas físicamente en el oeste, sino en el este, por donde amanece. La «resurrección» de los muertos tenía lugar durante la mañana, cuando aparecía Atón. El propio dios representaba «el momento en el cual uno vive», tal y como dice el
Gran himno
. Los muertos existían, por lo tanto, mediante su continua presencia junto a Atón y el rey en el templo, donde se alimentaban (ellos o sus almas
ba
) con las ofrendas diarias. Por esta razón, las tumbas privadas de Amarna están llenas de representaciones de los templos de Atón y del rey conduciendo por el camino real hacia los templos y realizando ofrendas en ellos. Los templos y palacios de Akhenaton eran el nuevo más allá; los muertos ya no vivían en sus tumbas, sino en la tierra, entre los vivos. Por lo tanto, las tumbas sólo servían como lugares de reposo nocturnos. La momificación continuó practicándose, porque por la noche el
ba
regresaba al cuerpo hasta el siguiente amanecer. Por este motivo, los rituales funerarios, incluidos las ofrendas y el ajuar funerario, parecen continuar; si bien la mayoría de los
shabtis
ya no llevan el capítulo del
Libro de muertos
que tradicionalmente se escribía sobre ellos. Es difícil saber cómo eran los ataúdes y sarcófagos particulares, puesto que en Amarna no se ha encontrado ninguno. En el gran sarcófago de piedra de Akhenaton, las cuatro diosas que tradicionalmente aparecían en las esquinas se reemplazaron por figuras de Nefertiti, y algunos hallazgos de otros yacimientos sugieren que los sarcófagos privados también estuvieron decorados con imágenes de miembros de la familia del difunto, más que con deidades funerarias. Tampoco había «juicio de los muertos» delante del trono de Osiris, que hasta entonces el difunto tenía que pasar para poder conseguir la categoría de
maaty
(«justificado»); en vez de ello, los funcionarios del rey conseguían la vida tras la muerte siguiendo las enseñanzas de Akhenaton y siéndole totalmente leales durante su vida. Akhenaton era el dios que garantizaba la vida y una tumba, tras una larga vida disfrutando de su favor; era la encarnación de
maat
y sus súbditos sólo podían convertirse en
maatyu
mediante su lealtad hacia él; sin ésta no habría vida tras la muerte. La existencia sobre la tierra dependía del rey, quien por lo tanto monopolizaba todos los aspectos de la religión amárnica, incluidas las creencias religiosas.
La mayor parte de nuestros conocimientos sobre la nueva religión de Akhenaton proceden de sus primeros monumentos en Tebas y de la propia ciudad de Amarna. Lo que sucedió en el resto del país, sobre todo después de que el rey se trasladara a su nueva capital, está mucho menos claro. Casi con total seguridad, Akhenaton viajó fuera de Akhetaton; incluso estipuló (en las «estelas de frontera») que, en caso de que muriera en cualquier otro lugar, su cuerpo tenía que llevarse a Amarna y enterrarse allí. Aparte de sus tempranas actividades constructivas en Nubia, sabemos de la existencia de templos de Atón en Menfis y Heliópolis, y quizá hubiera más. Algunos bloques menfitas muestran la forma más tardía del nombre de Atón (posterior al año 9 aproximadamente), al igual que un bloque aislado encontrado en Tebas; por lo tanto, es evidente que incluso después de la radicalización de la reforma de Akhenaton continuaron los trabajos constructivos fuera de Amarna. Lo que no sabemos es hasta qué punto se abolieron realmente los cultos tradicionales; nuestro punto de vista está muy influenciado por la descripción posterior de la situación que ofrece la Decreto de Restauración de Tutankhamon, cuyo tono es evidentemente propagandístico.
En la práctica diaria, la nueva religión probablemente sólo reemplazó a la religión oficial del Estado y a la de la élite; la mayor parte del pueblo continuó adorando a sus dioses tradicionales, a menudo locales. Incluso en la propia Amarna se han conservado bastantes objetos votivos, estelas y pinturas murales que representan o mencionan a dioses como Bes y Taweret (ambos relacionados con los partos), la diosa de la cosecha Renenutet, las deidades protectoras Isis y Shed («el salvador», una nueva forma de Horus desconocida antes de Amarna),Thoth (el dios de los escribas), Khnum, Satet y Anuket (la tríada de Elefantina), Ptah de Menfis e incluso Amón de Tebas.
No siempre resulta sencillo decidir si los relieves de las tumbas, las estelas y los objetos del ajuar funerario que mencionan a Atón junto a dioses tradicionales como Osiris, Thoth o Ptah datan del comienzo del reinado, de mediados o incluso del período inmediatamente posterior a la época amárnica. Tampoco sabemos si el difunto enterrado en una necrópolis distinta a la de Akhetaton se suponía que compartía las ofrendas del templo de Atón en Amarna o las que se hacían en el de su ciudad natal o cómo volvían a la vida los difuntos en los lugares donde no había un templo atoniano. Es necesario investigar mucho más, sobre todo en la necrópolis de Menfis, donde todavía quedan por descubrir muchas tumbas del período.
Tampoco está claro qué sucedió con la administración civil durante la época amárnica. Es evidente que Akhetaton reemplazó a Tebas como capital religiosa y centro de culto estatal; mas ¿hizo lo propio con Mentís como capital administrativa? Uno de los dos visires residía en Amarna, pero su colega septentrional continuó en Menfis. Seguramente esta ciudad conservó su posición como centro administrativo del país durante el Período Amárnico. Es probable que la situación durante el período saíta sea un paralelo: los reyes de la XXVI Dinastía favorecieron mucho a su ciudad natal, Sais (si bien eran de origen libio), que funcionaba como su capital, y muchos de los ingresos del Estado iban a parar al templo de su diosa, Neith. Sin embargo, durante esta época Menfis continuó siendo el centro administrativo de Egipto; una situación que continuó hasta que el sucesor de Alejandro Magno trasladó los restos mortales de éste hasta Alejandría y convirtió la ciudad en el centro del Egipto ptolemaico y romano.
Si bien el episodio amárnico apenas duró veinte años, su impacto fue enorme. Quizá se trate del acontecimiento más importante de la historia religiosa y cultural de Egipto y dejó su marca en la conciencia colectiva de sus habitantes. Aparentemente, el país regresó a la religión tradicional anterior a Akhenaton, pero la realidad es que nada volvió a ser igual. Algunos de los cambios se pueden detectar en las disposiciones funerarias de la élite, siempre un buen barómetro de las cambiantes actitudes religiosas. Más evidentes son los cambios en la arquitectura de las tumbas. En Menfis, sobre todo, aparecieron tumbas que se parecían a templos en todos sus aspectos esenciales. En Tebas continuaron utilizándose tumbas excavadas en la roca, pero su arquitectura y decoración se adaptaron al mismo nuevo concepto: la tumba entendida como un templo mortuorio privado para su dueño, cuyo culto funerario se integra con el culto a Osiris. Este dios, prohibido por Akhenaton, se consideraba universalmente como la manifestación nocturna de Ra y su papel en las cuestiones funerarias aumentó de forma drástica comparado con la época anterior a Amarna. En estas tumbas, el símbolo solar
par excellence
, la pirámide, hasta entonces una prerrogativa real, aparece sobre el tejado de la capilla central, por lo general con un pináculo (el piramidón o piramidión) decorado con escenas de adoración delante de Ra y Osiris. En la propia capilla central, la estela principal, el centro focal del culto, a menudo muestra una escena doble simétrica con ambos dioses sentados espalda contra espalda. Las estatuas que con anterioridad se solían depositar en los templos ahora comienzan a aparecer en las tumbas privadas, incluidas imágenes de diferentes dioses y estatuas naóforas, que muestran al difunto sujetando un santuario con la imagen de un dios.
Los relieves y pinturas de los muros de las tumbas dejaron de estar centrados en imágenes de la carrera y la ocupación profesional del difunto y, aunque éstas no desparecieron por completo, pasaron a representarlo con un largo vestido de lino plisado (a menudo llamado de forma errónea el «vestido de la vida diaria») y una elaborada peluca mientras adoraba a Ra, a Osiris y a toda una amplia variedad de dioses. El mismo tipo de vestido de fiesta aparece también en los sarcófagos antropomorfos y los
shabtis
, que hasta entonces mostraban al difunto exclusivamente como momia. Aparte de uno o dos ejemplos muy de comienzos del reinado de Tutankhamon, las escenas en las que el difunto aparece presentando ofrendas al rey desaparecen por completo; su lugar fue ocupado por imágenes de Osiris entronizado. En general, la decoración de las tumbas postamárnicas está dominada por escenas y textos religiosos, a menudo sacados del
Libro de los muertos
. Al mismo tiempo, en los muros de las tumbas privadas comienzan a aparecer imágenes y fragmentos de textos de varias composiciones religiosas exclusivamente regias, como la
Letanía de Ra
y los llamados
Libros del otro mundo
, primero en Deir el Medina, pero pronto también en otros lugares. Todas estas características pueden explicarse como reacción al completo monopolio por parte de Akhenaton del culto funerario de sus súbditos y al papel que los templos de Atón habían tenido en la religión amárnica como el nuevo «más allá». Ahora los dueños de las tumbas contaban con sus propios templos, donde adoraban a los dioses sin la intervención del rey, cuyo papel quedaba así minimizado.
Los cambios en la cultura funeraria que acabamos de bosquejar son totalmente sintomáticos de un tipo de relación por completo diferente entre los dioses y sus adoradores, al igual que papel del rey en ella. Doscientos años después, esta nueva visión del mundo quedará plasmada en la aparición de la llamada teocracia tebana, en la cual se consideraba que era el propio Amón quien actuaba como rey de Egipto, el cual gobernaba a sus súbditos interviniendo directamente en el mundo de los vivos mediante los oráculos. No obstante, antes de poder tratar este cambio debemos regresar a la historia dinástica y política de Egipto tras el final del Período Amárnico.
El joven Tutankhaton había ascendido al trono en Amarna siendo todavía un niño; al poco tiempo, quizá en su primer año de reinado o no mucho después, abandonó la ciudad fundada por su padre. Durante algún tiempo la gente continuó viviendo en Akhetaton, pero la corte se trasladó a Menfis, la sede tradicional del gobierno. Se restauraron los viejos cultos y Tebas se convirtió de nuevo en el centro religioso del país. Se cambió el nombre del rey por el de Tutankhamon y se le añadió el epíteto «soberano de la Heliópolis del sur», una referencia deliberada a Karnak como centro de culto del dios sol Amón-Ra. También se cambió el nombre de su gran esposa real y hermanastra, Ankhesenpaaton, por el de Ankhesenpaamon. Tutankhamon no fue en absoluto el primer soberano de la historia de la dinastía en ascender al trono siendo un niño. Tanto Tutmosis III como Amenhotep III eran muy jóvenes cuando se convirtieron en soberanos de Egipto, pero en ambos casos hubo un importante miembro femenino de la familia real (Hatshepsut y Mutenwiya respectivamente) que aceptó actuar como regente durante sus primeros años. Ahora esta posibilidad no existía; por lo tanto, el papel de regente lo representó un importante oficial del ejército sin lazos sanguíneos con la familia real, el comandante en jefe del ejército, Horemheb. Sus títulos como regente indican que se ganó el derecho a suceder a Tutankhamon si éste moría sin descendencia. De hecho, Horemheb llegaría a convertirse en rey, y en su «Texto de Coronación» (una inscripción única que nos ofrece una descripción de su ascenso al poder, tallada en la espalda de una estatua conservada en el Museo Egipcio de Turín) parece sugerir que fue él quien aconsejó al rey abandonar Amarna «cuando el caos estalló en el palacio» (es decir tras las muertes de Akhenaton y su efímero sucesor). Obviamente, el ejército había llegado a la conclusión de que el experimento de Akhenaton había terminado en desastre, retirando por tanto su apoyo a las reformas religiosas que en un principio había ayudado a llevar a cabo, otro revelador signo de la importancia del papel representado por el ejército en toda esta cuestión.