Historia del Antiguo Egipto (60 page)

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Authors: Ian Shaw & Stan Hendrickx & Pierre Vermeersch & Beatrix Midant-Reynes & Kathryn Bard & Jaromir Malek & Stephen Seidlmayer & Gae Callender & Janine Bourriau & Betsy Brian & Jacobus Van Dijk & John Taylor & Alan Lloyd & David Peacock

Tags: #Historia

BOOK: Historia del Antiguo Egipto
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No obstante, no todo marchaba bien en Egipto. El turbulento período que precedió al ascenso de Ramsés III al trono había generado corrupción y diversos abusos, por lo que se vio obligado a inspeccionar y reorganizar los diferentes templos repartidos por el país. El Gran Papiro Harris enumera inmensas donaciones de tierra realizadas a los templos más importantes de Tebas, Menfis y Heliópolis y, en menor grado, a otras muchas instituciones de menor tamaño. A finales de este reinado, un tercio de la tierra cultivable era poseída por los templos y, de ésta, tres cuartos pertenecían al templo de Amón de Tebas. Esto modificó el equilibrio entre el templo y el Estado y entre el rey y el más poderoso que nunca sacerdocio de Amón. El resultado fue una pérdida generalizada de control sobre las finanzas del Estado y el estallido de una crisis económica; los precios del grano se dispararon y las raciones mensuales de los trabajadores de Deir el Medina, que eran pagadas por el Tesoro del Estado, no tardaron en sufrir retrasos, lo que originó en el año 29 la primera huelga de la historia. Las cosas empeoraron debido a las repetidas incursiones de grupos de nómadas libios en la zona de Tebas, que crearon un sentido generalizado de inseguridad.

Esta ruptura gradual del Estado centralizado puede muy bien haber sido una de las razones que se esconden tras el intento de acabar con la vida de Ramsés III o, en caso de no serlo, el malestar y la inseguridad generalizadas pueden como mínimo haber dado a los conspiradores la idea de que podían contar con un gran apoyo si tenían éxito. La conjura se organizó en el harén del rey, probablemente en Piramsés, donde uno de los funcionarios implicados, el escriba del harén, Pairy, tenía una casa. Era uno de los varios funcionarios de la institución que formaban parte de la conjura; los líderes del complot eran una de las esposas de Ramsés llamada Tiy y algunas otras mujeres del harén, así como varios coperas reales y un mayordomo. Todos ellos estaban «agitando a la gente e incitando al enemigo para que se rebelara contra su señor». El objetivo final era sentar en el trono al hijo de Tiy, Pentaweret, en vez de al heredero legítimo del rey. Aparentemente, el plan era asesinar a Ramsés durante la fiesta anual de Opet en Tebas, pero en los preparativos también se utilizaron conjuros mágicos y figurillas de cera, que fueron introducidas a escondidas dentro del harén. No obstante, la conjura debió de fracasar, porque la momia del rey no muestra signos de muerte violenta y fue su príncipe heredero, Ramsés IV, y no Pentaweret, quien le sucedió. Desconocemos por completo las fechas del acontecimiento, pero los documentos del juicio y las sentencias dictadas contra «los grandes criminales» (la mayoría de ellos fueron obligados a suicidarse) se pusieron por escrito a comienzos del reinado de Ramsés IV, que también compiló el Gran Papiro Harris, que presenta el «testamento» de su padre, lo cual sugiere que el intento de asesinato tuvo lugar hacia el final del trigésimo primer año de reinado de Ramsés.

Ramsés IV

El resto de reyes de la XX Dinastía se llamaron Ramsés, un nombre que adoptaron en el momento de su ascenso al trono, añadiéndolo a su nombre de nacimiento. Probablemente todos estuvieran emparentados con Ramsés III, si bien en algunos casos no sabemos exactamente cómo. Durante sus reinados Egipto perdió el control sobre sus territorios de Siria-Palestina, además de declinar con rapidez el interés por Nubia. Aparte del templo de Khonsu en Karnak, ninguno de los ramésidas construyó un templo importante, ni siquiera los que reinaron lo suficiente como para haberlo hecho. Ramsés IV era el quinto hijo de su padre y se había convertido en el príncipe heredero en torno al año 22 del reinado de su progenitor, después de que murieran sus cuatro hijos mayores. Los hijos de Ramsés III no fueron enterrados en una tumba galería en el Valle de los Reyes, como los de Ramsés II, sino en tumbas individuales en el Valle de las Reinas. A juzgar por el nombre de su madre, la gran consorte real de Ramsés III Isis-ta-Habadjilat, el nuevo rey tenía al menos parte de sangre extranjera corriendo por sus venas. Al comienzo de su reinado se embarcó en varios proyectos constructivos, sobre todo en su tumba real y en su templo mortuorio en Tebas, para los cuales duplicó la fuerza de trabajo en Deir el Medina, que alcanzó los 120 hombres. Probablemente en relación con estos proyectos organizó varias expediciones a las canteras de Wadi Hammamat, donde había tenido lugar poca actividad desde los días de Seti I, así como a las minas de turquesa y cobre del Sinaí y Timna. Ninguno de sus planes de construcción dio frutos, pues murió tras un reinado de cinco (quizá siete) años, antes de poder completarlos, a pesar de sus oraciones en una gran estela en Abydos donde le pide a Osiris que le garantice un reinado el doble de largo que los sesenta y siete años de Ramsés II.

Durante el reinado de Ramsés IV tuvieron lugar nuevos atrasos en la entrega de bienes básicos a Deir el Medina, al mismo tiempo que iba creciendo la influencia del «gran sacerdote de Amón». Ramsesnakht, titular del cargo, no tardó en acompañar a los funcionarios del Estado cuando fueron a pagar a los hombres sus raciones mensuales, lo cual nos indica que ahora el templo de Amón, no el Estado, era al menos parcialmente responsable de sus salarios. Los más altos cargos del Estado y del templo estaban de hecho en manos de los miembros de dos importantes familias. Usermaatranakht, hijo de Ramsesnakht, era «mayordomo de la heredad de Amón» y como tal administraba la tierra que poseía el templo; pero también la inmensa mayoría de la tierra poseída por el Estado en el Egipto Medio. Todos los titulares de los cargos de «segundo y tercer sacerdote» y «padre del dios Amón» estaban emparentados por matrimonio con Ramsesnakht. Es un buen ejemplo de la marcada tendencia de estos elevados cargos, incluido el de «gran sacerdote», a convertirse en hereditarios; de hecho, Ramsesnakht fue sucedido por dos de sus hijos. El cargo se fue volviendo más y más independiente, hasta que al final el rey sólo tuvo un control nominal sobre quién era nombrado gran sacerdote.

Los últimos reinados de la XX Dinastía

A Ramsés IV le sucedió su hijo, quien se convirtió en Ramsés V (1147-1143 a.C.) al ascender al trono. El principal acontecimiento que conocemos de su reinado fue un importante crimen y un escándalo de corrupción acontecido entre los sacerdotes de Elefantina, que en realidad tuvo lugar en tiempos de su padre; aunque también continuó con las actividades mineras de este último en Timna y el Sinaí. Después de cuatro años de reinado, Ramsés V murió joven a causa de la viruela.

El siguiente rey, Ramsés VI (1143-1136 a.C.), era un hijo joven de Ramsés III. Usurpó la tumba real y el templo mortuorio comenzados por su sobrino, cuyo enterramiento se vio retrasado hasta que se encontró una tumba alternativa para él, en el año 2 de reinado de Ramsés VI. Algunos especialistas han llegado a la conclusión de que la sucesión vino acompañada de un cierto desorden civil, sobre todo porque existen ciertas entradas en el diario de la necrópolis donde se dice que los trabajadores de Deir el Medina, cuyo número quedó reducido poco después a sesenta obreros, permanecieron en casa «por miedo al enemigo». No obstante, esto no parece muy probable, si bien el mero hecho de que la gran mayoría de los funcionarios conservaran sus cargos de un reinado al siguiente apenas es prueba de lo contrario, pues lo mismo había sucedido al final de la XVIII y XIX Dinastías, cuando ciertamente sí hubo problemas. Es probable que el «enemigo» mencionado en el diario sea un grupo de libios que continuaban siendo un problema en la zona. Ramsés VI reinó durante siete años y es el último faraón cuyo nombre encontramos en el Sinaí. Durante el remado de siete años de Ramsés VII (1136-1129 a.C.) los precios del grano alcanzaron su nivel más alto, tras lo cual volvieron a descender de forma gradual. Es probable que su sucesor, Ramsés VIII, fuera otro de los hijos de Ramsés III, lo que podría explicar la brevedad de su reinado.

Se desconoce cuál era el origen familiar de los tres últimos soberanos ramésidas. Los aproximadamente dieciocho años de Ramsés IX (1126-1108 a.C.) estuvieron marcados por una creciente inestabilidad. En los años de reinado 8-15 escuchamos con regularidad que nómadas libios perturbaron la paz en Tebas, donde también volvió a haber huelgas. No resulta sorprendente, por lo tanto, que durante este reinado se produjera la primera oleada de robos de tumbas, conocida por una serie de papiros que recogen los juicios de los ladrones detenidos. No obstante, las tumbas del Valle de los Reyes no se vieron implicadas; de hecho, sólo se robó en uno de los enterramientos reales de la XVII Dinastía en Dra Abu el Naga y en varias tumbas privadas; aunque también se investigaron varios robos en los templos. Al comienzo del reinado, Ramsesnakht (el gran sacerdote de Amón mencionado anteriormente) había muerto; fue sucedido en el cargo primero por su hijo Nesamón y luego por el hermano de éste, Amenhotep. En dos relieves de Karnak, Amenhotep se hizo representar a la misma escala que Ramsés IX, un claro indicio de la virtual igualdad que parece haber existido entonces entre el rey y el «gran sacerdote de

Amón». Una de las escenas conmemora un acontecimiento del año 10, cuando Ramsés recompensó a Amenhotep por sus servicios al rey y al país con el tradicional «oro del honor». Los abundantes regalos que le fueron entregados entonces debieron de ser impresionantes, pero sus cantidades son un claro indicio del estado de la economía o, al menos, de la riqueza del rey. Entre los regalos había dos
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de un costoso ungüento, cuando doscientos años antes, durante el reinado de Horemheb, uno de los subordinados de Maya, un simple «escriba del tesoro», había contribuido al ajuar funerario de su señor con cuatro
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del mismo ungüento.

Casi nada se conoce del reinado de Ramsés X, que parece haber durado nueve años. En cambio, Ramsés XI (1099-1069 a.C.) gobernó durante treinta años; si bien durante los últimos diez años su poder quedó virtualmente reducido al Bajo Egipto (es decir, el delta). Durante su mandato se agravó la crisis que en las décadas previas había sufrido Tebas: problemas constantes con grupos de libios que impedían a los obreros de la orilla oeste ir a trabajar, hambrunas (el año «de las hienas»), más saqueos de tumbas, robos en templos y palacios, e incluso una guerra civil. En un momento dado, antes o durante el año 12, el «virrey de Nubia» Panhesy apareció en Tebas con tropas nubias para restaurar la ley y el orden, quizá a petición del propio Ramsés XI. Para poder alimentar a sus hombres en una ciudad que estaba sufriendo problemas económicos, se le otorgó, o quizá usurpó, el cargo de «supervisor de los graneros». Esto seguramente lo enfrentó con Amenhotep, gran sacerdote de Amón, cuyo templo poseía la mayor parte de las tierras y su producción. El conflicto no tardó en enconarse y, de hecho, durante un período de ocho o nueve meses (en algún momento entre los años 17 y 19) Panhesy y sus tropas estuvieron asediando al gran sacerdote en Medinet Habu. Entonces Amenhotep recurrió a Ramsés XI en busca de ayuda y el resultado fue una guerra civil. Panhesy marchó hacia el norte, llegando al menos hasta Hardai, en el Egipto Medio, ciudad que saqueó, pero seguramente continuó mucho más allá, hasta que, finalmente, las tropas del rey, que casi con seguridad estaban dirigidas por un general llamado Piankh, hicieron que retrocediera. Finalmente, Panhesy tuvo que retirarse a Nubia, donde los problemas continuaron durante muchos años y donde terminó siendo enterrado.

En Tebas, el general Piankh se apoderó de los títulos de Panhesy, además de llamarse a sí mismo visir, y, tras la muerte de Amenhotep, que quizá no sobreviviera al asalto de Panhesy, se convirtió también en «gran sacerdote de Amón», reuniendo así los tres principales cargos del Estado en su persona. Con el golpe de Estado militar de Piankh comienza el período del
wehem mesut
, el «renacimiento», una expresión que también fue utilizada por los primeros reyes de la XII y la XIX Dinastías para indicar que el país había «renacido» tras un período de caos. En la zona de Tebas los documentos se fechan en años del «renacimiento», en vez de en el cómputo normal del rey. Los años 1 a 10 del «renacimiento», son idénticos a los años 19 a 28 de Ramsés XI. Tras la muerte de Piankh, quien tras el fallecimiento de Ramsés XI había asumido títulos reales, su yerno Herihor se apoderó de todas sus funciones. En el norte del país, Esmendes (1069-1043 a.C.) accedió al trono y con estos dos personajes comienza la XXI Dinastía.

Tras Ramsés III, los egipcios perdieron al fin sus provincias en Palestina y Siria, que tras la invasión de los «pueblos del mar» y la desaparición del Imperio hitita se habían dividido en varios Estados pequeños. Los problemas en el norte empeoraron con la gradual colmatación del puerto de Piramsés, debida a la lenta pero inexorable desviación hacia el este de la rama pelusiaca del Nilo. Los reyes de la XX Dinastía tampoco tuvieron ni el poder ni los recursos para organizar grandes expediciones a las minas de oro de Nubia. Hacia el final de la dinastía, el tesoro del templo de Amón envió algunas expediciones a pequeña escala al Desierto Oriental en busca de oro y minerales, pero las cantidades con las que regresaron fueron reducidas. Durante los años del «renacimiento», Piankh y sus sucesores, ayudados por los descendientes de los trabajadores de Deir el Medina, que ahora vivían en Medinet Habu, comenzaron a explotar una fuente de oro y piedras preciosas completamente diferente: las tumbas del Valle de los Reyes, excavadas y decoradas por sus padres y abuelos, así como otras muchas tumbas, tanto reales como de particulares, de la necrópolis tebana. Durante todo el siglo siguiente y más, las tumbas fueron desprovistas poco a poco de su oro y otros productos valiosos; al final terminaron despojadas de todo e incluso las momias de los grandes faraones del Reino Nuevo fueron desvendadas y desposeídas de sus preciosos amuletos y demás objetos, volviéndose a enterrar todas juntas en una tumba anónima del acantilado tebano. Por una extraña ironía del destino, sólo dos momias reales escaparon a esta suerte: la de Tutankhamon (KV 62) y la de su padre, Akhenaton, el «enemigo de Akhetaton» (KV 55).

Las repercusiones históricas y sociales de los Períodos Amárnico y Ramésida

Es indudable que los grandes reyes del Período Ramésida fueron unos soberanos inmensamente poderosos. Incluso el mismo Ramsés XI fue capaz de movilizar un ejército lo bastante fuerte como para derrotar a las tropas de su enemigo y hacerlas retroceder hasta Nubia.Y, sin embargo, también es innegable que en el transcurso de la XIX y la XX Dinastías el prestigio de la realeza se fue erosionando de forma gradual. Como ya hemos visto, los acontecimientos políticos y económicos, que condujeron a la ruptura del gobierno central y a la concentración de un poder cada vez mayor en manos de los grandes sacerdotes de Amón, contribuyeron mucho a este desgaste. Por otra parte, la propia evolución de la economía puede ser considerada el resultado, o como mínimo el síntoma, de un cambio mucho más fundamental. El origen de este cambio se encuentra de nuevo en el Período Amárnico.

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