Read Historia del Antiguo Egipto Online
Authors: Ian Shaw & Stan Hendrickx & Pierre Vermeersch & Beatrix Midant-Reynes & Kathryn Bard & Jaromir Malek & Stephen Seidlmayer & Gae Callender & Janine Bourriau & Betsy Brian & Jacobus Van Dijk & John Taylor & Alan Lloyd & David Peacock
Tags: #Historia
Los relieves del muro exterior septentrional de la Gran Sala Hipóstila de Karnak, donde se documentan las campañas libias y sirias, son de un estilo nuevo, mucho más realista, que a pesar de algunos precursores durante la época de Tutmosis IV y Amenhotep III, están claramente influidos por el realismo del estilo amárnico. Más que las tradicionales escenas de matanza del enemigo, con su habitual contenido simbólico, estos relieves de batalla transmiten el sentimiento de que estamos contemplando un acontecimiento real, histórico. En los mismos tiene un papel destacado un «mariscal de grupo y flabelífero» llamado Mehy (abreviatura de Amenemheb, Horemheb u otro nombre similar), que acompaña a Seti en varias escenas. Es poco probable que se tratara de algo más que de un oficial de confianza del propio rey, encargado quizá de dirigir algunas de las campañas en nombre del propio soberano; pero el sucesor de Seti I, Ramsés II (1279-1213 a.C.), deseoso de enfatizar su propio papel en la batalla, hizo que se borraran los nombres e imágenes de Mehy, en ocasiones reemplazándolas por otras de él mismo como príncipe heredero.
Desgraciadamente, no sabemos durante cuánto tiempo ocupó el trono Seti I. El año de reinado más alto que conocemos de él es el undécimo, pero es posible que gobernara durante algunos años más. Hacia el final de su reinado —no sabemos exactamente cuándo— nombró corregente a su hijo y heredero, mientras éste todavía era «un niño en su abrazo». No obstante, todas las fuentes para esta corregencia datan del reinado de Ramsés II como rey único, de modo que puede estar exagerando su duración e importancia. Sin embargo, resulta significativo que Ramsés recibiera la realeza de este modo. Si bien no hay duda de que es hijo de Seti I, casi con seguridad nació durante el reinado de Horemheb, antes de que su abuelo ascendiera al trono y en un momento en que tanto Ramsés I como Seti I no eran más que oficiales de alto rango; un hecho que posteriormente el propio Ramsés enfatizó en vez de ocultar, del mismo modo que Horemheb había hecho en su Texto de la Coronación. A pesar de que su padre era rey cuando Ramsés II fue coronado corregente, su elección se asemeja a la de Horemheb. Parece evidente que la sucesión del príncipe heredero no estaba asegurada y tuvo que hacerse mientras su padre seguía vivo. Sólo después, cuando Ramsés II gobernaba en solitario, recurrió al viejo «mito del nacimiento del rey divino», que había legitimado a los soberanos de la XVIII Dinastía.
Muy al comienzo de este reinado, probablemente mientras todavía era corregente de su padre, Ramsés II participó en su primera campaña militar, un asunto menor destinado a sofocar una «rebelión» en Nubia. Los relieves de un pequeño templo excavado en la roca en Beit el Wali, que conmemoran el acontecimiento muestran al joven rey en compañía de dos de sus hijos: el príncipe heredero, Amunherwenemef, y el cuarto vástago de Ramsés, Khaemwaset, quienes pese a mostrarse orgullosos encima de sus carros, por esas fechas no debían de ser más que unos mocosos. Durante todo el Período Ramésida, los príncipes, herederos, que durante la XVIII Dinastía sólo ocasionalmente aparecen representados en las tumbas de sus profesores y niñeras, que no pertenecen a la familia real, aparecen de forma destacada en los monumentos reales de sus progenitores, quizá con la intención de enfatizar que la realeza de la nueva dinastía era completamente hereditaria de nuevo. Casi sin excepciones, cada príncipe heredero ramésida ostentó el título, honorífico o real, de «comandante en jefe del ejército», que vemos por primera vez en Horemheb, el fundador de la dinastía.
En su cuarto año de reinado, Ramsés organizó su primera gran campaña en Siria, como resultado de la cual Amurru regresó de nuevo al redil egipcio; pero no fue durante mucho tiempo, pues el rey hitita Muwatalli decidió de inmediato reconquistar Amurru e intentar impedir nuevas pérdidas territoriales ante los egipcios. El resultado fue que el año siguiente Ramsés volvió a dejar atrás la fortaleza fronteriza de Sile, esta vez para enfrentarse directamente a su rival. La subsiguiente batalla de Qadesh es uno de los conflictos armados más famosos de la Antigüedad, quizá no tanto porque fuera distinta de otras batallas anteriores, sino porque Ramsés, a pesar del hecho de que fue incapaz de conseguir sus objetivos, la presentó en Egipto como una inmensa victoria descrita con detalle en largos textos, los cuales, en una campaña de propaganda de dimensiones inauditas, se grabaron en los muros de los principales templos.
En realidad, a Ramsés le habían hecho creer que el rey hitita estaba lejos, en el norte, en Tunip, demasiado asustado como para enfrentarse a los egipcios, cuando en realidad se encontraba mucho más cerca, al otro lado de Qadesh. Por lo tanto, Ramsés realizó un rápido avance hacia la ciudad con una sola de sus cuatro divisiones, viéndose obligado de repente a enfrentarse al inmenso ejército que el rey hitita había reunido contra él. Muwatalli destruyó primero la segunda división egipcia, que estaba a punto de reunirse con la primera, y luego se volvió para aplastar a Ramsés y sus tropas. En sus posteriores descripciones de la batalla, Ramsés narra que éste fue su momento de verdadera gloria, puesto que cuando su séquito inmediato estaba a punto de abandonarlo, llamó a su padre Amón para que lo salvara; entonces, casi sin ayuda, se las arregló para hacer retroceder a los atacantes hititas. Amón escuchó las plegarias del rey e hizo que, justo a tiempo, llegara una fuerza egipcia de apoyo desde la costa de Amurru. Los egipcios atacaron a los hititas por la retaguardia y, junto a la división de Ramsés, redujeron severamente el número de carros enemigos e hicieron que los restantes huyeran, terminando muchos de ellos en el río Orantes. Con la llegada de la tercera división, cuando el combate casi terminaba, seguida de la cuarta división a la puesta de sol, los egipcios pudieron reagrupar sus fuerzas y quedaron listos para enfrentarse al enemigo a la mañana siguiente. Sin embargo, a pesar de que los carros egipcios sobrepasaban en número a los hititas, el formidable ejército de Muwatalli fue capaz de no ceder terreno y la batalla terminó en tablas. Ramsés declinó una oferta de paz hitita, aunque se declaró una tregua. Los egipcios regresaron a casa con muchos prisioneros de guerra y botín, pero sin haber conseguido su objetivo. Durante los años siguientes los egipcios tuvieron otras confrontaciones bastante exitosas en Siria-Palestina, pero en todas las ocasiones, una vez retirados los ejércitos egipcios, los vasallos conquistados no tardaron en regresar al redil hitita y Egipto no volvió nunca a reconquistar Qadesh o Amurru.
En el año 16 del reinado de Ramsés, el hijo menor de Muwatalli, Urhi-teshub, que había sucedido a su padre como Mursili III, fue depuesto por su tío Hattusili III y, dos años después, tras varios intentos fallidos de recuperar el trono con ayuda primero de los babilonios y luego de los asirios terminó huyendo a Egipto. Hattusili de inmediato exigió su extradición, que le fue negada, de modo que el rey hitita estuvo dispuesto a organizar una nueva guerra contra Egipto. No obstante, mientras esto sucedía, los asirios habían conquistado Hanigalbat, un antiguo Estado vasallo que recientemente había abandonado a los hititas, y ahora amenazaban Carquemish y el propio Imperio hitita. Enfrentado a esta amenazante situación, Hattusili no tuvo más elección que abrir negociaciones de paz con los egipcios, lo que finalmente llevó a la firma de un tratado formal en el año de reinado 21. Aunque los egipcios sufrieron la pérdida de Qadesh y Amurru, la paz trajo una nueva estabilidad en el frente norte y, con las fronteras abiertas al Eufrates, el mar Negro y el Egeo oriental, el comercio internacional no tardó en florecer como no lo había hecho desde los tiempos de Amenhotep III. También significó que Ramsés III podía concentrarse ahora en la frontera occidental, que se encontraba bajo la constante presión de los invasores libios, sobre todo en los límites del delta, donde Ramsés construyó una serie de fortificaciones. En el año 34, la relación con los hititas se vio reforzada mediante el matrimonio de Ramsés y una hija de Hattusili, que fue recibida con mucha pompa y circunstancia y a la cual se le dio el nombre de Neferura-quien-contempla-a-Horus (es decir, al rey).
La princesa hitita sólo fue una de las siete que consiguieron la categoría de «gran esposa real» durante el muy largo reinado de sesenta y siete años de Ramsés II. Cuando se convirtió en corregente de su padre, éste le obsequió con un harén lleno de bellas mujeres, y además tenía dos esposas principales: Nefertari e Isetnefret, quienes le dieron varios hijos de ambos sexos. Nefertari fue «gran esposa real» hasta su muerte, aproximadamente en el año 25, cuando el título pasó a Isetnefret, que parece haber muerto no mucho después de la llegada de la princesa hitita. Cuatro hijas de Ramsés también ostentaron el título: Bintanat, Merytamon, Nebettaway y Henutmira, que durante mucho tiempo se creyó que era su hermana. Estas son las más encumbradas de las hijas del rey, de las cuales al menos hubo cuarenta, además de unos cuarenta y cinco hijos. Muchos de ellos aparecen en largas procesiones en los muros de los templos construidos por su padre, que sobreviviría a varios de ellos. Fueron enterrados uno tras otro en una gigantesca tumba en el Valle de los Reyes (KV 45) que se ha descubierto recientemente. Se asemeja a las cámaras subterráneas que Ramsés comenzó a construir en Sakkara para el enterramiento de los toros sagrados Apis del dios Ptah, que hasta entonces eran colocados en tumbas separadas.
Durante sus largos años en el trono, Ramsés II llevó a cabo un vasto programa constructivo. Comenzó añadiéndole un gran patio con peristilo y un pilono al templo de Amón en Luxor, construido por Amenhotep III y completado por los últimos reyes de la XVIII Dinastía. El patio se planeó con un curioso ángulo respecto al resto del templo, presumiblemente para crear una línea recta cruzando el río hasta el templo mortuorio del rey, el Rameseo, del mismo modo que su padre había hecho con la Gran Sala Hipóstila de Karnak y su templo de Abd el Qurna, en la orilla occidental de Tebas. Ramsés también construyó un templo para Osiris en Abydos, más pequeño que el de su padre, pero igual de bonito. Durante el resto de su reinado, poco a poco llenó el país con sus templos y estatuas, muchos de los cuales usurpó a soberanos anteriores; apenas hay un lugar de Egipto donde sus cartuchos no aparezcan en los monumentos. Especial impresión causan sus ocho templos excavados en los acantilados de la Baja Nubia (incluidos los dos de Abu Simbel), la mayor parte de los cuales los construyeron trabajadores reunidos de entre los poblados de las inmediaciones, como se sabe que es el caso del de Wadi el Sebua, construido para el rey por Setau, el virrey de Nubia, tras una incursión en el año 44.
De entre los cientos de estatuas de divinidades y reyes que usurpó Ramsés, las erigidas por Amenhotep III, el último rey antes del Período Amárnico, le gustaron especialmente; así como las de los reyes de la XII Dinastía, los grandes soberanos del período clásico de la historia de Egipto que tras la radical ruptura con la tradición que supuso el Período de Amarna sirvió como modelo para el Reino Nuevo en plena creación. Su preocupación por el gran pasado egipcio es también evidente en un renovado interés por los escritores clásicos de los Reinos Antiguo y Medio, sobre todo las «enseñanzas» o «instrucciones» de antiguos sabios como Ptahhotep o Kagemni, y descripciones del caos como las de Neferti e Ipuwer. Quizá porque los escribas ramésidas sintieron que estos antiguos trabajos no podían ser igualados y menos aún sobrepasados, la literatura contemporánea, como la poesía amorosa, los cuentos populares y las historias míticas que procedían de la tradición oral, se escribió no en egipcio clásico, sino en la lengua moderna, que Akhenaton fue el primero en utilizar en las inscripciones monumentales.
Ramsés II también fue el rey que amplió la ciudad de Avaris y la convirtió en su gran Residencia del delta, llamada Piramsés («casa de Ramsés»), la Ramsés de la tradición bíblica. Su emplazamiento exacto se ha debatido durante mucho tiempo, pero finalmente ha quedado establecido sin ninguna duda que ha de identificarse con los extensos restos de Tell el Daba y Qantir, en el delta oriental. La ciudad estaba estratégicamente situada cerca del camino que conducía a la fortaleza fronteriza de Sile y las provincias de Palestina y Siria, además de a la rama pelusiaca del Nilo; no tardó en convertirse en el centro comercial y base militar más importante del país. La influencia asiática siempre había sido fuerte en la zona, pero ahora muchas divinidades como Baal, Reshep, Hauron,Anat y Astarté, por mencionar sólo unas pocas, eran adoradas en Piramsés. En la ciudad vivían muchos extranjeros, algunos de los cuales terminaron por convertirse en funcionarios de alto rango. Un cargo que era ocupado más a menudo por extranjeros que por egipcios era el de «copero real», una importante posición ejecutiva fuera de la jerarquía burocrática normal, cuyo titular recibía a menudo encargos especiales por parte del soberano. Como resultado del tratado de paz con los hititas, artesanos especializados enviados por el antiguo enemigo trabajaron en los talleres de armas de Piramsés para enseñar a los egipcios lo último de su tecnología armamentística, incluida la manufactura de los muy solicitados escudos hititas. De hecho, por estas fechas el ejército egipcio contaba en sus filas con grandes cantidades de extranjeros que habían llegado a Egipto como prisioneros de guerra y subsiguientemente habían sido incorporados a las fuerzas de combate del país.