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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Hacia la Fundación (6 page)

BOOK: Hacia la Fundación
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–Pero, ¿cómo podemos atraerle a nuestro bando?

–Está el hijo de Seldon. Creo que se llama Raych… ¿Te fijaste en él?

–No demasiado.

–G.D., G.D… Si no observas con atención se te pasan cosas por alto. Ese joven me escuchó con una expresión de auténtica fascinación. Estaba impresionado. Me di cuenta de ello, ¿entiendes? Si hay algo que no se me escapa es el efecto que produzco sobre los demás. Sé darme cuenta de cuándo he afectado a alguien, de cuándo le impulso hacia la conversión…

Joranum sonrió. No era la sonrisa falsamente cálida destinada a congraciarse con los demás que utilizaba en público. No, esta sonrisa era auténtica, y resultaba fría y vagamente amenazadora.

–Veremos qué podemos hacer con Raych -dijo-, y averiguaremos si podemos llegar a Seldon a través de él.

8

Después de que los dos políticos se marcharon, Raych observó a Hari Seldon y se acarició el bigote. Acariciarlo le reportaba un placer indefinible. En el sector de Streeling algunos hombres llevaban bigote, pero normalmente no eran más que incoloras miniaturas despreciables, e incluso los bigotes oscuros seguían siendo miniaturas despreciables. La mayoría de hombres no llevaba bigote, y se conformaba con mostrar la desnudez de su labio superior. Por ejemplo, Seldon no llevaba bigote y era mejor así. Dado el color de su cabello, un bigote habría resultado una parodia risible.

Raych siguió observando a Seldon con atención en espera de que regresara de sus pensamientos, y de repente descubrió que no podía esperar más.

–¡Papá! – exclamó.

Seldon alzó la mirada.

–¿Qué? – dijo.

Raych tuvo la impresión de que la brusca interrupción de sus pensamientos le había irritado un poco.

–Creo que no habrías tenido que hablar con esos dos tipos -dijo Raych.

–Oh, ¿no? ¿Y por qué no?

–Bueno, el delgado, como se llame… Era el tipo al que creaste tantos problemas en el
campus
. No pudo gustarle mucho.

–Pero se disculpó.

–No era sincero. Pero el otro tipo, Joranum… Puede ser peligroso. ¿Y si hubieran ido armados?

–¿Qué? ¿Aquí, en la universidad? ¿En mi despacho? Pues claro que no llevaban armas. Esto no es Billibotton. Además, si hubieran intentado cualquier cosa podría haberme ocupado de los dos sin ningún problema.

–No sé, papá… -dijo Raych con voz dubitativa-. Te estás…

–No lo digas, monstruo ingrato -le interrumpió Seldon amenazándole con un dedo-. Sonarás igual a tu madre, y estoy harto de oírle decir ese tipo de cosas. No me estoy haciendo viejo…, O, por lo menos, no
tanto
. Además, tú estabas conmigo y eres un luchador de torsión casi tan bueno como yo.

Raych arrugó la nariz.

–La lucha de torsión no sirve de mucho en estos casos. (Era inútil. Raych se oyó hablar y se dio cuenta de que a pesar de llevar ocho años fuera del laberinto de Dahl, aún usaba ocasionalmente el acento dahlita que le marcaba irrevocablemente como miembro de la clase más pobre y, aparte de eso, era bajo, hasta tal punto que a veces tenía la sensación de haberse quedado atrofiado. Pero tenía su bigote, y nadie osaba tratarle de forma condescendiente más de una vez)-. ¿Qué piensas hacer respecto a Joranum? – preguntó.

–Por ahora nada.

–Papá, he visto a Joranum en TrantorVisión un par de veces, e incluso tengo algunas holocintas con sus discursos grabados. Todo el mundo habla de él, y pensé que debía enterarme de lo que dice y… En fin, lo que dice tiene cierto sentido. No me gusta y desconfío de él, pero estoy bastante a favor de lo que defiende. Quiere que todos los sectores tengan los mismos derechos y las mismas oportunidades…, y no creo que haya nada malo en eso, ¿verdad?

–Desde luego que no. Todas las personas civilizadas piensan lo mismo.

–Entonces, ¿por qué no disponemos de todo eso? ¿Qué es lo que opina el Emperador? ¿Qué opina Demerzel?

–El Emperador y el Primer Ministro tienen todo un Imperio del que preocuparse. No pueden concentrar todos sus esfuerzos en Trantor: Oh, a Joranum le resulta muy fácil hablar de igualdad… No tiene responsabilidades. Si estuviera en el puesto de gobernante descubriría que un Imperio de veinticinco millones de planetas es capaz de diluir considerablemente tus esfuerzos, y además descubriría que los mismos sectores le pondrían obstáculos a cada momento. Cada uno quiere gran dosis de igualdad para sí…, pero no tanta para los demás. Dime, Raych, ¿crees que Joranum debería tener la ocasión de gobernar sólo para demostrar lo que es capaz de hacer?

Raych se encogió de hombros.

–No lo sé. A veces me lo pregunto… Pero si hubiera intentado algo contra ti me habría abalanzado sobre su cuello antes de que se hubiese movido dos centímetros.

–Entonces tu lealtad hacia mí es superior a tu preocupación por el Imperio.

–Claro. Eres mi padre.

Seldon contempló a Raych con ternura, y creyó intuir cierta incertidumbre oculta detrás de aquella emoción. ¿Hasta dónde podía llegar la hipnótica influencia de Joranum?

9

Hari Seldon se reclinó en su asiento y el respaldo vertical cedió hasta permitirle una posición semirrecostada. Tenía las manos entrelazadas detrás de la cabeza y sus pupilas no estaban centradas en nada concreto. Apenas hacía ruido al respirar.

Dors Venabili estaba al otro lado de la habitación con el visor desconectado y los microfilmes guardados. Había estado revisando sus opiniones sobre el incidente de Florina a comienzos de la historia trantoriana, y había descubierto que salir de aquel estado de concentración intensa por unos momentos, para especular sobre qué podía estar pensando Seldon, le resultaba relajante. Tenía que ser la psicohistoria. Ir siguiendo las sinuosidades y desviaciones de aquella técnica semicaótica probablemente le ocuparía el resto de su vida. Terminaría con una ciencia incompleta en sus manos, y tendría que dejar a otros (a Amaryl, suponiendo que aquel joven no se consumiera igualmente en la labor) la posibilidad de completarla…, y aquella obligación le destrozaría.

Y, sin embargo, era una razón para vivir. Hari viviría más tiempo con el problema latente, ocupando sin tregua todos sus recursos…, y eso la complacía. Sabía que algún día le perdería, y había descubierto que pensar en ello la afligía. Al principio -cuando su tarea se limitaba a protegerle por lo que sabía-, no le pareció que eso debiera entristecerla. ¿Cuándo se convirtió en una necesidad personal? ¿Cómo se explicaba una necesidad tan personal? ¿Qué había en aquel hombre que la hacía sentirse intranquila cuando no estaba a la vista, incluso cuando sabía que estaba a salvo y las órdenes residentes en lo más profundo de su ser no tenían que ejercer su función? Le habían ordenado que se preocupara única y exclusivamente por su seguridad. ¿Cómo se había infiltrado el resto?

Había hablado de ello con Demerzel hacía mucho tiempo, cuando la sensación se volvió inconfundible. Demerzel compuso un rostro serio y la contempló en silencio durante unos momentos.

–Eres muy compleja, Dors -dijo por fin-, y no hay respuestas sencillas. En mi vida ha habido varios individuos cuya presencia facilitaba mis pensamientos y me hacían más agradable reaccionar y dar respuestas. He intentado evaluar la facilidad con que reaccionaba en su presencia y las dificultades que experimentaba después de su ausencia definitiva para averiguar si el balance global era positivo o negativo. Entretanto una cosa me quedó clara: el placer de su compañía superaba con mucho el dolor de su pérdida, por lo que en conjunto creo que es mejor experimentar y sentir el presente que privarte de ello.

«Algún día Hari dejará un vacío -pensó-, y ese día se aproxima a cada momento que pasa, y no debo pensar en ello».

Acabó por interrumpir su meditación para librarse de ese pensamiento.

–¿En qué estás pensando Hari?

–¿Qué?

Centrar su mirada en ella pareció costarle cierto esfuerzo.

–Supongo que pensabas en la psicohistoria. Me imagino que te encuentras en otro callejón sin salida, ¿no?

–Bueno, en realidad… No, no pensaba en nada de eso. – Seldon se echó a reír-. ¿Quieres saber en qué estaba pensando? ¡En el cabello!

–¿El cabello? ¿El cabello de quién?

–Ahora mismo en el tuyo. – La contemplaba con ternura.

–¿Le ocurre algo? ¿Crees que debería teñirlo de otro color? O quizá… Bueno, después de todos estos años quizá tendría que estar gris.

–¡Vamos! ¿Quién necesita o desea que haya canas en tu cabellera? Pero me ha llevado a pensar en otras cosas. Nishaya, por ejemplo.

–¿Nishaya? ¿Qué es eso?

–Nunca formó parte del Reino de Trantor en la época preimperial, por lo que no me sorprende que no hayas oído hablar de Nishaya. Es un pequeño y aislado planeta sin importancia. Nadie ha reparado en él. Sé algunas cosas sobre Nishaya porque me tomé la molestia de averiguarlas, no por otra razón. Muy pocos mundos de entre los veinticinco millones que forman el Imperio pueden ser famosos continuamente, pero dudo que exista otro tan insignificante como Nishaya… Lo cual es significativo, ¿no te parece?

Dors apartó su material de referencia a un lado.

–¿A qué viene esta nueva inclinación hacia la paradoja, cuando siempre la has detestado? – preguntó-. ¿Cuál es el significado de la insignificancia?

–Oh, las paradojas no me molestan en lo más mínimo cuando soy yo quien las utiliza. Verás, Joranum es de Nishaya.

–Ah, así que pensabas en Joranum…

–Sí. He estado viendo algunos de sus discursos…, debido a la insistencia de Raych. No tienen mucho sentido, pero el efecto global puede resultar casi hipnótico. Joranum ha causado gran impresión en Raych.

–Supongo que cualquier persona con orígenes dahlitas quedaría impresionada por Joranum, Hari. Su entusiasta defensa de la igualdad entre sectores es algo que tiene que atraer irresistiblemente a los pobres caloreros oprimidos y despreciados. ¿Te acuerdas de cuando estuviste en Dahl?

–Lo recuerdo perfectamente, y por supuesto no culpo al chico. Tan sólo me molesta que Joranum sea de Nishaya.

Dors se encogió de hombros.

–Bueno, Joranum tiene que haber nacido en algún sitio y, al igual que cualquier otro mundo, Nishaya tiene que enviar a algunos de sus habitantes fuera del planeta de vez en cuando…, incluso a Trantor.

–Sí, pero como te he dicho, me he molestado en hacer ciertas investigaciones sobre Nishaya. Incluso he establecido contacto hiperespacial con un funcionario de poca importancia…, lo cual cuesta una considerable cantidad de créditos que mi conciencia me impide cargar en la cuenta de gastos del departamento.

–¿Y has descubierto algo que justificara el gasto de esos créditos?

–Creo que sí. Verás, Joranum siempre cuenta anécdotas e historias para ilustrar sus teorías…, leyendas de Nishaya, ¿entiendes? Eso le resulta muy útil en Trantor porque le presenta como un hombre del pueblo con una sólida filosofía casera. Sus discursos están repletos de esas historias. Dan la impresión de que procede de un mundo pequeño y de que creció en una granja aislada rodeada por una ecología salvaje, no domesticada. A la gente le gustan esas cosas…, sobre todo a los trantorianos, aunque preferirían morir a encontrarse atrapados en una ecología por domesticar, pero eso no impide que les encante soñar con un entorno semejante.

–Vale, pero ¿qué has aclarado de todo eso?

–Lo extraño es que el funcionario de Nishaya no conocía ni una sola de las historias que cuenta Joranum.

–Eso no es significativo, Hari. Puede que Nishaya sea un planeta pequeño, pero sigue siendo un planeta. Lo que es del dominio público en la sección donde nació Joranum, puede ser desconocido en el lugar de origen de tu funcionario.

–No, no… Los cuentos y leyendas populares suelen ser conocidos en todo el planeta ya sea de una forma u otra, pero aparte de eso tuve considerables problemas para entender a ese tipo. Hablaba el galáctico con un acento terrible. Hablé con unas cuantas personas más para asegurarme, y todas tenían el mismo acento.

–¿Y qué?

–Joranum no tiene ese acento. Habla un trantoriano excelente…, de hecho, su trantoriano es mucho mejor que el mío. Sigo teniendo la tendencia heliconiana a poner cierto énfasis en la letra «r», y él no lo hace. Según los registros llegó a Trantor cuando tenía diecinueve años. En mi opinión, es sencillamente imposible pasar los primeros diecinueve años de tu vida hablando esa bárbara versión nishayana del galáctico, trasladarse luego a Trantor y perder el acento. Por mucho tiempo que lleve aquí tendría que conservar algún resto de su acento natural… Fíjate en Raych y en cómo se le escapa el acento dahlita de vez en cuando.

–¿Y qué deduces de todo eso?

–Lo que he deducido a lo largo de toda la velada, como una máquina deductora…, es que Joranum no nació en Nishaya. De hecho, creo que escogió Nishaya como lugar en el que fingir haber nacido, sencillamente porque es un planeta tan lejano e insignificante que a nadie se le ocurriría comprobar si dice la verdad. Debió de emprender una concienzuda búsqueda mediante ordenadores para descubrir el mundo con menos posibilidades de que se descubriera su falacia.

–Pero eso es ridículo, Hari. ¿Por qué iba a fingir que venía de un mundo del que no era? Eso exigiría una considerable labor de falsificación en los registros.

–Y eso es exactamente lo que habrá hecho. Probablemente tiene suficientes seguidores entre el funcionariado para ello. Probablemente nadie ha hecho ningún auténtico trabajo de investigación sobre él, y todos sus seguidores son demasiado fanáticos para hacerlo.

–Pero aun así… ¿Por qué?

–Porque sospecho que Joranum no quiere que la gente sepa de dónde es en realidad.

–¿Y por qué? Todos los mundos del Imperio son iguales, tanto por la ley como por la costumbre.

–No estoy seguro de ello. Esas teorías idealistas siempre se las arreglan para no ser puestas en práctica en la realidad.

–Entonces, ¿de dónde procede? ¿Tienes alguna idea al respecto?

–Sí. Lo cual nos lleva al asunto del cabello.

–¿Qué pasa con el cabello?

–Estuve sentado delante de Joranum contemplándole y sintiéndome inquieto sin saber por qué, y finalmente comprendí que era su cabello lo que me inquietaba. Había algo en él, una vida extraña, un brillo…, una perfección que no había visto antes. Y de repente lo comprendí todo. Su cabellera es artificial y ha sido cuidadosamente diseñada para un cráneo que debería mantener su inocencia original en lo que respecta a cosas como el cabello.

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