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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Hacia la Fundación (2 page)

BOOK: Hacia la Fundación
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–Bien, explícame a qué te refieres. Apiádate de mi ignorancia.

Amaryl se ruborizó.

–Estás siendo condescendiente, Hari. Supongo que has oído hablar de Jo-Jo Joranum, ¿no?

–Desde luego. Es un demagogo… Espera, ¿de dónde es? De Nishaya, ¿verdad? Un mundo muy poco importante. Rebaños de cabras, creo, y quesos de alta calidad.

–Exacto, pero es algo más que un demagogo. Tiene muchos seguidores, y su número aumenta cada día. Dice que su objetivo es la justicia social y una mayor participación del pueblo en la política.

–Sí -dijo Seldon-, ya lo he oído. Su lema es «El gobierno pertenece al pueblo».

–No exactamente, Hari. Joranum dice que «El gobierno es el pueblo».

Seldon asintió.

–Bueno, la verdad es que estoy bastante de acuerdo con esa idea.

–Yo también. Estoy totalmente a favor de ella… suponiendo que Joranum fuera sincero. Pero no lo es, y, sólo le interesa como trampolín. Es un camino, no una meta. Quiere librarse de Demerzel. Después de eso manipular a Cleon resultará fácil, y entonces Joranum subirá al trono y
él
será el pueblo. Tú mismo me has contado que se han producido varios episodios similares en la historia imperial, y ahora el Imperio es más débil y menos estable que en el pasado. Un golpe que en siglos anteriores sólo lo habría hecho vacilar, actualmente puede hacerlo añicos. El Imperio sucumbirá a la guerra civil y nunca se recuperará, y no dispondremos de la psicohistoria para enseñarnos lo que debe hacerse.

–Sí, comprendo adónde quieres llegar, pero estoy seguro de que librarse de Demerzel no será tan fácil.

–No tienes ni idea de lo fuerte que se está volviendo Joranum.

–Lo fuerte que se está volviendo no importa. – La sombra de un pensamiento fugaz pareció cruzar la frente de Seldon-. Me pregunto por qué sus padres le pusieron de nombre Jo-Jo… Es un nombre curiosamente juvenil.

Sus padres no tuvieron nada que ver con eso. Su auténtico nombre es Laskin, un nombre muy común en Nishaya. Él mismo escogió llamarse Jo-Jo, presumiblemente por la primera sílaba de su apellido.

–Cometió una estupidez, ¿no te parece?

–No, no me lo parece. Sus seguidores lo gritan. «Jo…, Jo…, Jo…, Jo…», una y otra vez. Resulta hipnótico.

–Bueno -dijo Seldon iniciando el gesto de volverse hacia su triordenador para hacer un ajuste en la simulación multidimensional que había creado-, ya veremos qué ocurre.

–¿Cómo puedes tomártelo con tanta despreocupación? Te estoy diciendo que el peligro es inminente.

–No, no lo es -dijo Seldon. Sus ojos adquirieron un brillo acerado, y su voz se endureció de repente-. No dispones de todos los hechos.

–¿De qué hechos no dispongo?

–Ya hablaremos de eso en otro momento, Yugo. Por ahora sigue con tu trabajo y deja que sea yo quien se preocupe por Demerzel y la situación del Imperio.

Amaryl tensó los labios, pero la costumbre de obedecer a Seldon era muy vieja y fuerte.

–Sí, Hari.

Pero no lo suficiente como para impedir que se volviera antes de llegar a la puerta.

–Estás cometiendo un error, Hari -dijo.

Los labios de Seldon esbozaron una débil sonrisa.

–No lo creo, pero ya he oído tu advertencia y no la olvidaré. Aun así, te aseguro que todo irá bien.

Amaryl se marchó y la sonrisa de Seldon se desvaneció. ¿Iría todo bien… o no?

2

Seldon no olvidó la advertencia de Amaryl, pero tampoco se centró demasiado en ella. Su cuarenta aniversario llegó y pasó tras asestarle el golpe psicológico habitual. ¡Cuarenta años! Ya no era joven. La vida ya no se extendía ante él como un inmenso panorama por explorar cuyo horizonte se perdía en la distancia. Llevaba ocho años en Trantor y el tiempo había transcurrido muy deprisa. Ocho años más y ya casi tendría cincuenta, y la vejez empezaría a alzar su sombra delante de él. ¡Y ni siquiera había conseguido un auténtico comienzo de desarrollo de la psicohistoria! Yugo Amaryl se entusiasmaba hablando de leyes y creaba sus ecuaciones mediante osadas hipótesis basadas en la intuición, pero ¿cómo someter a prueba esas hipótesis? La psicohistoria aún no era una ciencia experimental. El estudio completo de la psicohistoria requeriría experimentos que involucrarían a planetas llenos de seres humanos, centurias de tiempo… y una ausencia total de responsabilidad ética.

Aquello planteaba un problema insoluble y Seldon odiaba el tener que verse obligado a perder un instante invirtiéndolo en tareas del departamento, por lo que al final del día volvió a casa de bastante mal humor.

En circunstancias normales siempre podía contar con que un paseo por el
campus
le animaría. La Universidad de Streeling estaba cubierta por una cúpula de gran altura, y el
campus
proporcionaba la sensación de estar al aire libre sin necesidad de soportar la clase de intemperie que Seldon había experimentado durante su primera (y única) visita al Palacio Imperial. Había árboles, praderas y senderos, y casi tenía la sensación de estar en el
campus
universitario de Helicon, el planeta donde había nacido.

El control meteorológico había creado la ilusión de que el día estaba nublado haciendo que la luz solar (no había sol, naturalmente, sólo luz solar) apareciese y desapareciese a intervalos irregulares, y hacía un poco de fresco, sólo un poco. Seldon tenía la impresión de que los días frescos empezaban a ser un poco más frecuentes que antes. ¿Sería que Trantor estaba intentando ahorrar energía, o un mero aumento de la ineficiencia? O (y al pensarlo experimentó el equivalente a un fruncimiento de ceño mental) quizá se estaba haciendo viejo y notaba el frío con más facilidad que antes… Metió las manos en los bolsillos de su chaqueta e inclinó los hombros hacia delante.

Normalmente no se tomaba la molestia de escoger su camino de una forma consciente. Su cuerpo conocía a la perfección la ruta que llevaba de su despacho a su sala de ordenadores, y desde allí hasta su apartamento y viceversa. Lo habitual era que Seldon recorriese el sendero con el pensamiento en otra parte, pero aquel día un sonido logró abrirse paso hasta su cerebro… Un sonido que no tenía ningún significado.

–Jo… Jo… Jo… Jo… Jo…

No era muy fuerte y sonaba bastante lejano, pero trajo consigo un recuerdo. Sí, la advertencia de Amaryl… El demagogo. ¿Estaría en el
campus
?

Sus piernas cambiaron de rumbo instintivamente y le hicieron subir por la suave pendiente que llevaba hasta el Campo Universitario, una explanada que se utilizaba para los ejercicios calisténicos, los deportes y la oratoria estudiantil. En el centro del campo había una pequeña multitud de estudiantes que canturreaban entusiásticamente. Sobre una plataforma había alguien a quien Seldon no reconoció; alguien que poseía una voz muy potente que subía y bajaba de tono. Pero no era Joranum. Seldon había visto varias veces a Joranum en la holovisión.

Después de la advertencia de Amaryl, Seldon había prestado bastante atención a todas sus apariciones. Joranum era corpulento y su sonrisa estaba impregnada de una especie de salvaje camaradería. Tenía una abundante cabellera color arena y ojos azul claro. Aquel orador era más bien bajito y delgado. Tenía la boca muy grande, el cabello oscuro y chillaba mucho. Seldon no estaba escuchando las palabras, aunque oyó la frase «poder de uno solo a la multitud» y el grito de respuesta emitido por muchas voces.

«Estupendo -pensó Seldon-, pero ¿cómo pretende conseguirlo… y es sincero?»

Ya había llegado a la primera fila de la multitud. Miró alrededor buscando alguna persona conocida hasta que vio a Finangelos, un joven apuesto, de tez oscura y cabellera lanuda, que estaba a punto de conseguir su licenciatura en matemáticas.

–¡Finangelos! – gritó.

–Profesor Seldon -dijo Finangelos después de contemplarle por un momento como si la ausencia de un teclado debajo de sus dedos le impidiese reconocer a Seldon. El joven trotó hacia él-. ¿Ha venido a escuchar a ese tipo?

–He venido con el único propósito de averiguar qué estaba causando toda esta algarabía. ¿Quién es?

–Se llama Namarti, profesor. Está hablando en nombre de Jo-Jo.

–Eso ya lo he oído -dijo Seldon mientras escuchaba el nuevo canturreo colectivo, que al parecer se iniciaba cada vez que el orador decía algo que el público consideraba importante-. ¿Y quién es Namarti? No me suena… ¿En qué departamento trabaja?

–No es miembro del claustro universitario, profesor. Es uno de los hombres de Jo-Jo.

–Si no es miembro del claustro universitario no tiene derecho a hablar aquí, a menos que haya obtenido un permiso. ¿Crees que tiene permiso para hablar en público?

–No lo sé, profesor.

–Bueno, vamos a averiguarlo.

Seldon se dispuso a abrirse paso por entre la multitud, pero Finangelos le detuvo agarrándole por una manga.

–No se meta en problemas, profesor. Ha venido acompañado por unos matones.

Detrás del orador había seis jóvenes inmóviles y a bastante distancia entre sí. Los seis tenían las piernas separadas, los brazos cruzados delante del pecho y el ceño fruncido.

–¿Matones?

–Por si las cosas se ponían difíciles… por si alguien intentaba crearle problemas.

–En tal caso estoy seguro de que no es miembro del claustro universitario, y ni siquiera el disponer de un permiso justificaría la presencia de los que tú llamas «matones». Finangelos, avisa a los agentes de seguridad del recinto universitario. Ya tendrían que estar aquí sin necesidad de que les advirtieran.

–Supongo que no quieren buscarse problemas -murmuró Finangelos-. Por favor, profesor, no intente nada… Si quiere que avise a los agentes de seguridad, lo haré, pero espere hasta que hayan llegado.

–Quizá pueda acabar con esto yo solo.

Empezó a abrirse paso por entre la multitud. No era demasiado difícil. Algunos de los presentes le reconocieron, y todos podían ver la insignia de profesor cosida en su hombro. Seldon llegó a la plataforma, puso las manos sobre ella y se impulsó hacia arriba salvando sus noventa centímetros de altura con un gruñido ahogado. Pensar que diez años antes podría haberlo conseguido con una sola mano y sin el gruñido le provocó una punzada de nostalgia.

Cuando se irguió, vio que el orador había dejado de hablar y le dirigía una mirada recelosa. Sus ojos eran tan fríos y duros como el hielo.

–Su permiso para dirigirse a los estudiantes, señor -dijo Seldon con voz serena.

–¿Quién es usted? – preguntó el orador.

Habló en un tono bastante alto, y su voz llegó a los confines del Campo.

–Soy miembro del claustro universitario -replicó Seldon con un tono tan alto como el empleado por el orador-. ¿Me enseña su permiso, señor?

–Niego su derecho a interrogarme sobre este particular.

Los jóvenes que permanecían detrás del orador habían cerrado filas.

–Si no dispone de un permiso, le sugiero que abandone el recinto universitario inmediatamente.

–¿Y si no lo hago?

–Bueno, para empezar los agentes de seguridad de la universidad ya están de camino. – Seldon se volvió hacia la multitud-. ¡Estudiantes -gritó-, tenemos derecho a la libertad de palabra y de reunión dentro del
campus
, pero se nos puede privar de él si permitimos que desconocidos que carecen de permiso celebren actos públicos no autorizados y…

Una pesada mano cayó sobre su hombro. Seldon torció el gesto. Se volvió y vio que la mano pertenecía a uno de los jóvenes a los que Finangelos había calificado de «matones».

–Largo de aquí…, y
deprisa
-dijo el joven con un acento muy marcado que Seldon no logró identificar.

–Olvídalo -replicó Seldon-. Los agentes de seguridad estarán aquí de un momento a otro.

–En ese caso habrá un disturbio -dijo Namarti acompañando sus palabras con una fiera sonrisa-. Eso no nos asusta.

–Oh, claro que no -dijo Seldon-. Les encantaría, pero no habrá ningún disturbio. Todos ustedes se irán de aquí sin armar jaleo. – Se volvió hacia los estudiantes y se quitó la mano del hombro con un brusco encogimiento-. Nosotros nos ocuparemos de que así sea, ¿no es así?

–¡Es el profesor Seldon! – gritó alguien entre la multitud-. ¡Es un buen tipo! ¡No le hagan daño!

Seldon ya había advertido que la multitud vacilaba. Sabía que algunos acogerían con alegría la perspectiva de una refriega con los agentes de seguridad del
campus
por la única razón de que adoraban los alborotos. Por otra parte, en la multitud había gente que le apreciaba y personas que no le conocían, pero que no desearían ver a un miembro del claustro universitario tratado de forma violenta.

–¡Cuidado, profesor! – gritó una voz femenina. Seldon suspiró y se volvió hacia los corpulentos jóvenes que había detrás de él. No sabía si lo conseguiría, y a pesar de sus proezas en la lucha de torsión no estaba seguro de que sus reflejos fueran lo bastante rápidos y sus músculos lo suficientemente fuertes.

Un matón venía hacia él. Parecía tan confiado en sí mismo que no se acercaba demasiado deprisa, lo cual proporcionó a Seldon un poco del tiempo que su ya no tan joven cuerpo necesitaría. El matón extendió un brazo en un gesto amenazador, y eso hizo que todo resultara aun más fácil.

Seldon le agarró por el brazo, giró sobre sí mismo y se dobló impulsando el brazo hacia arriba y abajo (con un gruñido… oh, ¿por qué tenía que soltar esos gruñidos?), y el matón salió despedido por los aires, propulsado en parte por su propia inercia. Aterrizó con un golpe ahogado sobre el final de la plataforma. Su hombro derecho había quedado dislocado.

El curso inesperado que habían tomado los acontecimientos hizo que la multitud lanzara una exclamación de sorpresa y entusiasmo. El orgullo institucional afloró al instante.

–¡Acabe con ellos, profe! – gritó una voz que no tardó en ser coreada.

Seldon se mesó los cabellos e intentó no jadear. Después extendió una pierna y empujó al matón que no paraba de gemir hasta hacerle caer de la plataforma.

–¿Alguien más? – preguntó con afabilidad-. ¿O prefieren marcharse sin armar jaleo?

Se encaró con Namarti y sus cinco secuaces, que parecían desconcertados.

–Les advierto que ahora la multitud está de mi lado -dijo Seldon-. Si intentan atacarme en grupo les harán pedazos. De acuerdo, ¿quién es el próximo? Venga, de uno en uno…

Había subido el tono de voz al pronunciar la última frase y la acompañó moviendo los dedos invitándoles a que se aproximaran. La multitud expresó su aprobación con una nueva exclamación.

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