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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Hacia la Fundación (4 page)

BOOK: Hacia la Fundación
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–Sé perfectamente a qué me refiero.

Dors puso cara de sentirse herida.

–Usa un tono menos altivo, por favor. No trato de explicártelo, quiero explicármelo a mí misma. Has dicho que eras mi oído, así que actúa como tal cuando te toca el turno. Creo que es lo justo, ¿no?

–Desde luego, pero si vas a acusarme de altivez cuando lo único que he hecho ha sido…

–¡Basta! ¡Cállate! Has dicho que el minimalismo es de la más alta importancia en la psicohistoria aplicada, en el arte de convertir un desarrollo no deseado en uno deseado o, por lo menos, en uno que no resulte tan indeseable. Has dicho que ha de aplicarse un cambio lo más diminuto y mínimo posible…

–Sí -se apresuró a decir Seldon-, y eso se debe a que…

–No, Hari, soy yo quien está intentando explicarlo. Los dos sabemos que tú lo entiendes. El minimalismo es necesario porque cada cambio, sea cual sea, tiene una miríada de efectos colaterales no siempre tolerables. Si el cambio es demasiado grande y los efectos colaterales excesivamente numerosos, se puede tener la seguridad de que el desenlace estará muy lejos de lo planeado y de que resultará totalmente impredecible.

–Exacto -dijo Seldon-. Es la esencia de un efecto caótico. El problema estriba en si hay algún cambio lo bastante pequeño para que las consecuencias resulten razonablemente predecibles o si, por el contrario, la historia humana es inevitable e inalterablemente caótica en todos y cada uno de sus hechos. Eso fue lo que al principio me hizo pensar que la psicohistoria no era…

–Ya lo sé, pero no me dejas hablar. La cuestión a debatir no es la de si existe algún cambio lo suficientemente pequeño, sino el de si cualquier cambio superior al mínimo es caótico. El mínimo requerido puede ser cero, pero si no lo es entonces sigue siendo muy pequeño…, y encontrar algún cambio lo bastante pequeño y, aun así, significativamente mayor que cero sería un auténtico problema. Creo que te refieres a eso cuando hablas de la necesidad del minimalismo.

–Más o menos -dijo Seldon-. Naturalmente, y como ocurre siempre, todo eso se puede expresar de forma más compacta y rigurosa en el lenguaje matemático. Verás…

–Ahórramelo -dijo Dors-. Hari, ya sabes eso respecto a la psicohistoria, y también deberías saberlo sobre Demerzel. Posees el conocimiento, pero no la comprensión porque al parecer no se te ha ocurrido aplicar las reglas de la psicohistoria a las Leyes de la Robótica.

–Ahora soy yo quien no entiendo adónde quieres llegar -replicó Seldon en voz baja.

–Hari, ¿no te parece que él también necesita el minimalismo? La Primera Ley de la Robótica dice que un robot no puede dañar a un ser humano. Ésa es la regla básica para un robot corriente, pero Demerzel se sale de lo corriente y para él la Ley Cero es una realidad, por encima incluso de la Primera Ley. La Ley Cero dice que un robot no puede dañar a la Humanidad considerada como un todo, pero eso hace que Demerzel se encuentre en la misma situación que tú cuando intentas desarrollar la psicohistoria. ¿Lo ves?

–Estoy empezando a verlo.

–Eso espero… Si Demerzel posee la capacidad de alterar las mentes tiene que hacerlo sin provocar efectos colaterales no deseados…, y como es el Primer Ministro del Emperador, los efectos colaterales por los que debe preocuparse son muy numerosos.

–¿Y la aplicación al caso actual?

–¡Piensa en ello! No puedes decirle a nadie que Demerzel es un robot, salvo a mí, claro, porque él te ha alterado para que no puedas hacerlo. Pero, ¿qué ajuste fue preciso hacer? ¿Quieres revelar a otras personas que es un robot? ¿Quieres acabar con su efectividad cuando dependes de él para que te proteja, para que apoye la concesión de tus becas y ejerza discretamente su influencia en tu beneficio? Claro que no. El cambio que efectuó fue muy pequeño, justo el suficiente para impedir que se te escapara en un momento de nerviosismo o descuido. Es un cambio tan pequeño que no existen efectos colaterales apreciables, y así es como Demerzel intenta gobernar el Imperio habitualmente.

–¿Y el caso Joranum?

–Está claro que es totalmente distinto al tuyo. No sabemos qué motivos le impulsan, pero se opone ferozmente a Demerzel. Sin duda podría cambiar esa actitud, pero tendría que pagar el precio de una alteración tan considerable en Joranum que produciría resultados impredecibles para Demerzel. En vez de correr el riesgo de dañar a Joranum y producir efectos colaterales peligrosos para otras personas y, posiblemente, para toda la Humanidad, debe olvidarse de Joranum y permitirle actuar hasta que encuentre algún pequeño cambio que resuelva el problema sin causar perjuicios. Por eso Yugo está en lo cierto, Demerzel es vulnerable.

Seldon había escuchado con suma atención, pero no dijo nada. Parecía absorto en sus pensamientos, y pasaron unos minutos antes de que volviera a hablar.

–Si Demerzel no puede hacer nada al respecto… Entonces soy yo quien debe actuar -dijo.

–Si él no puede hacer nada, ¿qué puedes hacer tú?

–El caso es distinto. No estoy atado por las leyes de la robótica. No necesito preocuparme obsesivamente por el minimalismo… Para empezar, he de ver a Demerzel.

Dors parecía un poco preocupada.

–¿Tienes que verle? No considero prudente revelar vuestra conexión.

–Hemos llegado a un momento en el que ya no podemos permitir que la supuesta inexistencia de nuestra unión nos gobierne y manipule. Naturalmente, no iré a su encuentro precedido por el resonar de los clarines después de anunciarlo por holovisión, pero he de verle.

5

Seldon había descubierto que el paso del tiempo le enfurecía. Cuando llegó a Trantor hacía ocho años, podía emprender cualquier clase de acción en cuestión de instantes. Sólo tenía que abandonar una habitación de hotel y recorrer los sectores de Trantor a su antojo. En la actualidad tenía frecuentes reuniones de departamento, decisiones que tomar y trabajo que hacer. Salir corriendo cuando quisiera en busca de Demerzel no era tan sencillo, y aunque hubiese podido, Demerzel también tenía un horario muy apretado. Encontrar un momento en el que los dos pudieran verse no resultaría fácil. Comprobar que Dors le miraba y meneaba la cabeza también resultaba bastante duro de soportar.

–No sé lo que pretendes, Hari.

–Yo tampoco lo sé, Dors -replicó impacientemente-. Tengo la esperanza de que lo averiguaré en cuanto vea a Demerzel.

–La psicohistoria es tu deber prioritario. Demerzel te lo recordará.

–Quizá. Ya veremos.

Justo al acabar de fijar la hora de entrevista con el Primer Ministro para dentro de ocho días, la pantalla mural de su despacho le mostró un mensaje escrito en un tipo de letra algo anticuado que encajaba a la perfección con el arcaico texto del mensaje: SUPLICO Y RUEGO AL PROFESOR HARI SELDON QUE ME CONCEDA UNA AUDIENCIA.

Seldon contempló el mensaje con asombro. Aquella frase con siglos de antigüedad ni siquiera se utilizaba para dirigirse al Emperador. La firma también se salía de lo habitual, y no había sido creada pensando en la claridad. Estaba adornada con una floritura que no impedía que fuese perfectamente legible y, al mismo tiempo, le proporcionaba un aura artística, entre casual e improvisada, propia de un maestro. El mensaje estaba firmado por LASKIN JORANUM. Era el mismísimo Jo-Jo, y solicitaba una audiencia. Seldon no pudo contener una risita. El motivo de aquellas palabras estaba muy claro, así como el del tipo de letra. Servían para convertir una simple petición en algo que estimulaba la curiosidad. Seldon no tenía muchos deseos de recibirle…, o no los habría tenido en circunstancias normales. Pero, ¿a qué venía tanto arcaísmo y cuidado artístico? Quería descubrirlo.

Hizo que su secretario fijara la fecha y el lugar de la entrevista. Evidentemente se desarrollaría en el despacho, no en su apartamento, y sería una reunión de negocios, no un acontecimiento social. Además, tendría lugar antes de la entrevista con Demerzel.

–No me sorprende, Hari -dijo Dors-. Lesionaste a dos de sus hombres, uno de ellos su primer ayudante; echaste a perder su acto de propaganda y conseguiste dejarle como un idiota a través de sus secuaces. Quiere echarte un vistazo, y creo que sería mejor que yo estuviera contigo mientras lo hace.

Seldon meneó la cabeza.

–Iré con Raych. Conoce todos los trucos tan bien como yo, y es un joven fuerte y activo de veintidós años de edad; aunque estoy seguro de que no necesitaré protección alguna.

–¿Cómo puedes estar tan seguro?

–Joranum me verá dentro del recinto universitario, y habrá gran número de jóvenes en los alrededores. Gozo de cierta popularidad entre los estudiantes y sospecho que Joranum es la clase de tipo que siempre hace los deberes y sabe que estaré en territorio amigo. Estoy seguro de que será cortés y afable…

-
Humm
-dijo Dors, y la comisura de sus labios se curvó ligeramente hacia abajo.

–Y mortalmente peligroso -añadió Seldon.

6

Hari Seldon mantuvo el rostro inexpresivo e inclinó la cabeza lo imprescindible para transmitir una razonable impresión de cortesía. Se había tomado la molestia de examinar unos cuantos hologramas de Joranum, pero, como suele ocurrir, la persona de
carne y hueso
, que cambia continuamente en respuesta a las alteraciones de las circunstancias, nunca es totalmente idéntica al holograma, por muy meticulosa y cuidada que sea la grabación. Seldon pensó que tal vez la diferencia se situaba en la respuesta del observador al ver a la persona en carne y hueso.

Joranum era alto -tanto como Seldon-, pero más voluminoso en otro sentido. No se debía a un físico musculoso, pues daba cierta sensación de blandura sin llegar a la auténtica gordura. Tenía el rostro redondeado, una espesa melena de un rubio pajizo y ojos azul claro. Vestía un mono muy discreto y su rostro estaba iluminado por una media sonrisa que creaba la ilusión de afabilidad y que, sin embargo, se las arreglaba para dejar bien claro que no era más que una ilusión.

–Profesor Seldon… -Joranum tenía una voz sonora y grave sometida a un control muy estricto, la voz típica de un orador-. Es un placer conocerle. Ha sido muy amable al acceder a esta entrevista. Confío en que no se ofenderá por haber traído un acompañante a pesar de no tener permiso para ello. Es mi mano derecha, y se llama Gambol Deen Namarti…, tres nombres, fíjese bien. Creo que ya se conocen.

–Sí, le reconozco. Recuerdo muy bien el incidente.

Seldon contempló a Namarti y sus ojos brillaron con un matiz de sarcasmo. En su encuentro anterior Namarti había estado soltando un discurso en el
campus
universitario. En esta ocasión Seldon le observaba atentamente en condiciones mucho menos tensas. Namarti era un hombre de estatura media, rostro delgado, tez pálida y cabellos oscuros, y tenía la boca bastante grande. No poseía la media sonrisa de Joranum o cualquier otra expresión perceptible, salvo un aire de cautela recelosa.

–Mi amigo, el doctor Namarti, es licenciado en literatura antigua, ¿sabe? – dijo Joranum, y su sonrisa se hizo un poco más evidente-. Ha querido acompañarme para disculparse. Joranum lanzó una instintiva mirada de soslayo a Namarti

–Profesor, lamento lo ocurrido en el
campus
- dijo Namarti con voz átona. Sus labios se tensaron un poco, pero el fruncimiento desapareció enseguida-. No estaba muy enterado de las estrictas reglas que regulan los actos públicos en el recinto universitario, y temo que me dejé llevar por el entusiasmo.

–Es comprensible -dijo Joranum-, y aparte de eso tampoco sabía quién era usted. Creo que ahora podemos
olvidar el asunto
.

–Caballeros, les aseguro que no tengo ningún deseo de recordarlo -dijo Seldon-. Éste es mi hijo, Raych Seldon. Como ven yo también tengo un acompañante.

Raych se había dejado crecer un abundante bigote negro, el símbolo de la masculinidad dahlita. Cuando conoció a Seldon ocho años atrás no tenía bigote, y por aquel entonces era un chico callejero que vestía con harapos y hambriento. Raych era bajito pero esbelto y robusto, y mostraba una permanente expresión de altivez para añadir unos cuantos centímetros a su estatura.

–Buenos días, joven -dijo Joranum.

–Buenos días, señor -dijo Raych.

–Siéntense, caballeros -propuso Seldon-. ¿Puedo ofrecerles algo de comer o de beber?

Joranum alzó las manos en un gesto de cortés negación.

–No, gracias. Esto no es una visita social. – Se sentó en el sillón que le había indicado Seldon-. Sin embargo, tengo la esperanza de que habrá muchas visitas de esa naturaleza en el futuro…

–Bien, si vamos a hablar de negocios, empecemos.

–Profesor Seldon, cuando me enteré del pequeño incidente que usted ha tenido la amabilidad de olvidar, enseguida me pregunté por qué corrió un riesgo semejante. Debe admitir que corrió un riesgo.

–Lo cierto es que no pensé que corriera riesgo alguno.

–Pero el riesgo existía, así que me tomé la libertad de averiguar todo lo que pude sobre usted, profesor Seldon. Es usted un hombre muy interesante, ¿sabe? Descubrí que llegó hasta aquí procedente de Helicon.

–Sí, nací allí. Los registros son accesibles a todo el mundo.

–Lleva ocho años en Trantor.

–Eso también es del dominio público.

–Y se hizo bastante famoso gracias a un trabajo matemático sobre… ¿Cómo lo llama? ¿La psicohistoria?

Seldon meneó la cabeza de forma casi imperceptible, Cuántas veces había lamentado aquella indiscreción… Aunque por aquel entonces ignoraba que fuese una indiscreción.

–Un entusiasmo juvenil -dijo-. Al final quedó en nada.

–¿De veras? – Joranum miró a su alrededor con una expresión entre sorprendida y complacida-. Sin embargo, fíjese ahora, está al frente del Departamento de Matemáticas de una de las mayores universidades de Trantor, y creo que con sólo cuarenta años de edad… Por cierto, yo tengo cuarenta y dos, así que evidentemente no le considero un anciano. Ha de ser un matemático muy competente para alcanzar esta posición.

Seldon se encogió de hombros.

–No deseo pronunciarme al respecto.

–O ha de tener amigos muy poderosos.

–A todos nos gustaría tener amigos muy poderosos, señor Joranum, pero creo que no encontrará a ninguno por aquí. Los profesores universitarios rara vez tienen amigos poderosos, y a veces pienso que lo habitual es que no los tengan de ninguna clase.

Seldon sonrió. Joranum hizo lo mismo.

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