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Authors: Dominique Lapierre y Larry Collins

Esta noche, la libertad (83 page)

BOOK: Esta noche, la libertad
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El monumento edificado por la India a la gloria de su Mahatma es una simple plataforma de piedra negra erigida en el emplazamiento de su pira funeraria a orillas del Yamuna. Unas palabras grabadas en inglés y en hindi recuerdan el mensaje de Mohandas Gandhi.

«Quisiera que la India fuese lo bastante libre y fuerte como para ser capaz de ofrecerse en holocausto por un mundo mejor. Cada hombre debe sacrificarse por su familia, ésta por la aldea, la aldea por el distrito, el distrito por la provincia, la provincia por la nación y la nación por todos. Deseo el advenimiento del
Khudai Râj,
el «Reino de Dios» sobre la tierra»
.

¿Qué queda de este grandioso sueño treinta años después? No gran cosa, en verdad. Como temía en el último año de su vida, los sucesores de Gandhi se apartaron de su mensaje. Para intentar sustraer la India a su subdesarrollo económico, prefirieron la vía de la industrialización y de la técnica a la de la rueca. El lenguaje de una época sedienta de progreso material, con su vocabulario de planes quinquenales, de ritmo de crecimiento, de industria básica, remplazó para los nuevos jefes de la India las viejas palabras de no violencia, de fraternidad, de redención por el trabajo manual. El partido del Congreso, que Gandhi soñaba en transformar en un liga al servicio del pueblo, continuó siendo la principal fuerza política india, pero cayó presa de una creciente corrupción. Los intereses de las quinientas mil aldeas de las que Gandhi esperaba la salvación de la India fueron subordinados a los de ciudades invadidas por los grandes complejos industriales, que él consideraba responsables del peor de los males: la separación del hombre de sus raíces naturales, su explotación «con el fin de producir bienes que no necesitaba realmente».

Pero el acontecimiento quizá más significativo de los años que siguieron a la independencia se produciría en la primavera de 1974, en alguna parte del desierto del Rajastán. El Gobierno del país cuyo primer ciudadano había suplicado a América la víspera de su muerte que renunciase a la bomba atómica, hizo estallar un ingenio nuclear. La gigantesca deflagración que agitó aquel día las entrañas del desierto, ¿consagraban acaso la última derrota de la doctrina de la no violencia
[47]
?.

Sin embargo, si la India no ha realizado el sueño imposible de Mohandas Gandhi, tampoco ha renunciado a todos Sus ideales. El algodón de
khadi
que había propuesto como vestido a sus compatriotas es llevado todavía hoy por numerosos ministros y millones de indios. El príncipe de la elegancia que fue Jawaharlal Nehru continuó llevando hasta su muerte el traje nacional de que le había vestido su padre espiritual. Fiel a su mensaje de sencillez, se desplazaba solamente en un pequeño automóvil indio, con su chófer por única escolta.

A pesar de todas las fuerzas de desintegración con que les amenazaba la multiplicidad de sus lenguas, de sus pueblos, de sus culturas, a pesar de la cínica predicción de numerosos ingleses que habían anunciado el desgarramiento del país tan pronto como hubiera desaparecido el cemento de la dominación británica, la India continuó siendo lo que era el 15 de agosto de 1947, una nación firmemente soldada. Los enormes territorios y las dispares poblaciones que habitaban los viejos Estados principescos fueron integrados sin especiales dificultades.

Muchas ideas de Gandhi que parecían a la sazón excentricidades de viejo, se han revelado treinta años más tarde extrañamente adecuadas en un mundo superpoblado, invadido por la contaminación, amenazado por el agotamiento de sus recursos naturales. Recuperar los sobres usados en lugar de tirarlos, consumir solamente alimentos vitales en los estrictos límites de las necesidades vitales, renunciar a la producción de bienes inútiles, recurrir a las plantas medicinales, a una higiene natural, todas estas lecciones no parecen tan anacrónicas a los ojos de quienes tratan hoy de resolver la vida del hombre sobre el planeta de un modo distinto que mediante la superproducción y el crecimiento por el crecimiento.

Pero la India permaneció fiel a quien había conducido a la libertad de sus hambrientas multitudes especialmente en un terreno. La India había nacido nación libre. Continuó siendo una nación libre. Casi la única, entre todas las naciones que han roto las cadenas del dominio colonial, la India es una sociedad libre, un Estado respetuoso hacia los derechos y la dignidad de sus habitantes, donde los ciudadanos pueden discutir, protestar y expresarse abiertamente en las columnas de una Prensa libre, un país cuyos hombres y mujeres pueden elegir democráticamente a sus dirigentes.

Resistiendo la tentación de seguir el ejemplo de su gran vecino chino, negándose a obtener el bienestar de sus masas a costa de la esclavización de los espíritus, la India supo también resistir la tentación de imitar a los regímenes de dictaduras militares nacidos de la descolonización. Rechazando un «tradicionalismo» retrógrado, pero salvaguardando una tradición que tanto había contribuido al tesoro cultural de la Humanidad, se ha convertido en la democracia más grande del Globo, hazaña única en la Historia que merece respeto y suscita admiración.

Quince días después de la inmersión de las cenizas del Padre de la nación, una breve ceremonia realizada ante el monumento de la Puerta de la India en Bombay puso fin a la Era que había inaugurado aquel día de enero de 1915 cuando, regresando de África del Sur, pasó bajo este arco llevando consigo su manifiesto
Hind Swaraj, Autonomía de la India
.

Saludados por una guardia de honor de sikhs y de gurkhas, acompañados por la música de la Marina india, los hombres del
Somerset Light Infantry
, últimos soldados británicos que abandonaban el suelo de la India independiente, desfilaron bajo el arco para ir a embarcarse.

Mientras pasaban bajo el arco triunfal, un canto sorprendente se elevó de la multitud india apiñada en el muelle. Entonado por unos cuantos, fue multiplicándose de boca en boca hasta acabar brotando de millares de pechos. Era el
Canto de las Despedidas
. «Es sólo un hasta la vista, hermanos míos», cantaban viejos militantes del Congreso, varios de los cuales mostraban todavía en el cráneo las cicatrices de los
lathi
británicos, mujeres con sari llorando a lágrima viva, estudiantes imberbes, mendigos desalentados, incluso los soldados indios de la guardia de honor inmovilizados en posición de firmes, intensamente penetrados todos de la significación de este instante, uniendo todos sus voces. Mientras las últimas filas del
Somerset Light Infantry
ocupaban su puesto en las chalupas, los acentos de este canto espontáneo envolvieron la explanada entera, extraña y emocionante promesa de un
hasta la vista
para los ingleses que se marchaban.

Una época finalizaba ante esta Puerta de la India, otra época comenzaba, la que Gandhi había inaugurado para las tres cuartas partes del planeta, la Era de la descolonización. Los últimos representantes de la raza de grandes capitanes y soberanos reales abandonaban el continente indio; la ligera brisa que impulsaba sus chalupas anunciaba los huracanes que muy pronto habían de barrer los mapas del mundo. En los años futuros, serían numerosos los puertos que presenciarían una ceremonia semejante a la de este 28 de febrero de 1948 en Bombay.

Pero serían raras las ceremonias que se bañarían en el emocionante fervor que se manifestaba esta mañana a la sombra del arco triunfal del Imperio, última victoria del Mahatma asesinado, última consagración para los que —indios e ingleses— habían tenido la sabiduría de comprender la inexorable lógica de su mensaje.

A la izquierda, el Pakistán; a la derecha, la India. En el curso de su larga información, Dominique Lapierre
(a la izquierda)
y Larry Collins
(a la derecha)
se detuvieron en el lugar histórico por el que pasa, desde 1947, la frontera que divide el antiguo Imperio de la India. Aunque tres guerras hayan opuesto a la India y al Pakistán desde la marcha de los ingleses, Lapierre y Collins consiguieron que
posaran
con ellos los dos jefes del puesto fronterizo de Wanagh; a la izquierda, el mayor paquistaní Abdul Natif; a la derecha, el coronel indio Bhular. Ambos llevan en la mano el stick de los oficiales británicos, herencia del tiempo en que sirvieron juntos en el famoso Ejército de la India
(Foto D. Conchon)
.

ANEXOS
LO QUE HAN SIDO DESPUÉS

Lord Mountbatten
: Cuatro meses después de su salida de la India, en octubre de 1948, el contralmirante Louis Mountbatten volvió al servicio activo en la marina en calidad de comandante de la primera escuadra de cruceros con base en Malta.

Su ascensión hasta la cumbre de la jerarquía naval fue rápida. El 16 de abril de 1955 dio cima a la ambición de toda su vida al ser nombrado Primer Lord del Mar, cargo del que su padre se había visto obligado a dimitir en 1914 bajo la presión del fanatismo antialemán de la opinión pública. Dirigió la modernización de la Royal Navy, equipándola con su primer submarino nuclear y sus primeros navios lanzadores de cohetes.

En 1959, nombrado jefe de Estado Mayor de la Defensa Nacional y presidente del Comité de Jefes de Estado Mayor, se dedicó a la última gran tarea de su carrera, la reorganización de las fuerzas armadas británicas y su integración en un sistema de defensa unificada.

Mountbatten se retiró en julio de 1965, 49 años después de que se embarcara para participar en la Primera Guerra Mundial. Durante los siguiente 14 años repartió su tiempo entre su finca de Broadlands, en las afueras de Southampton, un modesto piso de Londres, y su castillo de Classiebaun, en el Condado de Sligo, República de Irlanda. Para desesperación de su familia y de su médico, no se vio disminuida su inagotable ansia de trabajo, característica de su activa carrera. Su retiro era solamente teórico. Siguió siendo miembro activo de casi 200 organizaciones, de naturaleza tan diversa como el Instituto de Arquitectura Naval, el Instituto de Ingenieros Eléctricos, el Instituto de Ingenieros Estructurales, la Sociedad Zoológica de Londres, la Sociedad de Geólogos, un grupo dedicado a equipos de buceo, así como el Club de Cricket del Condado de Hampshire. Era presidente de 42 de estas organizaciones. Su principal ocupación era el mantenimiento y desarrollo del Colegio del Mundo Unido, una institución educativa internacional e interracial, destinada a fomentar un mejor entendimiento entre personas y naciones mediante sus campus en Inglaterra, Canadá y Singapur.

Sobre todo mantuvo un directo y activo interés por la India. En 1969, presidió el Centenario de Gandhi, dirigiendo el servicio religioso celebrado el 30 de enero de 1969 en la catedral de Saint Paul. Lord Mountbatten ayudó a construir y a administrar el Fondo Jawaharlal Nehru, creando para honrar la memoria de su viejo amigo, enviando muchachos indios a estudiar en el Reino Unido. Casi cada día, le llegaba hasta la mesa de su despacho, procedente del subcontinente, un abundante correo lleno de peticiones. Maharajás y ex gobernadores, banqueros solicitando una presentación a alguien de Inglaterra, antiguos servidores tratando de descifrar las complicaciones de un Fondo de Pensiones… aquel interminable flujo de cartas constituía la evidencia de una fascinante transición: el último Virrey de la India se había convertido, en cierto sentido, en el primer ombudsman en Inglaterra.

A mediados de agosto de 1979, Lord Mountbatten se trasladó, como cada año, a su castillo de Irlanda a pasar las vacaciones. El día antes de partir, habló con uno de los autores de
Esta noche, la libertad
. Le aseguró al autor que no tenía razones para preocuparse de su seguridad personal: eran bien conocidos en la República su afecto y comprensión hacia el pueblo de Irlanda. En realidad aceptaba con muchos reparos la protección oficial durante sus visitas anuales.

La mañana del 29 de agosto de 1979, acompañado por los miembros de su familia, emprendió un crucero por las aguas de la Bahía de Donegal, en su bote de pesca
The Shadow V
. Unos pocos minutos después de que abandonaran el muelle, la embarcación se detuvo para examinar un recipiente para la pesca del bogavante. Una bomba escondida en tal recipiente hizo explosión al ser activada por radio. Los autores del hecho fueron unos terroristas del IRA escondidos en un farallón cercano. Mountbatten murió casi instantáneamente en el mar, al que había dedicado la mayor parte de su vida, y al que nunca había cesado de regresar en busca de sosiego y renovación espiritual. Su joven nieto, el Hon. Nicholas Knatchbull y un joven amigo irlandés murieron con él. La madre de su yerno, Doreen Lady Brabourne, murió más tarde a consecuencia de las heridas recibidas en la explosión. El funeral de Mountbatten, celebrado en la catedral de Saint Paul unos pocos días después, fue un acontecimiento de una gran magnitud no vista desde el entierro del que fuera jefe de Gobierno en tiempo de guerra, Sir Winston Churchill. El último Virrey había hecho planes para el día de su muerte con la misma meticulosa pasión por el orden y el debate con que organizara su vida. Todos los aspectos de esta ceremonia final fueron previstos por el propio Mountbatten varios años antes.

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