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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Espacio revelación (65 page)

BOOK: Espacio revelación
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Aunque ahora estaban solos, Sajaki había ido a buscarla a su camarote acompañado por Hegazi… a pesar de que Khouri jamás se habría resistido a él, puesto que Volyova le había alertado de que era mucho más fuerte de lo que parecía. Además, sabía que era todo un experto en combate, de modo que era muy poco probable que hubiera podido vencerlo.

La cámara de barrido tenía la atmósfera de una sala de tortura. Había sido el escenario de grandes horrores que puede que no se hubieran repetido desde hacía décadas, pero nunca podrían ser borrados por completo. El equipo de barrido era antiguo, el más voluminoso y monstruoso que Khouri había visto en su vida. Aunque había sido modificado sutilmente para mejorar su rendimiento, nunca sería tan sofisticado como el que poseía el departamento de inteligencia de su bando en Borde del Firmamento. El equipo de barrido de Sajaki era del tipo que dejaba a su paso un rastro de daño neuronal, como un ladrón frenético saqueando una casa. Su nivel de desarrollo era el mismo que las destructivas máquinas de exploración que Cal Sylveste había utilizado durante los Ochenta… o incluso menor.

Y ahora tenía a Khouri y ya estaba descubriendo cosas sobre sus implantes, desenredando sus estructuras, leyendo su información. Después haría que el barrido analizara los patrones de la corteza, arrancando las redes de conectividad neuronal de su cráneo. Khouri había aprendido mucho sobre los barridos porque conocía a personas que trabajaban en el departamento de inteligencia. Sabía que, incrustados en esas topologías, yacían rasgos de personalidad y viejos recuerdos tan entremezclados entre sí que resultaba muy difícil separarlos. Aunque el equipo de Sajaki no fuera el mejor, era muy posible que contara con excelentes algoritmos para extraer dichos recuerdos. Durante siglos, los modelos estadísticos habían estudiado los patrones de almacenamiento de recuerdos en diez mil millones de mentes humanas, relacionando la estructura con la experiencia. Ciertas impresiones tendían a ser reflejadas en estructuras neuronales similares llamadas qualia interna. Las qualia eran bloques funcionales a partir de los cuales se construían recuerdos más complejos. Diferían siempre de una mente a otra, excepto en algunos casos muy aislados; sin embargo, no estaban codificadas de formas radicalmente distintas, puesto que la naturaleza nunca se aleja demasiado de la ruta de la mínima energía para llegar a una solución concreta. Los modelos estadísticos podían identificar los patrones de qualia con gran eficacia y después delimitar las conexiones que existían entre ellas, según los recuerdos que se habían forjado. Lo único que tenía que hacer Sajaki era identificar las estructuras de qualia suficientes, delimitar los vínculos jerárquicos que había entre ellas y dejar que los algoritmos hicieran el resto. Entonces, no habría nada de Khouri que, en principio, no pudiera saber. Podría buscar en sus recuerdos a su antojo.

Sonó una alarma. Sajaki observó una de las pantallas y advirtió que los implantes de Khouri brillaban en rojo. Un rojo que se filtraba en las áreas cerebrales adyacentes.

—¿Qué ocurre? —preguntó ella.

—Calor inductivo —respondió con indiferencia—. Tus implantes se están recalentando.

—¿No deberías parar?

—Oh, todavía no. Supongo que Volyova los habrá reforzado contra un ataque de pulsos electromagnéticos. Una ligera sobrecarga térmica no les hará ningún daño irreversible.

—Pero me duele la cabeza. Algo va mal.

—Estoy seguro de que podrás soportarlo, Khouri.

La presión de la migraña había salido de la nada, pero era realmente insoportable. Era como si Sajaki hubiera puesto su cabeza en un torno y la estuviera apretando con fuerza. El calor acumulado en su cráneo debía de ser mucho peor de lo que sugerían los escáneres. Sin duda alguna, el Triunviro (a quien en el fondo no le importaba en absoluto el bienestar de sus clientes) había calibrado los monitores para que no mostraran una temperatura letal para el cerebro hasta que ya fuera demasiado tarde…

—No, Yuuji-san. No puede soportarlo. Sácala de ahí.

Milagrosamente, aquella voz pertenecía a Volyova. Sajaki dirigió la mirada hacia la puerta. Debía de haber advertido su llegada mucho antes que Khouri, pero seguía manteniendo su expresión de aburrida indiferencia.

—¿Qué ocurre, Ilia?

—Lo sabes perfectamente. Detén el barrido antes de que la mates. —Volyova apareció en su campo visual. Su tono de voz era autoritario, pero Khouri advirtió que iba desarmada.

—Aún no he descubierto nada útil —dijo Sajaki—. Necesito unos minutos más…

—Si esperas unos minutos más, habrá muerto. —Con su pragmatismo habitual añadió—: Y será imposible recuperar los implantes.

Seguramente, esta segunda observación le preocupaba más que la primera. Sajaki efectuó un pequeño ajuste en el barrido y el color rojo adoptó un tono rosado menos alarmante.

—Creía que esos implantes habían sido debidamente reforzados.

—Sólo son prototipos, Yuuji-san —Volyova se acercó a los monitores y los examinó por sí misma—. Oh, no… eres un estúpido, Sajaki. Maldito estúpido. Estoy segura de que ya los has estropeado.

Parecía estar hablando consigo misma.

Sajaki guardó silencio unos instantes. Khouri tenía la certeza de que, de un momento a otro, se abalanzaría sobre Volyova con un movimiento furioso y la mataría. Pero entonces, con el ceño fruncido, el Triunviro desconectó los controles de barrido, observó cómo se apagaban los monitores y levantó el casco que cubría la cabeza de Khouri.

—Tu tono de voz y la elección de las palabras han sido inapropiados, Triunviro —dijo Sajaki. Khouri vio que su mano se deslizaba en el bolsillo del pantalón y tocaba algo. Algo que, por un instante, pareció una jeringuilla hipodérmica.

—Has estado a punto de destruir a nuestro Oficial de Artillería —respondió Volyova.

—No he acabado con ella. Ni contigo. Has instalado algo en este barrido, ¿verdad Volyova? Algo que te alertara en cuanto se activara, ¿verdad? Has sido muy astuta.

—Lo he hecho para proteger un recurso de la nave.

—Sí, por supuesto. —Sajaki dejó que su respuesta se demorara en el aire, con una amenaza implícita, antes de abandonar en silencio la sala de barrido.

Veintitrés

Órbita de Cerberus/Hades, Heliopausa de Delta Pavonis, 2566

Sylveste consideraba que era una situación de inquietante simetría. En cuestión de horas, las armas-caché de Volyova empezarían a combatir contra los sistemas inmunológicos enterrados de Cerberus; virus contra virus, diente contra diente. Y aquí, en la víspera del ataque, él se estaba preparando para luchar contra la Plaga de Fusión que estaba consumiendo al Capitán… o dependiendo del punto de vista, extendiéndole de forma grotesca. La simetría parecía sugerir un orden subyacente que sólo conocía en parte. No era una sensación que le gustara: era como participar en un juego y darse cuenta, demasiado tarde, de que las reglas son mucho más complicadas de lo que uno había imaginado.

Para que la simulación de nivel beta de Calvin pudiera trabajar a través de él, Sylveste tendría que entrar en un estado de semiconciencia ambulatoria similar al sonambulismo. Calvin lo convertiría en su marioneta, utilizando sus ojos y oídos como entradas sensoriales y su sistema nervioso para moverse. Incluso hablaría a través de él. Las drogas neuroinhibidoras ya le habían dejado en un nauseabundo estado de parálisis completa. Era tan desagradable como recordaba de la última vez.

Sylveste se consideraba una especie de máquina a la que Calvin estaba a punto de poseer.

Sus manos controlaban las herramientas de análisis, evitando la periferia del brote. Era peligroso aproximarse al corazón, pues el riesgo de que la plaga se transmitiera a sus propios implantes era demasiado elevado. En algún momento (en esta sesión o, quizá, en la siguiente), tendrían que bordearlo; era inevitable, pero Sylveste prefería no pensar en ello. Por ahora, cuando tenían que acercarse, Calvin utilizaba los zánganos más simples que trabajaban como esclavos en otros sectores de la nave, pero incluso éstos eran susceptibles de ser infectados. Uno de ellos se había averiado cerca del Capitán y había quedado atrapado entre los finos y fibrosos zarcillos de la plaga. En estos momentos estaba siendo digerido por la matriz transformadora del Capitán, a pesar de carecer de componentes moleculares. El zángano se había convertido en combustible para la fiebre de la plaga. Calvin estaba utilizando instrumentos más toscos, pero sólo sería una medida provisional. En algún momento (sin duda alguna, pronto) tendrían que atacar a la plaga con lo único que realmente funcionaba: algo muy similar a ella.

Sylveste podía sentir los procesos de pensamiento de Calvin agitándose por debajo de los suyos. No era algo que pudiera llamarse conciencia. La simulación que controlaba su cuerpo no era más que una mimesis, pero tenía la impresión de que algo había despertado en algún lugar de su sistema nervioso, algo que controlaba aquella caótica sensación. Las teorías y sus prejuicios lo negaban, ¿pero qué otra explicación podía haber para la sensación de ego dividido que tenía? No se atrevía a preguntar a Calvin si sentía algo similar, ni habría aceptado necesariamente cualquier respuesta que éste le hubiera dado.

—Hijo —dijo Calvin—. He esperado hasta este momento para discutir cierto asunto. Me preocupa bastante, pero no quería hablar de ello delante de, bueno… nuestros clientes.

Sylveste sabía que sólo él podía oír su voz. Para responder necesitaba subvocalizar, de modo que Calvin le cedió momentáneamente el control vocal.

—Creo que éste no es el mejor momento. Por si no te has dado cuenta, nos encontramos en plena operación.

—Y de lo que quiero hablarte es de la operación.

—En ese caso, date prisa.

—Creo que no deberíamos tener éxito.

Sylveste advirtió que sus manos, controladas por Calvin, no habían dejado de moverse durante este intercambio de palabras. Era consciente de la presencia de Volyova, que se encontraba junto a ellos, esperando instrucciones.

—¿De qué diablos estás hablando? —subvocalizó Sylveste.

—Creo que Sajaki es un hombre muy peligroso.

—Genial… ya somos dos. Pero eso no te ha impedido cooperar con él.

—Al principio le estuve muy agradecido —reconoció Calvin—. Al fin y al cabo, él me salvó. Pero entonces empecé a preguntarme cómo debían de ser las cosas desde su punto de vista. También empecé a preguntarme si no estaría algo más que un poco perturbado, pues cualquier persona cuerda habría dado por muerto al Capitán hace años. El Sajaki que conocí la última vez que estuvimos a bordo era sumamente leal, pero en aquel entonces su cruzada tenía cierto sentido, pues había esperanzas de que pudiéramos salvar a su Capitán.

—¿Y ahora no las hay?

—Ha sido infectado por un virus que los recursos del sistema de Yellowstone fueron incapaces de combatir. Cuando ese sistema fue atacado por este virus, algunos enclaves aislados lograron sobrevivir durante meses. En esos lugares, personas con técnicas tan sofisticadas como las maestras se esforzaron en encontrar una cura, pero nunca lo consiguieron. Ahora no sabemos qué callejones sin salida siguieron ni qué enfoques habrían culminado con éxito si hubieran tenido más tiempo.

—Le dije a Sajaki que necesitaba un hacedor de milagros. Si no me creyó, es problema suyo.

—El problema es que creo que te creyó. Y a eso es a lo que me refería cuando dije que no deberíamos conseguirlo.

Sylveste estaba mirando al Capitán porque Calvin había dirigido sus ojos hacia él. Al ver a la criatura que tenía delante, experimentó un momento de epifanía en el que supo que su padre tenía razón. Podían realizar los pasos preliminares para curar al Capitán, los rituales para determinar lo corrompida que estaba la carne de aquel hombre, pero nunca podrían llegar más lejos. Intentaran lo que intentaran, por muy inteligente o brillante que fuera, era imposible que pudieran curarlo… o, lo que era más importante, no debían hacerlo. Esta última verdad era la más inquietante porque procedía de Calvin. Él había visto algo que para Sylveste había sido opaco, aunque ahora era obvio, terriblemente obvio.

—¿Crees que nos pondrá trabas?

—Creo que ya lo ha hecho. Ambos hemos advertido que la tasa de crecimiento del Capitán se ha acelerado desde que estamos a bordo, pero hemos preferido ignorarlo, considerando que eran imaginaciones nuestras o una simple coincidencia. Sin embargo, creo que Sajaki ha estado calentando su cuerpo.

—Sí; yo también había llegado a esa conclusión. Hay algo más, ¿verdad?

—Las biopsias; las muestras de tejido que pedí.

Sylveste sabía adónde conducía todo esto. El zángano al que habían ordenado extraer las muestras celulares estaba siendo digerido por la plaga en estos momentos.

—Crees que no fue ninguna avería real, ¿verdad? Crees que Sajaki estaba detrás.

—Sajaki o alguno de sus compañeros de tripulación.

—¿Ella?

Sylveste sintió que su mirada se desviaba hacia la mujer.

—No —respondió Calvin, produciendo un murmullo completamente innecesario—. Pero eso no significa que confíe en ella. De todos modos, considero que Volyova no es uno de los acólitos de Sajaki.

—¿De qué estáis hablando? —preguntó la mujer, acercándose a ellos.

—No te acerques demasiado —dijo Calvin, hablando a través de Sylveste quien, de momento, era incapaz de formar sus propios sonidos, ni siquiera subvocalizando—. Nuestra investigación podría haber liberado esporas de la plaga. No sería bueno que las inhalaras.

—No me hará ningún daño —respondió Volyova—. Soy
brezgatnik
. No hay nada en mí que la plaga pueda infectar.

—Entonces, ¿por qué pareces tan tensa?

—Porque tengo frío,
svinoi
. —Guardó silencio unos instantes—. Espera un momento. ¿Con cuál de los dos estoy hablando? Con Calvin, ¿verdad? En ese caso, supongo que te debo un poco más de respeto. Al fin y al cabo, no eres tú quien está poniendo en peligro nuestras vidas.

—Eres muy amable —se descubrió diciendo Sylveste.

—¿Debo considerar que estáis tramando algo? El Triunviro Sajaki no se sentirá complacido si sospecha que no cumplís con vuestra parte del trato.

—El Triunviro Sajaki bien podría ser parte del problema —comentó Calvin.

Volyova se aproximó un poco más. Estaba tiritando, pues carecía de la protección térmica que envolvía a Sylveste.

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