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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Espacio revelación (67 page)

BOOK: Espacio revelación
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Sí, era posible que fuera eso. La tecnología era la típica de aquella era, pero en todos los aspectos, aquella astilla era única, pues había sido creada con una exigencia mayor de la necesaria incluso para una aplicación militar. De hecho, mientras Volyova asimilaba los resultados, quedó claro que la astilla sólo podía proceder de un tipo de nave: una nave de contacto propiedad del Instituto Sylveste para Estudios sobre los Amortajados.

Las sutilezas del índice isotópico indicaban que procedía de una nave en concreto: la nave de contacto que había llevado a Sylveste a la frontera de la Mortaja de Lascaille. Durante unos instantes, aquel descubrimiento sobrecogió a Volyova. Tenía cierta lógica; confirmaba que la Mademoiselle estaba relacionada de alguna forma con Sylveste. Sin embargo, Khouri ya tenía esa información, y eso significaba que el mensaje intentaba decirle algo más profundo. Volyova ya se había dado cuenta de qué podía ser, pero durante unos instantes se acobardó ante la grandeza de aquel conocimiento. ¡Era imposible que fuera cierto! ¡Era imposible que fuera ella quien había sobrevivido a lo que sucedió alrededor de la Mortaja de Lascaille! Sin embargo, Manoukhian le había dicho a Khouri que había encontrado a la Mademoiselle en el espacio… y era muy posible que su disfraz de hermética ocultara una lesión más brutal que cualquiera que la plaga hubiera podido infligir.

—Muéstrame a Carine Lefevre —dijo Volyova, recordando el nombre de la mujer que debería haber muerto alrededor de la Mortaja.

La cara de la mujer, grande como la de una diosa, la miró. Era joven y, a pesar de que la imagen sólo mostraba su rostro, era evidente que iba vestida a la moda de la Belle Epoque de Yellowstone, la brillante edad de oro que tuvo lugar antes de la Plaga de Fusión. Aquel rostro le resultaba familiar; no demasiado, pero sí lo suficiente para saber que no era la primera vez que lo veía. Había visto a aquella mujer en una decena de documentales históricos, y todos y cada uno de ellos habían afirmado que llevaba muerta largo tiempo, que había sido asesinada por unas fuerzas alienígenas que quedaban fuera de la comprensión humana.

Ahora sabía con certeza qué había provocado aquellas marcas de tensión. Las fuertes mareas gravitacionales que envolvían la Mortaja de Lascaille habían estrujado la materia hasta desangrarla.

Y todo el mundo pensaba que Carine Lefevre había muerto de la misma forma.


Svinoi
—dijo la Triunviro Ilia Volyova, porque ya no le cabía ninguna duda.

Ya desde pequeña, Khouri había advertido que ocurría algo cuando tocaba alguna cosa que estaba muy caliente, como el cañón de un arma de fuego que acabara de vaciar su cargador. Sentía un centelleo de dolor premonitorio, tan breve que apenas era doloroso, sino más bien una advertencia del verdadero dolor que estaba a punto de sentir. Entonces el dolor premonitorio remitía y, durante un instante, no había sensación alguna. En ese instante echaba atrás la mano, apartándola de la fuente de calor, pero ya era demasiado tarde: el verdadero dolor ya estaba llegando y no había nada que pudiera hacer excepto prepararse, como un ama de casa a la que avisan de la inminente llegada de un invitado. Por supuesto, el dolor nunca era tan malo y, como ya había apartado la mano de la fuente, por lo general ni siquiera le quedaba una cicatriz. De todos modos, aquello siempre le había sorprendido. Si el dolor premonitorio bastaba para persuadirla de que apartara la mano, ¿cuál era el propósito del
tsunami
de verdadero dolor que llegaba después? ¿Por qué tenía que llegar, si ya había recibido el mensaje y había apartado la mano del peligro? Cuando más tarde descubrió que existía una especie de razón fisiológica para esta demora entre los dos avisos, siguió pareciéndole algo vengativo.

Así era como se sentía ahora, sentada en la habitación-araña con Volyova, que acababa de decirle a quién creía que pertenecía aquel rostro. Carine Lefevre: eso era lo que le había dicho. Había sentido un centelleo de sorpresa premonitoria, como un eco del futuro que le indicaba cómo iba a ser la verdadera sorpresa. Un eco muy débil y después, durante un instante, nada.

Y entonces, lo sintió con todas sus fuerzas.

—¿Cómo va a ser ella? —preguntó Khouri más tarde, no cuando la sorpresa hubo remitido, sino cuando se hubo convertido en un componente normal de su ruido de fondo emocional—. No es posible. No tiene ningún sentido.

—Yo creo que tiene demasiado sentido —dijo Volyova—. Encaja a la perfección con los hechos. Y creo que es algo que no podemos ignorar.

—¡Pero todo el mundo sabe que murió! Y no sólo se sabe en Yellowstone, sino en prácticamente todo el espacio colonizado. Carine murió de forma violenta. Es imposible que sea ella.

—Yo no opino lo mismo. Manoukhian te dijo que la había encontrado en el espacio, y puede que sea cierto. Quizá encontró a Carine Lefevre navegando a la deriva cerca de la Mortaja de Lascaille. Puede que estuviera allí intentando recuperar parte del equipo del ISEA… y que la encontrara y la llevara de vuelta a Yellowstone —Volyova se interrumpió, pero antes de que Khouri pudiera hablar, o incluso pensara en hacerlo, ya había vuelto a tomar la palabra—. Eso tendría sentido, ¿no crees? Al menos nos indicaría la conexión que la une a Sylveste… y puede que incluso la razón por la que quiere verlo muerto.

—Ilia, he leído lo que ocurrió en ese lugar. Las tensiones gravitacionales que rodean a la Mortaja la destrozaron. Es imposible que Manoukhian encontrara nada que pudiera llevar de vuelta a casa.

—No, por supuesto que no… a no ser que Sylveste mintiera. Recuerda que sólo conocemos su versión de los hechos, pues ninguno de los sistemas de registro logró sobrevivir al encuentro.

—Ella no murió… ¿Es eso lo que me estás diciendo?

Volyova levantó una mano, como hacía siempre que Khouri no lograba leer su mente a la perfección.

—No, no necesariamente. Puede que muriera, pero no como dijo Sylveste. Y puede que tampoco muriera de ninguna forma que seamos capaces de comprender. Quizá, ni siquiera está realmente viva, a pesar de lo que has visto.

—Yo no vi mucho de ella; sólo la caja que utilizaba para moverse.

—Diste por supuesto que era una hermética porque iba en algo similar al palanquín de un hermético. Sin embargo, podría haber sido una táctica para engañarte.

—Tendría que haber sido destruida.

—Puede que la Mortaja no la matara, Khouri. Quizá le ocurrió algo terrible, pero algo la mantuvo con vida, algo la salvó.

—Sylveste tendría que saberlo.

—Es posible que sea incapaz de aceptarlo. Creo que deberíamos hablar con él… aquí, para que no nos moleste Sajaki. —Volyova apenas había terminado de hablar cuando su brazalete pitó y mostró un rostro humano, con los ojos perdidos tras unos globos en blanco—. Hablando del demonio —murmuró—. ¿Qué ocurre, Calvin? ¿Eres Calvin, verdad?

—Por ahora —respondió el hombre—. Me temo que mi utilidad para con Sajaki podría estar llegando a un ignominioso fin.

—¿De qué estás hablando? —Entonces, se apresuró a añadir—: Debería discutir algo con Dan. Es bastante urgente.

—Creo que lo que tengo que decirte es mucho más urgente —replicó Calvin—. Se trata de tu contraveneno, Volyova. Del retrovirus que creaste.

—¿Qué ocurre?

—Al parecer, no está funcionando como debería. —Retrocedió un paso y Khouri alcanzó a ver parte del Capitán a sus espaldas; era plateado y viscoso, como una estatua cubierta de un palimpsesto de rastros de caracol—. De hecho, parece estar matándolo mucho más deprisa.

Veinticuatro

Cerberus/Hades, Heliopausa de Delta Pavonis, 2566

Sylveste no tuvo que esperar demasiado. Volyova llegó acompañada por Khouri, la mujer que le había salvado la vida en la superficie. Si Volyova era una especie de variable negativa para sus planes, Khouri era mucho peor, pues todavía no había averiguado si era leal a Volyova, a Sajaki o a algo completamente distinto. De todos modos, decidió no preocuparse por eso, pues era consciente de la urgencia de la situación.

—¿Qué quieres decir con eso de que lo está matando más deprisa?

—Exactamente eso —le hizo decir Calvin, antes de que cualquiera de las dos mujeres hubiera cogido aire—. Lo administramos siguiendo al pie de la letra tus instrucciones, pero es como si le hubiéramos proporcionado una inyección masiva de moral. La plaga se está extendiendo más rápido que nunca. Si no tuviera la información que tengo, diría que tu retrovirus la está ayudando.

—¡Mierda! —exclamó Volyova—. Lo lamento, pero tendrás que disculparme. Las últimas horas han sido agotadoras.

—¿Eso es todo lo que vas a decir?

—Probé el contraveneno con pequeñas muestras aisladas —dijo ella, poniéndose a la defensiva—. Y funcionó. No podía prometer que sería tan eficaz contra el cuerpo principal de la plaga, pero suponía que tendría algún efecto, aunque fuera limitado. La plaga gasta parte de sus recursos luchando contra el contraveneno. Para resistirse al agente, tiene que dirigir parte de esa energía que de otro modo utilizaría para expandirse. Tenía la esperanza de que eso la mataría… es decir, que la subvertiría a una forma que pudiéramos manipular. A pesar de que estaba siendo pesimista, di por sentado que la plaga cogería un resfriado, que disminuiría de forma perceptible.

—No es eso lo que estamos observando —dijo Calvin.

—Pero está diciendo la verdad —protestó Khouri. Sylveste sintió que sus ojos se posaban en ella, como cuestionándose la razón misma de su existencia.

—¿Qué es lo que ves? —preguntó Volyova—. Como comprenderás, siento algo más que un poco de curiosidad.

—Hemos dejado de administrárselo —explicó Calvin—. De momento, la propagación se ha estabilizado, pero cuando usamos la antitoxina con el Capitán, empezó a extenderse más deprisa. Parecía que le costaba más modificar el sustrato de la nave que asimilar la masa del contraveneno en su matriz.

—Pero eso es ridículo —dijo Volyova—. La nave ni siquiera se resiste a la plaga. El hecho de que se extienda más deprisa sólo puede significar que la antitoxina está cediendo, que se está transformando a mayor velocidad que con la que la subvierte la plaga.

—Como soldados de primera línea que desertaran antes incluso de haber oído propaganda alguna —comentó Khouri.

—Exactamente igual —dijo Volyova. Por primera vez, Sylveste sintió que había algo entre aquellas dos mujeres, algo sospechoso, una especie de respeto mutuo—. Pero es imposible. Para que eso ocurriera, la plaga tendría que haber accedido a las rutinas de replicación sin esfuerzo alguno, como si éstas se lo hubieran permitido. Lo digo en serio: es imposible.

—Bueno, pues compruébalo tú misma.

—No, gracias. No se trata de que no te crea, pero tienes que verlo desde mi punto de vista. En mi opinión, y puesto que soy yo quien lo ha diseñado, es completamente ilógico.

—Podría haber una explicación —comentó Calvin.

—¿Cuál?

—¿Un sabotaje podría haber hecho algo así? Sabes que creemos que alguien no desea que esta operación tenga éxito… y sabes a quién me refiero. —Ahora estaba siendo discreto, pues no deseaba hablar delante de Khouri ni decir nada que pudiera ser captado por los sistemas de escucha de Sajaki—. ¿Es posible que tu antitoxina haya sido adulterada?

—Tendría que pensarlo —reflexionó.

El frasco de Sylveste aún conservaba parte de su contenido, de modo que Volyova pudo realizar un análisis de la estructura molecular de aquella muestra y de las que permanecían en su laboratorio, usando las mismas herramientas que había utilizado con la astilla de Khouri. Cuando comparó la muestra con las que tenía en el laboratorio descubrió que eran idénticas, según los límites normales de la precisión cuántica. La muestra que Calvin había administrado al Capitán era exactamente tal y como ella había pretendido que fuera, hasta en el más humilde de los vínculos químicos que unían a los átomos menos significativos en el componente molecular menos esencial.

A continuación, Volyova cotejó la estructura del contraveneno con los registros que había conservado en su cabeza durante años subjetivos y descubrió que eran idénticos. Su virus no había sido manipulado. La teoría del sabotaje de Calvin no era cierta. Sintió una oleada de alivio, pues nunca había querido creer que Sajaki estuviera obstaculizando el proceso. La idea de que el Triunviro podía estar prolongando conscientemente la enfermedad del Capitán resultaba demasiado espantosa, así que se alegró cuando el análisis del contraveneno le permitió eliminar de su mente la idea del sabotaje. Seguía recelando de él, por supuesto, pero al menos no tenía ninguna prueba de que se hubiera convertido en algo tan monstruoso.

Pero había otra posibilidad.

Volyova abandonó el laboratorio y regresó junto al Capitán, maldiciéndose por no haber pensado antes en eso, puesto que así se habría ahorrado el paseo. Cuando Sylveste le preguntó qué estaba haciendo, ella lo miró largo y tendido antes de responder. Sí, había una conexión con la Mortaja de Lascaille, estaba segura de ello. ¿Era puramente una venganza por parte de la Mademoiselle, como castigo por su cobardía, su traición o lo que fuera que había estado a punto de matarla en la frontera de la Mortaja? ¿O era algo que iba más allá y que estaba relacionado en cierta medida con los alienígenas, con las mentes antiguas y protectoras que Lascaille había tocado durante su experiencia aérea? ¿Acaso tenía algo que ver con el rencor humano o con algún imperativo tan desconocido y antiguo como los Amortajados? Tenía que hablar con Sylveste de muchas cosas, pero tendría que hacerlo en el santuario de la habitación-araña.

—Necesito una muestra de la frontera de la infección, donde administrasteis el contraveneno.

Sacó su raspador láser, realizó unas hábiles incisiones y guardó la muestra, que era como una costra metálica, en un autoclave.

—¿Qué sabes del contraveneno? ¿Está adulterado?

—No, no ha sido modificado —respondió. Redujo la potencia del raspador y lo usó para grabar un rápido mensaje, con letras diminutas, en el tejido de la nave, justo donde la plaga invasora se seguiría extendiendo. Mucho antes de que Sajaki tuviera la oportunidad de leerlo, el Capitán lo habría tapado.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Sylveste.

Pero antes de que pudiera hacerle más preguntas, Volyova había abandonado la sala.

—Tenías razón —dijo Volyova, cuando estuvieron a salvo al otro lado del casco del
Nostalgia por el Infinito
. La habitación se encaramaba a su caparazón exterior como si fuera un intrépido parásito de acero—. Ha sido un sabotaje, pero no tiene nada que ver con lo que pensábamos en un principio.

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