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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Espacio revelación (80 page)

BOOK: Espacio revelación
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Eligió la lanzadera que utilizarían: la esférica
Melancolía de la Partida
. A un lado de la sala advirtió que un par de criados de color verde botella se separaban de sus puntos de amarre y se deslizaban hacia ella. Eran esferas que efectuaban reparaciones en las lanzaderas, mediante las garras y el equipo cortante que brotaba de ellas. Al parecer, al entrar en el hangar había accedido al dominio de la percepción de Ladrón de Sol. Bueno, ya no podía hacer nada y no había traído la pistola como un incentivo para negociar con máquinas no inteligentes… pero tuvo que dispararles en más de una ocasión antes de conseguir interrumpir algún sistema crítico.

Entonces, ambas máquinas empezaron a alejarse por el hangar, sangrando humo.

Tocó los controles de la mochila, implorando que le permitieran desplazarse más deprisa. El
Melancolía
se alzaba imponente ante ella. Ya podía ver las diminutas señales de alarma y las frases técnicas que salpicaban el fuselaje, aunque en su mayoría estaban escritas en lenguas obsoletas.

Alrededor del arco de la lanzadera revoloteaba otro zángano. Éste era más grande y su elipsoide cuerpo ocre estaba salpicado de manipuladores y sensores plegados.

La estaba apuntando, con algo.

Todo se volvió de un verde tan brillante y doloroso que deseó arrancarse los ojos de las cuencas. La criatura la estaba atacando con un láser. Blasfemó. Su traje se había vuelto opaco a tiempo, pero no podía ver nada.

—Ladrón de Sol —dijo, asumiendo que podía oírla—. Estás cometiendo un terrible error.

—No lo creo.

—Estás mejorando —comentó Volyova—. La última vez que hablamos estabas algo espeso. ¿Qué ha ocurrido? ¿Has accedido a los traductores de lenguaje natural?

—Cuanto más tiempo paso entre vosotros, mejor os conozco.

Mientras hablaba, el traje fue recuperando su transparencia.

—Al menos, es mejor que lo que hiciste con Nagorny.

—No pretendía llenarlo de pesadillas. —La voz de Ladrón de Sol mantenía la misma ausencia de antes. Era como un susurro entre el sonido de la electricidad estática.

—Por supuesto. —Soltó una risita—. No quieres matarme, ¿verdad? Puede que a los demás sí, pero no a mí… todavía no. No mientras la cabeza de puente pueda requerir mis conocimientos.

—Ese tiempo ha terminado —respondió Ladrón de Sol—. Sylveste ya ha entrado en Cerberus.

No eran buenas noticias, en absoluto… aunque, racionalmente, hacía algunas horas que sabía que eso podría haber ocurrido.

—Entonces tiene que haber otra razón —razonó Volyova—. Otra razón por la que necesitas que la cabeza de puente permanezca abierta. Estoy segura de que no se trata de que te importe que Sylveste pueda regresar… pero supongo que si la cabeza de puente falla, no sabrás si ha logrado acceder a lo más profundo de la estructura. Necesitas saberlo, ¿verdad? Necesitas saber a qué profundidad llega. Necesitas saber si Sylveste logra hacer lo que pretendes que haga.

Consideró que la falta de respuesta de Ladrón de Sol era un reconocimiento tácito de que sus palabras no se alejaban demasiado de la verdad. Quizá, el alienígena aún no había aprendido todas las formas de subterfugio, unas artes que quizá eran exclusivamente humanas y, por lo tanto, nuevas para él.

—Déjame coger la lanzadera —dijo ella.

—Una nave de semejante configuración es demasiado grande para entrar en Cerberus. Con ella no podrás alcanzar a Sylveste.

¿Realmente creía que no había pensado en eso? Por un instante lamentó que Ladrón de Sol estuviera tan mal equipado para comprender el funcionamiento de la mente humana, a pesar de que era bastante competente cuando podía utilizar señuelos que dependían de las emociones, como el miedo o las recompensas. Esto no se debía a que su lógica fuera imperfecta sino a que sobrevaloraba su importancia en los asuntos humanos. Al parecer, consideraba qué el hecho de indicarle la naturaleza esencialmente suicida de la misión que pretendía realizar iba a detenerla y a ponerla voluntariamente de su parte. ¡Pobre monstruo lastimoso!

—Tengo algo que decirte —dijo Volyova, avanzando hacia la esclusa y hacia el zángano que interceptaba su camino. Entonces pronunció esa palabra, después de haber recitado los conjuros preliminares necesarios para que pudiera tener algún efecto. Era una palabra que nunca había esperado utilizar en este contexto, y la verdad es que le sorprendía que se hubiera visto obligada a utilizarla en otra ocasión; casi le sorprendía tanto como el simple hecho de recordarla. Volyova había decidido que el tiempo de confiar en las expectativas ya había terminado.

Esa palabra era
Parálisis
.

Tuvo un efecto interesante en el criado: la máquina no intentó detenerla cuando llegó a la esclusa y accedió al
Melancolía
, sino que revoloteó sin rumbo fijo durante unos segundos antes de abalanzarse contra una pared, al perder de repente el contacto con la nave y tener que depender de su reserva limitada de modos de conducta independientes. Al criado no le había ocurrido nada, pues la ejecución del comando Parálisis sólo afectaba a los sistemas de la nave… aunque uno de los primeros en fallar era el control radio-óptico de los zánganos. Sólo los zánganos autónomos seguirían funcionando de forma normal, pero esas máquinas nunca habían estado bajo la influencia de Ladrón de Sol. Ahora, los miles de zánganos que controlaba la nave estarían escabullándose a las terminales de acceso, donde podrían conectarse directamente al sistema de control. Incluso las ratas se sentirían confundidas, pues los aerosoles que diseminaban sus instrucciones bioquímicas formaban parte de los sistemas afectados. Desconectados del sistema de control permanente, los roedores revertirían a un arquetipo más similar a sus ancestros animales.

Volyova cerró la esclusa y se alegró al advertir que la lanzadera había empezado a calentarse nada más percibir su presencia. La cabina, donde ya centelleaban las lecturas de navegación, estaba reconfigurándose para adquirir el tipo de interfaz que prefería Volyova: superficies fluyendo de forma líquida hacia un nuevo ideal.

Ahora, lo único que tenía que hacer era salir de allí.

—¿Has notado eso? —preguntó Khouri, desde la metálica y lujosa opulencia de la habitación-araña—. Ha temblado el conjunto de la nave, como si hubiera habido un terremoto.

—¿Crees que ha sido Ilia?

—Dijo que nos soltáramos en cuanto recibiéramos una señal. Y dijo que sería muy obvia. Eso ha sido bastante obvio, ¿verdad?

Sabía que si esperaba un poco más, empezaría a dudar de sus propios sentidos; que empezaría a preguntarse si realmente se había producido un temblor. Entonces sería demasiado tarde, porque si Volyova había sido clara en algún punto, éste había sido que actuara con rapidez en cuanto recibiera la señal. No habría mucho tiempo, le había dicho.

Así que se puso en marcha. Giró dos de los controles idénticos de latón, no como había visto hacer a Volyova, sino con la esperanza de que algo tan drástico, aleatorio y posiblemente estúpido provocaría algo tan deseable como que la habitación-araña se soltara del casco, que era lo que quería que hiciera. Y la habitación-araña se desprendió del casco.

—Durante los próximos segundos —dijo Khouri, con el estómago revuelto debido a la repentina transición a caída libre—, o viviremos o moriremos. Si era la señal que pretendía darnos Volyova, hemos hecho bien en abandonar el casco, pero si no lo era, en breves segundos entraremos en el campo de acción de las armas de la nave.

Khouri observó cómo retrocedía la nave, ascendiendo y alejándose lentamente, hasta que tuvo que entornar los ojos para que no la cegara el destello de los motores Combinados que, aunque estaban prácticamente parados, brillaban con la fuerza del sol. En algún lugar de la habitación-araña existía la forma de cubrir las ventanas, pero ése era uno de los detalles que Khouri no había retenido en su memoria.

—¿Y por qué no nos ha disparado ya?

—Porque el riesgo de que la nave sufra algún daño es muy elevado. Ilia me dijo que esos límites están definidos de forma predeterminada y que Ladrón de Sol no puede hacer nada más que esperar. Supongo que ya estamos a punto de entrar en su campo de acción.

—¿Qué crees que ha sido esa señal? —Al parecer, a Pascale le apetecía hablar.

—Un programa —respondió Khouri—. Enterrado en las profundidades de la nave, allí donde Ladrón de Sol nunca pueda encontrarlo. Conectado a miles de circuitos que se extienden por toda la nave. Al activarlo, si realmente lo ha hecho, ha destruido miles de sistemas a la vez, provocando un estallido tremendo. Supongo que eso ha provocado el temblor.

—¿Y no ha destruido las armas?

—No… si recuerdo bien lo que dijo. Ha afectado a algunos sensores y quizá, a algunos sistemas armamentísticos, pero no a la artillería. Creo que eso es lo que dijo. De todos modos, supongo que el resto de la nave estará tan dañado que Ladrón de Sol tardará un tiempo en recomponerla y volver a tenerlo todo listo. Entonces disparará de nuevo.

—¿Las armas pueden activarse en cualquier momento?

—Sí. Por eso tenemos que darnos prisa.

—Parece que seguimos teniendo una conversación. ¿Acaso eso significa…?

—Eso creo —Khouri forzó una sonrisa—. Creo que he interpretado bien la señal y que estamos a salvo… al menos, de momento.

A Pascale se le escapó un fuerte suspiro.

—¿Y ahora qué?

—Tenemos que encontrar a Ilia.

—No debería ser difícil. Dijo que no teníamos que hacer nada; sólo esperar a la señal. Por lo tanto, ella debe de… —Khouri se interrumpió. Estaba mirando la bordeadora lumínica, que pendía sobre ellas como el capitel de una catedral. Había algo extraño en la nave.

Algo estropeaba su simetría.

Algo estaba saliendo de ella.

Había empezado con una pequeña escisión, como si un polluelo hubiera hundido la punta del pico en el cascarón de su huevo. Entonces salió una luz blanca y se produjo una serie de explosiones. Fragmentos del casco se dispersaron por todas partes y no tardaron en ser capturados por la mano de la gravedad, hasta que el velo de destrucción fue eliminado y reveló el daño subyacente. Un agujero diminuto había perforado el casco. Diminuto, pero sólo porque la nave era enorme, pues aquel agujero debía de medir unos cien metros de diámetro.

Entonces, la lanzadera de Volyova irrumpió en el agujero y, tras entretenerse unos instantes en el gigantesco casco de la nave, hizo una pirueta y se precipitó hacia la habitación-araña.

Treinta y cuatro

Órbita de Cerberus/Hades, 2566

Khouri permitió que Volyova se ocupara de la ardua tarea de ocultar la habitación-araña en el
Melancolía
. La operación fue más compleja de lo que parecía en un principio, pero no porque la habitación-araña fuera demasiado grande para el espacio disponible, sino porque sus patas articuladas se negaban a doblarse satisfactoriamente e impedían el cierre de las puertas de carga. Al final (apenas un minuto después de que hubiera empezado toda la operación), Volyova tuvo que enviar una brigada de criados para que doblaran correctamente las patas. Cualquier observador externo que hubiera presenciado el proceso (no hubo ninguno, excepto la masa silenciosa y semi-paralizada de la bordeadora lumínica), debió de pensar que un equipo de duendes estaba intentando introducir un insecto en un joyero.

Por fin, Volyova pudo cerrar las puertas, que ocultaron tras ellas el campo estelar. Las luces internas se encendieron, seguidas por el fuerte y rápido aullido de la presurización transmitido por el casco metálico de la habitación-araña. Los criados reaparecieron y anclaron rápidamente la sala para que no se moviera. Apenas un minuto después, Volyova apareció sin la protección del traje.

—Seguidme —gritó, con voz enérgica—. Cuanto antes salgamos del alcance de las armas, mejor.

—¿Qué distancia es ésa, exactamente? —preguntó Khouri.

—No estoy segura.

—Lo has vencido con tu programa —dijo Khouri, mientras las tres corrían hacia la cabina de la lanzadera—. Buen trabajo, Ilia. Allí fuera pudimos sentirlo… Fue impresionante.

—Creo que lo he herido —respondió—. Tras mi experiencia con el arma-caché, volví a poner en marcha a Parálisis con algunas interrupciones adicionales. En esta ocasión, la parálisis debe de haber afectado a mayor profundidad. De todos modos, desearía haber instalado artefactos destructivos alrededor de los motores Combinados pues, de
ese
modo, podríamos haber prendido fuego a la nave y escapar.

—¿Y eso no nos habría dificultado en gran medida nuestro regreso a casa?

—Posiblemente, pero también habría acabado con Ladrón de Sol. —Guardó silencio unos instantes, antes de añadir—: De hecho, habría hecho algo más. Sin la nave, la cabeza de puente habría empezado a fallar, pues no recibiría las actualizaciones del archivo de guerra. Habríamos ganado.

—¿Ése es el resultado más optimista que se te ocurre?

Volyova no respondió.

Habían llegado a la cubierta de vuelo. Lo que Khouri veía era gratamente moderno: todo blanco y estéril, como la sala de operaciones de un dentista.

—Escucha —dijo Volyova, mirando a Pascale—. No sé cuánto de todo esto has asimilado ya, pero si la cabeza de puente fallara ahora, y eso es lo que todos queremos, no sería demasiado bueno para tu marido.

—Asumiendo que ya haya llegado allí.

—Por otra parte —continuó Khouri—, si ya está dentro, el hecho de que falle no cambiaría nada, aunque impediría que lo alcanzáramos. —Hizo una pausa y añadió—: Ese es nuestro plan, ¿verdad? Vamos a intentarlo, ¿no?

—Alguien tiene que hacerlo —respondió Volyova, mientras ocupaba una de las butacas de control y estiraba un brazo para acoplar sus dedos al arcaico cuadro de mandos sensible al tacto que tenía delante—. Ahora os sugiero que busquéis un lugar donde sentaros. Vamos a dejar una gran cantidad de espacio entre nosotras y la bordeadora lumínica en el menor tiempo posible.

Dicho esto, los motores se conectaron con un rugido y las paredes, suelos y techos de la lanzadera, previamente indefinidos, asumieron de repente una realidad muy concreta.

Cuando el eje se desvaneció y empezaron a desplazarse por el vacío, Sylveste tuvo la impresión de que la caída libre se había detenido de repente, aunque no era más que una ilusión. Seguían cayendo, más rápido que nunca, pero los puntos de referencia estaban tan distantes que apenas tenía sensación alguna de movimiento.

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