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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Espacio revelación (38 page)

BOOK: Espacio revelación
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Khouri sacudió la cabeza con incredulidad.

—Pensaba que querías que matara a Sylveste.

—El arma cumplirá con nuestro propósito mucho antes de lo previsto.

—No —dijo Khouri, tras asimilar lo que había dicho la Mademoiselle—. No puedes destruir un planeta sólo para matar a un hombre.

—¿De pronto has descubierto que también tienes tu corazoncito? —La Mademoiselle movió la cabeza hacia los lados, apretando los labios—. Si no tenías ningún escrúpulo en matar a Sylveste, ¿por qué te preocupa que mueran otros? ¿O sólo es una cuestión de escala?

—Sólo es… —Khouri vaciló, pues sabía que debía decir algo que no inquietara a la Mademoiselle—. Inhumano. Pero no espero que lo comprendas.

El ascensor se detuvo y se abrieron las puertas, revelando un camino de acceso semi-inundado que conducía a la artillería. Antes de salir, Khouri se tomó unos momentos para recobrar la compostura. Desde que había empezado el descenso, había sufrido el peor dolor de cabeza imaginable. Ahora parecía estar remitiendo, pero no tenía ningún deseo de analizar qué podía haberlo causado.

—Rápido —dijo Volyova, caminando sin ganas.

—Lo único que no entiendes es por qué me tomo la molestia de destruir toda una colonia para asegurarme de que muere un hombre —dijo la Mademoiselle.

En cuanto Khouri se dispuso a seguir a Volyova, sus piernas se hundieron hasta las rodillas en el agua.

—Pues ahora mismo no. Pero lo entienda o no, haré todo lo posible por detenerte.

—No lo harías si comprendieras los hechos, Khouri. De hecho, me estás apremiando.

—Entonces es culpa tuya por no habérmelo contado.

Se abrieron paso entre mamparos cerrados herméticamente. Mientras los niveles de agua se igualaban, varias ratas conserje cayeron de las pequeñas grietas en las que se habían acurrucado hasta morir. Sus cuerpos quedaron flotando en el agua.

—¿Dónde está la lanzadera? —preguntó Khouri.

—Estacionada sobre la puerta exterior —respondió Volyova, girándose para mirarla a los ojos—. El arma todavía no ha salido.

—¿Eso significa que hemos ganado?

—Significa que todavía no hemos perdido. Pero sigo queriendo que ocupes el asiento de la artillería.

La Mademoiselle había desaparecido, pero su voz incorpórea se demoró en el estrecho pasillo.

—No te hará ningún bien. No hay ningún sistema en la artillería que yo no pueda controlar, así que tu presencia será inútil.

—Entonces, ¿por qué te estás esforzando tanto en disuadirme?

La Mademoiselle no respondió.

Dos mamparos más adelante, llegaron a la zona del techo que conducía a la cámara. Para entonces ya estaban corriendo, así que tuvieron que esperar unos momentos a que el agua dejara de derramarse por los lados del pasillo. Cuando lo hizo, Volyova frunció el ceño.

—Allí arriba hay algo —dijo.

—¿Qué?

—¿No lo oyes? Hay un ruido —ladeó la cabeza—. Parece proceder de la misma artillería.

Khouri ya podía oírlo. Era un sonido mecánico muy agudo, como el que haría un antiguo mecanismo industrial que se estuviera estropeando.

—¿Qué es eso?

—No lo sé. Al menos, espero que no sea lo que creo. Entremos.

Volyova levantó los brazos y tiró de una trampilla que había sobre su cabeza. La puerta se abrió, vertiendo una pequeña ducha de limo sobre sus hombros. Mientras descendía una escalerilla metálica, el ruido industrial se fue intensificando. Era evidente que procedía de la artillería. Las brillantes luces internas de la sala estaban encendidas, pero parecían inestables, como si allí arriba hubiera algo moviéndose, interceptando los rayos. Y fuera lo que fuera, se movía muy rápido.

—Ilia —dijo—. Creo que esto no me gusta.

—Bienvenida al club.

El brazalete pitó. Volyova estaba inclinando la cabeza para mirarlo cuando un impresionante temblor sacudió toda la nave. Ambas perdieron el equilibrio y cayeron contra los resbaladizos lados del pasillo. Khouri estaba intentando levantarse cuando una ola sísmica de limo viscoso la derribó. Durante unos instantes estuvo cabeza abajo, sumergida en aquella sustancia. Era la experiencia más parecida a comer mierda que vivía desde sus días en el ejército. Volyova la sujetó por los codos y la ayudó a levantarse. Khouri, asqueada, escupió el limo, pero el repugnante sabor se negó a abandonar su boca.

El brazalete de Volyova volvía a estar en modo gritar.

—¿Qué diablos…?

—La lanzadera —dijo Volyova—. Acabamos de perderla.

—¿Qué?

—Que acaba de ser destruida —Volyova tosió. Tenía la cara mojada; seguramente, también ella había tragado buena parte de esa sustancia—. Por lo que sé, el arma-caché ni siquiera ha tenido que hacer nada. Unas armas secundarias se encargaron de eliminarla.

La artillería seguía haciendo ruidos terribles.

—Quieres que suba, ¿verdad?

Volyova asintió.

—Sólo tendremos alguna oportunidad si ocupas el asiento. Pero no te preocupes: estaré a tu lado.

—Mírala —dijo la Mademoiselle de repente—. Carece de las agallas necesarias para hacer lo que quiere que hagas.

—¡O de los implantes necesarios! —gritó Khouri.

—¿Qué? —preguntó Volyova.

—Nada. —Khouri puso un pie en el peldaño inferior—. Sólo le estaba diciendo a una vieja amiga a dónde podía irse.

Su pie resbaló en el limo del escalón, pero en el siguiente intento logró sujetarse y apoyar el otro pie en el mismo peldaño. Su cabeza se asomó al pequeño túnel de acceso que conducía a la artillería, que se encontraba un par de metros más arriba.

—No entrarás ahí —dijo la Mademoiselle—. Estoy controlando la silla. En cuanto metas la cabeza en la sala, la perderás.

—Me encantaría ver que cara pones cuando eso ocurra.

—Khouri, ¿no has entendido nada todavía? El hecho de que pierdas la cabeza no será más que un pequeño inconveniente.

Ahora tenía la cabeza justo debajo de la entrada. Podía ver el asiento moviéndose en arcos por la sala, a pesar de que no había sido diseñado para ese tipo de acrobacias. El aire olía a sistemas energéticos chamuscados.

—Volyova —dijo, haciéndose oír sobre el estruendo—. Como tú construiste esto, supongo que sabrás si es posible cortar la energía de la silla desde abajo.

—¿Cortar la energía de la silla? Por supuesto… ¿pero de qué va a servirnos? Necesito que te conectes a la artillería.

—No del todo… sólo lo suficiente para que deje de moverse.

Se produjo una breve pausa durante la cual Khouri imaginó a Volyova intentando recordar antiguos diagramas. La artillería había sido construida hacía varias décadas y era muy probable que algo tan vulgarmente funcional como el tronco de alimentación principal no hubiera requerido ser actualizado desde entonces.

—De acuerdo —dijo Volyova—. Aquí hay una línea de alimentación principal. Supongo que podría cortarla…

Volyova se alejó, caminando con pesadez, hasta desaparecer. Parecía sencillo: cortar la alimentación energética. Khouri pensó que probablemente necesitaría un cúter especial, pero tendría que darse prisa en encontrarlo. Entonces recordó el pequeño láser de la Triunviro, el que había utilizado para recoger muestras del Capitán Brannigan. Siempre lo llevaba encima. Transcurrieron unos agónicos segundos. Khouri pensaba en el arma-caché que se estaba deslizando lentamente por el casco, adentrándose en el espacio. En aquellos instantes ya debía de estar apuntando a su objetivo, aumentando su potencia, preparándose para liberar un pulso de muerte gravitacional.

El estruendo que había sobre su cabeza se detuvo.

Todo estaba en silencio. La luz había dejado de centellear. La silla pendía inmóvil en su balancín, como un trono aprisionado en una elegante jaula curvada.

Volyova gritó.

—Khouri, hay una fuente de energía secundaria. La artillería se conectará a ella en cuanto perciba que se está vaciando la fuente principal… y eso significa que puede que no dispongas de demasiado tiempo para llegar al asiento…

Khouri, ayudándose con los brazos, deslizó su cuerpo por el agujero del suelo y entró de un salto en la artillería. Los esbeltos balancines de aleación parecían más afilados que antes. Avanzó con rapidez, abriéndose paso entre las líneas de suministro y saltando por debajo o por encima de los balancines. La silla continuaba quieta, pero cuanto más cerca estuviera de ella, más peligro correría si el aparato empezaba a moverse de nuevo. Si eso ocurría en ese mismo momento, las paredes no tardarían en quedar salpicadas de sangre pegajosa y coagulada.

Entonces estuvo dentro. En el mismo instante en que acabó de atarse, la silla gimoteó y salió disparada hacia delante. Los balancines giraron a su alrededor, moviéndola hacia delante y hacia atrás, cabeza abajo y de lado, hasta que Khouri perdió por completo el sentido de la orientación. Cada vez que el movimiento cambiaba de dirección, tenía la impresión de que se le iba a romper el cuello y los ojos iban a salirse de sus cuencas. De todos modos, estaba segura de que los movimientos del asiento eran más suaves que antes.

Intenta detenerme, pero no quiere matarme… todavía
.

—No intentes conectarte —dijo la Mademoiselle.

—¿Podría fastidiar tus planes?

—En absoluto. ¿Pero ya no te acuerdas de Ladrón de Sol? Está esperándote allí.

La silla seguía moviéndose, pero no con tanta violencia como para impedirle pensar.

—Puede que no exista —dijo Khouri, sin hablar—. Puede que te lo hayas inventado para ejercer mayor influencia en mí.

—Entonces, adelante.

Khouri hizo que el casco se deslizara sobre su cabeza, ocultando el movimiento oscilante de la sala. Su palma descansaba en el control de la interfaz. Sólo sería necesario ejercer una ligera presión para iniciar la conexión que permitiría que su psique fuera absorbida por la abstracción de información conocida como espacio artillería.

—No puedes hacerlo, ¿verdad? No puedes hacerlo porque me crees. Sabes que en cuanto abras esa conexión ya no habrá vuelta atrás.

Incrementó la presión, sintiendo que su voluntad aumentaba a medida que el control amenazaba con cerrarse. Entonces, ya fuera por un espasmo neuromuscular inconsciente o porque una parte de ella sabía que tenía que hacerlo, cerró la conexión. El entorno de la artillería se envolvió a su alrededor, tal y como había hecho en miles de simulaciones tácticas. Primero llegó la información espacial: su imagen corporal se hizo borrosa y fue reemplazada por la de la bordeadora lumínica y su entorno inmediato; después aparecieron una serie de capas jerárquicas que transmitían la situación táctico-estratégica y se actualizaban de forma constante, comprobando la información y realizando frenéticas simulaciones extrapoladas a tiempo real.

Khouri se incorporó.

El arma-caché se encontraba a varios cientos de metros del casco y su punta se dirigía directamente hacia Resurgam. La lanzadera había dejado una mancha negra cerca de la puerta por la que había salido el arma al exterior. Algunas zonas estaban dañadas; Khouri las sentía como pequeños pinchazos de incomodidad que se entumecían a medida que se activaban los sistemas de autorreparación. Los sensores de gravedad percibían las ondas que emitía el arma y unas brisas periódicas y cada vez más frecuentes barrían su cuerpo; los agujeros negros del arma debían de estar girando, orbitando cada vez más rápido en el interior del toro.

Una presencia la olisqueó, pero no desde el espacio exterior, sino desde dentro de la artillería.

—Ladrón de Sol ha detectado tu entrada —anunció la Mademoiselle.

—Ningún problema —Khouri extendió los brazos hacia el espacio artillería y deslizó sus manos abstractas en unos guanteletes cibernéticos—. Estoy accediendo a las defensas de la nave. Sólo necesito unos segundos.

Pero algo iba mal. Las armas no funcionaban como en las simulaciones; se negaban a hacer lo que les ordenaba. Pronto intuyó lo que estaba pasando: se estaba librando una batalla y ella se había unido a la lucha.

La Mademoiselle, o mejor dicho, su avatar, estaba intentando bloquear las defensas del casco, impedir que se volvieran contra el arma-caché. El arma en sí estaba fuera del alcance de Khouri, escondida tras diversos cortafuegos. ¿Pero quién se estaba enfrentando a la Mademoiselle? ¿Quién estaba intentando controlar las armas? Ladrón de Sol, por supuesto. Podía sentirlo. Era grande y poderoso, aunque intentaba ser invisible, disimular su presencia, camuflar sus acciones tras movimientos rutinarios de datos. Durante años había funcionado. Volyova nunca lo había percibido, pero ahora había sido imprudente, como un cangrejo que se ve obligado a huir precipitadamente de un escondite a otro cuando baja la marea. En él no había nada de humano, nada que indicara que esta tercera presencia de la artillería fuera algo tan mundano como la simulación descargada de una persona. Percibía a Ladrón de Sol como mentalidad pura, como si esa representación de datos fuera lo que siempre había sido y lo que siempre sería.

Lo percibía como absolutamente nada, como un punto de vacío que, de algún modo, había conseguido un terrible nivel de organización.

¿Realmente estaba planteandose unir sus fuerzas a él?

Quizá, si ésa era la única forma de detener a la Mademoiselle.

—Aún puedes evitarlo —dijo la mujer—. En estos momentos está ocupado; no puede malgastar sus energías invadiéndote. Pero todo cambiará en breves momentos.

Los sistemas armamentísticos ya estaban bajo su control, pero operaban demasiado despacio. Tras encerrar el arma-caché en una esfera de aniquilación, tendría que conseguir que la Mademoiselle le cediera el control del arma, aunque sólo fuera durante el microsegundo que necesitaba para desviarla, apuntar y disparar.

Sintió que la batalla perdía fuerza. Ella, o mejor dicho, Ladrón de Sol y ella, estaban ganando.

—No lo hagas, Khouri. No tienes ni idea de lo que hay en juego…

—Pues ponme al corriente, zorra. Cuéntame qué es tan importante.

El arma-caché se estaba alejando del casco, algo que seguramente era una señal de que la Mademoiselle estaba preocupada por su seguridad. Sin embargo, los pulsos de radiación gravitacional se estaban acelerando, empezaban a ser tan rápidos que prácticamente era imposible diferenciarlos. Khouri ignoraba cuánto tiempo transcurriría antes de que el arma-caché se disparara, pero sospechaba que sólo serían unos segundos.

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