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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Espacio revelación (42 page)

BOOK: Espacio revelación
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—¿Una pequeña charla? —repitió, quizá intentando ocultar el miedo que sentía.

—Sí, sobre todo lo que está sucediendo. Sobre el problema de la artillería. También podrías aprovechar la oportunidad para liberarte de cualquier… carga molesta que deberías haber compartido conmigo hace mucho tiempo.

—¿Cómo qué?

—Como quién eres, por ejemplo.

La habitación-araña cubrió con rapidez la distancia que la separaba del arma, usando los propulsores para detenerse pero manteniendo una posición relativa con la nave y una propulsión posterior estándar de una g. Incluso con las patas extendidas, apenas medía una tercera parte que el arma-caché. Ahora ya no parecía tanto una araña, sino un calamar desafortunado que estaba a punto de desvanecerse en las fauces de una ballena.

—Creo que será necesario algo más que una pequeña charla —respondió Khouri, sintiendo (y sospechaba que de forma justificada) que era una estupidez seguir ocultándole la verdad.

—Bien. Ahora, discúlpame un momento; lo que estoy a punto de intentar es algo que se encuentra en el lado difícil de lo prácticamente imposible.

—Es decir, un suicidio —dijo la Mademoiselle.

—¿Estás disfrutando con todo esto, verdad?

—Inmensamente… sobre todo porque no tengo ningún control de la situación.

Volyova había acercado la habitación-araña a la prominente punta del arma-caché, aunque se encontraba a demasiada distancia para que las patas mecánicas pudieran sujetarse a su agujereada superficie. El arma estaba girando, oscilando aleatoria y lentamente de un lado a otro; sus propulsores lanzaban fieras explosiones, como si quisieran esquivar el acercamiento de Volyova pero su propia inercia restringiera sus movimientos. Parecía que aquella poderosa arma de clase infernal tuviera miedo de una arañita. Khouri oyó dos rápidas explosiones, demasiado seguidas para diferenciarlas, como si un arma de fuego hubiera vaciado la cámara.

Advirtió que de la habitación-araña salían cuatro líneas provistas de pinzas que golpeaban silenciosamente la punta del arma-caché. Las pinzas estaban diseñadas para adentrarse unas décimas de centímetro en su víctima antes de dilatarse, de modo que en cuanto lo hacían, era imposible que se soltaran. Las líneas estaban iluminadas por los propulsores y la habitación-araña ya se estaba arrastrando hacia el arma, a pesar de que ésta había continuado con sus fuertes evasivas.

—Genial —dijo Khouri—. Estaba lista para disparar… ¿Ahora qué hago?

—Si tienes la oportunidad, dispara —respondió Volyova—. Si puedes esquivarme, mejor. Esta habitación está mejor blindada de lo que crees. —Tras un momento de silencio, añadió—: ¡Perfecto! Ya te tengo, montón de chatarra depravado.

Las patas de la habitación-araña habían envuelto la punta del arma. Esta parecía haber renunciado a toda esperanza de sacársela de encima… y, quizá, por una buena razón: Khouri tenía la impresión de que, a pesar de su valeroso intento, Volyova no había conseguido demasiado. Con toda probabilidad, la llegada de la habitación-araña no iba a obstaculizar demasiado el avance del arma-caché.

La lucha por el control de las armas del casco proseguía con furia. De vez en cuando, Khouri sentía cómo se movían. Los sistemas de la Mademoiselle perdían momentáneamente la batalla, pero nunca durante el tiempo suficiente para que Khouri pudiera apuntar y disparar. Si era cierto que Ladrón de Sol la estaba ayudando, no percibía su presencia, aunque era posible que eso sólo fuera una prueba más de su astucia. Quizá, si Ladrón de Sol no hubiera estado allí, ya habría perdido la batalla y, privada de su diversión, la Mademoiselle habría detonado el arma. En estos momentos, la diferencia resultaba bastante irrelevante. De pronto descubrió qué era lo que Volyova intentaba hacer. Los propulsores de la habitación-araña funcionaban al unísono, resistiéndose a la propulsión que el arma más grande (y torpe) estaba aplicando.

Volyova estaba empujando el arma hacia la parte inferior de la nave, hacia el resplandor blanco-azulado del propulsor más cercano. Pensaba acabar con ella llevándola hasta la abrasadora cámara de escape de la unidad Combinada.

—Ilia —dijo Khouri—. ¿Estás segura de que esto es… razonable?

—¿Razonable? —en esta ocasión, fue imposible ignorar la risa cloqueante de la mujer—. Es lo menos razonable que he hecho en mi vida, Khouri. Pero en estos momentos no veo otra alternativa… a no ser que utilices esas armas pronto.

—Estoy… trabajando en ello.

—Pues sigue trabajando y deja de molestarme. Por si no se te había ocurrido, en estos momentos tengo muchas cosas en que pensar.

—Supongo que está pasando toda su vida por delante de sus ojos.

—Oh, has vuelto. —Khouri ignoró a la Mademoiselle, pues ahora sabía que sus comentarios tenían el único objetivo de distraerla; que le bastaba con hablar para interferir en el curso de la batalla; que no era una observadora tan ineficaz como ella misma afirmaba.

Volyova debería recorrer unos quinientos metros antes de que el arma-caché quedara envuelta en llamas. Ésta seguía resistiéndose, con los propulsores funcionando al máximo de potencia, pero su capacidad de propulsión conjunta era inferior a la de la habitación-araña.
Es comprensible
, pensó Khouri. Al fin y al cabo, cuando sus diseñadores concibieron los sistemas auxiliares que serían necesarios para mover y posicionar el artefacto, posiblemente no se les ocurrió pensar que tendría que defenderse en una lucha cuerpo a cuerpo.

—Khouri —dijo Volyova—. En unos treinta segundos liberaré al
svinoi
. Asumiendo que mis cálculos sean correctos, ningún tipo de propulsión de corrección logrará impedir que caiga en el chorro.

—Eso es bueno, ¿verdad?

—Bueno, más o menos. Pero tengo la impresión de que debo advertirte… —la voz de Volyova perdía y recuperaba claridad, puesto que la recepción dependía de la abrasadora energía del chorro de propulsión y, como ser orgánico que era, se encontraba a una distancia imprudente de éste—. Se me ha ocurrido que aunque logre destruir el arma-caché, puede que una parte de la onda expansiva… quizá algo exótico, podría ser enviado hacia el centro de propulsión. —Hizo una pausa evidentemente deliberada—. Si eso ocurriera, los resultados no serían… óptimos.

—Bueno, gracias —dijo Khouri—. Aprecio que compartas conmigo tu optimismo.

—Mierda —dijo Volyova con serenidad—. Hay un pequeño fallo en mi plan. El arma debe de haber golpeado a la habitación-araña con algún tipo de pulso electromagnético defensivo; o eso, o la radiación de la unidad está interfiriendo en el hardware. —Se oía un sonido similar al que haría alguien que estuviera intentando desconectar viejos interruptores de metal de un panel de instrumentos—. Lo que quiero decir es que creo que no puedo liberarme. Estoy pegada a esta hija de puta.

—Entonces desconecta la jodida unidad… ¿Puedes hacerlo, verdad?

—Por supuesto; ¿cómo crees que maté a Nagorny? —A pesar de sus palabras, no parecía demasiado optimista—.
Nyet
… no puedo desconectar la unidad. Supongo que bloqueó mis rutas de intervención cuando activé Parálisis. Khouri, la situación cada vez es más desesperada… Si tienes esas armas…

—Está muerta, Khouri —dijo la Mademoiselle, en tono pretencioso—. Y con el ángulo de tiro que tienes ahora, la mitad de esas armas serán neutralizadas antes de que puedan infligir algún daño a la nave. Tendrás suerte si, con lo que quede, consigues chamuscar ligeramente el casco del arma-caché.

Tenía razón: casi sin que Khouri lo hubiera advertido, bloques enteros del armamento disponible se habían desconectado, pues estaban apuntando a ciertos componentes críticos de la nave. Sólo quedaba el armamento más ligero que, casi por definición, era incapaz de provocar ningún daño serio.

Algo cedió, quizá al percibir esto.

De pronto, las armas estaban bajo el control de Khouri, que acababa de darse cuenta de lo mucho que le beneficiaba que los sistemas que quedaban tuvieran una potencia limitada. Sus planes habían cambiado. Ahora no necesitaba fuerza bruta, sino precisión quirúrgica.

En el intervalo, antes que la Mademoiselle pudiera recuperar el control de las armas, Khouri anuló el objetivo anterior e introdujo la nueva orden. Sus instrucciones fueron muy específicas. Como si estuvieran sumergidas en toffee, las armas se alinearon en los puntos de impacto que había seleccionado, que ya no pertenecían al arma-caché, sino a algo completamente distinto…

—Khouri —empezó a decir la Mademoiselle—. Realmente creo que deberías reconsiderarlo.

Pero para entonces, Khouri ya había disparado.

Gotas de plasma se extendieron hacia el arma-caché, hacia el punto en el que se unía a la habitación-araña, seccionando sus ocho patas y las cuatro líneas de sujeción. Con las extremidades cortadas a la altura de las rodillas, la habitación se desprendió de la unidad.

El arma-caché se adentró en el rayo, como si fuera una polilla que se siente atraída hacia la luz de una lámpara incandescente.

Todo se desarrolló en una serie de instantes tan breves y rápidos que Khouri fue incapaz de comprender qué había ocurrido hasta que todo hubo terminado. El exterior físico del arma-caché se evaporó en una milésima de segundo, hirviendo en una bocanada de vapor predominantemente metálico. Era imposible saber si el contacto con el rayo provocó lo que sucedió a continuación o si, en el mismo instante de su destrucción, el arma-caché ya estaba preparada para desdoblarse.

Fuera como fuera, las cosas no se desarrollaron tal y como habían pretendido sus creadores.

Lo que quedaba bajo el caparazón destripado del arma-caché emitió un prolongado eructo gravitacional, un regüeldo que trasquiló el espacio-tiempo. Algo terrible le estaba sucediendo al tejido de realidad que rodeaba al arma, pero no tenía nada que ver con lo que habían planeado. Un arco iris de luz estelar curvada centelleó alrededor de la masa coagulada de energía plasmática, un arco iris que, durante una milésima de segundo, fue más o menos esférico y estable, pero que entonces empezó a tambalearse, oscilando como una pompa de jabón a punto de estallar. Una fracción de milésima de segundo después empezó a derrumbarse hacia adentro y, acelerando exponencialmente, se desvaneció.

Durante otro momento no quedó nada, ni siquiera escombros, sólo el habitual telón de fondo salpicado de estrellas del espacio.

Entonces apareció un destello de luz que lentamente cambió a ultravioleta. El destello se intensificó, inflándose hasta convertirse en una enorme y maligna esfera. La oleada de plasma golpeó la nave, sacudiéndola con tanta violencia que Khouri sintió el impacto incluso en los balancines amortiguados de la artillería. Los datos se precipitaban ante ella, informándole (a pesar de lo poco que le importaba saberlo) de que la explosión no había afectado seriamente a ningún sistema del casco y de que la breve punta de radiación provocada por el destello estaba dentro de los límites tolerables. Los escáneres gravimétricos habían recuperado bruscamente la normalidad.

El espacio-tiempo había sido perforado, había sido penetrado a nivel cuántico, liberando un minúsculo destello de energía Planck. Un destello minúsculo en comparación con las furiosas energías presentes en la espuma del espacio-tiempo, aunque en realidad fue como si cayera una bomba atómica en la puerta de al lado. El espacio-tiempo se curó al instante, uniéndose de nuevo antes de que se produjera algún daño real y dejando tan sólo algunos polos magnéticos, algunos agujeros negros cuánticos y otras partículas anómalas/exóticas como prueba de que había ocurrido algo adverso.

El arma-caché había fracasado por completo.

—Oh, genial —dijo la Mademoiselle, que parecía más decepcionada que cualquier otra cosa—. Espero que estés orgullosa de lo que has hecho.

Pero en esos momentos, Khouri sólo era consciente de la ausencia que avanzaba hacia ella, precipitándose por el espacio artillería. Intentó retroceder a tiempo, intentó desacoplar el vínculo…

Pero no fue lo bastante rápida.

Trece

Órbita de Resurgam, 2566

—Asiento —dijo Volyova, entrando en el puente.

Una silla se estiró ansiosa hacia ella. En cuanto se sentó, Volyova se alejó de las estratificadas paredes del puente y empezó a orbitar alrededor de la enorme proyección holográfica en forma de esfera que ocupaba el centro de la sala.

La esfera mostraba una imagen de Resurgam, aunque cualquiera podría haber pensado que se trataba del globo ocular disecado de un cadáver momificado, ampliado cientos de veces. Volyova sabía que esa imagen era algo más que una representación precisa de Resurgam extraída de la base de datos de la nave: estaba siendo proyectada en tiempo real, a través de las cámaras que enfocaban el planeta desde el casco.

Resurgam no era un planeta hermoso. Aparte del blanco ennegrecido de las zonas polares, el color predominante era el gris óseo, deslucido por costras de óxido y algunos fragmentos irregulares de azul grisáceo cerca de las zonas ecuatoriales. La mayoría de las masas de agua oceánica más importantes seguían estando cubiertas de hielo y, sin duda alguna, las escasas motas de agua que podían verse estaban siendo calentadas de forma artificial, ya fuera por rejillas de energía térmica o mediante procesos metabólicos hechos a la medida. Había nubes, pero no eran las grandes y complejas masas que Volyova sabía que podían verse en sistemas planetarios afectados por los cambios meteorológicos, sino que parecían columnas etéreas. Aquí y allí se espesaban hacia una blanca opacidad, pero sólo formaban pequeños nudos glandulares cerca de los asentamientos, pues allí era donde operaban las fábricas de vapor, sublimando el hielo polar en agua, oxígeno e hidrógeno. Había pocas extensiones de vegetación lo bastante grandes para ser vistas sin ampliar la imagen hasta una resolución de un kilómetro y tampoco había pruebas visibles de presencia humana, excepto por el centelleo de las luces de los asentamientos cuando el lado oscuro del planeta giraba cada noventa minutos. Incluso con el zoom, resultaba difícil distinguir las colonias porque, con la única excepción de la capital, solían estar sumergidas en el suelo. Con frecuencia, lo único que asomaba sobre la superficie eran algunas antenas, alguna plataforma de aterrizaje o algún invernadero. Y respecto a la capital… Bueno, ésa era la parte más inquietante.

—¿Cuándo va a abrirse la ventana con el Triunviro Sajaki? —preguntó, deslizando la mirada por los rostros de los miembros de la tripulación, cuyos asientos estaban dispuestos en un grupo poco definido, mirándose los unos a los otros bajo la cenicienta luz del planeta proyectado.

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