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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Espacio revelación (46 page)

BOOK: Espacio revelación
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Khouri no había mentido al decir que conocía los trajes. Eran un artículo importado poco habitual en Borde del Firmamento que vendían los mercaderes Ultra que hacían escalas en los alrededores de ese planeta desgarrado por la guerra. En Borde del Firmamento nadie disponía de los conocimientos necesarios para duplicarlos, hecho que significaba que las unidades que habían comprado los de su bando eran sumamente valiosas, poderosos tótems entregados por los dioses.

El traje la escaneó para evaluar sus dimensiones corporales y ajustar su interior para que se adaptara con precisión a su contorno. Entonces, Khouri permitió que se adelantara y la rodeara, intentando ignorar la sensación de claustrofobia que acompañó al proceso. En unos segundos, el traje se había cerrado herméticamente a su alrededor y se había llenado de aire-gel, para poder realizar ciertas maniobras que de otro modo aplastarían a su ocupante. La persona del traje interrogó a Khouri sobre pequeños detalles que le gustaría cambiar, permitiéndole personalizar el juego de armas y ajustar sus rutinas autónomas. Por supuesto, en la Sala Dos sólo podrían manejar armas ligeras. Los escenarios de combate que tenían que representar serían una mezcla perfecta de acción física real y uso de armas simulado, pero lo que contaba era el propósito. Debían tratar todos y cada uno de los aspectos de la empresa con la máxima seriedad, incluidas las infinitas opciones que ofrecía el traje para deshacerse de cualquier enemigo que tuviera la desgracia de encontrarse en su esfera de superioridad.

Había otras tres personas, pero Khouri era la única que no participaría en la operación de la superficie. Volyova era la líder del grupo. Debido a las conversaciones que habían mantenido, Khouri suponía que había nacido en el espacio, aunque había visitado planetas en más de una ocasión y había adquirido los reflejos apropiados y casi instintivos que incrementaban las oportunidades de sobrevivir a una excursión planetaria, siendo una de las principales el respeto profundo por la ley de la gravedad. Lo mismo ocurría con Sudjic, quien había nacido en un hábitat o, posiblemente, en una bordeadora lumínica, aunque había visitado los mundos suficientes para adquirir los movimientos correctos. Su extremada delgadez, que sugería que sería incapaz de dar un paso en un planeta sin romperse todos los huesos del cuerpo, no había engañado a Khouri ni por un momento: Sudjic era como un edificio diseñado por un arquitecto que conociera con exactitud las tensiones que tenía que soportar cada articulación y cada riostra, pero cuyo sentido de la estética le impidiera tolerar cualquier añadido adicional. Kjarval, la mujer que estaba siempre con Sudjic, también era diferente. A diferencia de su amiga, no mostraba rasgos quiméricos extremos. Todas sus extremidades le pertenecían, pero no se parecía a ningún otro ser humano que Khouri conociera: tenía el rostro liso y brillante, como si estuviera optimizado para algún entorno acuático inespecífico, sus ojos de gato eran órbitas rojas cuadriculadas carentes de pupilas, sus fosas nasales y oídos eran unas aberturas estriadas y su boca era una ranura carente de expresión que apenas se movía cuando hablaba, aunque estaba permanentemente curvada en una expresión de suave exaltación. No llevaba ropa pero, a pesar del frío relativo de la sala, tampoco parecía estar desnuda. De hecho, parecía una mujer desnuda que se hubiera sumergido en un polímero infinitamente flexible que se secara con rapidez. En otras palabras, era una verdadera Ultra de origen incierto y, con toda probabilidad, no darviniano. Khouri había oído historias sobre especies humanas creadas mediante la ingeniería genética que se habían criado bajo los mundos helados de Europa, o sobre personas marinas que habían sido adaptadas biológicamente para poder vivir en una nave espacial totalmente inundada. Sula parecía ser la personificación viva y extrañamente híbrida de estos mitos, pero también podría ser algo completamente distinto. Quizá había forjado estos cambios en su ser por puro capricho. Era muy posible que carecieran por completo de utilidad o que sirvieran al único propósito de ocultar por completo otra identidad. De cualquier forma, conocía diversos mundos y, al parecer, eso era lo único que importaba.

Sajaki también conocía diversos mundos, pero ya se encontraba en la superficie de Resurgam y no estaba claro el papel que desempeñaría en la búsqueda de Sylveste. Khouri no sabía mucho del Triunviro Hegazi, pero sus comentarios ocasionales sugerían que jamás había puesto un pie en nada que no hubiera sido fabricado. No le extrañaba que Sajaki y Volyova la hubieran relegado a los aspectos más administrativos de su profesión. Cuando llegara el momento, no le permitirían (ni aunque quisiera) efectuar el trayecto hasta la superficie de Resurgam.

Y sólo quedaba Khouri. Nadie podía discutir su experiencia: a diferencia de cualquier otro miembro de la tripulación, había nacido y se había criado en un planeta y, lo que era más importante, había visto acción en uno de ellos. Era muy probable que la guerra de Borde del Firmamento la hubiera puesto en situaciones mucho más peligrosas que las que había experimentado cualquier otro miembro de la tripulación (de hecho, nada de lo que había oído le hacía dudar de ello), puesto que las excursiones de éstos habían consistido en ir de compras, misiones comerciales o simple turismo, para recrearse en las comprimidas vidas de los efímeros. Khouri había vivido situaciones en las que, en ocasiones, había estado segura de que no lograría sobrevivir, pero como siempre había sido un soldado muy competente y la suerte le había sonreído, había logrado salir de ellas relativamente ilesa.

Ninguno de los tripulantes discutía su capacidad.

—No se trata de que no queramos que nos acompañes —había dicho Volyova, poco después del incidente con el arma-caché—. Ni mucho menos. Estoy segura de que sabes manejar el traje tan bien como cualquiera de nosotras y de que no te quedarías paralizada bajo el fuego.

—Entonces…

—No puedo arriesgarme a perder a mi Oficial de Artillería. —Volyova hablaba prácticamente en susurros, a pesar de que estaban teniendo esta conversación en la habitación-araña—. Sólo es necesario que vayan tres personas a Resurgam… y eso significa que no tienes por qué venir. Sudjic y Kjarval saben utilizar los trajes. De hecho, ya hemos iniciado el adiestramiento.

—Al menos podríais dejar que me uniera a vosotras en las sesiones.

Volyova había levantado un brazo, como si estuviera descartando su sugerencia. Sin embargo, en el mismo instante en que lo hizo, pareció cambiar de idea.

—De acuerdo, Khouri. Podrás entrenar con nosotras, pero eso no significa nada, ¿entendido?

Oh, por supuesto que lo entendía. Ahora, las cosas eran diferentes entre ellas. Lo habían sido desde que Khouri le había mentido, diciéndole que era una espía de otra tripulación. La Mademoiselle la había preparado hacía largo tiempo para esa charla que, al parecer, había funcionado a la perfección, incluso en la forma de no mencionar al
Galatea
(que, por supuesto era completamente inocente), dejando que fuera Volyova quien lo dedujera y, por lo tanto, permitiéndole sentir cierta satisfacción en el proceso. Era una pista falsa, pero lo único que importaba era que Volyova la considerara plausible. La Triunviro también había aceptado la historia de que Ladrón de Sol fuera un software de infiltración diseñado por los humanos. De momento, parecía que su curiosidad estaba satisfecha. Ahora eran prácticamente iguales, puesto que ambas tenían algo que ocultar al resto de la tripulación… aunque lo que Volyova creía saber de Khouri no guardaba ningún parecido con la realidad.

—Comprendo —dijo Khouri.

—Sin embargo, es una lástima —Volyova sonrió—. Tengo la impresión de que siempre has querido conocer a Sylveste. Pero tendrás tu oportunidad en cuanto lo traigamos a bordo…

Khouri sonrió.

—Supongo que tendré que esperar hasta entonces.

La Sala Dos era una gemela vacía de la cámara en la que se guardaban las armas-caché.

A diferencia de la sala caché, esta habitación había sido presurizada para que tuviera una atmósfera normal. No se trataba de una simple extravagancia: era el lugar de mayor tamaño de la nave en el que había aire respirable y, por lo tanto, lo utilizaban como depósito para abastecer de aire a las secciones de la nave en las que sólo había vacío cuando era necesario que accedieran a ellas humanos desprovistos de trajes.

Normalmente, la unidad tendría que haber proporcionado una gravedad ilusoria de una g que actuara a lo largo del eje de la nave, que era también el eje de aquella sala más o menos cilíndrica, pero ahora que la unidad se había apagado (porque la nave se encontraba en la órbita de Resurgam), la ilusión de la gravedad procedía de la rotación del conjunto de la sala, hecho que significaba que la gravedad actuaba a noventa grados del eje, impulsándose de forma radial hacia fuera desde el centro de la sala. Cerca del centro apenas había gravedad; allí, los objetos flotaban libremente durante minutos, antes de que el pequeño e inevitable impulso inicial los fuera alejando lentamente, a la vez que la creciente presión de aire tiraba de ellos hacia fuera y hacia abajo. En aquella sala nada «caía» en línea recta, al menos desde el punto de vista de alguien que estuviera de pie junto a la pared que rotaba.

Entraron por un extremo del cilindro, a través de una puerta blindada en forma de concha cuya cara interna estaba repleta de agujeros y cráteres causados por explosiones e impactos de proyectiles. Todas las superficies visibles de la sala estaban erosionadas. Por lo que Khouri podía ver (y las rutinas de realce visual del traje significaban que podía ver hasta allí donde deseara), no había ni un sólo metro cuadrado de la sala que no hubiera sido asediado, marcado, escopleado, combado, perforado, fundido o corroído por algún tipo de arma. Puede que antaño fuera plateada, pero ahora era púrpura, como una herida metálica que la englobara en su totalidad. La iluminación no era suministrada por una fuente lumínica fija, sino por docenas de zánganos que flotaban en libertad: cada uno de ellos iluminaba un punto de la pared con un reflector de incandescencia actínica. Los zánganos se movían continuamente, como un ejército de agitados gusanos resplandecientes, y el resultado era que en la sala no había ninguna sombra que permaneciera quieta durante más de un segundo; además, si fijabas los ojos en un punto concreto durante unos instantes, aparecía una fuente lumínica cegadora que eliminaba todo lo demás.

—¿Estás segura de que podrás ocuparte de esto? —preguntó Sudjic cuando la puerta se cerró a sus espaldas—. Recuerda que el traje no puede sufrir ningún daño. Si lo rompes, tendrás que pagarlo, ¿entendido?

—Concéntrate en no romper el tuyo —espetó Khouri, antes de conectar un canal privado y añadir—: Puede que sólo sean imaginaciones, pero tengo la impresión de que no te gusto demasiado.

—¿Y por qué piensas algo así?

—Creo que podría tener algo que ver con Nagorny. —Khouri se interrumpió. Se le acababa de ocurrir que, quizá, los canales privados no lo eran tanto; de todos modos, cualquiera que las estuviera escuchando habría pensado en más de una ocasión lo que estaba a punto de decir, sobre todo Volyova—. No sé exactamente qué pasó, sólo que manteníais una relación muy estrecha.

—Estrecha no es la palabra correcta, Khouri.

—Que erais amantes, entonces. No quería decirlo así, por si te ofendías.

—No debes preocuparte, pequeña. Creo que es un poco tarde para eso.

La voz de Volyova las interrumpió.

—Vosotras tres, descended a la pared de la sala y empezad a trabajar.

La obedecieron, usando los trajes en amplificación moderada para alejarse de la plataforma que sellaba el extremo del cilindro. Habían entrado en caída libre en el mismo instante en que accedieron a la sala; ahora, mientras descendían hacia la pared-suelo y adquirían una velocidad circular, su sensación de peso aumentó. El cambio era ligero, amortiguado por el aire-gel, pero proporcionaba las señales suficientes para producir cierta sensación de vértigo.

—Entiendo que estés molesta conmigo —dijo Khouri.

—Estoy segura de ello.

—He ocupado su posición. Desempeño su trabajo. Después… de lo que fuera que le ocurrió, de pronto tuviste que aguantarme —Khouri se esforzaba en parecer razonable, como si no se tomara todo esto como algo personal—. Si yo estuviera en tu piel, supongo que sentiría lo mismo. De hecho, estoy segura. Sin embargo, eso no significa que sea correcto. No soy tu enemiga, Sudjic.

—No te engañes a ti misma.

—¿Respecto a qué?

—Respecto a que comprendes una décima parte de todo este asunto —Sudjic había situado su traje cerca del de Khouri: una armadura blanca, carente de costuras, dispuesta contra la erosionada pared de la sala. En la mente de Khouri apareció la imagen de unos cetáceos blancos fantasmales que vivían (o habían vivido, no lo sabía con certeza) en los mares de la Tierra y se llamaban ballenas blancas—. Escúchame bien. ¿Crees que soy tan simple como para odiarte tan sólo porque has ocupado el puesto que Boris dejó vacante? No me insultes, Khouri.

—No era ésa mi intención, créeme.

—Si te odio, Khouri, es por una razón perfectamente legítima: porque le perteneces a ella —pronunció esta última palabra como un jadeo de puro resquemor—. Eres la bagatela de Volyova. La odio y, por lo tanto, también odio sus posesiones. Sobre todo aquellas que valora. Y por cierto, si encontrara el modo de hacer daño a sus bienes, ¿acaso crees que no lo haría?

—Yo no soy la posesión de nadie —respondió Khouri—. No soy de Volyova ni de nadie. —Al instante se odió a sí misma por haber protestado con tanto vigor, y entonces empezó a odiar a Sudjic por haberla empujado a adoptar una actitud defensiva—. Además, tampoco es asunto tuyo. ¿Sabes qué, Sudjic?

—Me muero por oírlo.

—Según tengo entendido, Boris no era la persona más cuerda del mundo. Por lo que sé, Volyova no le hizo volverse loco, sino que intentó utilizar su locura para algo constructivo. —Sintió que su traje desaceleraba, depositando suavemente sus pies en la erosionada pared—. Pero no funcionó. Mala suerte. Quizá os merecíais mutuamente.

—Sí, es posible.

—¿Qué?

—No tiene por qué gustarme lo que acabas de decir, Khouri. La verdad es que, si no tuviéramos compañía y no lleváramos puesto este traje, no me importaría enseñarte lo fácil que me resultaría romperte el cuello. Puede que lo haga un día de éstos, pero tengo que reconocerlo: tienes rencor. La mayoría de sus marionetas lo pierden desde el principio… a no ser que las destruya antes.

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