Read En busca del unicornio Online
Authors: Juan Eslava Galán
Mas no acabó el año sin que ella y yo nos encontráramos en los árboles, metidos en lo espeso de aquellas frondas, para dar franquicia a mi masculino ardor haciendo lo que hombre con mujer. Y esto repetimos muchas veces, que ella venía a buscarme porque tenía gran placer y curiosidad en hacerlo conmigo.
Y así pasó el año y a veces hablaba yo con Andrés de Premió y con fray Jordi de que era cosa de ir pensando en proseguir la busca del unicornio.
Y ellos eran en esto de un acuerdo conmigo. Y así determinamos que cuando moviera el pueblo de los negros, moveríamos también nosotros por otro lado, para seguir nuestras pesquisas.
Y sobre lo de mover el pueblo de los negros hay algo que explicar.
En el país de los negros la gente es tan poca y la tierra tanta que el campo no tiene valor alguno y es como el aire entre nosotros o como el mar.
Y por esta causa cada hombre puede tener toda la tierra que quiera, que lindes no hay, y sólo tiene que caminar hasta donde no haya otro y quemarla y rozarla y cavarla y sembrar en ella. Pero, como los negros son por su naturaleza poco inclinados al trabajo, la labran mal y luego que da dos o tres cosechas, se agota porque no le echan estiércol ni la riegan ni la cavan honda ni le hacen barbecho como acá entre los cristianos se usa. Y así tienen luego que abandonarla y seguir a otra parte en busca de tierra nueva que dé cosecha. Con lo cual los pueblos de allá no están quietos como en Castilla sino que cada pocos años se mueven y las gentes por esta causa andan siempre con la casa a cuestas hoy aquí y mañana allá y viven en chozas y no saben labrar casas de ladrillo ni piedra ni levantan tapias como nosotros, ni arrecifes ni caminos.
Cuando fue llegado el momento en que el pueblo del Rey Gordo había de moverse en busca de tierras nuevas, le pedí licencia y me despedí, que nosotros habíamos de seguir por otro camino en la busca del unicornio. Y el Rey Gordo y su pueblo se apartaron de nosotros con muestras de mucho pesar y grandes lágrimas y plantos y nos dieron regalos de lo poco que tenían.
Y Cabaca dio a fray Jordi un collarillo de cuentas y semillas de mucha virtud. Y fray Jordi le dio a él una cruz, que el otro se puso al pescuezo con los otros adornos, y yo no sé si entendería qué era, porque fray Jordi, después de lo de Tomboctú, había quedado muy escarmentado y avisado y ya no bautizaba a nadie ni hacía por explicar la doctrina cristiana a los negros. Y el día de antes de la partida, Asquia me dio una taleguilla de polvo de oro que ella sabía que el oro era cosa muy apreciada para los blancos y yo tuve gran pesadumbre de no tener cosa que darle porque ya nada tenía aparte de los pobres harapos que me cubrían y las armas.
Habíamos caminando dos jornadas hacia la parte del Septentrión cuando otro día, viernes, dos días de julio, levantámonos de mañana y hallamos que Pedro Martínez, "el Rajado", y otros cinco ballesteros que eran muy amigos suyos y siempre andaban en su obediencia y conciliábulos, se habían ido de noche y se habían llevado trece ballestas, tres espadas y la poca sal que nos quedaba y un poco oro que algunos teníamos. Y yo hube gran enojo de ello, mas no sabía si seguirlos que Sebastián de Torres y Ramón Peñica, los rastreadores, decían que el rastro estaba fresco y era fácil pero tiraba para el Mediodía, o si seguir nuestro camino adelante sin ellos. Y hube luego consejo y determinamos seguir sin ellos. Y por las hablas que los otros ballesteros juntaron averiguamos que se habían partido a buscar el país del oro del que estaban muy informados por los negros.
Los cuales decían que el oro venía de un sitio del Meridión distante cincuenta jornadas de camino y este sitio se llama Faleme en la parla de los negros y allí hay un gran río y altas montañas y los negros que habitan aquel país se llaman bambukas y no tienen trato alguno con sus vecinos.
Y los que allí iban a comprar oro llevaban cargas de sal y el comercio se hace de la siguiente manera que diré: llegan los mercaderes con la sal y la dejan en una plaza grande que cerca del río se hace, en montones del peso de la que un hombre puede llevar.
Y luego retíranse al otro lado del río y esperan. Entonces salen de entre los árboles y matas los negros bambukas y van a la sal y la miran y ponen una esterilla con un puñado de polvo de oro al lado de cada montón de sal y se retiran a sus árboles. Entonces vuelven los mercaderes de la sal y tornan a pasar el río y miran el polvo de oro que los otros dejaron y, si les parece suficiente, lo toman y si no se retiran al otro lado del río como la vez primera, sin tocar nada.
Vuelven los bambukas y viendo que el oro sigue allí dan muchos gritos y se arañan el pecho como si hubiera ocurrido gran desgracia y luego añaden un poco más de polvo de oro al que pusieron y se retiran otra vez. Y así se repite el toma y daca hasta que los negros están conformes y retiran el oro. Pero algunas veces sucede que los bambukas se molestan y retiran el oro que pusieron. Entonces los otros han de tomar su sal y todos esperan al día siguiente para volver a empezar el trato.
Con esto seguimos nuestro camino que no era ninguno cierto, puesto que, por donde íbamos, no vivía nadie, según notamos, por lo confiadamente que podíamos acercarnos a las manadas de ciervos y venados y otra carne de monte que por allí se cría, y fuimos saliendo de las espesas arboledas, donde había grandes serpientes y muy fieros mosquitos que mucho ofendían, y un calor de sofoco y mucha agua en el aire así como si cerca hirvieran calderas, y llegamos muy menguados a las treinta jornadas de marcha al sitio que llamaban los negros Calope. Y ésta era una vega llana donde se perdía la vista sin topar con montañas u otra cosa y tenía un yerbazal muy alto y amarillo y pocos árboles y éstos muy derramados y de buen cobijo y por allí seguimos con más comodidad, ballesteando carne y habiendo placer y estábamos nueve blancos y treinta negros que el Rey Gordo nos diera para acompañamiento y criados, y ellos venían de muy buen grado por el poco peso que entre todos repartían y la mucha liberalidad y franqueza que con ellos usábamos.
Y en aquel llano ya vimos leones, que no osaron acercársenos, y otros animales grandes y fieros y elefantes y muchos burros rayados de los que viéramos la otra vez, por lo que nos alegramos pensando que ya estábamos cerca del sitio donde pastan los unicornios. Y apretábamos el paso si podíamos por acortar jornadas. Mas una mañana divisamos lejos una como caravana de negros y en acercándonos vimos que no era pueblo en marcha como pensábamos sino soga de esclavos que los llevaban cautivos y no había entre ellos blancos ni moros sino tan sólo unos negros llevando a otros. Y ellos al vernos se pararon y se pusieron en junto y los guardas que los llevaban levantaban las varas y daban grandes palos en las cabezas de los cautivos para que se echaran al suelo y los tapara la yerba y yo me adelanté con tres ballesteros y Paliques a haber parla sobre qué sitio era aquél y por dónde habría unicornios mas, antes de que llegáramos a donde estaban los guardias, que serían como cincuenta, ellos dieron gran grita y tiraron de sus venablos y gran copia de flechas sobre nosotros. Y a un ballestero que se llamaba Cristóbal de Nicuesa le pasaron el pecho y le salió el hierro por la espalda y murió luego y a Paliques le rebotó una flecha que venía sin fuerza en la chaquetilla de cuero.
Y vista la traición y felonía, corrimos atrás dando una gran vocería por avisar a los otros. Y el de Villalfañe que lo sintió tocó la trompeta muy reciamente a degüello y los ballesteros dieron grita de ¡Enrique, Enrique, Castilla y Santiago! y vinieron con las ballestas armadas e hicieron una salva de la que pasaron a diez o doce negros de los guardias. Y de esto hubieron los enemigos gran espanto, pues nunca vieran un tiro de ballesta que desde tan lejos hiere tan acertadamente y mata, y alzaron las manos con mucha grita y tiraron al suelo venablos y flechas en lo que entendimos que se daban sin lucha y así formamos línea y abiertamente nos acercamos a ellos con las ballestas por delante y mandé a nuestros negros que fueran a soltar a los cautivos que en el suelo quedaban. Y en soltándolos luego ellos se fueron contra los guardas y los mataron a todos muy crudamente con piedras y con palos y clavándoles flechas como si navajas fueran. Y nada hicimos nosotros por contenerlos.
Y luego que hubieron matado a sus guardas vinieron a nosotros y se tiraban a tierra y nos besaban los pies y nos abrazaban nuestras rodillas y derramaban muchas lágrimas y daban alaridos no sé yo si de contento o por mostrar gratitud. Mandé a Paliques que tuviera parla con ellos y Paliques probó una parla y luego otra y luego otra, de las chamullas de los negros que tenía aprendidas, mas ninguna cuadraba bien y en ninguna era entendido. Mas luego vino uno de los negros que nos diera el Rey Gordo, el cual sí pudo entenderlos y por su intermedio supimos que venían de un sitio que llaman Garrafa y que estaba para la parte del Meridión y que aquellos negros que los llevaban cautivos eran de los chongai sus enemigos y los habían prendido para venderlos como esclavos y que ahora que los habían muerto era mejor huir todos para su tierra pues tenían por cierto que cerca de allí había muchos más de aquellos enemigos muy fieros y armados, en un sitio donde hacían juntas de cautivos antes de pasar con ellos adelante a donde los mercados están.
Y que éstos eran tantos que había que excusar escaramuza con ellos siendo nosotros tan pocos. Y a lo que preguntamos por un animal de tales señas con un cuerno solo en la frente tuvieron sus fablas entre ellos muy vivas y luego contestaron que a muchas jornadas hacia la parte del Mediodía había un río grande de nombre Congolunda donde se vieran animales como aquel que decíamos y que pacían yerba y eran grandes y tenían un cuerno encima del hocico y que los polvos de raspadura de este cuerno eran apreciada medicina en el trato venéreo. Y al decir esto se señalaban a sus vergüenzas, que las traían al aire, y se reían. Con lo que ya quedamos confirmados de que por fin habíamos dado con gentes que sabían darnos nuevas ciertas de dónde estaban los unicornios.
Y como nos pareció que en todo decían verdad, resolvimos partir luego hacia la parte del Mediodía y aquel mismo día torcimos el camino por alejarnos cuanto antes de la mortandad que atrás dejábamos. Y es maravilla ver cómo en el país de los negros no es posible callar un muerto porque en seguida se convoca gran copia de buitres y otras aves del mismo talante que hacen su vuelo coronado encima de la carroña y se dejan ver como nube negra a muchas leguas del lugar, tan espesas se juntan y tan grandes son. Y estos buitres que digo son mucho más lerdos que los que se crían en Castilla porque, en viendo a alguien que no se mueve, ya empiezan a volarle encima y no se cuidan de si está muerto o solamente dormido y en más de una ocasión se ha despertado uno y se ha visto rodeado de estos pájaros. Mas luego son cobardes y en gritándoles levantan vuelo y se alejan con gran algarabía y enfado, que parece que siempre traen hambres atrasadas y se contrarían mucho de que lo que parecía moribundo goce de buena salud.
Y en pasando adelante dejamos que los cautivos que habíamos liberado se fueran por otro lado por no tener que ballestear carne para tanta gente, sino dos o tres de ellos que parecían más listos que los otros a los que dijimos que se quedaran para mostrarnos el camino y ellos se quedaron de muy buena gana. Y marchaban delanteros abriendo marcha y eran muy parleros y Paliques iba con ellos informándose de sus chamullos. Y eran tan menudos de cuerpo que Paliques parecía el padre de todos ellos, aun siendo tan corto y escurrido de carnes como era.
Y movimos de allí y hacíamos jornadas cortas para dar descanso a algunos enfermos y heridos que venían y porque las grandes calores en medio del día estorbaban el mucho caminar. Y los ballesteros iban más conformes que otras veces porque tenían sobra de mujeres que muy alegremente se les daban y con esto olvidaban los trabajos pasados y los por venir. Y ellas les molían el mijo y les maceraban la carne y hasta les mascaban los bocados. Y ellos dábanse vida de mucha holganza, como reyes moros, y desoían a fray Jordi que muy enconadamente los exhortaba a no vivir como paganos.
Mas ni Andrés ni yo teníamos fuerza de negarles aquellas comodidades y regalos por miedo a que con la desesperación de la mala vida se fueran en pos de Pedro Martínez, "el Rajado", y los otros que buscan el oro.
Luego vinieron dos meses de crudo caminar por entre espesuras húmedas y charcas pobladas de culebras y de enfermar muchas veces de los mosquitos que día y noche nos apesadumbraban con grandes pesadumbres. Y tengo por cierto que de sólo la sangre que en aquellas frondas espesas me chuparon los chinches y mosquitos hubiéranse podido hacer hasta dos grandes calderadas de morcilla. Mas al cabo deste tiempo dimos en una tierra más despejada que los negros llaman Manda. Y allí hay innumerables ríos chicos y grandes que corren al Septentrión y arboledas muy espesas que cubren muchas leguas de verde y están tupidas a maravilla, que no dejan pasar el sol como si la noche se hiciera en medio del día, y nosotros nos hurtábamos deste agobio caminando siempre por donde los ríos, que está algo más despejado porque las avenidas tiran árboles y crece algo la hierba y siempre hay caza de la carne que acude a beber. Y algunos ríos daban en otro más grande y otros en lagos y charcas grandes y chicos donde vivían gran muchedumbre de pájaros muy raros y de muchos colores y de luengas patas, finas como asta de flecha, y de luengos picos, mas poco piadores y roncos.
Y en aquellos verdales no viven hombres, mas los negros señalaban que donde acababan los árboles había pueblos y gente y muchos unicornios, con lo que nosotros nos esforzábamos en soportar aquellas calamidades viendo que al fin serviríamos al Rey nuestro señor.
Y fray Jordi, que había perdido todas sus grosuras y mantecas y ya no tenía panza y parecía más joven, a todos acudía con su esfuerzo y consuelo y a todos confortaba en la fiebre y quebranto. Y decía a veces: "Hay buenos que Nuestro Señor permite que sean punidos por merecer más galardón. Con paciencia sufrir los males como frío o calor hambre y sed y calenturas y pasiones y muertes como los sufrieron los apóstoles, los mártires, confesores, vírgenes, Job y Tobías y Catón". Con lo cual conformaba a los que habían perdido aliento. Mas con todo, él muchas veces se apartaba con el achaque de sus yerbas y luengo rato se estaba en rezos y en lágrimas, más afligido que otros y sin haber quien lo consolara en su disimulado esfuerzo.