En busca del unicornio (14 page)

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Authors: Juan Eslava Galán

BOOK: En busca del unicornio
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Y así fuéronse pasando los días muy levemente y yo cada día iba al corral grande a tomar nuevas de los negros que llevaban mas aquellos que esperábamos de tan lejos no acababan de llegar y yo empezaba a cavilar si no estaría engañándonos Mojamé Ifrane y tomé determinación de que si no eran llegados para el día de Reyes, no aguardaríamos más sino que, tomando guías y pisteros de la tierra, nos iríamos de la ciudad y terminaríamos la holganza.

Y así nos llegaron las fiestas de la Navidad de nuestro Señor Jesucristo que allí son en estación calurosa como agosto y aquel día nos vestimos con nuestros mejores avíos y montamos altar muy lucido de madera, con ciertas tocas y bayetas de mucha vista, en medio del corral y fray Jordi dijo misa cantada a la que asistimos todos muy devotamente y Federico Esteban tañó música muy gentilmente, que en cerrando los ojos parecía que estábamos en iglesia Mayor si no fuera por la mengua de incienso. Y dicho la misa, fray Jordi bautizó muy solemnemente al su criado el Negro Manuel y fue la madrina Inesilla y el padrino de la vela fui yo. Y luego le hicimos regalos como es costumbre y yo le di un gorrillo de lana que no pensaba que me fuera a servir más con aquellos grandes calores que sufríamos, y Inesilla le dio una sarta de cristales. Y luego hicimos colación y comimos muchos frutos de la tierra a los que ya nos íbamos acostumbrando y que son extraños en gran manera y muy grasosos y dulces y luego carne asada que habíamos ballesteado la víspera. Y hubimos todos gran contento y, aunque faltaba el vino, cantamos muy bizarramente e hicimos muy grandes fiestas de convites y salas y danzamos y bailamos como en estas fiestas se hace. Y a otro día amaneció gran multitud de negros a las puertas del corral y pedían bautismo con mucha devoción hincados de rodillas y fray Jordi acudió con lágrimas en los ojos muy fuertemente llorando y dijo cómo Dios Nuestro Señor había hecho el milagro de que se convirtieran tantos en el día que conmemorábamos su Nacimiento.

Y visto el prodigio luego caímos todos de rodillas y entonamos el "Te Deum Laudamus" muy devotamente cantando. Y toda la mañana estuvimos bautizando negros al lado del río como si aquello fuera el Jordán, mas a la tarde corrióse la voz de que a éstos ya no se les daban gorrillos de lana ni sartas de cuentas de colores ni regalo alguno y luego se les pasó la fe se retiraron todos diciendo muy gruesas palabras de enojo en sus lenguas africanas. Y quedó fray Jordi muy enfadado en medio del agua y apesadumbrado y corrido de ver cuán poco consistente es la fe humana y no le volvimos a ver la cara buena por diez o veinte días. De todo lo cual todos hubimos grande y provechosa enseñanza.

Cuando faltaban dos días para el de Reyes, en que yo había acordado de partirnos del lugar, vino a verme un criado de Mojamé Ifrane con recado de que el guía que aguardábamos era llegado. Tomé a Paliques y a Andrés de Premió y a otros cinco ballesteros y fuimos al corral grande donde Ifrane nos recibió muy gentilmente y con mucha alharaca morisca, de la que yo ya había aprendido a fiar poco, y luego hizo venir a un negro que allí cerca estaba, el cual mostraba ser muy joven y menos feo que los que hasta ahora llevábamos vistos. Y era de piel menos retinta y más clara y nos dijo que se llamaba Boboro y que ése era buen guía para lo que veníamos buscando. Y Paliques habló con él en todas las parlas que de los negros tenía aprendidas y no se entendían nada más que medianamente, pero con todo y con muchas señales de manos y mucho dibujar en tierra un caballo con cuernos y poner un palo en el hocico de un camello de los que allí cerca estaban, por más a lo vivo figurar lo que unicornio era, al final el negro, que hasta entonces había estado muy serio, y todo lo miraba con ojos de si estaríamos locos, cayó en la cuenta de lo que Paliques le estaba preguntando y se dio una gran palmada en la frente y desenvainó los dientes riendo con muy gran risa y ya nos pudo decir con mucho movimiento de cabeza que sí, que conocía el unicornio, y miraba señalando a Septentrión, con el dedo muy levantado, como si quisiera indicar la gran distancia detrás de las montañas grises que a lo lejos se veían, de lo que todos hubimos gran contento sino yo que me iba quedando en el corazón como una sombra triste de congoja detrás de todos aquellos sucesos africanos, lo que yo achacaba a la ausencia de doña Josefina, en la que cada día pensaba al caer la tarde. Mas con todo acordamos con Boboro que saldríamos de allí a tres días y que su paga había de ser de un cubilete de sal cada día, y que cuando hubiésemos cobrado al unicornio le regalaríamos un camello y él quedó contento y nosotros tornamos a nuestro corral muy satisfechos del trato y del aparejo que iban tomando nuestras cosas.

De allí a tres días levantamos el campo, con toda la cámara y la plata, y yo fui a despedirnos de Mojamé Ifrane y le llevé tres cartas para que se las diera a Aldo Manucio el genovés cuando estuviera de vuelta en Marraqués. Y la una era para mi señora doña Josefina y las otras para que las hicieran llegar a mi señor el Condestable y al Rey nuestro señor, y en todas tres daba cumplida noticia de cómo discurrían nuestros asuntos y de lo que hasta el día de la fecha nos había acaecido. Y con ellas iba un compendio breve en romance para información de aquellos que les plugiere leerlo de cuáles son las costumbres de los negros y retintos y el género de vida que llevan.

Y mostrándose el alba del día que digo, preparamos el fardaje y antes que fuera media mañana salimos muy lucida y ordenadamente por el camino de Septentrión, que sigue el río grande aguas adelante, por muy buenas y placenteras sombras y arboledas. Y éramos cuarenta y ocho hombres blancos y una mujer y quince criados negros que unos y otros habían asentado para que nos sirvieran, y tres mujeres negras, y Boboro, el guía retinto. Y el dicho Boboro iba delante de todos, muy ligeramente caminando y señalando los árboles y los montes muy parlador, por mostrarse más perito en las cosas de aquella tierra. Y a su lado iba Paliques dándole conversación y señalando cosas para que el otro le dijera cómo se llamaban y luego una cuadrilla de ballesteros en sus camellos y luego otra donde iban los criados con el fardaje a lomos de más camellos y detrás los demás ballesteros y nosotros ya que, siendo tierra de mucha yerba y humedad aquella ribera, uno podía caminar detrás sin tragarse los polvos que levantaran los de delante. Y al olor nauseabundo que van dejando los camellos ya teníamos hechas las narices. Y así nos fuimos metiendo por espesos bosquecillos de muy raros y copudos árboles, más altos que nogal viejo y más prietos que ciprés, y de muy altas matas y yerbas, que a veces habíamos de cortar con los cuchillos y espadas para abrir paso a los camellos, y en esto gastamos un mes de camino y aún no llegábamos a las montañas azules sino que parecía que cada día nos alejábamos dellas y Paliques preguntaba al negro Boboro y él decía que llegaríamos pronto, mas no quería decir en cuántas jornadas, a lo que Pedro Martínez, "el Rajado", se enojaba mucho y porfiaba que él se lo sacaría a palos y lo haría hablar en cristiano y que aquel necio de negro era menos necio de los que pensábamos y acabaría robándonos la hacienda y dejándonos perdidos en el monte, y yo lo mandaba callar pero tampoco me barruntaba nada bueno, sólo que disimulaba con gran disimulación y tenía paciencia pensando que las cosas quieren su tiempo para alcanzar sazón.

Un día llegamos a un claro de yerba muy alta y espesa donde el río hacía un recodo sin perder su mansedumbre y acordamos descansar allí dos o tres días por dar tiempo a los camellos a que se repusieran, que algunos venían muy quebrantados y menguados por la rareza que de la humedad tienen siendo más afables a las sequedades y calores del arenal. Y mandé levantar un corral a la parte del río, con cava honda y estacas, donde más a salvo estar aquellos días. Y esto hicieron los criados negros de muy mal talante, como gente que no está hecha a trabajar, y aun miraban muy aviesamente a los ballesteros que les hacían chanzas y reíanse de verlos cavar con tan pocos oficios. Y levantamos tiendas y dormimos allí y a otro día de mañana salió el sol y vimos que Boboro y los otros negros y negras eran idos y se habían llevado la sal que traíamos y dos o tres costales de viandas y otras cosas menudas y paños, y más adelante notamos que también habían hurtado las ligas nuevas de reparar las ballestas, en lo que tuvimos gran pesar. Y así pasamos otro día y mandé partidas al campo por ver si había rastro de los negros y a mediodía volvió una con el rastro hallado. Y el que lo encontró era aquel Ramón Peñica, que era de los criados del Condestable que con nosotros venían y había sido muy buen fiel del rastro en Jaén. Y él como perito me certificó que los quince criados negros idos y Boboro habían marchado todos juntos y que a una legua de allí se habían juntado con otros que, por las pisadas, serían hasta cien más y que luego las pistas de todos iba junta y se entraba en el bosque de donde ya no quisieron seguirla sin venir a darme aviso. Y yo hice consejo con Andrés de Premió y platicamos sobre ello y determinamos de mandar a otro día una cuadrilla de veinte ballesteros conmigo y Andrés quedaría guardando el real con los otros. Y luego se fue el sol y vino la noche y pusimos muy grandes guardas en todos los lugares do convenía para que no fuésemos de los enemigos ofendidos. Y fuímonos a dormir. Pero a medianoche hubo gran ruido y grita y Villalfañe sonó la trompeta dando rebato en el campo, que el enemigo estaba sobre nosotros. Y todos salimos mano a las armas y sólo pudimos ver sombras que corrían a lo lejos y Andrés de Premió en cueros vivos daba grandes voces y ordenaba a sus hombres que tiraran con las ballestas y algunos tiraron a los que huían, que habían matado a nuestros guardas. Y luego nos quedamos velando hasta que viniera el alba y avivamos los fuegos que hubiera luz por si los negros volvían, mas ya no volvieron. Y en clareando el día se mostró el alba y catamos el daño. De los cuatro guardias que había puestos a los dos habían degollado y a otro lo habían herido de tajo por el pecho y quedaba para morirse y el cuarto se había defendido bien y había matado a dos negros. Y los negros muertos eran de los que venían con nosotros en oficio de criados. Y los tiros de los ballesteros habían matado a otros tres negros cuyos cuerpos aparecieron más lejos, con los pasadores muy bien clavados en las espaldas. Y de los treinta y dos camellos que llevábamos, los negros habían desjarretado a veinte y nueve que ya no se pudieron alzar del suelo donde quedaban ni servían para cosa alguna. Y yo mandé luego degollarlos por excusarles padecimientos. Con lo que aquel día tuvimos carne de sobra y la comimos con nuestras lágrimas viéndonos tan menguados y quebrantados por los desastres y desventuras que nos acaecían. Y a la tarde volvieron unos ballesteros que habían salido con un negro cautivo. Y el dicho negro venía herido de un pasador en el muslo y los suyos lo habían dejado atrás. Y la parla que hablaba no era entendida por el Negro Manuel ni por Paliques.

Con lo que, no siendo bueno para cosa alguna, dejé que la ballestería se desahogara con él dándole crudos tormentos y capándolo y sacándole los ojos, de lo que murió a poco.

Y llegó la noche y avivamos fuegos y pusimos otra vez dobladas velas que tuvieran los ojos bien abiertos. Mas esta vez no osaron los negros acercarse aunque hacían ruidos a lo lejos para que supiéramos que estaban sobre nosotros y ponernos miedo.

Otro día amanecido hicimos consejo sobre si convenía tornar a Tomboctú por otros guías o seguir adelante río abajo. Y aunque algunos querían volver, los otros y yo fuimos del parecer de que siguiendo el río habíamos de llegar pronto a algún pueblo o al mar donde nos podríamos mejor socorrer que volviendo atrás sin camellos. Esto así acabado y concluido cargamos el fardaje en los tres camellos que quedaban y lo que no pudimos llevar lo quemamos. Y allí ardieron algunas tiendas de buen lienzo y ciertas ropas y paños que fuera lástima dejarlos atrás para provecho de los que tan crudamente nos desamaban y perseguían.

Y con ánimo triste pero esperanzado proseguimos la marcha y el que iba herido de la víspera acabó de morirse a poco, lo que nos excusó del trabajo de llevarlo en unas parihuelas que le habíamos hecho. Y lo enterramos y fray Jordi le hizo responso y misa oficiada como a los otros, la que oímos y rezamos muy devotamente.

De allí a dos días llegamos a un llano amplio de mucha y buena yerba donde había un arroyo que iba a juntarse con el río grande. Y vimos un pueblo chico de chozas de paja redondas como capacetes y con mucha industria trenzadas como canasta. Y allí moraban en las chozas negros desnudos tanto hombres como mujeres y gran copia de niños que vinieron a nosotros como sin maldad. Y éstos eran retintos más que los traidores que atrás dejábamos, lo cual visto yo di mandato de no ofenderlos si no ofendían ellos primero. Y Paliques les habló de lejos en sus parlas y ellos entendieron un poco y dijeron que se llamaban Columba. Y de allí a poco trajeron frutas y harina de mijo y cosas de comer y nosotros acordamos poner nuestro real y campamento en un cerrete que allí cerca se asomaba al río y estar allí hasta que tuviéramos nuevas de lo que veníamos buscando.

Y aquellos Columba resultaron ser buena gente que cada día venían muchos a traernos de su comida y de sus cosas muy confiadamente y hasta dejaban que sus mujeres se entraran por entre los matorrales con los ballesteros y los dichos negros se quedaban riendo, como bobos sin malicia, mientras les ponían los cuernos, en lo que conocimos ser pueblo de costumbres muy sosegadas y pacíficas y gente de entendimiento simple. Y así nos fuimos aficionando a ellos y cuando salíamos a ballestear carne, que por allí se podía acertar muy bien a los venados y toros que al río bajaban a abrevar, les dábamos la que nos sobraba, que era mucha, y con esto los teníamos obligados y contentos. Mas no por eso dejaba yo de poner guardas y velas y atalayar el campo cada día por si tornaban los negros del traidor Boboro. Lo cual acaeció de allí a pocos días y fue que las gentes de una partida nuestra que había salido a cazar tornaron con gran priesa y ahogo trayendo nuevas ciertas de que se habían topado con los negros de Boboro que por allí cerca andaban en número de más de doscientos. Y Andrés de Premió salió en su busca con los ballesteros y los tomaron cuando dormían la siesta en un clarecillo del bosque estando muy a su sabor, sin guardas ni velas, de todo asalto descuidados. Y los nuestros dieron sobre ellos y mataron a treinta y cuatro y cautivaron a Boboro que era el que los mandaba. Y este Boboro no sufrió en la escaramuza más que una tajada chica en una pierna que Federico Esteban le cosió y curó luego. Y aunque los ballesteros querían destriparlo y hacerlo cuartos en seguida yo lo prohibí y luego hice que le dieran tormento y que Paliques le preguntara por qué había hecho traición a sus amos. Y él dijo que se lo mandara Mojamé Ifrane, porque los moros no querían que gente blanca pasara más allá del arenal a la parte de los árboles donde están las minas de oro, pensando que luego le llevarían la desgracia a África. Los cuales actos de Mojamé Ifrane tuvimos nosotros por muy concertados y que podían ser verdad. Y luego le dijimos al negro que no queríamos oro sino el cuerno del unicornio y él nos prometió que si luego lo perdonábamos nos llevaría a donde el unicornio criaba, que era a cuarenta días de camino, apartándose del río grande. Mas después de lo ocurrido pensamos que no podíamos fiarnos de Boboro y yo junté consejo para deliberar lo que cumplía y acordamos que lo mejor era ajusticiarlo para escarmentar a otros traidores y para enmendar el yerro de los muertos que por su causa habíamos tenido y los quebrantos que habíamos sufrido. Y pensábamos que ya encontraríamos otros guías más ciertos y verdaderos que aquél. Con lo cual luego se lo di a la ballestería que lo matara sin hacer más caso de las muchas lágrimas que derramaba ni de las súplicas que hacía. Y a éste lo descuartizaron entre tres camellos y luego levantaron sus cuartos clavados en palos lejos del real, a la vista de todo el mundo. Y a poco de armar tal picota acudieron buitres, que en África hay más que aquí gorriones, y por la noche otras alimañas espesas y cuando clareó el otro día no quedaban dél más que los huesos mondos y lirondos, lo que no deja de ser notable la prontitud con que la carne se gasta en tan menguada tierra.

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