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Authors: Arthur C. Clarke y Frederik Pohl

El último teorema (35 page)

BOOK: El último teorema
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Ranjit estaba a punto de poner en conocimiento de su antiguo profesor que disponía de la más elevada que pudiera expedirse cuando refrenó la lengua al preguntarse si no la habrían invalidado a esas alturas. Para entonces, Vorhulst ya le estaba preguntando:

—¿Y tú, Ranjit, qué has estado haciendo, aparte de dar con la demostración del teorema de Fermat y casarte con la especialista en inteligencia artificial más guapa de la isla?

* * *

Resultó que Joris Vorhulst estaba al tanto de buena parte de las aventuras que había corrido su antiguo alumno; pero quería conocerlas todas. Y a ello se consagraron hasta la hora de cenar. Ranjit no acababa de decidirse a pedirle ayuda delante de todos, y de cualquier modo, la tía Beatrix había estado viendo las noticias y tenía no pocas preguntas que formular.

—Están enviando gabarras cargadas de carros de combate viejos, cañones autopropulsados y cosas así al mar de China para lanzarlos al mar —informó al grupo—, y dicen que es para crear falsos arrecifes en los que puedan criarse peces.

Y han sacado imágenes de algo parecido a las guillotinas de la Revolución francesa, aunque con cinco plantas, que están usando para destruir sus misiles balísticos intercontinentales. Supongo que primero les sacarán el combustible y la carga explosiva.

—Sí, y también extraen todo el metal reciclable —le hizo saber su hijo—. He visto trenes enteros transportándolo a Siberia. Los rusos lo consideran parte de la satisfacción que corresponde a Corea del Norte. ¿Habéis oído hablar de las elecciones que han programado?

—Oír hablar, sí —respondió Myra—; pero entenderlas, ni jota.

—A mí me ha pasado lo mismo —señaló Joris con una sonrisa compungida—; pero en China conocí a una mujer que había estado allí, y trató de explicármelo. Para empezar, la unidad básica para la votación no es la ciudad o el distrito electoral del votante, sino un grupo arbitrario de diez mil personas de todo el país nacidas el mismo día. De ésos, hay un conjunto de treinta y cinco elegido al azar por un ordenador y destinado a dirigir al grupo. Se reúnen durante una semana al mes en algún punto de Corea, y deciden cuál de ellos habrá de presidirlos (algo así como un alcalde) y quiénes de ellos conformarán el cuerpo legislativo, que se encargará de cosas como conceder permisos y planificar proyectos de construcción. Además, nombran a los jueces, eligen a los representantes del legislativo nacional, etc.

—Parece complicado —comentó su madre—. Y eso de confiar la selección a un ordenador, ¿no la propuso hace treinta años más o menos un escritor de ciencia-ficción?

Joris asintió con la cabeza.

—Al parecer, ellos casi siempre tienen las mejores ideas, ¿verdad? De todos modos, un sistema así no puede funcionar hasta que recuperen las comunicaciones, y para eso faltan aún, creo, un mes o dos. A lo mejor a esas alturas lo entendemos mejor.

* * *

Después de cenar, los ufanos padres de Natasha tuvieron que presumir ante Joris de las habilidades natatorias de su pequeña, y Beatrix se empeñó en que su hijo se retirase a dormir a la vez que la criatura, pues, dado que había recorrido medio mundo en avión desde la última vez que había visto una cama, ya era hora de que descansara.

En consecuencia, Ranjit no tuvo oportunidad de pedir su asesoramiento. Cuando Tashy y su esposa se sumieron en un sueño profundo, se puso a ver con inquietud las noticias, sentado en el vestidor y con el volumen lo bastante bajo para no despertarlas. El Consejo de Seguridad había hecho pública una nueva serie de advertencias severas a las naciones que se hallaban sumidas en una de aquellas guerras menores o parecían estar a punto de entablar una, y aunque no mencionó de forma explícita el Trueno Callado, a Ranjit no le cabía la menor duda de que ninguno de los beligerantes había pasado por alto tamaña amenaza. No pudo por menos de preguntarse si no habría errado al declinar la oferta de Gamini. Todo parecía indicar que Pax per Fidem se hallaba donde estaba la acción, cosa que no podía decirse, precisamente, de Colombo.

Irritado, apagó las noticias, y pensó que bien podía tratar de descansar y hablar con Joris a primera hora del día siguiente, antes de que tuviese que marchar de nuevo al lugar donde se estaba construyendo la terminal. En aquel momento, no obstante, llegó a él una música tenue de origen desconocido, y decidió ponerse la bata e ir a investigar. Sentado en la terraza que daba al jardín se hallaba su antiguo profesor, bebiendo de un vaso largo y observando la Luna mientras sonaba suave la radio. Al ver a Ranjit, le sonrió con cierto embarazo.

—Me has pillado. Estaba pensando en qué lugar me gustaría aterrizar… De aquí a cinco o seis años, claro, cuando esté operativo el Skyhook y pueda viajar hasta allí. Al
mare Tranquilitatis
, o al
Crisium
, o quizás a algún lugar de la cara oculta, por darme pisto. Siéntate, Ranjit. ¿Te apetece tomar algo?

Sí que le apetecía, y Joris tenía allí todo lo necesario. Al recibir el vaso que le ofrecía éste, Ranjit señaló con un gesto el satélite, que se mostraba punto menos que en lleno, y tan claro que casi permitía leer a su luz.

—¿De verdad crees que vas a poder hacer eso? —le preguntó.

—No lo creo: lo garantizo —le prometió Vorhulst—. Tal vez el ciudadano medio vaya a tardar más tiempo en tener la posibilidad de comprar un billete; pero no es mi caso. Yo tengo un puesto importante en el proyecto, y el cargo tiene sus privilegios. —Tomando nota de la expresión algo burlona que había asomado al rostro de Ranjit, añadió—: ¿Qué pasa? ¿No te esperabas que fuese capaz de aprovecharme de mi posición para conseguir algo que ansío? Pues que sepas que para la mayoría de los casos es así; sin embargo, los viajes espaciales son otro cantar: si para ir a la Luna hubiese que robar bancos, allá que iría yo a asaltarlos.

Ranjit meneó la cabeza.

—Ojalá a mí me gustase mi trabajo como a ti el tuyo —observó, sintiendo una punzada que sólo podía calificar de envidia.

El doctor Vorhulst estudió con la mirada al joven que, en otro tiempo, se había sentado entre sus alumnos.

—Tómate otra copa —le ofreció, y a continuación, mientras combinaba los ingredientes, agregó—: Y ya que estamos aquí, ¿por qué no me cuentas cómo te va en la universidad?

* * *

Ranjit, de hecho, no veía la hora de hacerlo. Y si no necesitó mucho tiempo para desahogarse ante su antiguo profesor, a éste le costó aún menos formarse una idea de cuáles eran sus problemas.

—Vamos a ver —dijo él en tono reflexivo mientras volvía a llenar los vasos—: empecemos por lo más importante. Problemas para llenar la clase no tienes, ¿verdad?

El discípulo meneó la cabeza.

—Para el primer seminario, había una lista de espera de treinta o cuarenta alumnos que se habían quedado fuera.

—Y ¿qué los llevó a matricularse? Tu reputación de buen profesor no fue, ya que, aunque puedas serlo, ellos aún no habían tenido la oportunidad de averiguarlo. Tampoco es que de la noche al día se hayan puesto de moda las matemáticas más abstrusas: lo que los movía era tu propia persona, y la perseverancia con que pasaste años desentrañando aquel problema. ¿Por qué no los enseñas a hacer lo que hiciste tú?

—Lo he intentado —respondió él con aire lúgubre—; pero me dijeron que eso ya me lo habían oído en otras ocasiones.

—De acuerdo —repuso Joris—. En ese caso, ¿por qué no les muestras, paso a paso, el modo como otras personas han resuelto problemas semejantes?

Ranjit lo miró con un asomo de esperanza.

—Ajá… —dijo—. Sí, tal vez. Sé mucho de los intentos de resolver el teorema de Fermat que hizo Sophie Germain. Al final no lo logró, claro; pero supo recorrer parte del camino.

—Estupendo —señaló Joris con satisfacción, aunque Ranjit se había sumido en sus pensamientos.

—¡Espera! —exclamó, embargado de pronto por la emoción—. ¿Sabes lo que puedo hacer? Podría centrarme en uno de los grandes problemas a los que nadie ha dado solución hasta ahora. Pongamos por caso el planteamiento que hizo Euler de la hipótesis de Goldbach: para explicarlo, apenas hace falta usar bisílabos que puede entender todo el mundo, y sin embargo, nadie ha sido capaz nunca de presentar una demostración. Lo que proponía Goldbach…

—Por favor —pidió el otro alzando una mano—, ahórrate explicarme lo que pensaba ese tal Goldbach. Aunque sí que parece una buena idea. Podrías plantearlo como un proyecto académico en el que trabajasen, codo a codo, alumnos y profesor. ¿Quién sabe? ¡A lo mejor acabáis resolviéndolo!

Ranjit soltó una carcajada.

—¡Claro, cuando llueva hacia arriba! De todos modos, los que se matriculen tendrán la oportunidad de saber, cuando menos, lo que supone tratar de resolver un enigma de esa envergadura, y eso servirá para mantener su atención —sentenció con un gesto satisfecho de asentimiento—. ¡Voy a intentarlo! Bueno, Joris, se está haciendo tarde, y tienes que madrugar; así que muchas gracias, pero deberíamos dar por concluida la velada.

—Más nos vale, antes de que me sorprenda levantado mi madre —admitió él—. Pero todavía hay otra cosa de la que quería hablarte, Ranjit.

El joven, que había hecho ademán de ponerse en pie para marcharse, se detuvo con las manos apoyadas en los brazos del asiento, a punto de impulsarse con ellas hacia arriba.

—Ajá.

—He estado pensando en el comité de nuestra querida Pax per Fidem al que te invitaron a unirte, y se me ha ocurrido que tal vez al ascensor le venga bien algo así. Me refiero a alguna celebridad que esté pendiente de lo que hacemos y se lo haga saber al mundo de cuando en cuando. Celebridades como tú, Ranjit. ¿Podrías plantearte…?

El no lo dejó acabar.

—Sea cual sea la pregunta, la respuesta es sí. Al fin y al cabo, ¡me acabas de salvar la vida!

Y «sí» fue la respuesta, y lo cierto es que, en el futuro, Ranjit iba a tener la oportunidad de maravillarse del modo como acabaría por cambiarle la vida aquella sencilla palabra.

* * *

A algunos años luz de allí, las vidas de los ciento cuarenta mil unoimedios que conformaban la flota destinada a acabar con la población terrícola se hallaban también a punto de experimentar un cambio de consideración.

Conforme a los cálculos de los archivados que ejercían de navegantes suyos, a aquella expedición de asalto apenas le quedaban trece años terrestres para emprender su ataque a la malhadada especie humana. Aquel detalle no era de desdeñar para los unoimedios, por cuanto significaba que había llegado el momento de dar principio a una acción importante.

En consecuencia, en toda la flota, en el último rincón de cada una de las naves, pudieron verse representantes de la dotación técnica comprobando cada uno de los instrumentos y las máquinas que se encontraban en marcha en aquellos instantes, a fin de desactivar la mayor parte. Sistema principal de propulsión: apagado; lo que quería decir que la flota quedó navegando a la deriva en dirección a la Tierra, aunque había alcanzado ya una velocidad tal que, en virtud de las leyes de Einstein, resultaba por demás difícil y punto menos que superfluo lograr una aceleración mayor. Filtros de residuos aéreos: apagados; por lo tanto, las exhalaciones de los unoimedios comenzarían de inmediato a contaminar el aire que respiraban. Cargadores de transformadores: apagados. Haces de búsqueda: apagados; y también quedaron inactivos los instrumentos que supervisaban el funcionamiento de toda la maquinaria que no podía apagarse siquiera brevemente.

De súbito, la expedición había dejado de ser una flota de naves de guerra que avanzaban a plena marcha con rumbo a un lugar de conflicto para transformarse en una colección de aparatos abandonados a su suerte, casi impotentes y cercanos al punto en el que bien podían embestir unos contra otros por causa del azar. Aquella situación no podía mantenerse mucho tiempo, aunque los unoimedios no necesitaban prolongarla demasiado: no bien anunció la tripulación que había quedado desconectado cuanto podía quedar inactivo, los ocupantes de las naves comenzaron a desprenderse de todas las piezas de las armaduras que los protegían y del resto de elementos que los ayudaban a vivir para dar rienda suelta a sus deseos sexuales del modo más desenfrenado que hubiese podido imaginar ninguno de los de su raza.

Y así estuvieron durante una hora aproximadamente. Entonces, aquellas pálidas criaturas orgánicas volvieron a encaramarse con precipitación al interior de sus protecciones, y la dotación técnica de cada una de las naves deshizo a la carrera los pasos que había seguido a fin de volver a activar cuanto había dejado apagado, poniendo así fin a la orgía.

¿Qué los había llevado a conducirse de ese modo? Algo que a la mayoría de los humanos no le habría costado entender. Pese a que el aspecto de los unoimedios, ya estuvieran revestidos de su coraza, ya desprendidos de ella hasta quedar al aire sus menudos cuerpos orgánicos atrofiados, no se asemejaba en nada al de los humanos, lo cierto es que unos y otros tenían algún que otro rasgo en común. Y así, ninguno de aquéllos quería morir sin dejar descendientes que ocuparan su lugar. En la contienda que los esperaba había probabilidades claras de que perdieran la vida algunos de ellos, si no todos, y de aquel apareamiento colectivo saldrían muchas (tal vez la mayoría, con un poco de suerte) hembras preñadas. Los quince años terrestres que faltaban para aquel conflicto final constituían el tiempo mínimo que iban a necesitar ellas para dar a sus desdichados engendros a las máquinas de cría, y éstos para crecer y madurar hasta alcanzar la pubertad.

Confiados en este hecho, sus padres podían permitirse lanzar el ataque. Los humanos, sin embargo, desconocían todo esto, y en consecuencia, cada uno de los nueve mil millones de almas que integraban su especie siguió inmersa en sus quehaceres diarios habituales, sin saber que quienes nacieran en adelante en su seno apenas podían albergar la esperanza de experimentar las primeras vislumbres de madurez sexual antes de que los barriesen de la faz de la Tierra.

CAPÍTULO XXIX

Un episodio esperanzador

A
la postre, Ranjit no dedicó el siguiente seminario a las hipótesis de Goldbach, dado que Myra le sugirió algo diferente, y él sabía cuánto le convenía escucharla.

El día que hubo de enfrentarse al alumnado, dedicó la mayor parte de la primera hora a cuestiones relacionadas con el funcionamiento del curso, y así, respondió a preguntas acerca del sistema de evaluación y los exámenes, anunció qué días no serían lectivos por causas de fuerza mayor y principió a trabar conocimiento con algunos de los estudiantes. A continuación, quiso saber:

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