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Authors: Antonio Tabucchi

Tags: #Cuento

El tiempo envejece deprisa (5 page)

BOOK: El tiempo envejece deprisa
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El sendero seguía cuesta abajo hasta una clínica que se hallaba en medio del parque. Habían dejado de hablar, pero seguía oyendo el ruido de las ruedas de la silla sobre la grava. Hubiera querido darse la vuelta, pero no fue capaz. Lo más bonito del mundo. Lo había dicho una niña calva en una silla de ruedas empujada por una enfermera. Ella sabía lo que era lo más bonito del mundo. Él, por el contrario, no lo sabía. ¿Cómo era posible que a su edad, con todo lo que había visto y conocido, no supiera aún qué era lo más bonito del mundo?

Nubes

—Te pasas todo el día aquí a la sombra —dijo la chica—, ¿es que no te gusta bañarte?

El hombre hizo un vago gesto con la cabeza que tanto podía querer decir que sí como que no, pero no dijo nada.

—¿Puedo tutearte? —preguntó la chica.

—Si no me equivoco, ya me estás tuteando —dijo el hombre sonriendo.

—En mi clase tuteamos incluso a las personas mayores —dijo la chica—, algunos profesores nos lo permiten, pero mis padres me lo tienen prohibido, dicen que es de mala educación, ¿usted qué cree?

—Creo que tienen razón —contestó el hombre—, pero puedes tutearme, no se lo diré a nadie.

—¿No te gusta bañarte? —preguntó ella—, yo lo encuentro singular.

—¿Singular? —repitió el hombre.

—Mi profesora nos ha explicado que no puede usarse chulísimo para todo, que en algunos casos puede decirse singular, en realidad quería decir chulísimo, a mí, bañarme en esta playa me parece singular.

—Ah —dijo el hombre—, estoy de acuerdo, yo también creo que es chulísimo, yo diría que hasta singular.

—Tomar el sol también es chulísimo —continuó la chica—, los primeros días tuve que ponerme protección cuarenta, después pasé a la de veinte, y ahora puedo usar el bronceador efecto dorado, ese que hace que la piel reluzca como si tuviera pajitas doradas, ¿lo ve?, pero ¿por qué está usted tan blanco?, lleva aquí una semana y siempre está debajo de la sombrilla, ¿es que tampoco le gusta el sol?

—Me parece chulísimo —dijo el hombre—, te lo aseguro, yo creo que tomar el sol es chulísimo.

—¿Es que tiene miedo a quemarse? —preguntó la chica.

—¿Tú qué crees? —contestó el hombre.

—Yo creo que usted tiene miedo a quemarse, pero si uno no empieza poco a poco, no se pone moreno nunca.

—Es cierto —confirmó el hombre—, me parece lógico, pero ¿tú crees que es obligatorio ponerse moreno?

La chica reflexionó.

—Obligatorio, lo que se dice obligatorio, no es, nada es obligatorio, aparte de las cosas obligatorias, pero si uno viene a la playa, no se baña y no se pone moreno, ¿para qué viene a la playa?

—¿Sabes una cosa? —dijo el hombre—, eres una chica lógica, tienes el don de la lógica, y eso es chulísimo, yo creo que hoy en día el mundo ha perdido la lógica, es un auténtico placer conocer a una chica con lógica, ¿me concedes el honor de una presentación formal?, ¿cómo te llamas?

—Me llamo Isabella, pero mis amigos íntimos me llaman Isabel, pero con el acento en la e, no como los italianos, que dicen Ísabel con el acento en la i.

—¿Por qué, es que no eres italiana? —preguntó el hombre.

—Claro que soy italiana —objetó ella—, italianísima, pero el nombre que usan mis amigos es importante, porque en televisión dicen siempre Mánuel o Sebástian, yo soy italianísima como usted y quizá más que usted, pero me gustan los idiomas y me sé incluso de memoria el himno nacional entero, este año el presidente de la república vino de visita a nuestro colegio y nos habló de la importancia del himno de Mameli, que es nuestra identidad italiana, con la cantidad de tiempo que ha hecho falta para construir la unidad de nuestro país, a mí por ejemplo ese señor de la política que quiere abolir el himno de Mameli no me gusta.

El hombre no dijo nada, tenía los párpados entreabiertos, la luz era intensa y el azul del mar se confundía con el del cielo, como si hubiera engullido la línea del horizonte.

—Quizá no sepa a quién me refiero —dijo la chica rompiendo el silencio.

El hombre no habló, la chica pareció vacilar, hacía garabatos con un dedo en la arena.

—A ver si va a ser usted de su partido —prosiguió después como para infundirse valor—, en casa me han enseñado que hay que respetar siempre las opiniones ajenas, pero a mí la opinión de ese señor no me gusta, no sé si me explico.

—Perfectamente —dijo el hombre—, hay que respetar las opiniones ajenas pero no faltar al respeto a las propias, sobre todo no faltar al respeto a las propias, ¿y por qué no te gusta ese señor?

—Bueno, verá… —Isabella parecía vacilar—. Aparte del hecho de que cuando habla en televisión le viene una espumilla blanca en las comisuras de la boca, pero eso podría dar igual, es que dice un montón de palabrotas, se las he oído con mis propios oídos, y si las dice él me pregunto por qué cuando las digo yo me regañan, pero por suerte el presidente de la república es más importante que él, si no, no sería presidente de la república, y él nos explicó que el himno de Mameli hay que respetarlo y cantarlo como lo canta la selección en los campeonatos del mundo, con la mano en el corazón, en el colegio lo cantamos junto al presidente, nosotros lo leíamos en las fotocopias que nos había repartido la profesora pero él no lo leía, se lo sabía de memoria, a mí me parece chulísimo, ¿no cree usted?

—Prácticamente singular —confirmó el hombre.

Rebuscó en la bolsa que tenía al lado de la tumbona, cogió un frasco de cristal y se metió en la boca una pastilla blanca.

—¿Hablo demasiado? —preguntó ella—, en casa me dicen que hablo demasiado y acabo por molestar a las personas, ¿le estoy molestando?

—En absoluto —contestó el hombre—, lo que dices me parece incluso singular, sigue, por favor.

—Y después el presidente nos dio una clase de historia, porque, como usted sabrá, la historia moderna no se estudia en clase, al acabar el colegio los mejores profesores consiguen llegar hasta la Primera Guerra Mundial, pero lo normal es quedarse en Garibaldi y en la unidad de Italia, nosotros, en cambio, hemos aprendido un montón de cosas modernas, porque la profesora ha sido muy buena, pero el mérito es del presidente, porque es él quien dio el input.

—¿Qué dices que os dio? —preguntó el hombre.

—Se dice así —le explicó Isabella—, es una palabra nueva, quiere decir uno que empieza y arrastra a los demás, si quiere le repito lo que he aprendido, es de verdad un montón de cosas que poca gente sabe, ¿te las digo?

El hombre no contestó, tenía los ojos cerrados y estaba completamente inmóvil.

—¿Se ha quedado dormido? —Isabella adoptó un tono tímido, como lamentándolo—. Discúlpeme, quizá haya hecho que le entre sueño a fuerza de charloteo, ésa es otra razón por la que mis padres no quieren comprarme un móvil, dicen que les llegarían unas facturas astronómicas con todo lo que hablo, sabe, en nuestra casa no podemos permitimos gastos superfluos, mi padre es arquitecto pero trabaja para el ayuntamiento, y cuando uno trabaja para el ayuntamiento…

—Tu padre es un hombre con suerte —dijo él sin abrir los ojos.

Ahora hablaba en voz baja, como si susurrara.

—Sea como sea —prosiguió—, la profesión de construir casas es preciosa, mucho mejor que la profesión de destruirlas.

Isabella dio un gritito de sorpresa.

—Dios mío —exclamó—, ¿es que existe también la profesión de destruir casas?, no lo sabía, eso no nos lo han enseñado en el colegio.

—Bueno —dijo el hombre—, no es que sea exactamente una profesión, también puede aprenderse de manera teórica, como en la academia militar, pero al final llega un momento en el que determinados conocimientos hay que llevarlos a la práctica, y a fin de cuentas el objetivo es ése, destruir casas.

—¿Y usted cómo lo sabe? —preguntó Isabella.

—Lo sé porque soy un militar —contestó el hombre—, o mejor dicho, lo era, ahora estoy jubilado, por decirlo así.

—Pero, entonces, ¡usted destruía casas!

—¿No me estabas tuteando? —replicó el hombre.

Isabella no contestó de inmediato.

—Es que soy algo tímida de carácter aunque no lo parezca porque hablo demasiado, le estaba preguntando si antes tú también destruías casas.

—Personalmente no —dijo el hombre—, y tampoco mis soldados, para ser sincero, la mía era una misión bélica de paz, es un poco complicado de explicar, sobre todo en un día como éste, pero me gustaría decirte una cosa, Isabel, que quizá no te hayan dicho en el colegio, en el fondo en el fondo la historia se resume en lo siguiente: hay hombres, como tu padre, que como profesión construyen casas y hombres de mi oficio que esas casas las destruyen, y así funciona la cosa desde hace siglos y siglos, hay quienes construyen casas y hay quienes las destruyen, construir, destruir, construir, destruir, es un poco aburrido, ¿no te parece?

—Aburridísimo —contestó Isabella—, realmente aburrido, si no fuera por los ideales, menos mal que hay ideales.

—Desde luego —confirmó el hombre—, menos mal que en la historia hay ideales, ¿eso te lo ha dicho el presidente o la profesora?

Isabella pareció reflexionar.

—Ahora mismo no sé bien quién me lo explicó.

—Quizá fuera el presidente quien diera el input —dijo el hombre—, ¿y qué sabes decirme de los ideales?

—Que son todos respetables si uno tiene fe en ellos —contestó Isabella—, por ejemplo en el de la patria, después puede ser que uno se equivoque porque es joven, pero si va de buena fe su ideal es válido.

—Ah —dijo el hombre—, eso es algo sobre lo que debo reflexionar, pero no creo que sea el día más adecuado, hoy hace mucho calor y el mar parece tan apetecible.

—Pues date un baño —lo provocó ella.

—No es que tenga muchas ganas —contestó el hombre.

—Eso es porque no estás motivado —dijo Isabella—, yo creo que lo tuyo es estrés, no puedes ni imaginarte el efecto negativo del estrés en nuestro espíritu, lo he leído en un libro que mi madre tiene en la mesilla, ¿quieres que vaya a buscarte algo al bar del hotel, algo para combatir el estrés?, siempre que no sea una Coca-Cola, a eso me niego.

—Eso tienes que explicármelo, no te queda más remedio —dijo el hombre.

—Pues porque la Coca-Cola y el McDonald’s son la perdición de la humanidad —dijo Isabella—, lo sabe todo el mundo, en mi colegio lo saben hasta los bedeles.

El hombre rebuscó en la bolsa y cogió otra pastilla.

—¡Cuántas cosas te tomas! —exclamó Isabella.

—Tengo una tabla horaria —dijo el hombre—, me lo impone la receta médica.

—Yo creo que todas esas pastillas te hacen daño —afirmó ella con convicción—, los italianos consumen un montón de pastillas, lo han dicho incluso por televisión, cuando en cambio lo importante es sintonizar nuestro espíritu con las fuerzas positivas que hay en el universo, por eso algunos alimentos y algunas bebidas hay que evitarlas, porque transmiten energía negativa, no son naturales, no sé si me explico.

—Isabel, ¿puedo decirte una cosa en confianza?

El hombre se pasó un pañuelo por la frente. Estaba sudando.

—La Coca-Cola y el McDonald’s no han llevado nunca a nadie a Auschwitz, a esos campos de exterminio de los que te habrán hablado en el colegio, los ideales, en cambio, sí; ¿se te había ocurrido alguna vez, Isabel?

—Pero ésos eran nazis —objetó Isabella—, gente horrible.

—Perfectamente de acuerdo —dijo el hombre—, los nazis eran gente realmente horrible, pero también ellos tenían sus ideales e hicieron la guerra para imponerlos, desde nuestro punto de vista era un ideal perverso, pero desde el suyo no, y tenían una gran fe en esos ideales, hay que estar atentos con eso de los ideales, ¿qué te parece, Isabel?

—Tengo que pensarlo —contestó la chica—, quizá lo piense mientras como, son las doce y media, dentro de poco sirven la comida, ¿tú no vienes?

—Probablemente no —dijo el hombre—, hoy no tengo excesivo apetito.

—Perdona si me repito, pero yo creo que tomas demasiadas medicinas, haces lo mismo que todos los italianos que toman demasiadas medicinas.

—Pero, bueno, ¿tú eres italiana o no lo eres? —insistió el hombre.

—Ya me lo has preguntado y ya te he contestado —replicó molesta Isabella—, soy italianísima, tal vez incluso más que tú, en cualquier caso, si no vienes a comer tú te lo pierdes, hoy hay buffet en el hotel y, después de las muchas cosas croatas que nos han dado, nos ofrecen por fin
fettuccine all'arrabbiata
, a decir verdad en la hojita del menú lo que está escrito es
fetucine all'arrabbiatta
, pero deben de ser las nuestras, algunas veces en el extranjero hay que disculpar los errores de ortografía, pero perdona, por qué te tomas tantas pastillas, ¿no serás un niño mimado de esos que van a la discoteca?

El hombre no contestó.

—Venga, dímelo —insistió Isabella—, no se lo diré a nadie.

—Seré sincero —dijo el hombre—, no soy un niño mimado de discoteca, me las ha mandado el médico, son pastillas legales, me quitan un poco el apetito, eso es todo.

—También te hacen vomitar —dijo Isabella—, me he dado cuenta, ayer viniste a comer y en determinado momento te levantaste y te fuiste corriendo al baño y cuando volviste estabas tan blanco como un cadáver, yo creo que te fuiste a vomitar.

—Has acertado de pleno —dijo el hombre—, eso fue lo que hice, ir a vomitar, es el efecto de las pastillas.

—¿Y entonces por qué te las tomas?, no te las tomes —concluyó ella.

—Razonamiento lógico, es que por una parte me sientan bien pero por otra me sientan mal, tal vez las pastillas sean en cierto modo como los ideales, depende de quién se vea obligado a tomarlas, yo no se las impongo a los demás, no le hago daño a nadie.

La muchachita seguía haciendo garabatos en la arena.

—No lo entiendo —dijo—, a veces es difícil entenderos a vosotros los adultos.

—Es que los adultos somos estúpidos —dijo el hombre—, a menudo somos estúpidos, en todo caso a veces ocurre que uno debe realmente tomarse pastillas, independientemente del hecho de que uno sea italiano o no, pero tú, Isabel, que dices ser italianísima, ¿me dices dónde naciste?, oye, no es que sea algo fundamental, yo por ejemplo nací en un pueblo que ya no existe en los mapas porque ahora lo llaman de otra forma, pero soy italiano, hasta el punto de que soy, o mejor dicho era, un capitán del ejército italiano, y para ser un capitán del ejército italiano no puedes ser extranjero, ¿no te parece lógico?

BOOK: El tiempo envejece deprisa
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