Read EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I Online

Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I (36 page)

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I
12.27Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

El esperó hasta que sus voces se hubieron extinguido al fin y, entonces, se acercó a la casita. La intuición le condujo a la parte de atrás del edificio, donde vio dos ventanas enmarcadas por una parra trepadora; una de ellas a oscuras, y la otra mostrando una franja de luz entre las cortinas medio corridas.

Tarod sintió la presencia de ella mucho antes de llegar a la ventana y mirar cautelosamente a través de ésta; pero cuando vio a Sashka experimentó igualmente una emoción inesperada. Estaba sentada a una mesita, con la cabeza inclinada y aureolada por la luz de la vela, y parecía estar leyendo.

La mano de Tarod se extendió involuntariamente hacia la ventana para abrirla, pero se contuvo. No quería asustar a Sashka; sólo los dioses sabían lo que pensaría si le veía entrar como un ladrón. Se echó atrás y volvió a la puerta por la que habían salido las parlanchinas Novicias. No estaba cerrada y, deslizándose en silencio por ella, se introdujo en un pasillo estrecho y oscuro.

La puerta de Sashka estaba al fondo y a la izquierda. La mano no hizo ruido sobre el tirador; la puerta se abrió fácilmente y, por un instante, observó a la muchacha que seguía ensimismada. Después entró en la habitación, cerró la puerta tan silenciosamente como la había abierto y dijo en voz baja:

—Sashka…

Ella lanzó un grito, ahogado instintivamente, y giró en redondo, haciendo chirriar la silla sobre el suelo. Al verle, abrió mucho los ojos y palideció; se puso en pie, retrocedió un paso y murmuró el nombre de él como si no pudiese creer lo que le estaban diciendo sus sentidos.

Tarod cruzó la estancia en su dirección.

—Perdóname… No quería asustarte, pero no se me ocurrió otra manera.

Ella lo sabía. Lo vio en sus ojos; de alguna manera, la noticia había llegado antes que él, y Kael Amion había creído oportuno transmitir el mensaje del Castillo. De pronto, la esperanza y la certidumbre se derrumbaron, y se sintió despojado de todo… ¿Habían ellos corrompido a la única alma viviente con cuya fe había creído que podía contar?

Sin embargo, Sashka recuperó rápidamente el aplomo. Ver a Tarod en su propia habitación, a menos de cinco pasos de distancia en el preciso instante en que ella estaba obsesionada pensando en él, le había causado una terrible impresión; pero se sobrepuso y tragó saliva para aliviar las palpitaciones de su corazón.


Tarod
…, por los dioses, ¿qué estás haciendo aquí?

—He venido a buscarte.

—Pero, esa ropa, esos cabellos… Estás empapado, ¡y ni siquiera llevas una capa!

—No tuve tiempo de hacer preparativos. Yo… salí del Castillo con demasiada prisa. —Hizo una pausa y añadió: Te lo han dicho, ¿verdad?

Ella le miró a la cara, y dijo con labios temblorosos:

—¿Si me han dicho…?

—En nombre de Aeoris, Sashka, ¡no disimules! Han llegado a la Residencia noticias sobre mí. Y tú lo sabes.

Ella se echó a llorar, con sollozos profundos y ahogados que sacudían todo su cuerpo. Parecía tan desesperada, tan vulnerable, que Tarod sólo pudo atraerla hacia sí y abrazarla a pesar de su desaliñado aspecto. Por un momento, pensó que ella le rechazaría, pero Sashka se apretó contra él como para valerse de las pocas fuerzas que le quedaban.

—Ayer me llamó la Señora Kael… —Su voz era apagada, vacilante—. Me… me mostró una carta que acababa de traer un mensajero del Castillo…, una carta personal del Sumo Iniciado…

—¿Qué decía?

—Decía… que algo terrible había ocurrido, que tú… habías evocado a un demonio del Caos. Y… que se temía que no eras fiel a Aeoris, sino al mal…

Ningún mensajero podía haber llegado a la Residencia antes que él, a menos que tuviese alas… Keridil tenía que haber enviado su carta la misma noche de la sesión en el Salón de Mármol.

—¿Decía algo más? —preguntó.

—Solamente que… el Sumo Iniciado pedía a la Señora Kael que me avisase del peligro…

—Sí —dijo reflexivamente Tarod—, me imagino que diría esto…

Los hombros de Sashka subieron y bajaron al compás de sus sollozos.

—Tarod, la Señora me dijo que nuestra boda no puede celebrarse, que si me casara contigo, ambos lo perderíamos todo y nos convertiríamos en proscritos. Por favor… por favor, ¡dime que no es verdad!

El no podía mentirle. Habría sido muy fácil, viendo su cara suplicante, asegurarle que todo acabaría bien, marcharse ahora con ella y llevarla consigo al exilio…, pero no podía hacerlo. Ella merecía más que nadie que le dijese la verdad.

—Sashka, tengo que contarte toda la historia. —La soltó suavemente y fue en busca de una silla. Tenía que sentarse; su cuerpo agotado no podía aguantar más—. He cabalgado desde la Península sin detenerme; pero, antes de descansar,
debo
contártelo todo. —Miró hacia la puerta—. ¿Estamos seguros aquí?

—Más seguros que en cualquier otra parte… Las habitaciones de las Novicias son sagradas.

—Entonces, escucha. Después de que saliera la carta, ocurrieron más cosas… La noche siguiente maté a un hombre…

—¡Tú…! ¡Oh, no! ¡No puedo creerlo!

—Tienes que creerlo, ¡porque es verdad!

Deliberadamente, había hecho esta revelación en un tono frío y duro, sabiendo que todo disimulo habría sido más perjudicial que beneficioso. Ahora, al ver que ella le miraba fijamente, relató todo lo sucedido hasta sus últimos y más dolorosos detalles, sin emoción y sin cruzar su mirada con la de ella. Tenía la impresión de que se estaba desnudando enteramente en su presencia, pero era la única manera: ocultarle cualquier cosa habría sido una terrible injusticia. Solamente podía confiar en su propia creencia de que ella le sería fiel.

Así le expuso toda la historia, y ella guardó silencio, un silencio que se le hizo insoportable.

—Y ahora —dijo Tarod— han puesto precio a mi cabeza, Sashka. Soy peor que un proscrito…, soy un hombre condenado a muerte.

—¡Oh, Tarod…!

Estrujándose desesperadamente las manos, se volvió y se dirigió a la ventana. Preguntó, temblándole la voz:

—¿Qué vas a hacer?

—No lo sé… Eso depende de ti.

—¿De mí…?

—Sashka, ¡tú eres la única que sé que no me traicionaría! Tienes mi vida en tus manos. Puedo vivir…, puedo ir hasta el lejano sur y empezar de nuevo; como saben los dioses, es fácil crearse una nueva identidad. Es un trabajo baladí para cualquier Adepto. Pero, sin ti, no tendría nada para lo que vivir. La Señora Kael tiene razón: lo perderías todo: tu clan, tus amigos, tu posición… Pero estaríamos juntos. ¿No es esto lo único que importa?

Ella respiró profundamente durante lo que pareció un rato muy largo. Después dijo, muy despacio:

—Sí…, es lo único que importa, amor mío.

Tarod tuvo ganas de llorar, por el alivio que sentía. La miró, vuelta de espaldas a él, y aunque le dolía mirarla, aceptaba de buen grado ese dolor. Se levantó.

—Entonces…

—No —dijo ella. Se volvió, se acercó a él y apoyó las manos en sus brazos—. Nada, hasta que hayas descansado. Me has dicho que has cabalgado sin parar… ¿Desde cuándo no has comido?

No lo había hecho desde la muerte de Themila… Hizo un ademán negativo.

—Esto no tiene importancia.

—¡Si que tiene importancia! A juzgar por tu aspecto, creo que no podrías sostenerte sobre un caballo, y menos cabalgar en él. Tienes que esperar aquí. Iré a buscar comida; después, dormirás, y más tarde, nos marcharemos rápida y silenciosamente, antes de que nadie sospeche nada. —Señaló hacia la ventana—. Ha dejado de llover. Si el cielo se despeja, será peligroso salir antes de que se ponga la segunda luna.

ÉI vaciló. Teniendo la libertad tan cerca, se resistía a demorar su fuga por cualquier razón; pero su propio cuerpo le decía que Sashka tenía razón. Estaba derrengado, demasiado agotado para pensar en algo que no fuese el más inmediato presente; necesitaba recobrar sus fuerzas, para ser capaz de cualquier cosa…

—Sashka…

Su incertidumbre se reflejó en su voz, y ella se inclinó para besarle dulcemente. Sus labios se demoraron en los de él, despertando recuerdos de los días que habían pasado juntos en el Castillo.

—No temas, amor mío —murmuró—. Todo irá bien. Confía en mí…

El cerró los ojos y asintió con la cabeza, demasiado fatigado para responder. Ella le alisó los cabellos con la mano y dijo:

—Espera aquí. Iré a buscar comida, y después podrás dormir.

Se dirigió a hurtadillas a la puerta, la abrió y observó al pasillo, que estaba desierto. Mirando hacia atrás por encima del hombro, vio que Tarod estaba ya dando cabezadas, y salió al corredor. En cuanto se hubo cerrado la puerta a su espalda, se apoyó en la pared, cerró con fuerza los ojos e hizo la señal de Aeoris sobre el pecho. Su corazón palpitaba de nuevo, con una mezcla de espanto por las revelaciones de Tarod y de alivio por haber huido de la habitación. No lo había creído; había fingido aceptar lo que le decía la Señora, pero rebelándose en secreto contra la noticia; pero ahora, sus ideas y sus sentimientos habían sufrido un cambio violento.

La amargura y el desencanto la embargaban. Había tenido tantas esperanzas, tantos sueños… y de repente, en una noche aciaga, todo había sido destruido. Un hombre condenado a muerte…, un Adepto de séptimo grado con la cabeza puesta a precio, acusado de contubernio con el Caos… No pretendía comprender la mitad de las implicaciones de todo esto, pues le resultaba irritante; pero las consecuencias estaban bastante claras. Y él quería que se marchasen juntos esta noche, que se fugasen, para enfrentarse con un futuro que nada podía ofrecerles…

Había sido una tonta. Hubiese debido darse cuenta desde el principio de que no había humo sin fuego y, en vez de especular y preocuparse e inquietarse por la injusticia hecha a Tarod, hubiese debido pensar más en la que se le hacía a ella. Pero ahora su camino estaba claro. Y el tono de la carta del Sumo Iniciado, el mensaje que le había impartido personalmente, le daba nuevas esperanzas…

Agotado como estaba, el sueño de Tarod estaba poblado de pesadillas que no le permitían un verdadero descanso. Se despertó a medias varias veces, consciente de la habitación extraña y desconcertado por ella, para sumirse de nuevo en un sueño agitado e insatisfactorio.

En la cuarta de estas ocasiones, algo más que las pesadillas le sacó de su inquieto estado. Apenas podía abrir los párpados y cuando lo hizo la habitación le pareció brumosa y confusa, y alguien se estaba moviendo hacia él…

Tarod pestañeó, tratando de ver con más claridad. Eran varias figuras vestidas de blanco, y Sashka las precedía…

Trató de hablarle, pero confundió la realidad con el sueño y sólo pronunció mentalmente las palabras. Ella se plantó delante de él; llevaba algo en la mano; le pareció que era un bastón… La intuición acabó de despertarle, pero no a tiempo. Sólo pudo ver un instante la furiosa, medio aterrorizada y medio vengativa cara de Sashka, antes de que el garrote golpease su cráneo y un dolor increíble sumiese su conciencia en el olvido.

La Señora Kael Amion, apoyándose pesadamente en el brazo de la rolliza Maestra de Novicias, se abrió paso entre el grupo de mujeres que, murmurando y con los ojos muy abiertos, se apretujaban en el umbral y contemplaban la figura inmóvil del hombre derrumbado en el sillón de Sashka. Una mancha amoratada había aparecido ya en su frente, en el sitio donde había sido alcanzada por el garrote, y Tarod, empapado, desgreñado y desmayado como estaba, parecía incapaz de cualquier atrocidad. De momento, Kael volvió a verle como el niño flaco y gravemente herido de años atrás; pero entonces recordó el contenido de la carta de Keridil, así como sus propias premoniciones, y endureció su corazón.

—Has hecho bien, hija mía. —Se volvió dificultosamente para mirar a Sashka—. Has tenido que tomar una terrible decisión; pero era lo único que podías hacer.

—Gracias, Señora.

Sashka esquivó la mirada de Kael. Tenía el semblante enrojecido y su voz temblaba con una cólera que apenas trataba de disimular y que no había menguado desde el momento en que había irrumpido en el refectorio y anunciado que un hombre peligroso, buscado por el Círculo por conspirar con el Caos, estaba entre ellas. La reacción de las Hermanas había sido satisfactoriamente espectacular y, bajo la mirada de Kael Amion, que había venido apresuradamente de unas habitaciones que raras veces abandonaba aquellos días, Sashka había contado toda la historia de Tarod a sus pasmadas oyentes. Ahora, mientras la joven le miraba fijamente, sin soltar el garrote, Kael tuvo la clara impresión de que no dudaría en emplearlo de nuevo a la menor ocasión. ¿Cómo era posible que un amor tan intenso se hubiese convertido tan rápidamente y con tanta vehemencia en odio?, se preguntó Kael. Sashka había golpeado a Tarod casi con deleite, como si fuese su enemigo de toda la vida en vez del hombre con quien había estado a punto de casarse… La anciana vidente sacudió la cabeza, para alejar de ella estas especulaciones. No podía comprender a una muchacha como Sashka Veyyil y, fuesen cuales fueren sus motivos, lo cierto era que había capturado a un hombre peligroso, un asesino y algo peor. Esto era lo único que importaba.

Una Hermana sin aliento llegó corriendo por el pasillo, con la falda arremangada, sin preocuparse del decoro.

—Los hombres de la granja han sido avisados, Señora. Traen guadañas y hoces y todas las herramientas que pueden servirles de armas.

—Ahora ya no necesitamos armas, gracias a Aeoris —dijo Kael—. Pero necesitaremos hombres de confianza para escoltar al preso hasta la Península de la Estrella. ¿Qué les habéis dicho?

La Hermana sacudió rápidamente la cabeza.

—Nada, Señora, salvo que ha sido aprehendido un delincuente del que se había ordenado la captura.

—Muy bien. No hay que alarmarles con historias de hechicería, o escaparían en la noche como conejos asustados. Ahora quiero que venga la Hermana Erminet Rowald. Necesitamos su conocimiento de las hierbas para mantener drogado a ese hombre hasta que se halle seguro en el Castillo. —Alguien fue a cumplir su orden y ella miró de nuevo a Sashka—. Hija mía, ¿estás
segura
de que Tarod no intentó negar las acusaciones del Sumo Iniciado?

Los ojos de Sashka brillaron furiosos.

—¡Sí, Señora! Dijo que todo era verdad, y que había algo peor, mucho peor, como ya te dije.

—Está bien, está bien, nadie duda de tu palabra; pero tenemos que asegurarnos. —Kael hizo una pausa—. Si han puesto precio a su cabeza, como dices, es probable que el Círculo envíe hombres en su busca, y nuestra Residencia podría ser uno de sus primeros objetivos. Con la ayuda de Aeoris, nuestro grupo podría encontrarse con ellos antes de llegar a las montañas.

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I
12.27Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Chloe's Donor by Ferruci, Sabine
The Courier of Caswell Hall by Melanie Dobson
2007 - Salmon Fishing in the Yemen by Paul Torday, Prefers to remain anonymous
Perfectly Broken by Emily Jane Trent
Taken by Her Mate by Sam Crescent, Jenika Snow
Bad Monkeys by Matt Ruff