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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I (35 page)

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I
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Echó a andar por el camino. Vetke la siguió. Pero las largas zancadas de Sashka la dejaron pronto atrás, y cuando ésta llegó al pasillo vacío de la Residencia, corrió hasta llegar a la puerta de la Superiora. Su llamada fue contestada inmediatamente. Entró y encontró a Kael Amion sentada a su mesa, pálido el semblante. Tenía en la mano una carta desplegada y, antes de que la dejase sobre la mesa, Sashka creyó ver el sello del Sumo Iniciado en el dorso.

—¿Me has enviado a buscar, Señora?

A pesar de su reconocido desdén por la autoridad, Sashka observaba automáticamente las normas de la cortesía; pocas se atrevían a tratar a la Superiora de la Hermandad sin dar muestras del máximo respeto.

—Sashka… —Kael Amion se levantó, y había tanta preocupación y compasión en su voz que la joven se estremeció interiormente—. Siéntate, por favor. Lamento tener que darte una noticia muy desagradable.

¿Su padre? ¿Su madre? No, Tarod; por favor, Aeoris, que no sea Tarod
… Sashka palideció y se dejó caer en la silla más próxima.

La Señora habló despacio, y su semblante arrugado por una emoción que Sashka no podía interpretar.

—Hoy he recibido una carta urgente y personal del Sumo Iniciado, y su contenido me ha inquietado profundamente. No tengo por costumbre permitir que las Novicias tengan conocimiento de una correspondencia tan confidencial…, pero, dadas las circunstancias, creo que tienes derecho a saber lo que dice esta carta.

Con un brusco movimiento, acercó el pergamino a Sashka.

La muchacha lo tomó con manos temblorosas. De momento, aunque fuese absurdo, su único pensamiento coherente fue que Keridil Toln tenía una caligrafía clara y elegante, como correspondía a su posición… Después, sacudió la cabeza para despejarla y se obligó a asimilar las palabras.

Durante un largo rato, reinó el silencio en el despacho de la Señora. Un rayo de sol se filtraba por la ventana sobre la cabeza inclinada de Sashka, haciendo que sus cabellos resplandeciesen como el cobre. Kael Amion le observaba cuidadosamente y con ojos penetrantes. Ella misma podía añadir muchas cosas al contenido de la carta; que hablase o guardase silencio dependería de la reacción de la joven…

Por fin levantó Sashka la cabeza. Brillaban lágrimas en sus ojos, y su boca se torció en una mueca al murmurar, con voz ahogada:


¡No!
No creo una palabra…, Señora, ¡no lo creo!

No era peor de lo que Kael había esperado. A fin de cuentas, la muchacha se había considerado prometida a ese indeseable… Nadie podía esperar que aceptase inmediatamente la verdad que le arrojaban tan inesperadamente a los pies.

—Sashka, hija mía…, escúchame. Comprendo tus sentimientos, pero el Sumo Iniciado es un hombre justo y de honor. —Se pasó la lengua por los labios—. Tú debes saber que ha sido íntimo amigo de tu… del Adepto Tarod, desde que ambos eran unos niños. Tan duro es para él hacer esta declaración como lo es para ti aceptarla.

Caos
… Esta palabra parecía arder en el cerebro de Sashka.
Tarod, un servidor del Caos, un ser no realmente humano
… Trató de encontrar palabras de protesta, pero no acudieron a sus labios; frustrada, rompió a llorar desaforadamente, y sólo percibió vagamente cómo se levantaba la Señora Kael de la mesa y se acercaba a ella para abrazarla y consolarla como si fuese una niña pequeña.

Por fin amainó la tormenta y Sashka se sonó ruidosamente y se secó los ojos, irritada, dándose cuenta, incluso en su aflicción, de que las mejillas mojadas por el llanto no favorecían su belleza.

—¿Te sientes mejor? —preguntó amablemente Kael Amion.

—Sí… gracias, Señora.

—Sé que esto habrá sido un golpe terrible para ti, Sashka, pero debes creer que el Sumo Iniciado dice esto muy en serio. —Kael tomó el pergamino de manos de la joven, lo alisó y releyó los últimos párrafos—. Dice que no hay duda posible, que el propio Tarod no niega la verdad de estas alegaciones. Y me pide que te transmita su profundo pesar. Te menciona particularmente, Sashka; salta a la vista que te aprecia mucho.

Estas palabras se abrieron paso en la mente de Sashka, confusa en su aflicción, y recordó las frases de Keridil:
Por favor, transmite mi mayor consideración a la Señora Sashka Veyyil y dile que lamento mucho los que deben ser para ella momentos de dura prueba
. Un mensaje del Sumo Iniciado, para ella en persona…, y ella ni siquiera sabía que se hubiese dado cuenta de su existencia…

—Hija mía. —Kael Amion se había sentado de nuevo detrás de su mesa, pero se inclinó hacia adelante para asir las manos de Sashka—. Debes comprender que esto arroja una luz diferente sobre tus planes de matrimonio. Saben los dioses que me cuesta decirlo, pero…

Sashka la interrumpió:

—Señora…, ¿tiene… tiene mi padre noticia de esto?

Kael pestañeó.

—No… Yo he recibido la carta del Sumo Iniciado esta mañana. Pero tendrá que saberlo, Sashka. No puedes ocultarle esta noticia.

Un débil acento de censura se traslució en su voz, y Sashka tragó saliva.

—Yo… no quise decir…

Sintió que las lágrimas acudían de nuevo a sus ojos y se esforzó en contenerlas.

Kael vio la semilla de la rebelión y decidió que tenía que aplastarla antes de que pudiese germinar y arraigar. Aunque no lo había dicho, el noviazgo de su Novicia la había preocupado desde que había tenido noticia de él, y la carta de Keridil venía a confirmar, aunque de una manera que nunca habría creído posible, los temores y las dudas que sentía desde hacía tiempo acerca de Tarod. Ahora pensaba amargamente que podían achacarle la mayor parte de la culpa de que Tarod hubiese ocupado un lugar destacado en el Círculo; si no hubiese socorrido al niño perdido en las montañas del noroeste, tantos años atrás, difícilmente habría sobrevivido y causado tantos trastornos. Era un pensamiento indigno, sobre todo habida cuenta de que aquel niño les había salvado la vida a ella y a otros; pero Kael era esencialmente una mujer pragmática, y lamentaba que sus facultades de previsión le hubiesen fallado tan gravemente aquella noche fatídica.

Volvió una vez más su atención a Sashka. La muchacha la estaba mirando fijamente, pero Kael tuvo la impresión de que su cerebro no hallaba sentido a lo que veía. La impresión… era comprensible, pero tenía que sacarla de ella lo antes posible y hacerle ver la razón. De otra manera, su carácter voluntarioso podía afirmarse y meterle en la cabeza toda clase de ideas tontas y desafiadoras.

—Sashka —dijo, severamente—, una cosa debe quedar clara desde el principio. Tu matrimonio no puede celebrarse en modo alguno.

Sashka se incorporó en su silla para protestar:

—Pero…

—¡No! No hay discusión posible. Sé que es duro para ti, pero, con el tiempo, lo comprenderás y te alegrarás de ello. Casarte con ese hombre sería echar por la borda todo tu futuro; todo aquello por lo que han trabajado durante generaciones los clanes de tu padre y de tu madre. El Círculo no tolerará que semejante criatura viva entre ellos, y ni siquiera un alto Adepto puede hacer su propia ley. En el mejor de los casos, será probablemente degradado y expulsado del Círculo. En el peor… —Vaciló—. No ha habido ninguna ejecución en el Castillo durante el tiempo que alcanza la memoria de sus actuales moradores, pero existen precedentes.

Sashka guardó silencio.

—El Sumo Iniciado tiene autoridad para ordenar su muerte —siguió diciendo Kael—. Keridil Toln es un hombre justo, pero esto —y golpeó el pergamino para dar mayor énfasis a sus palabras— es más que un delito. Es un sacrilegio y una blasfemia contra nuestro señor Aeoris. Y aunque se perdonase la vida a Tarod, sería un proscrito, un paria. ¿Querrías aliarte con un ser semejante, incurrir en la cólera de Aeoris y convertirte en una proscrita a su lado?

Sashka tampoco respondió esta vez y la Señora Kael supo que sus palabras habían causado efecto. Los Veyyil Saravin eran una familia orgullosa y ambiciosa, y la muchacha había heredado estos rasgos; la idea de que si se mantenía fiel a Tarod perdería su honor, su posición y sus perspectivas, se impondría cuando hubiese tenido tiempo de considerar sus implicaciones. Si podía infundirle un poco de miedo, pensó Kael, habría cumplido su misión.

—Querida —dijo, acomodándose más en su silla— probablemente no lo sabes, pero yo misma he tenido experiencia directa de los poderes de hechicería de Tarod, de los que habla con tanta elocuencia el Sumo Iniciado en su carta.

Sashka la miró, sorprendida.

—¿ Tú, Señora ?

—Sí. De esto hace muchos años; él no era más que un chiquillo, pero ya entonces su poder era terrible y evidente. Escucha y te contaré la historia…

La yegua alazana se detuvo sobre el mojado y resbaladizo esquisto y agachó la cabeza, jadeando. Tarod sintió la convulsiva agitación de sus flancos y se preguntó si se habría cansado demasiado. Esperó que no fuese así; él se había recobrado hacía tiempo de su primera irritación contra el animal y, además, podía necesitarle de nuevo dentro de poco.

Desde la cumbre que marcaba el extremo sur de las montañas, contempló las suaves vertientes de un antiguo valle glacial. Los detalles quedaban medio oscurecidos por la fuerte lluvia que había estado cayendo desde el amanecer; los colores eran opacos y borrosos bajo el velo del agua; pero, a pesar de todo, aquel lugar parecía un puerto de refugio después del duro terreno de los picos. Al otro lado se alzaban de nuevo las montañas, negras y amenazadoras, con sus riscos más altos perdiéndose entre los móviles jirones de nubes; pero en el fondo había granjas y huertos, y rebaños manteniéndose estoicos en los refugios que podían encontrar. Y, a lo lejos, medio ocultas por una arboleda y rodeadas de limpios y bien cultivados campos, veíanse las paredes blancas de la Residencia de la Hermandad de la Tierra Alta del Oeste.

Tarod sintió una emoción extraña al contemplar el tranquilo edificio. Podía estar allí mucho antes del anochecer, y entre aquellas paredes estaba Sashka, esperándole…, pero no se atrevía a moverse de donde estaba hasta que se hiciese de noche. Era posible, sí, posible que un mensaje de Keridil hubiese llegado a la Residencia; a fin de cuentas, era el único lugar donde esperaría lógicamente el Círculo que fuese él, y no podía arriesgarse.

Tanto Tarod como su caballo se habían esforzado al máximo desde su huida del Castillo. Ahora estaba terriblemente fatigado, sufriendo los efectos del frío y la falta de sueño, y la lluvia le había empapado hasta los huesos: en su prisa, no había traído comida ni una capa, y el viento, filtrándose a través de la mojada camisa, le entumecía la piel hasta el punto de que apenas podía sentir sus congeladas manos sobre las riendas. Pero tendría que sufrir un poco más…

Descabalgó y a punto estuvo de caerse al flaquearle las piernas. Agarrándose a un estribo para sostenerse, apartó a la yegua del risco y la condujo al resguardo de un escarpado cantil. Había observado un camino seguro que descendía al valle, transitable incluso en plena oscuridad; hasta que se hiciese de noche, se refugiaría donde pudiese al pie del cantil, y esperaría.

Confiaba en poder dormir un rato, pero el viento cambió de dirección proyectando fuertes ráfagas de lluvia contra la cara de la roca bajo la que se había resguardado, y esto, combinado con las punzadas del hambre, le mantenía despierto. Aunque era hora avanzada de la tarde, el crepúsculo pareció tardar una eternidad; pero al fin el cielo empezó a oscurecerse en oriente, pasando del gris al plomo y al negro. Entonces quedó el valle hundido en una densa sombra y Tarod se puso en pie.

Subió con dificultad a la mojada silla y tuvo que agarrarse a la crin de la yegua para sostenerse. El animal parecía haber recobrado el ánimo y emprendió la marcha al primer toque, sin hacerse rogar. Envueltos en la creciente oscuridad, descendieron lentamente por el sendero, dejando las montañas a su espalda. El viento amainó cuando se acercaron al fondo del valle; después cruzaron unos pastos, salpicados aquí y allá de indistintas siluetas de arbustos y matorrales y de alguna res ocasional que se ponía trabajosamente en pie y se alejaba con un mugido de indignación. Brillaban débilmente luces en dos casas de campo próximas, pero nadie reparó en el desconocido que pasó cabalgando sin ruido; y al fin aparecieron delante de él las blancas paredes de la Residencia de la Hermandad.

Tarod tiró de la rienda y, después de desmontar, ató la yegua al primero de los árboles circundantes. Desde fuera, no se veían luces en la Residencia; de acuerdo con la tradición, ésta había sido construida con un alto muro de cerca, con el fin de disuadir a los presuntos galanes de rondar a las Novicias. Tenía que haber una poterna, cerrada pero probablemente sin vigilancia; abrirla sería fácil… si tenía fuerza para ello.

Tarod acarició su anillo, sintiendo la piedra fría débilmente pulsátil a su tacto. De nuevo lo necesitaría; en circunstancias normales, le habría bastado su propia habilidad natural, pero el agotamiento se había ensañado en él. Se volvió para dar unas palmadas al morro de la yegua y tranquilizarla, y oyó que resoplaba inquieta al perderse él de vista en la oscuridad. El muro estaba ahora frente a él y lo resiguió en silencio hasta encontrar la puerta. Una rejilla colocada a bastante altura en la madera permitía ver un destello de luz al otro lado; pero nada se movía. Tarod cerró los ojos, forzando a su mente a concentrarse… y al cabo de unos momentos oyó el chirrido de un pesado cerrojo. Empujó la poterna, que se abrió sobre los untados goznes, y entró en el jardín de la Residencia.

Ahora la Residencia de la Hermandad se le manifestó como un agradable conjunto de edificios bajos y blancos, de uno o dos pisos. El más grande, delante de él, tenía una hilera de altas ventanas iluminadas, y a través de ellas pudo ver largas mesas de refectorio y unas pocas mujeres de hábito blanco sentadas cerca del encendido hogar. Más allá, había dos casas de menores dimensiones que Tarod presumió que debían contener las habitaciones de las Hermanas profesas, y todavía más allá, varios edificios parecidos a casitas de campo en los que debían residir las Novicias…

Tarod se movió rápidamente, apartándose de la luz de las lámparas hasta que llegó a la primera casa de las Novicias. Iba a acercarse cuando se abrió una puerta y salieron por ella dos muchachas que se cubrían la cabeza con los abrigos. Riendo y gritando bajo la lluvia, pasaron corriendo a muy poca distancia de la sombra donde Tarod permanecía inmóvil y se alejaron en dirección al refectorio.

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