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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I (37 page)

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I
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—Señora… —Sashka seguía mirando fijamente a Tarod y la expresión de su semblante era una mezcla peculiar de resentimiento, orgullo y astucia—. ¿ Me das permiso para cabalgar hasta el Castillo con la escolta?

—¿Quieres ir al Castillo? ¿Por qué, hija mía?

Sashka echó la cabeza hacia atrás.

—Creo que soy quien puede explicar más claramente al Sumo Iniciado todo lo que ha ocurrido aquí esta noche. Y… me gustaría que supiese que he sido personalmente responsable de la captura de su enemigo.

Kael vio inmediatamente el rumbo de los pensamientos de la joven y no supo si darle una fuerte reprimenda por su arrogancia o reírse de su presunción. Entonces recordó las palabras de la carta de Keridil Toln, la preocupación que había mostrado por ella, y pensó irónicamente en cómo habían sido esta noche cruelmente desbaratados los planes y las esperanzas de Sashka. Por muy tortuosa que pudiese ser, se merecía al menos una segunda oportunidad.

—Está bien —concedió—. Te acompañará la Hermana Erminet, pues puedes necesitar sus servicios durante el viaje.

Sashka se volvió a ella, iluminado el semblante por una sonrisa dulce e inocente como una flor.

—¡Gracias, Señora!

El grupo salió al amanecer, y estaba compuesto de cuatro robustos labriegos de las fincas del valle, montados en pesados y plácidos caballos y conscientes de su gran responsabilidad. Llevaban horcas y garrotes, levantados a la manera de lanzas, y formaban una guardia delante y detrás de las dos mujeres, Sashka y la Hermana Erminet, y la yegua alazana, que había sido encontrada pastando fuera de la Residencia y sobre la que habían atado a Tarod.

Los narcóticos de la Hermana Erminet garantizaban que Tarod no recobraría el conocimiento hasta muy avanzado el día, y además había sido atado a la silla con las manos sujetas debajo del cuello de la yegua, de manera que yacía con la cabeza enterrada en la crin de ésta. Después de una breve mirada desdeñosa, Sashka no se molestó una sola vez en volverse a mirarle, mientras la pequeña comitiva ascendía por la ladera del valle en dirección a las montañas que se elevaban amenazadoras a lo lejos. Todavía se estremecía de cólera por haber sido engañada, al menos así lo creía ella; pero aún era mayor la excitación que sentía ante la perspectiva de encontrarse de nuevo con el Sumo Iniciado… y en circunstancias que podían ser muy favorables.

Los caballos llegaron al borde del valle y echaron a andar por la carretera. Entonces sintió Sashka algo duro que se clavaba en su costado, causándole molestias. Hurgó en su bolsa, causa aparente de su malestar, y sacó la insignia de oro de Iniciado que le había dado Tarod. Parecía que había pasado mucho tiempo y, ahora, aquella prenda ya no significaba nada. Durante unos momentos contempló el círculo de oro dividido por un rayo en la palma de su mano. Después, con un indiferente ademán, lo arrojó a un lado del camino. El metal centelleó entre las hierbas y uno de los caballos resopló y dio un paso a un lado, alarmado por aquella cosa desconocida y brillante. Entonces una nube cubrió la cara carmesí del sol y el pequeño resplandor dorado se apagó mientras el grupo proseguía su camino.

CAPÍTULO XVI

—E
stamos en deuda contigo, Hermana Novicia Sashka Veyyil. —El anciano Consejero tomó la mano de Sashka y se inclinó sobre ella de una manera normalmente reservada a las mujeres de alta categoría… y de edad avanzada—. Nos has prestado un gran servicio, y el Círculo te está sumamente agradecido.

Sashka disimuló su orgullo y su satisfacción bajo una máscara de adecuada modestia e hizo una reverencia.

—Creo que no he hecho más que cumplir mi deber con Aeoris, Señor: Pero me halaga mucho tu amabilidad.

Mientras hablaba, miró brevemente y de reojo al hombre de rubios cabellos que estaba un poco apartado de los otros en la habitación elegantemente amueblada. Era el único que todavía no le había dicho una palabra, y esto la disgustaba e inquietaba al mismo tiempo, haciendo que se preguntase si le había molestado u ofendido en algo. A fin de cuentas, había sido amigo íntimo del hombre que ahora yacía inconsciente en una habitación fuertemente custodiada de otra ala del Castillo… Pero la carta, su carta, había parecido tan prometedora…

Keridil vio que la joven le miraba y su pulso se aceleró desagradablemente. Había una combinación de súplica y desafío en aquella mirada; pero aunque creía haber interpretado bien su significado, todavía se sentía reacio a hablar. Hasta ahora había dejado que los ancianos del Consejo ofreciesen a Sashka los plácemes que le eran debidos, prefiriendo mantenerse él en segundo término hasta que estuviese más seguro de sí mismo.

No podía borrar enteramente de su memoria la impresión que había sentido cuando, hacía apenas una hora, había llegado al Castillo el grupo de la Tierra Alta del Oeste. De momento, al ver la figura inmóvil de Tarod atada sobre el lomo de la yegua, sin el menor respeto ni consideración, un sentimiento de culpa había roído sus entrañas como una rata hambrienta. Pero entonces había visto a Sashka, y aquel sentimiento había sido superado por otras y más fuertes emociones.

Al escuchar su relato, hecho con un aplomo que le impresionó en gran manera, empezaron a renacer las viejas esperanzas en la mente de Keridil. Ya no tenía motivos para estar celoso: Sashka había roto todos los lazos con Tarod por su propia voluntad, y volvía a ser libre. Si su cambio de actitud era auténtico, y Keridil no tenía razón alguna para pensar de otra manera, lo que antes le había parecido inalcanzable se había convertido, de pronto, en una posibilidad.

Se dio cuenta de que la estaba mirando como un vulgar mozo de cuadra y desvió rápidamente la mirada. Si pudiera encontrar una oportunidad de hablar con ella a solas…

También Sashka abrigaba ideas parecidas. Aunque halagada por los encomios que le prodigaban los Consejeros, deseaba que los ancianos terminasen sus discursos y se marchasen. Deseaba tener ocasión de mirar abiertamente aquella estancia que presumía que era el estudio particular del Sumo Iniciado, y también de hablar con éste sin la engorrosa presencia de tantos observadores y, sobre todo, de su carabina.

Sashka no disimulaba la aversión y el desprecio que sentía por la Hermana Erminet Rowald. Podía ser muy buena herbolaria, pero, en opinión de Sashka, era también como un sargento de cara arrugada y lengua viperina, cuya mente recelosa y cuyos ojos de ave de presa observaban la menor infracción de sus severas normas. Podía estar segura de que la Hermana Erminet informaría a Kael Amion de todos los detalles de su encuentro con el Sumo Iniciado, enriqueciendo el relato con sus propias y acerbas observaciones. Y no era probable que la Hermana Erminet la perdiese de vista un solo instante…

Sashka pegó un salto cuando la vieja Hermana habló, de pronto, como activada por sus agrios pensamientos.

—Señores, si me lo permitís, creo que debería volver junto a mi paciente. —Durante todo el viaje, se había referido remilgadamente a Tarod como a un paciente—. Vuestro médico es, desde luego, un hombre excelente, pero como hasta ahora me he cuidado yo de él… —Frunció los labios en elocuente rechazo de la capacidad de Grevard y añadió—: Si algo se estropease ahora, nunca me lo perdonaría.

Antes de que cualquiera de los Consejeros pudiese contestar, Keridil se adelantó.

—Lo siento, Hermana —dijo, con una sonrisa de disculpa—. Hemos sido egoístas al entretenerte; has hecho un viaje largo y difícil. En cuanto te hayas asegurado de que todo marcha bien, debes tomarte un tiempo de descanso. Caballeros —prosiguió, dirigiéndose a los Consejeros—, debemos despedirnos de las buenas Hermanas hasta más tarde.

La Hermana Erminet era insensible a los halagos. Repitió con firmeza:

—Ante todo debo atender a mi paciente, Sumo Iniciado. Si me lo permites, tal vez una de vuestras mujeres podría encargarse de Sashka…

—Con mucho gusto. Pero quisiera, desde luego con tu permiso, poder hablar con ella a solas durante unos minutos. —Se llevó a la Hermana aparte, para que los otros no pudiesen oírle—. Lamento tener que hacerlo, pero he de interrogarla más a fondo; puede haber detalles que solamente ella conoce y que pueden tener importancia en este lamentable asunto. Y supongo que se sentirá menos intimidada si no está rodeada de inquisidores.

La Hermana Erminet inclinó la cabeza.

—Naturalmente, se hará lo que deseas, Sumo Iniciado. —Entonces levantó la cabeza y sus ojos parecieron cándidos—. No pretendo comprender los motivos de la joven para hacer lo que hizo, aunque fuese en cumplimiento de un deber. Hay algo antinatural en una traición de esta naturaleza.

Keridil sintió que se sonrojaba.

—Sin embargo, nosotros tenemos buenas razones para estarle agradecidos, Hermana. Posiblemente las causas y los motivos son menos… importantes de lo que habrían podido ser en otro caso.

Ella bajó la mirada.

—Así es.

Sashka dio gracias en silencio a los dioses al ver que la Hermana Erminet salía del estudio, seguida de los Consejeros. Se había producido el pequeño milagro que casi no se había atrevido a esperar: estaba a solas con Keridil.

Durante lo que le pareció un rato muy largo, permanecieron frente a frente sin hablar. Por último, fue Keridil quien rompió el silencio.

—Me alegro de tener esta oportunidad de hablar contigo en privado —dijo pausadamente.

Sashka miró sus propias manos cruzadas.

—Aprecio tu amabilidad, Sumo Iniciado. Dadas las circunstancias, me preguntaba si… tal vez no sentirías…

Se interrumpió, humedeciéndose los labios con inquietud.

Keridil suspiró.

—Tarod y yo éramos amigos desde la infancia —dijo—. No negaré que la decisión que tuve que tomar fue una de las más duras de mi vida… pero la tuya debió ser mil veces peor.

Sashka comprendió que él la ponía a prueba. Keridil quería, tal vez necesitaba, saber que la rotura de sus lazos con Tarod era definitiva. Su respuesta podía ser crucial…, y esperó no haber juzgado mal sus motivos.

Volviéndose hacia la ventana, dijo:

—Tarod y yo nos habríamos casado aquí, en el Castillo. Me dijo que tú habías accedido a oficiar en la ceremonia.

—Sí… ¿Lamentas que no pueda ser, Sashka?

—No. —Su respuesta fue tan inmediata y tan firme que él se sorprendió. Después añadió, todavía sin mirarle—: Mira, él me dijo… mucho más de lo que había en tu carta. En realidad, creo que no me ocultó nada.

—Entonces, ¿sabes lo de… Rhiman Han?

—¿El hombre a quien mató? Sí. También me dijo esto.

Keridil creyó que estaba empezando a comprender. Hacía sólo unos días que, en esta misma habitación, había preguntado lisa y llanamente a Tarod si Sashka tenía algo que temer de él. Tarod había negado con vehemencia esta posibilidad; pero parecía que Sashka no sentía lo mismo, y Keridil sabía que el miedo era un sentimiento sumamente destructor. De pronto, compadeció a la muchacha y, con la compasión, resurgieron otras emociones.

—Sashka…

Se acercó a ella y, a modo de tanteo, apoyó una mano en su hombro. Había pretendido que el ademán fuese, o al menos pareciese ser, solamente amable; pero ella se volvió hacia él, de manera que Keridil pudo ver el calor y la esperanza en sus ojos oscuros.

—Lo siento… —dijo él, con voz confusa—. Tienes que haber sufrido tanto…

Ella encogió ligeramente los hombros.

—Ahora esto parece importar poco. Es como si todo hubiese sido un mal sueño… Además, mis preocupaciones no tienen que importarte, Sumo Iniciado.

—Llámame Keridil —la corrigió amablemente él—. Y eres injusta contigo misma, Sashka: tus preocupaciones me importan mucho.

Todavía tenía la mano apoyada en su hombro, y ella no intentó apartarse. En una voz tan baja que apenas era audible, preguntó:

—¿Qué le ocurrirá a Tarod?

Keridil vaciló. No quería trastornarla, pero no podía demorar para siempre la respuesta. Ella tardaría poco en descubrir la verdad, aunque él tratase ahora de ocultársela.

—El Consejo de Adeptos le ha condenado, Sashka —dijo—. No había alternativa.

—Entonces, ¿morirá?

—Sí…

Ella asintió lentamente con la cabeza, como tomándose tiempo para asimilar la noticia. Después dijo:

—¿Cómo?

—Será mejor que no lo sepas. —Keridil se alegró, en este momento, de que ella no le estuviese mirando a la cara—. Esto es cuestión del Círculo. Yo no hubiese querido que fuese así, pero… hay que observar ciertas normas.

Sashka se volvió a mirarle, frunciendo los negros ojos.

—¿Aunque se trate de un demonio?

Keridil la miró, consternado, y la expresión de Sashka se hizo casi desafiante.

—Es la verdad, ¿no, Keridil? Por favor, no te esfuerces en no herir mis sentimientos. Un hombre cuya alma reside en la piedra de un anillo no puede ser realmente humano, ¿verdad? —Se acercó de nuevo a la ventana—. He pensado mucho en esto durante el viaje desde la Residencia, y creo ser lo bastante fuerte para enfrentarme con los hechos. Si me hubiese casado con Tarod, me habría casado con un demonio. —Le miró nuevamente—. ¿No es verdad?

Si, es verdad
, pensó Keridil,
o casi verdad
… Y en voz alta, dijo:

—Eres muy valerosa, Sashka. Pocas mujeres podrían considerar esta idea con tanta ecuanimidad.

Ella sonrió fríamente.

—¿Qué ganaría con engañarme? Prefiero dar gracias a mi buena suerte, por no haberme enterado demasiado tarde.

—Sin embargo, debes lamentarlo.

—Oh, lamentarlo, sí. Aunque tal vez no tanto como tú te imaginas, Keridil.

El sintió que su pulso se aceleraba y deseó que no fuese tan sofocante el ambiente de aquella habitación.

—¿No?

Sashka sacudió la cabeza.

—Incluso antes de esto, me había preguntado si hacía bien en prometerme a Tarod. Y la respuesta me había trastornado mucho.

—Pero tú le amabas —le recordó Keridil, porque alguna parte perversa de su mente tenía que desafiar todas las declaraciones, dudar de toda esperanza.

Sashka sonrió.

—Le
admiraba
, y creía que admiración y amor eran lo mismo. Estaba equivocada. Y ahora creo que los dos habríamos sido muy desgraciados.

Era una declaración que, ni siquiera en sus sueños más alocados, había esperado Keridil oír de sus labios. En alguna parte, en lo más recóndito de su cerebro, una vocecilla le dijo que aquel cambio era demasiado repentino, o incluso cruel; pero su enamoramiento hizo que cerrase los oídos y rechazase aquella voz.

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