—Ejem —tosió Nekau, como reconsiderando todo el proceso—. La argumentación de la noble Niut da un nuevo giro a esta causa. Como ella ha apuntado, existen casos anteriores en los que se han tenido en cuenta tales motivos.
Ahora el juez parecía más relajado, como si se hubiera quitado un peso de encima. Nekau había encontrado por fin un argumento al que agarrarse, y no estaba dispuesto a dejarlo escapar. Neferhor lo captó al instante.
—¿Tiene el noble Neferhor algo que añadir antes de que este tribunal dé su veredicto? —preguntó el juez.
—Lo tengo. Nunca pensé que Maat permitiera una burla semejante.
Aquella contestación originó un nuevo alboroto, y Nekau enrojeció de rabia a la vez que golpeaba el suelo con su bastón.
—Tus palabras representan un insulto para este tribunal —explotó el juez—. Inadmisibles de todo punto y merecedoras de castigo en cualquier caso.
—Ruego al poderoso Nekau que no las malinterprete —se apresuró a decir el escriba—. Solo pensaba en voz alta al recordar lo poco que incomodaron mis orejas al gran Amenhotep, hijo de Hapu, y al dios Nebmaatra, que me distingue con su confianza.
El juez se quedó sin palabras, pues estaba dispuesto a que dieran a aquel deslenguado unos cuantos bastonazos. Pero tras escucharle se lo pensó mejor. Allí no tenía nada que ganar, y lo mejor sería terminar de una vez con semejante esperpento.
—Este tribunal acepta los motivos de la demandante en su solicitud de divorcio y se limitará a ser garante del cumplimiento del contrato que los cónyuges hayan suscrito en su día. En ellos está claramente especificado lo que corresponderá a la noble Niut que, por otro lado, tendrá la custodia de su hijo Neferhor, al ser este vástago de su anterior esposo y no tener nada que ver en este caso. Esta es la ley de Egipto; que así se cumpla.
La sentencia de aquel juicio tuvo una amplia repercusión en Menfis, y hasta la distante Tebas llegaron los ecos del proceso. Penw se disgustó al enterarse de lo ocurrido, y lamentó profundamente el estado en el que quedaba el nombre del hijo de Thot. Este sería para siempre el
najawy
, y desde aquel momento con más razón que nunca. Él, que tan atento estaba a las más mínimas comidillas de palacio, tuvo que soportar el escuchar burlas y chistes sin fin acerca de lo ocurrido. Nadie recordaba un escándalo semejante, y todo a causa de unas generosas orejas.
En Menfis la cosa fue mucho peor, más que nada por la cercanía, y por la cantidad de comentarios procaces que corrieron por la ciudad. El testimonio de la criada dio lugar a las más encendidas revelaciones, sobre todo por la aparición en escena de los monos del Punt, algo con lo que nadie contaba, y que fue muy aplaudida en los más altos círculos de la sociedad menfita.
—Son lascivos como demonios —aseguraban—, y lo bueno es que Najawy se comporta como ellos. ¡Quién lo hubiera podido suponer, con las orejas que tiene y lo serio que parecía!
En palacio, el que más y el que menos se imaginaba la escena, y a no mucho tardar se puso de moda el referirse a aquel tipo de cópula como
najawy
, en recuerdo del pobre escriba.
—Si esta noche mi marido me pide un
najawy
, se lo concederé —decían riendo las damas cuando se embriagaban en los banquetes.
En cuanto a Nekau, su actuación fue muy celebrada, por lo difícil de la decisión. No era sencillo fallar con la rectitud con la que lo había hecho, decían, y todos le auguraban lo mejor en el futuro, pues el príncipe Kaleb había honrado públicamente al juez para asegurar que no conocía a ninguna persona tan proba como él, y que era merecedor de los más relevantes cargos del Estado.
Sin duda, el príncipe se encargó de extender cuantas burlas se le ocurrieron. A la postre él había salido triunfante, como no podía ser de otra forma, y en breve se casaría con Niut, a la que deseaba febrilmente.
Esta se hallaba instalada en su particular paraíso. Ya nada se interpondría para conseguir su máximo anhelo, y estaba dispuesta a vivir como una princesa el resto de sus días, junto al hombre que había hecho realidad su sueño. Todo se precipitaba en su imaginación como la mayor de las crecidas. Allí no había medida que valiera, su ansia se desbordaba en su corazón codicioso, para el que quizá nada fuera suficiente.
Para Neferhor, sin embargo, el mundo se volvió oscuro; tan tenebroso como el interior de las tumbas de la necrópolis. La vida no le mostraba ninguna luz a la que mirar, y durante un tiempo se vio ciego en un camino que le era imposible reconocer. Los viejos textos y admoniciones que tanto había estudiado no le eran útiles en absoluto. En el trato entre los hombres existían reglas no escritas que era necesario conocer, y en eso él había resultado ser un ignorante.
La despedida de su exmujer no estuvo exenta de disputas. Ella lo siguió tratando con la altanería que le había demostrado en los últimos meses. Ahora que sería princesa, Neferhor solo representaba una pesadilla, y así se lo recordó.
A la esclava que había declarado en el juicio con tan incontinente locuacidad no se la volvió a ver. Tras el apaleamiento y la ablación de su lengua, la abandonaron en los muelles donde, de seguro, algún marinero ebrio y con pocos escrúpulos se ocuparía de ella. Si acababa en los confines del Egeo, mucho mejor, aunque ya nadie podría entenderla nunca.
Sin embargo existía otra cuestión que había que resolver. Niut se iba a desprender de todos sus esclavos, puesto que viviría en palacio, donde pensaba adquirir nuevos sirvientes, y tal y como Sothis se temía, ella y su hija serían vendidas por separado.
Neferhor cumplió su promesa y se negó con firmeza.
—Dos personas principales se han interesado por ellas, y todo está decidido —le indicó Niut con desdén.
—Me temo que eso no será posible. Las esclavas desean continuar en esta casa y tienen derecho a ello si yo no me opongo —le contestó el escriba con toda la calma de que fue capaz.
—Sueñas —señaló ella, despectiva—. Continúas en tu mundo de irrealidad, como de costumbre. ¿Ignoras que me convertiré en breve en princesa de Egipto? ¿Sabes lo que eso significa?
—Perfectamente.
—Pues en tal caso no hay nada más que hablar. Haré con mis esclavas lo que me plazca; ellas son de mi propiedad.
—Tus títulos están muy bien, pero no olvides que este caso no tiene nada que ver con nuestro divorcio.
—¿No quedaste escarmentado con el resultado? Te lo mereciste por enfrentarte a mí. He sido el único motivo de felicidad que has tenido en tu vida. Jamás hubieras podido soñar con poseer a una mujer como yo. Deberías haberme estado agradecido por ello, y todos hubiéramos salido ganando, sobre todo tú, que te has convertido en el hazmerreír de la Tierra Negra.
—Mi madre me dio orejas para tus burlas, y espaldas para sobrellevarlas lo mejor que pueda.
—Ja, ja, ja. Quédate con tus recuerdos. Es lo único que puedo ofrecerte. Las esclavas seguirán el camino que yo determine.
—Como intentaba explicarte, los esclavos tienen derechos que nuestras leyes protegen. Ellas pueden decidir continuar en el lugar en el que se encuentran, y cambiar de amo, pese a tu oposición, si este paga la misma cuantía que cualquier otro comprador.
—Veo que sigues dispuesto a incomodarme. La venta ya está realizada.
—No hay venta que valga sin testigos y un escriba que tome nota de ella en presencia de los siervos. La ley es clara en este aspecto.
—¿Ah, sí? Qué sabrás tú acerca de la ley. ¿Olvidas que gracias a ella te han bautizado como el Najawy?
—Las esclavas se quedarán aquí. Yo te pagaré el mismo precio que has pactado por ellas.
Niut volvió a reír.
—¿Acaso sientes inclinaciones hacia la nubia? Jamás te las venderé, Neferhor.
—En ese caso volveremos a vernos en los tribunales; pero te aseguro que esta vez no será Nekau quien juzgue. Las esclavas contarán la verdad de cuanto aquí ha ocurrido. ¡Imagínate! La muy noble princesa Niut en boca del populacho a causa de su perversa naturaleza. Será un buen tema de conversación. Quién sabe, puede que hasta a ti te busquen un sobrenombre.
Niut lo fulminó con la mirada.
—Perderás de nuevo, Neferhor. Te pisotearé hasta destruirte.
—Ya lo veremos. Lo que sí te aseguro es que no podrás olvidarte de mi cara, y menos de mis orejas. Apelaré tantas veces como la ley me lo permita hasta encontrar justicia en este caso. Me verás con frecuencia para recordarte lo que fuiste, y en lo que te has convertido. —La dama lo miró furibunda. Sus labios temblaban, y en su semblante había un gesto de exasperación que infundía temor—. No creo que a tu príncipe le interese ver otro espectáculo como el que hemos dado, aunque a mí poco me importa.
Niut le mostró los puños cerrados como expresión de crispada amenaza, y se fue como Sekhmet, arrebatada, en busca de un lugar en el que saciar su sed de venganza.
Sin embargo Neferhor estaba en lo cierto, y al final la dama no tuvo más remedio que considerar las consecuencias de una negativa por su parte. Otro juicio no le interesaba. Deseaba marcharse de aquel lugar cuanto antes, para nunca regresar, y decidió vender las esclavas a su antiguo esposo por un precio exorbitante. Nada menos que seis
deben
de oro por cada una. Una cifra exagerada que, no obstante, Neferhor pagó con los pocos bienes que le quedaban. Con esa cantidad no solo adquirió a las sirvientas, sino que también recuperó parte de su dignidad maltrecha, a la vez que se juraba que esta nunca volvería a ser pisoteada.
En el interior de su cubículo, de nuevo abrazadas, Sothis y su pequeña escucharon la discusión atenazadas por el temor que las embargaba, conscientes de que, más que nunca, estaban en manos de un destino incierto. La nubia imploró a su diosa una vez más para que pusiera luz en la tenebrosa tormenta. Sus vidas no les pertenecían, y solo ella podía hacerlas llegar hasta unas manos en cuyo puerto el mar siempre estuviera en calma.
Así, cuando la venta finalizó ante testigos con arreglo a lo que dictaba la ley, Sothis sintió que su corazón se liberaba, y que la luz que tanto había implorado a su diosa inundaba de nuevo todo su ser, a su misma vida. Niut era una persona malvada, y su propio egoísmo sería causa de su desgracia, y también de cuantos la rodearan. Sothis la maldijo una vez más, y cuando ambas cruzaron sus miradas por última vez, Niut lo leyó en sus ojos. Una suerte de estremecimiento le recorrió el cuerpo antes de irse, mas ella sería princesa, y las maldiciones nada podrían contra su persona.
Mientras su antigua ama se marchaba, la esclava nubia observó a Neferhor con disimulo. El rostro de este expresaba sufrimiento, y también frustración por la forma en que había acabado todo. Su señor había pagado una fortuna por su libertad, pues así era como la nubia se sentía después de todos aquellos años. Ahora su vida estaba unida a la del escriba, aunque este lo ignorara. Su magia había resultado poderosa y, en cierto modo, había ayudado al corazón bondadoso de su amo a liberarse de la enfermedad que lo aquejaba, a pesar de que el precio que había tenido que pagar por ello hubiera resultado tan devastador como el fuego. Pero este todo lo purifica, y algún día Neferhor volvería a sonreír, estaba segura, y ella nunca lo abandonaría.
Niut se casó con su príncipe, como siempre había ambicionado, entre vítores, felicitaciones y grandes fastos. La celebración duró varios días, y toda la corte asistió a ella para honrar a los novios como se merecían. «No hay una pareja igual en todo Egipto», aseguraban las damas, que en el fondo no estaban muy seguras de lo que podría durar aquel enlace. El hombre más apuesto de la Tierra Negra se bebía la vida a grandes tragos, y en los corrillos muchos dudaban de que aquella beldad pudiera reconducir sus costumbres.
Pero Niut conocía de sobra tales detalles, y desde el primer día inoculó su enfermedad en el corazón de su marido, como acostumbraba. La sed que atenazó la garganta de este resultó bien diferente a la de antaño, y su joven esposa lo amarró al lecho con los hilos más poderosos que pudiera tejer nunca Hathor. Ella no podía impedir al príncipe que conservase sus concubinas, pero decidió que la vida de estas resultaría más estéril que las arenas del desierto oriental. Niut era el único oasis del que Kaleb bebería agua, y esta le llegaría impregnada con el sutil veneno que su esposa le proporcionaría; un elixir embriagador del que Kaleb ya no podría prescindir.
Sin embargo, Shai volvió a demostrar lo voluble que podía llegar a ser cuando se lo proponía. A menudo, los dioses parecían divertirse al enviar a los simples mortales pruebas imposibles, o fatalidades, cuando mayor resultaba su felicidad. Eso fue lo que le ocurrió a Niut el día en que le informaron de que, sin conocerse las causas, sus propiedades en Ipu habían ardido hasta quedar calcinadas. Al parecer el fuego se había iniciado una noche para extenderse con una furia inaudita, sin que nadie hubiera sido capaz de apagarlo. Su hermosa villa había amanecido entre cenizas, y sus tierras no eran más que una triste extensión de matojos quemados, de campos fértiles que habían sido devorados por las llamas de forma misteriosa.
Niut recibió la noticia mientras se hallaba rodeada por los lujos que siempre había deseado y, al enterarse, su semblante se crispó de manera terrible, al tiempo que la ira la poseía por completo. Allí mismo ordenó azotar a uno de sus esclavos y, en su cólera, destruyó todos los frascos que contenían valiosos ungüentos para cosmética que tenía a mano.
La princesa respiraba con dificultad, pues aquellas eran las únicas posesiones que administraba. De Neferhor poco se había podido llevar, ya que la casa no era de su propiedad, y había renunciado a sacar partido del hijo que le diera por otros intereses. De su antiguo esposo, Heny, no había vuelto a tener noticia desde que se separaran y, según decían, nadie conocía su paradero. El próspero negocio de vinos había pasado a la historia, y ella no había recibido ni un solo
deben
de lo que le correspondía por ley después de su divorcio.
Sin poder evitarlo, Niut se estremeció. Todo lo que poseía lo había perdido de forma tan súbita como extraña, casi por ensalmo. Ahora era una princesa de Egipto, sí, pero cuanto tenía se lo debía a su esposo. Aquel pensamiento la sumió en la desesperación, ya que la independencia económica de la que había gozado en los últimos años desaparecía. Kaleb era su único apoyo y si este, algún día, se cansaba de ella, quedaría expuesta a una situación que le resultaba imposible de calibrar. Era necesario quedarse encinta cuanto antes, pues en un hijo estaría la salvación. Su marido era un hombre poderoso, y cuando ella envejeciera tendría amantes donde elegir entre las jóvenes más hermosas del país.