Neferhor miró con cara de bobo a su amigo y este lanzó una carcajada.
—Ya te adelanté que algún día la haría mi esposa —señaló Heny, ufanándose de sus palabras—. ¿Acaso lo has olvidado?
El escriba fue incapaz de responder. Recordaba perfectamente las bravatas de su amigo, y también sus vaticinios mientras jugaban en el río. Él mismo participaba de ellas; sobre todo en lo referente a Niut, de la que siempre había estado prendado. De hecho, la joven había sido durante los años pasados en el templo un nexo de unión con su vida anterior. Una luz que le permitía escrutar un pasado en el que su imagen había permanecido viva. Formaba parte de su fantasía sexual y había pensado en ella tantas veces, que al final la joven había terminado por convertirse en poco más que una quimera, como él mismo llegó a convencerse un día. Era absurdo creer que la niña que dejara en Ipu, siete años atrás, pudiera estar esperándole, pues él mismo formaba parte del espejismo con el que se consoló tantas noches. Niut se había casado con Heny, tal y como este había predicho, y Neferhor tuvo que hacer ímprobos esfuerzos para no demostrar la decepción que sentía.
—¿Me reconoces, Neferhor? —le preguntó ella a la vez que extendía ambas manos hacia su amigo—. ¿Tanto he cambiado? —volvió a repetirle.
Neferhor disimuló su zozobra con la habitual máscara que tan bien manejaba, pero su semblante se iluminó al mirarla de nuevo.
—Solo eres más hermosa que cuando nos despedimos aquella tarde en el río —dijo él—. Tu marido me advirtió que eras bella, pero no me imaginé cuánto.
Ella rio complacida.
—Era una sorpresa que te teníamos preparada. Cuando supimos que nos visitarías sentimos una gran alegría. No hemos sabido nada de ti durante todos estos años —señaló Heny.
Neferhor hizo un gesto ambiguo.
—A veces las circunstancias nos empujan hacia lugares distantes —dijo.
—Bueno, lo importante es que hoy has regresado, y que lo celebraremos contigo —apuntó Heny—. Prueba este vino, a ver qué te parece.
Un criado sirvió un líquido dorado en la copa del escriba y este lo paladeó con deleite.
—¡Humm! —exclamó Neferhor, aunque no entendiera en absoluto de vinos—. Es delicioso.
—Procede de unos viñedos próximos a Buto. No se trata de un simple
irep
, vino, ni de un
irep nefer
, buen vino, es un
irep nefer nefer
, un vino excelente, al que se rendiría nuestro dios con toda seguridad —afirmó Heny, convencido—; creo que es un gran entendido en vinos.
—Seguro que Nebmaatra sabría apreciar su calidad mejor que yo, que soy abstemio —apuntó Neferhor.
—Quizá tú podrías obsequiarle una de mis ánforas —sugirió Heny, ladino—. Sería una buena oportunidad para que conociera mis caldos.
—Me temo que el faraón solo esté interesado en mis servicios como escriba. Pero si me das un ánfora prometo entregársela al gran Amenhotep.
—¿Te refieres a Amenhotep, hijo de Hapu? —preguntó Niut, interesada.
—Al mismo. Sabio entre los sabios. Sin duda él será capaz de valorar este vino como corresponde.
—¿Tienes relación con él? —quiso saber Heny.
—En efecto. Él es quien me ha enviado al norte en una misión de particular importancia.
Heny se removió en su pequeña butaca y esbozó una de sus características sonrisas.
—Escucha —dijo, bajando el tono de su voz—. Si este vino llegara a Malkata, me haría inmensamente rico. Solo necesito a alguien que pueda introducirlo en la corte. Si me ayudas, te prometo que nadarás en la abundancia.
Neferhor asintió mientras lo miraba fijamente.
—No será necesario —señaló, imperturbable—. Entregaré tu ánfora al gran Amenhotep.
—Espléndido, espléndido —gritó Heny, alborozado—. ¿Has oído, Niut? No hay nada comparable a una verdadera amistad. Brindaremos mil veces por ella. ¡Que sirvan más vino! —ordenó—. Hoy cenarás con arreglo a tu rango. Mi cocinero ha preparado para ti pichones asados. Recuerdo que era tu plato favorito.
A Neferhor se le iluminó el rostro, pues era cierto, mas al ver el banquete que le tenían preparado arrugó el entrecejo.
—Te advierto que me he convertido en una persona frugal. Si como cuanto pretendéis acabaré en la necrópolis.
Heny rio complacido, al tiempo que miraba de soslayo a su esposa, quien observaba disimuladamente a su viejo amigo.
—Hablemos de ti —se interesó Niut—. Supongo que te habrás casado con alguna dama tebana, y tendrás hijos.
—Está tan soltero como cuando nos despedimos de él la última vez —intervino Heny, divertido—. Sin duda es un hombre sabio que sabe disfrutar de la vida.
Niut obvió aquel comentario y se fijó con más atención en su invitado. Este había cambiado, pues su aspecto distaba mucho de parecerse al del pobre campesino que fue en su niñez. Neferhor no era un hombre guapo, y las orejas de soplillo que ella recordaba bien no le ayudaban en absoluto en este sentido. Mas poseía unos labios sensuales y carnosos, y unos ojos fascinantes que parecían capaces de dominar a través de su profunda mirada.
Durante la velada, los amigos rieron y disfrutaron del banquete a la vez que recordaron los buenos momentos pasados en su niñez. Luego los anfitriones se interesaron por aspectos de la vida de su invitado, y por cómo era Per Hai, la ciudad de la que tanto habían oído. Neferhor les habló de todo ello, de lo que había sido su vida, aunque evitara hacer referencia a la desgraciada muerte de su familia, y también de la importante celebración que se avecinaba. La pareja se quedó boquiabierta al conocer las riquezas que albergaba la Calbeia a lsa del Regocijo, así como el lujo y la opulencia en la que vivían los cortesanos.
El escriba contestó las más divertidas cuestiones en tanto hacía esfuerzos por no mirar a Niut más de lo que dictaba el decoro. En realidad, aquella velada supuso para él una verdadera prueba en la que tuvo que hacer frente a emociones que no estaba seguro de dominar. Desde el mismo instante en que vio a Niut sintió un irrefrenable deseo hacia ella. Era una sensación desconocida para él, y que en nada se podía comparar con los pensamientos lujuriosos que había tenido muchas noches en Karnak. La fantasía se había desvanecido para dar paso a una realidad bien distinta, y a la vez demoledora, contra la que no había conjuro alguno que resultara efectivo. Los milenarios textos que él tantas veces había estudiado no hablaban de aquello, y Neferhor no tuvo otra alternativa que enfundarse en su habitual máscara, que para todo valía, y no atisbar en el interior de su corazón.
La cena siguió su curso, y el vino se escanció generoso entre brindis y más brindis. Neferhor se controló en la medida de lo posible, en tanto Heny trasegaba las ánforas con una facilidad pasmosa. Incluso Niut pareció alegrarse más de la cuenta. Esta escuchaba las consabidas historias de su marido mientras observaba a Neferhor. Su visita había supuesto una verdadera sorpresa para ella, ya que no había vuelto a acordarse de él en todos aquellos años. En realidad el joven nunca había llamado su atención, más allá de los juegos que compartieron en la infancia. Ella siempre lo había considerado un
meret
; un pobre labriego atado a la tierra que trabajaba sin ningún porvenir. Desde pequeña había estado convencida de que su destino se encontraba muy lejos de Ipu. Ella había nacido para desposarse con un príncipe, y por algún motivo había ido a caer en aquel nomo insignificante en el que los príncipes no existían. Mil veces había maldecido a la diosa Mesjenet por haberse ocupado de ella dentro de un vientre que no la correspondía. Mesjenet había determinado su destino y elaborado su
ka
de forma inapropiada.
No había tardado mucho en darse cuenta de cuál era la realidad del mundo que la rodeaba. Ella era hija de un capataz, y sus expectativas no podían ser satisfechas con facilidad. Su belleza era su baza, y debía hacer uso de ella antes de que comenzara a marchitarse, algo que, por desgracia, solía ocurrir pronto en Kemet. Heny significaba una buena oportunidad para ella. Niut le conocía desde la infancia, y sabía la pasión que siempre le había demostrado. Llevaba pidiéndola en matrimonio toda la vida, y ella decidió considerar la posibilidad. La familia del pretendiente se había enriquecido durante los últimos años, y su viejo amigo podría mantenerla apropiadamente y costear la vida lujosa que ella deseaba llevar. Más tarde vendrían los hijos, y ellos se convertirían en parte fundamental de sus anhelos. Serían educados como correspondía, y tendrían la posibilidad de acceder allí donde la joven hubiera querido.
De esta forma Niut se casó con Heny quien, tal y como ella suponía, la agasajó hasta el exceso. Hizo construir para su esposa una villa digna del nomarca y la cubrió de joyas y costosos vestidos para que señoreara como la mujer más hermosa del nomo. Le regaló esclavos y una vida en la que lo único que tenía que hacer era mantenerse bella. Todo cuanto se pudiera desear crecía en aquel vergel erigido para conseguir la eterna felicidad. Sin embargo, las cosas no resultaron ser como ella esperaba.
No fue necesario mucho tiempo para que Niut se diera cuenta de que allí no sería feliz. Heny la abrumaba con sus regalos al tiempo que le demostraba una pasión que parecía no saciarse nunca. La joven comenzó a agobiarse, y surgieron las primeras disputas. Enseguida se convenció de que su marido no tenía los modales apropiados para ella, y que por muchas riquezas que acaparara nunca le procuraría la posición social que Niut había soñado. Sería la más rica del lugar, pero eso no era suficiente.
Las frecuentes ausencias de su esposo hicieron que ella llevara una vida regalada. Pero, aunque estaba segura de que Heny la amaba, empezó a tener dudas respecto a su fidelidad. La joven se había desposado sin estar enamorada, pero cumplió con sus obligaciones conyugales sin reparos, pues era de naturaleza fogosa. Sin embargo, su principal objetivo al hacer el acto era el quedarse embarazada. Quería tener hijos cuanto antes; pero, por motivos que no llegaba a entender, estos no venían. Acudió a algunas
hekas
para que pusieran remedio al problema, pero las hechiceras no consiguieron sino preocuparla más, y al poco Niut comenzó a pensar que su marido tenía amantes.
Era creencia extendida que en la primera eyaculación del hombre, tras varios días de abstinencia, se encontraba la simiente capaz de dejar encinta a la mujer. Por ello, muchos viajeros, antes de regresar a su hogar, hacían un alto en alguna casa de la cerveza cercana para aliviarse, y así no preñar a su esposa cuando llegaran a su casa. Esta práctica era comúnmente aceptada por las damas que no querían tener más niños, y nadie se extrañaba por ello. Niut creyó que su marido era aficionado a tales prácticas, y se lo imaginó en brazos de alguna de aquellas mujerzuelas que solían frecuentar tales locales. Semejante vulgaridad le pareció insoportable, y por mucho que su marido le jurara por la enéada bendita que aquello era un disparate, Niut no le creyó, y su corazón comenzó a desesperarse.
Heny, que no frecuentaba ninguna casa de la cerveza, se abstuvo de viajar durante un tiempo para demostrar a su mujer que su simiente solo le pertenecía a ella, mas a pesar de las constantes cópulas que celebraban, Niut no se quedó encinta; para gran pesar de su esposo. Este comenzó a decirse que quizá su mujer fuera estéril, y ella pensó exactamente lo mismo de su marido, ya que en su familia las mujeres siempre habían sido fértiles.
Así pasaron dos años, durante los cuales aumentó la desconfianza entre los cónyuges, pues Niut estaba convencida de que si no daba un hijo a su esposo este acabaría por repudiarla, y terminaría en brazos de otra mujer.
Heny, por su parte, se aficionó a beber más de la cuenta, y empezó a ver en su esposa un bellísimo tesoro que nunca sería suyo por completo. Fue entonces cuando comenzó a buscar nuevas amantes.
Aquella noche, mientras Neferhor les hablaba, Niut sintió en su interior algo desconocido. Aquel tono cargado de razonamientos operaba en ella un efecto difícil de explicar. Se sentía embaucada ante aquella voz que les relataba historias de otros lugares, de otras gentes tan diferentes a las que ella estaba acostumbrada a tratar en Ipu. Su viejo amigo tenía la facultad de adormecer su voluntad como si se tratara de uno de aquellos magos que habitaban en los templos, para quienes no existían los secretos. Al observarlo, la joven pensó en los conocimientos que debía de atesorar s derataru invitado y recordó que ya de chiquillo era un niño inteligente. En un acto reflejo se mordió suavemente un labio. Neferhor estaba loco por ella en aquel tiempo, como bien sabía, aunque su natural timidez le hubiera impedido decírselo.
Durante aquella velada, Niut se percató al instante del efecto que causaba en él. Neferhor no desaprovechaba el momento oportuno para mirarla, con gestos calculados que captaron su interés. El escriba poco tenía que ver con su marido, ni con su fortuna. La riqueza que ambicionaba aquel hombre no era material, y sin embargo señoreaba entre los opulentos pues su mirada parecía ser capaz de desnudar el alma con facilidad.
Sus símbolos reales le daban un aire ciertamente poderoso, ya que portaba el sello del dios, Nebmaatra, para abrir cualquier puerta en el país de Kemet. Muchos de los visires y grandes prohombres de Egipto habían sido escribas reales, y Niut se convenció de que el antiguo
meret
bien podría convertirse en el futuro en visir o virrey del país de Kush, pues notaba en él una fuerza que no era capaz de explicar y que la hizo fantasear de manera inesperada.
En el transcurso de la cena, Niut estuvo segura de leer en los ojos oscuros del escriba, una y otra vez, el deseo contenido, y ella se estremeció.
Heny empezó a dar cabezadas, como solía ocurrirle a menudo en los banquetes. Hacía un buen rato que se le trababa la lengua, y Niut sabía muy bien cómo terminaría la noche. La cena había resultado espléndida, con manjares propios de la mejor mesa, que su invitado no había perdido ocasión de alabar, aunque se mostrara comedido. Los pichones asados habían supuesto para él toda una bendición, como reconoció en varias ocasiones, pero el vino solo lo había degustado para hacer los honores a sus anfitriones con los repetidos brindis que propusiera Heny.
Neferhor guardó las formas lo mejor que pudo. Su amigo e Iki hacía muchos años que habían quedado atrás, y a medida que avanzó la velada se dio cuenta de que no había demasiados temas de los que hablar. Más allá de la evocación de los viejos tiempos y los chismes de Malkata, la conversación carecía de interés, y el escriba prefirió circunscribirse a lo que le proponían sus viejos amigos. El bueno de Heny apenas sabía leer, aunque Niut hubiera aprendido a hacerlo de forma elemental. Claro que tampoco lo necesitaba, pues había que reconocer que la belleza de esta le desasosegaba sin remedio. Después de siete años sus caminos habían discurrido por lugares que en nada se parecían, aunque de ello nadie fuera culpable.