—Solo en el estudio de los papiros sagrados se encuentra la sabiduría.
El pequeño lo miró sorprendido, como si hubiese sido cogido en alguna falta. Nebamón rio y le acarició la cabeza.
—Dicen que andas por los campos, de un lado a otro, recorriendo sus veredas, y que te gusta sentarte junto a la orilla del río durante horas.
—El Nilo rebosa de vida. Los animales acuden a él, y a mí me gusta observar cuanto ocurre.
—¿Y qué conclusiones has sacado?
—Todas las especies tienen su propio lenguaje, pero creo que comprenden las reglas que rigen en el valle.
El escriba pareció encantado con aquella respuesta.
—Solo los hombres las transgredimos a nuestro antojo, ¿no es así?
Neferhor se encogió de hombros.
—Prefiero ver cuanto me rodea e intentar comprender el porqué de las cosas. Por qué la tierra no es siempre generosa.
—La Señora de las Cosechas ha sido pródiga últimamente. Hace muchos
hentis
que no tenemos hambrunas. Nebmaatra, el dios que nos gobierna, es bienamado de Amón, ¿no crees?
—Aun así, cada año es diferente al anterior. Nunca hay dos cosechas iguales —aseguró el niño muy convencido.
—¿Y a qué crees que se debe?
—El secreto está en el río. Hapy, el señor que habita en sus aguas, es el que decide. Él es el verdadero poder; todo gira a su alrededor, pues yo pienso que el Nilo esconde un gran misterio.
—¿Crees que la crecida es un milagro?
—Todos dicen que es una bendición; un regalo de nuestros dioses —apuntó el pequeño poco convencido.
Nebamón sonrió; le gustaba aquel niño tan predispuesto a ra-
zonar.
—A ti, sin embargo, te interesan más tus observaciones. Hacer cálculos sobre cuanto te rodea.
Ahora fue el pequeño quien sonrió.
—Este año acerté en el cálculo de la cosecha sin equivocarme ni un
hekat
—se ufanó—. Y también en la de los vecinos.
Ambos habían llegado junto al pequeño muelle, y Nebamón hizo un ademán para que se sentaran en el embarcadero, junto al hermoso barco atracado. El niño lo observó sin ocultar la impresión que le causaba.
—Es un navío de carga usual, aunque sus líneas sean hermosas. Puede transportar unos seiscientos
khar
. ¿Te haces una idea de cuánto es eso? —preguntó el escriba.
El pequeño lo miró con atención un instante, y luego volvió la vista hacia el bajel que se balanceaba con suavidad.
—Son muchos sacos —respondió en tanto trataba de calcular con los dedos—. Pero equivaldrían a tres manos. Los quince dedos serían suficientes para la operación, y cada uno proporcionaría cuarenta sacos.
Nebamón volvió a sonreír.
—Eres un portento, Neferhor. Seguro que adivinas cuánta harina podríamos obtener de ellos.
Al chiquillo se le iluminó la cara.
—Eso es fácil —contestó al instante—. Mi hermana elabora un saco de harina por cada dos de trigo, y de cada saco de harina fabrica unas cincuenta hogazas de pan.
—Si tenemos en cuenta que hay muchos barcos como este transportando grano, nuestro pueblo no pasará hambre este año, ¿verdad?
El niño negó con la cabeza, y el escriba soltó una carcajada. Saltaba a la vista que el pequeño tenía un talento natural para los números. Esto le causó una grata impresión, sobre todo porque el niño no sabía leer ni escribir.
—Veo que el muy alto Pairi no se ha equivocado con cuanto me dijo acerca de ti, ¿sabes?
Neferhor volvió a sentirse cohibido, y el escriba le habló en tono confidencial.
—Él asegura que eres capaz de conocer el nivel que alcanzará la crecida con antelación —le comentó como si estuviera ya compartiendo el secrtiee="Mineto—. Y yo estoy asombrado por ello. —El niño no dijo nada—. ¿Cómo es posible tal cosa? ¿Acaso se trata de algún juego? —quiso saber Nebamón.
—No —negó el pequeño—. Ya le dije al muy alto Pairi que era un secreto entre Sobek y yo.
—¿Sobek, dices? —El escriba rio divertido—. Hubiera sido más lógico que lo tuvieras con Thot, el divino padre que te han atribuido. Tu nombre es adorado en uno de nuestros nomos, ¿lo sabías?
El niño negó con pesar.
—En realidad el nomo se encuentra algo alejado, nada menos que en el corazón del Delta, en el Bajo Egipto, se llama Djehuty y es el decimoquinto. Como ya habrás adivinado, con ese nombre su santo patrón no es otro que Thot, que forma tríada con su esposa Nehemetauey y su hijo Neferhor. Ahí entras tú en escena, todo un privilegio, y juntos vivís en un lugar conocido como «la residencia de aquel que separa a los dos compañeros».
El chiquillo lo miró boquiabierto.
—Sí, ya sé que es algo rebuscado, pero hace referencia al papel mediador que interpretó Thot durante los combates que enfrentaron a Set y Horus. Un poco complicado, ¿no es cierto?
Neferhor hizo un gesto con el que reconocía su ignorancia.
—En cualquier caso sería más sencillo para ti tener tratos con Thot, dadas tus particulares circunstancias —aseguró el escriba, jocoso.
El pequeño puso cara de pocos amigos, y al punto recordó lo poco que le gustaba a su padre que le llamaran así. Nebamón se dio cuenta enseguida y trató de quitarle importancia al asunto.
—Bah, no debes molestarte por mis palabras, pero estarás de acuerdo conmigo en que hubiera sido más comprensible el tener tratos con los ibis que con los cocodrilos; no en vano el ibis representa a Thot, y él anuncia la proximidad de la crecida cuando emigra desde el sur.
—Los ibis nada tienen que ver en esto. Solo los cocodrilos conocen el secreto, y ellos me lo han contado —respondió el niño muy serio.
Ahora fue Nebamón el que se quedó sorprendido, y al momento pareció reflexionar mientras se acariciaba la barbilla.
—Los secretos son para guardarlos, ¿no? Aunque quizás algún día me lo puedas revelar —apuntó Nebamón, zalamero.
Mas el chiquillo se mantuvo firme.
—Sobek tendrá que darme permiso para ello —indicó muy serio.
El escriba rio suavemente.
—Al menos podrás decirme cómo esperas que sea la crecida de este año —preguntó con astucia el funcionario.
Neferhor le miró fijamente a los ojos un momento, y el inspector contable percibió la fuerza que atesoraba el rapaz. Había verdadera lucidez en su mirada, y tuvo el convencimiento de que el pequeño había recibido ese don desde su nacimiento. Entonces pensó en lo acertado de su apodo y en la conveniencia de que lo mantuviera durante toda su vida.
—Dentro de dos meses se alcanzará ese nivel, así que te lo puedo adelantar. Aquí, en Ipu, el río llegará a los dieciséis codos, uno menos que el año pasado. Podemos esperar una buena cosecha —dijo con rotundidad.
Nebamón se quedó estupefacto, sobre todo porque no tuvo ninguna duda de que la avenida resultaría tal y como el niño le había predicho.
—Pairi me confió que anhelabas estudiar en la Casa de la Vida —señaló el escriba, cambiando de conversación.
—No hay nada que desee más —contestó el pequeño.
—¿Por qué?
—Me gustaría ser escriba.
Nebamón le sonrió.
—¿Y por qué escriba y no médico o arquitecto? —quiso saber.
—Porque ansío leer los textos sagrados, aprender «las palabras de Thot».
[3]
Estudiar los números, las estrellas, el porqué de las cosas. Deseo el conocimiento.
El escriba se quedó tan impresionado ante aquellas palabras que durante un rato permaneció observando al niño en silencio; luego volvió a sonreírle.
—¿Has pedido a Amón que te ayude a conseguir lo que ambicionas? —le preguntó.
El pequeño asintió.
—Todas las noches, tal y como me aconsejó el muy alto Pairi.
—¿Y has recibido alguna respuesta; alguna revelación que te pueda invitar a pensar que el Oculto ha atendido tus plegarias?
—De momento no se me ha manifestado. Creo que soy demasiado insignificante para él; no olvides que soy un simple
meret
.
Nebamón acarició la cabeza del chiquillo.
—Intentaré hablar con él —le consoló el escriba—. Al fin y al cabo, yo me ocupo de sus asuntos.
La pequeña casa de adobe se había convertido en un laberinto de emociones. Shai, el dios del destino, de la «ventura de la vida», había abierto una puerta en la humilde choza para colarse y dar salida a las ilusiones imposibles; aquellas que no están a nuestro alcance. La dicha era tan inesperada, q fi aa ue aquella familia pensó en la posibilidad de que se encontraran ya en los Campos del Ialú, disfrutando de alguna alegría. Como tal sensación les era desconocida creyeron seriamente en tal eventualidad, ya que la fortuna nunca había hecho acto de presencia en sus vidas. Sin embargo allí estaba, en forma de aquel escriba contable con ojos de ratón, y tras pellizcarse un brazo un par de veces, Kai pensó en qué nuevo tipo de treta les estaban preparando, ya que tal proposición no le parecía de este mundo.
Repyt, en cambio, se sentía dichosa como nunca, y sus ojos eran como una pequeña fuente que soltaba incesantes gotitas que ella no podía reprimir. Pensaba que al final la diosa que llevaba su nombre, y de la que era tan devota, había escuchado sus preces, y que todas las desgracias y sufrimientos que habían pasado al fin se veían recompensados. Su hermano algún día sería un escriba.
Que Neferhor pudiera alcanzar aquella meta era por sí solo motivo de inmensa felicidad, y también de orgullo. Ya no tendría que vagar por los campos con los pies hundidos en el fango y las manos cubiertas de grietas y callosidades. Sería un hombre principal, pues no había nada que se pudiera comparar a ser escriba, y su familia participaría del triunfo sobre el incierto sino en el que siempre había vivido.
Nebamón se hacía cargo de semejante explosión de sentimientos. Al desbordarse, estos flotaban en aquel cuartucho donde vivía aquella gente. Si el pequeño se convertía en escriba, las penurias se acabarían para ellos, y él sabía bien lo que esto representaba. Sus orígenes, al igual que los de aquel niño, también eran humildes, y al ver los rostros emocionados de los campesinos, el funcionario se conmovió, aunque guardara la compostura.
—El niño ingresará en el Per-ankh —señaló Nebamón tras carraspear—. No se me ocurre una Casa de la Vida mejor que esa para conseguir sus propósitos.
Neferhor no perdía detalle de cuanto hablaban, con los ojos muy abiertos y expresión conmocionada, como si le ofrecieran el más increíble de los premios.
—Ya veis —continuó Nebamón—, el Oculto ha puesto sus ojos en el pequeño, y él no suele equivocarse en estos aspectos. Elige sabiamente, tanto a los que sirven en los campos como a los reyes.
Aquellas palabras sonaron graves y cargadas de solemnidad. Las paredes de adobe de la modesta vivienda nunca habían escuchado nada parecido.
—Supongo que no te opondrás a los deseos de Amón —indicó Nebamón a Kai.
Este sacudió la cabeza; no tanto porque estuviera de acuerdo como por el hecho de no entender nada. Que un escriba viniera a proponerle una cosa así era algo que nunca hubiera sospechado. Mas no tenía palabras para expresar lo que sentía.
—La granja se quedará sin uno de sus miembros —continuó el escriba—, y eso es algo en lo que debéis pensar. Hay un cupo que es necesario cubrir, y me temo que no sea negociable.
—Tomaré esposo —se apresuró a decir Repyt—, un hombre fuerte que se pueda hacer cargo de las labores del campo. Pronto tendré hijos, muchos hijosMinionProjos, que llenarán de alegría esta tierra y alabarán a Amón cada día. La granja estará bien atendida.
Nebamón asintió muy serio en tanto miraba de nuevo al viejo. Este tenía la vista fija en algún punto de aquella pobre habitación. Seguramente trataba de asimilar algo para lo que no estaba preparado. De nuevo el escriba sintió compasión, pero no dijo nada.
A Kai se le vinieron a la memoria todos aquellos años pasados en la granja. Allí habían nacido sus hijos, y también los había perdido. Solo Repyt era reacia a abandonarle, aunque para ello hubiera tenido que pagar el precio de no emprender su propio camino; ella era cuanto le quedaba. De una forma u otra Iki se iba, como los demás, aunque al menos esta vez no fuera para encontrarse con Osiris, sino con Amón, que era un dios mucho menos tenebroso. Siempre había pensado que Iki no era como el resto de sus hijos. No se parecía a ninguno de ellos, y mucho menos a él. En cierto modo Neferhor había sido un extraño, aunque su corazón lo hubiera amado como a cualquiera de sus otros vástagos. En aquella hora Kai se sentía inmensamente dichoso, a pesar de que fuera incapaz de demostrarlo, y dio gracias a aquel dios para el que llevaban trabajando desde hacía generaciones, y que nunca antes se les había revelado. Quizás, a la postre, fuera verdad lo que siempre había escuchado acerca de él, ya que solo un milagro podría explicar lo que había ocurrido.
Antes de marcharse, Neferhor corrió por las veredas de los campos como una liebre perseguida. Estaba exultante, y al cruzarse con sus paisanos los saludaba alborozado pues sentía que el corazón se le salía del pecho de contento. Se dirigió hasta el lago de la reina, que ahora parecía un remedo del Gran Verde, el mar que limitaba al norte con el Bajo Egipto. La crecida era de tales proporciones que el nivel de las aguas casi se había cuadruplicado, y eso que aún no se había llegado a la época de las aguas altas. Los habituales bosques de papiros habían sido engullidos por el río, y sus márgenes se situaban entre la espesura de los palmerales. Allí estaban esperándolo Niut y Heny quienes, como la mayoría, estaban sorprendidos por la buena noticia. Esta había corrido enseguida entre los vecinos, pues no en vano allí se conocían todos.
—Ya sabía yo que algún día te convertirías en escriba —le saludó Heny alborozado—. ¿Lo ves? —exclamó para volverse hacia Niut—. Ya te advertí que llegaríamos a ser personas principales.
Niut hizo un mohín y miró con coquetería a Neferhor, en quien acababa de descubrir nuevas cualidades.
—Pronto seguiré sus pasos —continuó Heny—. Mi padre me llevará ante la familia de la reina, a quien ha conseguido interesar por nuestros vinos. Algún día brindaremos juntos en la corte —profetizó en tanto dirigía la vista hacia su amigo—. ¿Os imagináis?
La niña lo miró con cierto desdén, en un gesto que solía repetir a menudo. Cada día estaba más bonita, y sus compañeros de juegos se rendían ante ella sin comprender aún por qué.
—¿No te parece que llegaremos a ser personas principales? —le preguntó Heny.