Read El secreto de los Assassini Online
Authors: Mario Escobar Golderos
Tags: #Aventuras, Histórico, #Aventuras, Histórico, Intriga
Cuando llegaron a Morad, su moral estaba por los suelos. Lincoln llevaba días encontrándose mal, sentía una debilidad inexplicable y apenas podía hacer ningún esfuerzo. Alicia tampoco se encontraba bien. Tenía todos los síntomas de una insolación. Su ropa la aprisionaba y asfixiaba. Las mangas largas de la blusa, apretada, el cuello alto y el vestido largo la hacían sudar mucho, lo que suponía una constante pérdida de líquidos.
Cada día soportaban la misma rutina. El tintineo de las campanillas de los camellos, el gorgoteo y gemido constante de los animales que comenzaban a acusar la sed.
Los camelleros comenzaron a preocuparse por el estado de los animales, pero Hércules no quería cederles el agua potable que habían llevado. Por eso, cuando los camellos olisquearon el agua del pozo de Morad, corrieron hasta el agua y bebieron hasta saciarse. Los camelleros y el resto de los criados también bebieron con desesperación.
—Pensé que nunca llegaríamos al pozo —dijo Hércules contemplando la árida llanura.
—Ya estamos más cerca de nuestro objetivo —dijo Yamile, impaciente. Sabía que su tiempo se terminaba, los efectos de la joya podían desaparecer si el viaje se prolongaba por más tiempo. Desde su salida de Korosoko nadie les había seguido o, por lo menos, habían permanecido a gran distancia.
Lincoln se sentó en el suelo. Él no compartía la euforia del resto de sus compañeros, el cansancio no remitía y cada día iba a más.
Después de montar el campamento, las mujeres pudieron preparar un baño. Llevaban más de diez días sin bañarse y las cubría una gruesa capa de polvo y sudor. Después les tocó el turno a los hombres. Cuando los sirvientes retiraron el agua, Hércules y el resto del grupo pudieron contemplar con asombro que su guía se bebía el agua jabonosa y sucia.
—¿Qué hace, Alí? —preguntó asombrado Hércules al guía.
—El agua del pozo está demasiado amarga, señor.
Alicia y Yamile no pudieron evitar poner un gesto de repulsión. Pero el guía se bebió el agua con ansia, como si estuviera bebiendo el más sabroso elixir. Los cuatro se sentaron en las sillas plegables y evaluaron lo que quedaba de viaje.
—No pensé que llegáramos tan lejos —dijo Alicia con buen humor. El baño había refrescado sus pobres músculos.
—Gracias por la confianza prestada —bromeó Hércules.
—Hemos de reconocer que hemos superado esta primera etapa del viaje con cierta tranquilidad. El camino es muy difícil y con toda seguridad muchos han sucumbido en él —dijo Lincoln, que comenzaba a recuperar fuerzas.
—Lo que no tiene solución es esto —dijo Yamile señalando sus brazos requemados por el sol.
Después de descansar durante unas horas, retomaron el viaje. A partir de Morad las cosas mejorarían un poco. Se podían ver algunas gacelas y algo de vegetación. Apenas tuvieron fuerzas para llegar a Abu Hammad. Tras descansar dos días en la pequeña ciudad, emprendieron de nuevo el viaje. La caza de gacelas y algunos restos de vida animal animó al grupo, que siete días más tarde llegó a Berber. Cuando avistaron la ciudad, creyeron ver las puertas del paraíso.
Berber, 9 de diciembre de 1914
La ciudad de Berber era lo más parecido a la civilización que había en el Alto Nilo. Aunque su grado de civilización era bastante relativo. Los caminos eran de tierra, las casas eran de adobe, con tejados planos de palma, pero los huertos y jardines de la ciudad resplandecían en mitad del desierto, a orillas del Nilo. Las palmeras cubrían el cielo azulado y las palomas cantoras llenaban de sonidos el silencioso desierto.
Su llegada a la ciudad fue todo un acontecimiento. Debido a la guerra, las caravanas escaseaban y el pueblo entero salió a recibirlos. Allí residía el gobernador local con un pequeño ejército de dos mil hombres. El gobernador dejó que instalaran el campamento en medio de los jardines del palacio y los visitó aquella misma tarde. Los cuatros se habían lavado, arreglado y cambiado de ropa. Después de semanas tenían de nuevo la sensación de haber vuelto a la vida.
Cuando el gobernador llegó a la tienda, el
simun
soplaba con tanta fuerza que tuvieron que recibir al gobernador sentados en el interior.
—Que Alá los proteja —dijo el gobernador sentándose junto a ellos en los cojines de la tienda.
—Muchas gracias por su hospitalidad —dijo Hércules.
—Es nuestro deber —contestó el gobernador.
—El viaje ha sido duro, pero ahora nos sentimos dichosos —dijo Hércules.
—¿Cuál es el motivo de su viaje y adónde se dirigen? —preguntó intrigado el gobernador.
—Nos dirigimos a Meroe —dijo Lincoln entrando en la conversación.
El gobernador lo miró con cierta curiosidad. La ciudad estaba poblada de nubios, pero nunca había visto a un negro vestido de occidental ni hablando como un occidental.
—¿De dónde son? —preguntó el gobernador.
—George Lincoln es norteamericano, mi nombres es Hércules Guzmán Fox, mi nacionalidad es española. La dama árabe es Yamile y la otra dama es Alicia Mantorella, española como yo.
—No solemos tener gente de su tierra aquí —dijo el gobernador.
—¿Hay algún peligro en el camino a Meroe? —preguntó Hércules.
—Si les dijera que no, mentiría. Aunque mis hombres protegen las tierras de aquí hasta Asuán, más allá no hay ley ni orden —dijo el gobernador, complaciente.
—¿La región es segura? —preguntó Alicia.
El gobernador la miró, pero no contestó a su pregunta. Hércules repitió la pregunta al gobernador y este, con una sonrisa, contestó al hombre.
—Es absurdo ir tan al sur. Allí solo encontraran desiertos, negros y pobreza. Desde que comenzó la guerra nadie se aventura a viajar tan al sur.
—Pero, ¿la zona está en paz? —preguntó Lincoln, frunciendo el ceño.
—La zona está en paz desde hace más de treinta años, desde tiempos del temible Muhammad Ahmad ibn as Sayyid abd Allah —dijo el gobernador.
—¿Quién fue este hombre? —preguntó Hércules.
—Durante años, muchos hombres han temido pronunciar su nombre. El
mahdi
fue un líder religioso musulmán originario del Sudán. Yo era un oficial egipcio cuando él se levantó en armas contra mi país —dijo el gobernador, como si algunos recuerdos fueran dolorosos.
—Algo he escuchado, sobre la muerte del general británico Gordon —dijo Hércules.
El gobernador miró al español y le dijo:
—El
mahdi
logró reunir bajo su autoridad religiosa a todos los clanes de Beggara para formar una alianza que pretendía establecer una república islámica como preludio a un Estado islámico mundial.
—¿Un Estado islámico mundial? —preguntó Alicia.
El gobernador la miró de reojo y continuó con su explicación.
—Muhammad Ahmad creía ser el
madhi
tan largamente esperado. Por eso declaró una
jihad
o guerra santa, y llevó a su ejército a una guerra religiosa dirigida a acabar con la ocupación británica y egipcia. Su principal opositor fue el general Charles George Gordon.
—¿Cuándo sucedió todo esto? —preguntó Hércules.
—Entre 1883 y 1886, pero el movimiento perdió fuerza tras la muerte del
madhi
y quedó reducido a las fronteras del Sudán. Durante el Gobierno de lord Salisbury, los británicos dirigidos por lord Kitchener atacaron de nuevo a los sudaneses en venganza por la derrota de Jartum y la muerte del general Gordon. La batalla terminó con la destrucción del ejército de los seguidores del
madhi
en la batalla de Omdurmán en 1898 —dijo el gobernador.
—Hace tan solo dieciséis años —dijo Lincoln, sorprendido.
—¿Qué es un
madhi?
—preguntó Hércules, sirviéndose un poco más de té.
El gobernador dijo algo en árabe.
—«El guiado» —tradujo Yamile, que hasta ese momento había permanecido en silencio.
El gobernador la miró con curiosidad. Su porte era sin duda el de una princesa y su velo no podía ocultar su gran belleza.
—El Imán Oculto o
madhi
prometido, otros lo conocen también como el
Imam-l Asr
o el Imán del Período o el
Sahib Al-Zaman,
el Señor de la Época. Pero estos apelativos son supersticiones de la secta de los chiíes —dijo el gobernador con desprecio.
—¿Quiénes son los chiíes? —preguntó Lincoln.
—Los mal denominados imaníes o seguidores de Muhammad al Mahdi, de nombre original Muhammad ibn Hasan ibn Alí, el duodécimo y último imán.
—Pero los suníes también creemos en el
madhi,
aunque no pensamos que se trate de una persona concreta que ya hubiera existido, y por tanto tampoco admitimos que el imán sea oculto, aunque se coincide en la validez de la profecía —dijo Yamile ante la sorpresa de sus amigos y del jeque.
Las mujeres no solo tenían prohibido hablar directamente a un hombre, además les estaba vedado el estudio y predicación del Corán. El gobernador miró a la mujer entre enfurecido y sorprendido. Nunca había conocido una mujer como ella en Berber y dudaba que se pudiera encontrar una osada suní como ella en todo el Alto Nilo. A pesar de sus reticencias le dijo a la mujer:
—No olvide que el
madhi
es una
hadith
[18]
atribuida a Mahoma. Si no recuerdo mal, se dice que será un descendiente de los
Ahl al-Bayt,
[19]
de alguna manera vinculado a los pobres, que en un futuro vendrá, junto con Jesús, para establecer una sociedad islámica perfecta en la tierra antes del
Yaum al-Qiyama
[20]
—apuntó el jeque.
—Según la tradición, nació en Samarrah el año 256 de la Hégira —dijo Yamile.
—¿Cómo tú, una mujer, sabes tanto sobre el Corán y nuestras tradiciones? —preguntó el jeque mientras se atusaba su largo bigote.
—Gran jeque de Berber, las mujeres árabes de otras partes del islam pueden estudiar la ley y las enseñanzas del profeta, cuando son sus padres o esposos los que las aleccionan —contestó Yamile con la voz temblorosa. Se había expuesto demasiado y el jeque podía pedir información sobre ella a El Cairo.
—Bueno, será mejor que terminen la historia y no nos dejen en ascuas —dijo Alicia en su mal inglés.
—En definitiva el
madhi
vivió hasta que su padre, el decimoprimer imán, fue martirizado el día 8 del mes Rabi' al-awwal, del año 260 de la Hégira. En ese momento desapareció, siendo aún niño. Según la creencia, viviría desde entonces oculto rigiendo desde la sombra los destinos de la
umma
[21]
y en un futuro volverá como redentor —terminó el jeque.
—Una especie de mesías —dijo Lincoln.
—Podríamos llamarlo así —dijo el jeque.
—Pero nadie sabe cuándo volverá y el último que se proclamó
madhi
murió hace más de quince años —concluyó Hércules.
—Algún día regresará —contestó el jeque, frunciendo el ceño.
—Necesitamos algo de usted. Nuestros camellos están agotados, nuestro guía no sabe la lengua de los nubios y tenemos que renovar nuestras provisiones de agua y comida. ¿Podría facilitarnos ayuda? —preguntó Hércules, intentando cambiar de tema.
—Es deber de todo buen musulmán ayudar a sus semejantes —dijo con una sonrisa el jeque. Ellos sabían lo que significaba esa cara, tendrían que comenzar a regatear de nuevo.
Berber, 10 de diciembre de 1914
Al día siguiente partieron hacia Nubia. El jeque les había aconsejado que pospusieran el viaje unos días, pero no querían perder más tiempo. El
simun
empeoraba y podían pasar semanas encerrados en aquella ciudad en medio de la nada. El viento traía un polvo amarillento que produjo en ellos el efecto de una fiebre extraña que comenzó a complicar su viaje a los pocos días. Les dolía todo el cuerpo, en especial las extremidades, perdieron el apetito y su sed era insaciable.
A pesar de las penurias el viaje fue más rápido. Hércules había cambiado sus camellos por unos asnos pequeños, pero fuertes y veloces. El inconveniente es que bebían mucha más agua. Alicia y Yamile habían optado por vestirse con ropa masculina y montar a horcajadas sobre los animales. En aquella región era extraño encontrar a un occidental y parecían más dos jóvenes imberbes que dos damas disfrazadas de cazadores.
A medida que marchaban más al sur, el clima iba mejorando. El calor remitía. El
simun
cesó y le sustituyó una brisa fresca y reconfortante. El cielo comenzó a cubrirse con nubes secas y por las noches el canto del búho rompía la monotonía de los silencios del desierto.
Atravesaron Atbara y llegaron al Nilo Blanco. El río era menos caudaloso que el Nilo en su parte baja, pero corría con más fuerza, removiendo la arena a su paso. Vieron los primeros hipopótamos, las gacelas, las hienas y los asnos salvajes. África comenzaba a transformarse ante sus ojos.
Los primeros campos de maíz y sorgo anunciaron que se acercaban a una tierra más fértil y amable con sus habitantes. Compraron pan de harina de
durra
y pudieron cambiar algo su dieta. Hércules practicó la caza con su rifle nuevo y olvidaron por completo a sus perseguidores y la razón que les había llevado a atravesar medio continente.
Al llegar a Abisinia las lluvias comenzaron a transformar el paisaje hasta convertirlo en un gran vergel.
Meroe, 814, año séptimo del reinado de Nerón
Cuando Claudio vio las pirámides negras se derrumbó en mitad de la arena anaranjada que lo cubría todo. A su lado, los dos pretorianos se pusieron de rodillas dando gracias a Marte, por haberles dado el don de llegar hasta la ciudad de los nubios.
Dos soldados de Meroe se acercaron a ellos. Su estatura colosal, su armadura de oro y sus túnicas de leopardo, impresionaron a los romanos, que durante meses solo habían visto tierras baldías y agricultores muertos de hambre que compartían con ellos unas tortas de pan.
Los soldados lo llevaron ante su comandante y, cuando Claudio explicó la naturaleza de su misión, le aseguraron que en unos días serían recibidos por el faraón.
Después de un gran festín, se retiraron a los cuartos donde les habían acomodado, pero Claudio no logró conciliar el sueño y salió al patio interior, donde un bello jardín refrescaba las habitaciones. Allí, sentado frente a una fuente, escuchó unos pasos que se acercaban sigilosos por su espalda. Claudio desenvainó rápidamente su espada y la puso sobre el cuello del desconocido. Una larga capucha mantenía su rostro en la sombra, pero cuando el desconocido levantó la capucha para descubrirse, el romano vio los brazos tatuados y las pulseras que tintineaban al descender por el antebrazo.