Read El secreto de los Assassini Online
Authors: Mario Escobar Golderos
Tags: #Aventuras, Histórico, #Aventuras, Histórico, Intriga
—Es bello, ¿verdad? Aquí uno experimenta una gran paz. Los hombres que construyeron esta ciudad, nos dejaron un gran legado, pero lo peor de ellos mismos ya desapareció. La violencia, la guerra, las ambiciones, ahora son como la arena que el viento amontona junto a las paredes. Todos son polvo.
Hércules apoyó los codos sobre sus piernas. Una brisa refrescó su rostro e intentó imaginar aquella ciudad llena de vida.
—Observen esa muralla derruida. Cuando cierro los ojos puedo ver al prefecto Cayo Petronio encabezando una fuerza de diez mil legionarios, con sus petos de cuero, sus túnicas rojas, ochocientos jinetes con sus corceles engalanados y numerosos auxiliares nubios, con sus pieles de tigre y sus cascos dorados. Petronio había enviado antes unos embajadores para que la reina se disculpara por sus ataques y devolviera los tesoros saqueados. La reina tuvo tres días de alto el fuego antes de que los romanos siguieran la campaña, para dar una respuesta, pero no mandó ninguna embajada a Petronio. La batalla comenzó cerca de aquí. La lucha fue feroz, pero no hubo nobleza ni valor. Las batallas se ganan con astucia y crueldad. Amanirenas perdió un ojo en la lucha. La reina blandió su espada con fiereza y mató a muchos romanos aquella mañana. Muchos de sus generales fueron capturados y enviados a Alejandría como esclavos. —El arqueólogo señaló un lado de la ciudad antes de continuar su relato—. Los romanos fueron conquistando la capital, antes habían caído las ciudades de Pselchis, Premnis y Napata. Meroe resistió el envite y Petronio regresó a Premnis y reforzó su guarnición antes de partir a Alejandría en el 22 a. C.
—Es emocionante —dijo Hércules embelesado por la narración.
—Al año siguiente, en el 21 a. C, la reina marchó sobre Premnis con miles de soldados. Petronio llegó primero y se reunió con los embajadores de Meroe. Por orden del emperador Augusto, los embajadores fueron llevados ante su presencia en la isla de Samos. Según el historiador Estrabón, Augusto concedió todas las peticiones a los embajadores y no exigió a la reina que restituyera los tesoros robados. Según la leyenda, entre los embajadores estaba la propia reina, que hechizó al emperador. Augusto recibió un haz de flechas de oro. La reina le dijo al entregarle su presente: «Son un presente de paz, pero si no deseáis la paz, las necesitareis para resistir mi fuerza» —dijo el arqueólogo.
—Era una reina muy valiente —dijo Alicia.
—El tratado de Kush culminó en la independencia y el mantenimiento de los puestos militares romanos, establecidos en la zona fronteriza mutuamente reconocida por las dos potencias, llamado Dodekaschoinos. Cayo Petronio describió a la reina como una mujer con el corazón de un hombre.
El sol ya estaba en lo más alto cuando el señor Garstang terminó su relato. Los muros de la ciudad brillaban y el viento comenzó a soplar con más fuerza. El arqueólogo se puso en pie y, con gran energía, les dijo:
—Ahora queda lo más importante, la ciudad de Meroe les está esperando impaciente.
Todos se levantaron y siguieron al arqueólogo que comenzó a andar con paso acelerado hacia las ruinas. Yamile sintió como el rubí que escondía bajo sus ropas comenzaba a calentarse. Ansiosa, miró por todos lados, el templo debía de estar cerca. Amón reclamaba su corazón, ella se lo daría con gusto, pero no a cualquier precio. El secreto de Amón debería ser desvelado y sería ella la que conseguiría la inmortalidad.
Meroe, 814, año séptimo del reinado de Nerón
Después de dos meses viviendo en la ciudad, Claudio comenzó a añorar Roma. Uno de sus hombres había muerto a causa de unas extrañas fiebres y tan solo quedaban vivos Petronio y él. Su misión no avanzaba y quería regresar cuanto antes.
Claudio conocía el templo de Amón, lo había visitado con Kandake en muchas ocasiones. La reina sacerdotisa pasaba mucho tiempo junto a él. Caminaban juntos por la orilla del Nilo, se adentraban en el desierto o descendían por el río hasta las zonas boscosas del sur. Él no le había descubierto el verdadero motivo de su misión. De otro modo, a Kandake no le hubiera quedado más remedio que denunciarlo y llenarle de cadenas.
Una de las tardes que paseaban frente al gran templo de Amón, Kandake miró las gigantescas columnas y le preguntó:
—¿Conoces la historia del dios Amón?
Claudio la miró extrañado. Nunca habían hablado de su dedicación al templo ni del dios al que servía.
—Apenas he oído hablar de él. Mis estancias en Egipto siempre han sido muy breves. He estado destinado en la Galia, Hispania y Roma, pero nunca en Egipto.
—Amón es uno de los dioses más antiguos de Egipto y de Nubia. Él personifica lo oculto y el poder creador asociado al abismo primitivo. Es el dios que no puede ser visto con ojos mortales, que es invisible tanto para los dioses como para los hombres —dijo la mujer.
—Creo que es algo similar a lo que es para nosotros Júpiter —dijo Claudio.
—Algo parecido, pero tiene unos rasgos que el dios padre de los romanos no tiene. Es tan antiguo como el mundo, en los Textos de las Pirámides se habla de él como de una divinidad asociada al aire, a la brisa, en cuya caricia se manifiesta y, como tal, es el protector de los navegantes y se le representa con la piel de color azul. Era conocido como «Padre de todos los vientos», «Alma del viento» y en muchas embarcaciones se grababa su nombre en el timón. También se creía que el solo hecho de pronunciar su nombre amansaba a los cocodrilos.
—No sabía que el gran Amón fuera el dios de los navegantes y de los vientos —bromeó el romano.
La mujer le miró de reojo mientras continuaba su explicación. Su devoción a Amón únicamente podía compararse al deseo creciente que su corazón experimentaba hacia Claudio.
—Amón era hijo de Maat y Thot, y miembro de la tríada tebana como esposo de Mut y padre de Jonsu. Con la reforma religiosa de Akenatón sufrió la furia iconoclasta y casi desapareció de Egipto.
—He oído hablar de Akenatón. Un faraón rebelde —dijo Claudio.
—Para nosotros, los seguidores de Amón, Akenatón fue un enviado de los dioses para barrer todos los cultos falsos. Amón es un dios universal cuya autoridad se extendía por todo Egipto. En la
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dinastía se atestigua un Amón-Ra-Horajti-Atum. Estaba asociado directamente a la realeza, que vinculaba sus funciones a los deseos del dios y nadie podía alcanzar el rango de faraón sin el consentimiento de Amón. Eso demuestra la importancia de la que gozaba en la región de Tebas, que llegó a ser tal que los sacerdotes llegaron a acumular un poder equivalente al del faraón, actuando como una especie de estado independiente —dijo la mujer.
—Pero esto no es Tebas —dijo Claudio.
—No, aquí el culto a Amón está en peligro. Durante generaciones hemos servido al dios de los dioses, pero ahora dioses extranjeros están ocupando su lugar. La ambición de algunos no conoce límites —dijo la mujer bajando el tono de voz.
—El corazón del hombre es ambicioso.
—Pero la ambición puede llegar a destruir Meroe —dijo la mujer.
Claudio la miró, intrigado. No entendía lo que ella le quería decir. Hasta ese momento nunca habían hablado de Amón ni de la verdadera razón de su viaje a Nubia.
—Muchos desean el Corazón de Amón —dijo por fin.
—¿El Corazón de Amón? —preguntó el romano.
—¿No es acaso eso por lo que has venido de tierras tan lejanas?
El romano se quedó en silencio durante unos segundos, después tragó saliva e intentó decir algo, pero ella lo interrumpió.
—El Corazón de Amón está en peligro. Si se descubren sus secretos, el reino podría desaparecer. Tienes que ayudarme a sacarlo de Meroe.
—¿Sabes lo que me estás pidiendo?
—Cuando conozcas el secreto del Corazón de Amón, te convertirás en un siervo suyo más. Tu emperador no puede igualar su poder.
—Yo he jurado fidelidad a Nerón —dijo Claudio poniéndose rígido.
—Tu emperador te puede quitar la vida, pero Amón puede hacer que vivas para siempre.
—¿Para siempre?
La sacerdotisa comenzó a caminar hacia el gran templo y Claudio la siguió entre las grandes columnas. A esa hora de la tarde, el templo estaba vacío. El romano entró en la gran sala y cuando vio la gran estatua del dios no pudo dejar de sentir un escalofrío.
Meroe, 16 de diciembre de 1914
Después de varias horas recorriendo las ruinas con John Garstang, el grupo se encontraba agotado. Habían tenido un guía excepcional, el hombre que conocía mejor la cultura y arquitectura de Meroe, pero después de dos meses de viaje por el desierto y el Nilo, todos estaban deseando tomarse un descanso. Los criados habían montado las tres tiendas junto al campamento del arqueólogo. Una vez tomaron una cena fría y ligera, el grupo se retiró cuando el sol se hubo puesto.
Hércules dejó su ropa sobre una de las sillas plegables y se lavó la cara. El roce de la barba le advirtió de que le hacía falta un buen afeitado. En África uno se acostumbraba a pasar semanas sin mirarse en el espejo. Al principio del viaje había tomado la decisión de cortarse el pelo, las melenas grises y blancas que le habían acompañado los últimos años habían dejado paso a su antiguo aspecto militar. Mantenía el bigote, pero muy recortado, y su piel estaba completamente morena.
Se tumbó en la cama plegable y notó como sus músculos comenzaban a relajarse. Garstang les había enseñado el templo de Amón, el palacio y otros edificios secundarios, apenas habían descansado un poco al mediodía y se sentían agotados. Ahora esperaba que Yamile cumpliera su promesa, se deshiciera de lo que llevara encima y todos pudieran regresar a El Cairo lo antes posible. El viaje había sido una verdadera aventura, pero a sus cincuenta años el cuerpo le pedía descanso y sosiego. Aunque la idea que tenía Hércules del descanso era muy particular. Había pensado proponer al resto de sus compañeros un viaje por mar hasta Cádiz y desde allí tomar el primer barco para Cuba, después de pasar unos días en la isla se dirigirían a México, tenía la intención de visitar las pirámides mayas y explorar toda la península del Yucatán. No sabía cómo iba a reaccionar Yamile, recorrerse medio mundo y atravesar la selva no era una gran oferta para una dama de su posición.
Hércules cerró los ojos e imaginó el viaje en barco, el reencuentro con Cuba, donde había servido durante muchos años como oficial de la Armada española, pero sus recuerdos eran dolorosos. Allí había perdido a su prometida y la desesperación había estado a punto de hundirle en los tugurios de la ciudad, pero en La Habana también había conocido a Lincoln, mientras investigaban la misteriosa explosión en el acorazado
Maine.
Un ruido lo sacó de su ensimismamiento y le hizo ponerse en guardia. Se incorporó un poco y agarró el fusil que tenía junto a la cama. La lona de la entrada se levantó y en medio de la oscuridad apareció una sombra. El sonido de varias campanillas lo tranquilizó.
—Hércules —dijo la voz en mitad de la oscuridad.
—¿Qué sucede? ¿Se encuentra bien?
—He tenido una horrible pesadilla, esta ciudad me da escalofríos —dijo Yamile acercándose al camastro.
—No se preocupe, nadie puede hacerle daño aquí —dijo Hércules sentándose en la cama. Su pecho desnudo se escalofrió al quitarse la ligera sábana.
—Siento molestarlo. ¿Estaba durmiendo?
—No, simplemente pensaba. No es fácil que me quede rendido sin más.
—Mañana cumpliré con mi promesa y podremos regresar, si les parece bien.
—Sí, Meroe es un lugar apasionante, pero creo que ya hemos tenido suficiente cultura egipcia por ahora —dijo Hércules.
—Siento todos los problemas que les he ocasionado. En cuanto lleguemos a El Cairo dejaré de molestarles —dijo Yamile con la voz entrecortada.
El cuerpo de Yamile se traslucía en el ligero camisón. Hércules intentó concentrarse en otra cosa, la princesa era tan sensual.
—Ha sido un privilegio acompañarla en este viaje. Hemos tenido que sortear algunos peligros, pero sin duda ha merecido la pena. Nunca habríamos llegado tan al sur por nuestra cuenta. Tebas era el límite que nos habíamos impuesto. En cambio hemos aprendido mucho sobre los faraones negros, Meroe y la cultura del Alto Nilo —dijo Hércules, complacido.
—Usted siempre tan optimista —dijo sonriente Yamile.
—Pero lo mejor del viaje ha sido sin duda su compañía —dijo Hércules.