El secreto de los Assassini (11 page)

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Authors: Mario Escobar Golderos

Tags: #Aventuras, Histórico, #Aventuras, Histórico, Intriga

BOOK: El secreto de los Assassini
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—Me halaga. No sabe lo duro que es para una mujer ser un mero objeto de adorno —dijo Yamile sentándose junto a Hércules.

Sus brazos se rozaron y Hércules sintió un escalofrío. El cuerpo templado de la mujer le devolvió al recuerdo dormido de la pasión. Su vida de asceta, desde su llegada a Madrid, apenas se había interrumpido un par de veces. Creía que nunca más iba a enamorarse, que tras cumplir los cincuenta años sus pasiones se moderarían, pero en realidad era todo lo contrario, cada día se sentía más vivo. Yamile giró la cabeza y su dulce aliento llegó hasta el rostro de Hércules. El hombre se aproximó lentamente y la besó. Primero lo hizo despacio, pero a medida que sus labios se unían comenzó a hacerlo con ímpetu. Los dos se recostaron sobre el camastro y Hércules sintió el cuerpo de Yamile bajo el suyo.

Un susurro dentro de la tienda alertó a Hércules. Al principio lo había confundido con sus propios gemidos, pero en seguida se dio cuenta de que había alguien más junto a ellos.

—¿Qué sucede? —preguntó Yamile, cuando Hércules se separó bruscamente.

Hércules dio un salto y atrapó a la sombra que se movía por el suelo. Yamile acercó la lámpara y los dos observaron a una mujer negra, llena de magulladuras que gemía asustada en el suelo.

—¿Quién eres tú? —preguntó, enfurecida, Yamile.

El hombre se agachó y miró los ojos aterrorizados de la mujer. Unos gritos en el exterior lo alertaron. Tomó el rifle y salió. A unos cien metros del campamento, tres de sus camelleros estaban violando a una mujer negra. Mientras dos la sujetaban por las manos, el tercero la poseía bruscamente.

—¡Maldición! —giró Hércules levantando el fusil y disparando al cielo. Un fogonazo y el estallido de la bala paralizó al instante a los tres violadores. Hércules soltó el fusil y tomó uno de los
curbach
[22]
que los hombres habían usado para maltratar a las mujeres. Les golpeó y los camelleros comenzaron a gritar, y medio desnudos se apartaron a un lado.

—¿Por qué nos pega? —se atrevió a decir uno de los hombres.

—¿Por qué os pego? ¡Salvajes del demonio! —gritó Hércules mientras seguía azotándoles.

—Únicamente es una esclava, señor —dijeron, sin mostrar el menor remordimiento.

—Y vosotros sois bestias. Desapareced de mi vista.

Los hombres corrieron hacia la oscuridad. Hércules tomó las ropas de la mujer y la cubrió. Alicia, Yamile y Lincoln se acercaron, sobresaltados por el ruido.

—¿Qué han hecho? —preguntó Alicia al ver a la mujer magullada en el suelo.

—Los camelleros estaban violado a dos esclavas —dijo Hércules.

Alicia tomó de la mano a la mujer y la llevó hasta su tienda. La otra esclava había huido.

—Ven, te curaremos.

La esclava, con los ojos hinchados de lágrimas y la cara amoratada, siguió a Alicia con la cabeza agachada. Yamile miró a la esclava con desprecio, después observó el torso desnudo de Hércules y se lamentó de haber perdido aquella oportunidad. En unas horas tendría que encontrar la estela en la que estaba descrito el ritual. No había llegado hasta allí para ocuparse de escoria negra.

24

Meroe, 17 de diciembre de 1914

—Me enteré de que anoche tuvieron ustedes un percance con sus hombres —dijo Garstang mientras se sentaba a desayunar.

—Un engorroso asunto —dijo Hércules, sin entrar en más detalles.

—Habría que entregarlos a las autoridades más cercanas —comentó con el ceño fruncido Lincoln.

—Ya hemos discutido eso. No podemos perder más tiempo, tendríamos que ir hasta Jartum, pero las autoridades no nos harían caso, para ellos tan solo son unas esclavas sin derechos —dijo Hércules, aséptico.

—Lincoln tiene razón. Podían haberlas matado si no hubieras llegado a tiempo.

—África es un continente difícil de comprender para nosotros. Ellos siguen sus propias leyes. Yo he visto en estos años cosas terribles, pero ¿quiénes somos nosotros para cambiar la forma de vida de los africanos? —dijo Garstang.

—Observe el color de mi piel, yo soy negro, sé lo que es sufrir la discriminación. La indiferencia de los hombres buenos hace del mundo un lugar terrible —dijo Lincoln.

—Se acabó. Yamile cumplirá su promesa hoy mismo y regresaremos mañana a El Cairo. Reduciremos a la mitad la paga de esos hombres e informaremos a las autoridades de la ciudad, aunque dudo que nos tomen en serio —dijo Hércules.

El arqueólogo dio el último sorbo a su café y cuando el ambiente se hubo calmado, dijo:

—¿Cuál es la verdadera razón de su visita a Meroe? Este no es un sitio para turistas, si han atravesado media África para llegar hasta aquí, ha sido sin duda con algún propósito.

—Venimos custodiando a la princesa Yamile —dijo Hércules.

—¿Quién la persigue? —preguntó Garstang.

—No sé si la princesa querrá responder a esa pregunta —dijo Hércules.

—No importa. El Señor Garstang ha sido muy atento con nosotros y tiene derecho a conocer el motivo de nuestro viaje. Además, podrá ayudarnos a cumplir mi promesa. ¿Conoce la leyenda del Corazón de Amón? —Yamile sacó un pañuelo de su vestido y lo dejó sobre la mesa.

Garstang se puso pálido de repente. Claro que había oído en numerosas ocasiones la leyenda del Corazón de Amón, pero nadie había encontrado nunca la mítica joya.

—Hemos venido a devolver esto al dios Amón. Creo que le pertenece —dijo Yamile, desenvolviendo el gigantesco rubí.

Todos miraron la joya sin pestañear. El brillo que desprendía parecía tener un misterioso influjo en los que la observaban.

—El Corazón de Amón —dijo Garstang mientras cogía la joya de la mesa—. Nunca soñé que lo vería con mis propios ojos.

—Pero ¿qué es eso del Corazón de Amón? —preguntó Lincoln.

—Perdonen —dijo Garstang, volviendo en sí—. Hay una vieja leyenda alrededor de esta joya.

—¿Una leyenda? —preguntó Alicia. Se sentía molesta por la actitud de Yamile durante todo el viaje. Habían recorrido cientos de kilómetros por ella, habían puesto sus vidas en riesgo y no les había dicho nada de la joya.

—Déjenme que traiga un libro. Será mejor que lo escuchen de primera mano —dijo el señor Garstang, levantándose apresuradamente. Entró en su tienda y trajo consigo un libro encuadernado en una piel marrón desgastada.

—¿Qué es eso? —preguntó Lincoln. Hércules hizo un gesto para que guardara silencio y Garstang comenzó a leer:

—«He oído decir a dos centuriones que Nerón César, apasionado por todas las cosas bellas y especialmente por la verdad, mandó a buscar las fuentes del Nilo; que habiendo recorrido largo camino, favorecidos por el rey de la Etiopía y recomendados a los reyes inmediatos, quisieron penetrar más y llegaron a inmensos pantanos. Los habitantes, añadían, ignoran cuál sea el término, y necesario es desesperar de saberlo: tan mezcladas están las hierbas con el agua, y tan poco vadeables son aquellas lagunas e impracticables para las naves. Una barquilla con un hombre solo es todo lo que puede soportar una charca fangosa y llena de hierbas. Ahí, me dijeron, vimos dos peñascos, de los que caía un río inmenso. Que este sea el nacimiento o un afluente del Nilo, que brote en aquel punto o no haga otra cosa que reaparecer después de una carrera subterránea, ¿no crees que esta agua no viene de alguno de esos grandes lagos de que he hablado? Necesario es que la tierra encierre en muchos parajes aguas desparramadas, que reúne en un recipiente común, para que puedan brotar corrientes tan impetuosas.» —leyó el arqueólogo casi sin aliento.

—Pero ¿quién escribió eso? —preguntó Hércules.

—Séneca —dijo Garstang.

—¿El filósofo? —preguntó Hércules.

—Sí, Séneca fue el mentor de Nerón y escribió sobre el viaje secreto a las fuentes del Nilo, en su libro
Cuestiones naturales
—dijo el arqueólogo.

—Pero en el texto que ha leído, tan solo se habla del carácter científico del viaje —comentó Alicia.

—Disculpen, pero el texto continúa. Cuando termine lo entenderán todo: «Posteriormente las armas romanas se extendieron por aquellos lugares. Petronio, general romano del tiempo de Augusto, treinta años antes de la era cristiana tomó y destruyó Napata, la antigua capital de Tirhaka, situada en la gran curva norte del Nilo, en el monte Barjal, donde todavía se encuentran vastas ruinas». También Meroe, la capital de la reina Candace, de que se habla en el Nuevo Testamento
(Hechos de los Apóstoles
8, 27) cayó ciertamente en poder de los romanos. Nerón, en los albores de su reinado, envió una expedición bastante importante, con fuerza militar, al mando de dos centuriones, para explorar las fuentes del Nilo y los países del oeste del Astapo, o Nilo Blanco, que en aquellos tiempos remotos se creía que era el verdadero Nilo. Asistidos por un soberano etíope, quizá Candace, atravesaron la región conocida con el nombre de Nubia Superior, hasta la distancia de ochocientas noventa millas romanas de Meroe. En la última parte de su viaje llegaron a inmensos lagos, de los que nadie parecía conocer el fin, y entre los cuales había unos canales con tan poco caudal que la pequeña embarcación apenas podía pasar por ellos un hombre. No obstante, continuaron su viaje hacia el sur hasta que vieron el río caer o brotar de entre las rocas (quizá más allá de Gondókoro, entre Reyaf y Dufli, cerca del Alberto Nyanza); y entonces emprendieron el regreso, llevando consigo, para conocimiento y uso de Nerón, el mapa de las regiones por las que habían pasado. Después Plinio, Estrabón y otros autores romanos tuvieron noticia de esta parte del África interior, pero no dijeron al respecto nada importante o nuevo.

—Sigo sin entender nada —dijo Lincoln cruzándose de brazos.

—No sean impacientes. Según el relato de Séneca, dos centuriones pretorianos con sus respectivas centurias fueron al corazón del Nilo. El texto no aclara cuál era la misión última, pero nos da una clave muy interesante: Petronio, un general de la época de Augusto, treinta años antes de la era cristiana, saqueó Meroe. El texto no lo menciona, pero junto a los tesoros de Meroe se llevaron numerosos papiros de la biblioteca del templo de Amón. Según la leyenda, los bibliotecarios de Nerón descubrieron un texto muy antiguo donde se hablaba del Corazón de Amón —dijo el arqueólogo.

—Nos quiere decir que Nerón mandó su expedición para hacerse con la joya —dijo Lincoln.

—Nerón quería la joya, pero no por su extrema belleza y su gran valor. Según la leyenda, esta joya tenía unos poderes especiales —dijo Garstang.

—¿Unos poderes especiales? —preguntó Alicia—. ¿Qué tipo de poderes?

—«¡El que despierta saludable! Min-Amón, / Señor de la Eternidad, quien creó lo eterno, / Señor de la Alabanza, que está a la cabeza de la Enéada, / firme de cuernos, de bella faz» —recitó el arqueólogo.

—Es una poesía —dijo Yamile—. Mi viejo amigo el eunuco me la cantaba cuando vivía en Estambul.

—Es el himno de Amón. El himno dice que Amón es el Señor de la Eternidad, quien creó lo eterno —dijo Garstang.

—Pero no habla de la joya —dijo Hércules.

—No, pero menciona la Enéada. Un término griego que indica un grupo de nueve divinidades unidas. El himno dice que está a la cabeza de la Enéada, pero Amón no pertenece a los nueve dioses principales. Además, «la Enéada» es una palabra de origen griego. Pero no fueron los griegos los que la implantaron en Egipto, fue la ciudad de Heliópolis —dijo Garstang.

—¿Heliópolis? —preguntó Hércules.

—Fue una de las ciudades más importantes del Antiguo Egipto. En la actualidad se encuentra casi absorbida por El Cairo. Justo en el actual barrio copto. Los coptos llamaron a la ciudad On. Se han encontrado algunos restos de esta época, se cree que el antiguo templo de Amón en la ciudad se sitúa debajo de la iglesia de...

—La iglesia de San Sergio —dijo Lincoln—. La iglesia donde conocimos a Yamile. ¿Por qué fue aquel día a la iglesia?

—Bueno... —dijo la mujer, comenzando a sudar.

Un disparo rozó el brazo de Lincoln. Todos se arrojaron al suelo, mientras las balas comenzaban a silbar a su alrededor. Lincoln y Alicia comenzaron a gatear hasta la tienda de Garstang. Después salieron por debajo de la lona y se alejaron hacia las ruinas. Hércules logró coger su fusil y disparar a los jinetes que se aproximaban a ellos, derribó a uno, pero mientras continuaba disparando, uno de los asaltantes le golpeó en la cabeza dejándolo inconsciente. Los criados comenzaron a correr hacia las ruinas, pero todos fueron degollados por los asaltantes. El profesor Garstang y Yamile levantaron los brazos cuando los asaltantes llegaron a su altura.

Un jinete galopó hacia las ruinas. Lincoln y Alicia se escondieron en una de las salas del templo de Amón. La gran estatua del dios estaba caída y rota por la mitad, en la parte posterior de la nave, una pequeña gruta semioculta les mantuvo a salvo, hasta que el jinete se alejó de nuevo.

Los asesinos cargaron el cuerpo de Hércules en uno de los camellos. Ataron a Yamile en otro y en un tercero a Garstang.

El arqueólogo miró a uno de los asaltantes y le preguntó:

—¿Por qué hacen esto? ¿Qué es lo que quieren de nosotros?

El hombre sacó de una pequeña bolsa de piel el rubí. Lo levantó en alto y se lo enseñó al arqueólogo.

—El Corazón de Amón —dijo—. Es por fin nuestro.

—¿Quiénes son?

—Hemos tenido muchos nombres, algunos nos han conocido como los ismailíes o nizaríes, pero todos los que nos temen nos conocen por el nombre de
assassini
.

25

Meroe, 814, año séptimo del reinado de Nerón

—El Corazón de Amón es lo que viniste a robar. ¿No es cierto? —preguntó la sacerdotisa.

—No lo es.

—No hace falta que mientas. Aunque tú no lo sabes, es Amón el que te ha traído hasta aquí. La joya y yo tenemos que partir de la ciudad cuanto antes. Si cae en malas manos, esta joya puede tener un poder terrible —dijo la sacerdotisa después de extraer el gran rubí del interior de la estatua de Amón.

Claudio sintió un escalofrío al contemplar el rubí a la luz de los grandes candelabros.

—¿Por qué me lo das?

—No te lo doy. Tú y yo seremos sus guardianes y lo llevaremos al templo de Amón en Heliópolis. Allí guardaremos también el libro de Amón, donde se describe el ritual.

—Pero ¿cómo sabes que no lo robaré y se lo entregaré a Nerón? —preguntó Claudio.

—Nerón piensa que estás muerto como el resto de tus hombres. Tienes que matar a tu compañero y te daré algo que nadie te ha dado jamás —dijo la mujer, con el rubí en la mano. De repente, Claudio tuvo la sensación de que el rubí comenzaba a brillar con luz propia.

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