Read El secreto de los Assassini Online
Authors: Mario Escobar Golderos
Tags: #Aventuras, Histórico, #Aventuras, Histórico, Intriga
—Los armenios sobreviviremos —sentenció el obispo. Después miró a Roland y le dijo—: Desde el siglo
ix
Armenia fue reconocida como un reino soberano por las dos grandes potencias de la región. Se construyó Ani, la nueva capital de Armenia, lo que la convirtió en una nación próspera y poblada, que ejercía influencias políticas y económicas sobre las naciones vecinas. Pero, al estar entre dos grandes imperios rivales, el Imperio bizantino y el abasí del Califato de Bagdad, sufrimos numerosas desgracias —dijo el obispo.
—Pero la mayor desgracia vino con los turcos, como le pasó a Grecia —dijo Nikos.
—Sin duda, los turcos tomaron la capital en el 1064. Y poco después, en el 1071, después de la derrota de las fuerzas bizantinas en la batalla de Manzikert, los turcos capturaron el resto de la Gran Armenia. Lo que significó el final de la libertad religiosa en Armenia durante casi mil años —dijo el obispo.
—Las cruzadas favorecieron a los armenios —dijo Lincoln.
—No mucho —dijo el obispo.
—Pero, si eran cristianos que venían a liberar tierra santa —dijo Alicia.
—Sí, es cierto que los caballeros de la primera Cruzada cooperaron con los armenios creando un estado floreciente en el sureste de Asia Menor hasta que fue reconquistada por los musulmanes. Cuando el conde Baldwin atravesaba Asia Menor con destino a Jerusalén, Thoros de Edesa negoció con él —dijo el obispo.
—Entonces favoreció la llegada de cruzados —dijo Hércules.
—Bueno, durante la Tercera Cruzada, prevalecieron los intereses de Bizancio, del Sacro Imperio Germano, del Papado, e incluso los Abásidas. León II fue nombrado príncipe de Armenia, por el emperador de Alemania y el emperador de Bizancio. Los representantes de toda la cristiandad y una serie de estados musulmanes asistieron a la coronación. Debido a su importancia estratégica, Armenia sufrió una guerra constante y pasó de manos de los persas a la de los otomanos en varias ocasiones. En el peor momento de las guerras turco-persas, Ereván cambió de manos catorce veces entre 1513 y 1737 —dijo el obispo.
Los criados retiraron los postres y todos los comensales se levantaron de la mesa. Era costumbre que los hombres y las mujeres se separaran en ese momento. Que los caballeros bebieran algunos licores y fumaran cigarrillos mientras discutían de política, mientras que las mujeres se retiraban a otra estancia para hablar de sus cosas, pero dado que Alicia era la única dama, se incorporó a la conversación en el salón contiguo.
Las paredes estaban repletas de estanterías. Hércules pidió permiso para hojear algunos libros y comenzó a sacar tomos al azar.
—Veo que sus lecturas son muy variadas. Hay libros en francés, alemán, ruso, árabe e inglés —dijo Hércules.
—Bueno, estudié en Europa. En la Sorbona de París, y me doctoré en Teología en la Universidad Ortodoxa de Moscú.
—¿Por qué regresó a Armenia? —preguntó Alicia.
—Era mi deber. Yo podía escapar de la pobreza y esclavitud que soportaba mi pueblo, pero no podía estar impasible ante su dolor. Durante siglos hemos soportado guerras y sufrimientos. En el siglo
xvii
padecimos la primera deportación en masa. La excusa fue el ataque persa del sah Abbas I que llegó hasta aquí, el valle de Ararat. Tras el asedio de Kars, llegó un gran ejército otomano, al mando de Djghazadé Sinan Pachá. El sah ordenó la retirada, pero al mismo tiempo ordenó la destrucción de la mayoría de las ciudades y granjas de la llanura. La población recibió la orden de seguir al ejército persa en su huida. Se calcula que fueron desplazadas más de trescientas mil personas, los que se resistieron a la deportación fueron ejecutados en el acto. El sah ordenó también la destrucción del único puente, por lo que los deportados tuvieron que cruzar el río a pie, lo que provocó una gran cantidad de ahogamientos, al verse los refugiados arrastrados por la corriente; pero ese fue tan solo el comienzo de su calvario. Un testigo ocular, el padre De Guyan, describió la terrible deportación en un libro. Ese de allí, ¿me lo alcanza por favor, Hércules?
El obispo abrió un ajado volumen encuadernado en piel y comenzó a leer:
—«No fue solo el frío invernal que causaba la tortura y la muerte a los deportados. El mayor sufrimiento vino del hambre. Las provisiones que los deportados habían traído con ellos pronto se consumieron... Los niños lloraban pidiendo alimentos y leche, pero no había nada para darles, porque las mujeres tenían los senos secos por el hambre... Muchas mujeres, hambrientas y agotadas, abandonaron a sus niños famélicos en la orilla de la carretera, y continuaron su camino con la mirada perdida. Algunos se escapaban a los bosques cercanos en busca de comida, pero por lo general no regresaban. Muchas veces los muertos fueron el único alimento que quedaba.»
—Pero eso es terrible, ¿la gente se comía a sus muertos? —dijo Alicia, horrorizada.
—El hambre es capaz de volvernos locos —comentó Nikos—. A lo largo de la historia ha habido varios casos de canibalismo a causa de la extrema carestía. Al fin y al cabo, tan solo somos animales primarios.
—Es preferible la muerte —dijo Lincoln, indignado—. No podemos aprobar esa conducta, por muy desesperada que sea.
—Incapaz de mantener su ejército en la llanura desolada, el general otomano, Sinan Pachá se vio obligado a pasar el invierno en Van. Pero tras el invierno los ejércitos del sah derrotaron a los turcos, si bien su táctica de tierra quemada había causado un coste de vidas tremendo, se calcula que de los 300.000 deportados, menos de la mitad sobrevivió a la marcha de Isfahan. Además Abbas estableció el kanato
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de Ereván, poniendo a un musulmán al mando. Los armenios fueron deportados del valle de Ararat a las regiones circundantes —dijo el obispo, dejando el libro sobre una mesita.
Lincoln se sentó enfrente del obispo. No podía ni imaginar la trágica historia del pueblo armenio. Durante siglos había vivido sojuzgado, pero había logrado superar todas sus adversidades.
—¿Cuándo llegaron los rusos a esta zona? —preguntó Hércules.
—A raíz de la guerra entre Rusia y Persia, en los años 1826 al 1828. Parte de Armenia se encontraba bajo control persa, pero los rusos conquistaron Ereván y el lago Sevan, e incorporaron los nuevos territorios a Rusia. Los rusos lo llamaron la provincia de Ereván. Desde entonces, en esta parte de Armenia hemos vivido en paz, en comparación con nuestros hermanos de la parte otomana, aunque los enfrentamientos con los tártaros y los kurdos son frecuentes. Somos demasiados pueblos para un territorio tan pequeño.
Hércules miró a sus compañeros. A pesar de la animada charla no podían ocultar su agotamiento.
—Será mejor que nos retiremos. Todavía nos queda un largo viaje hasta el valle de Alamut —dijo Hércules.
—Sí, nos vendrá bien dormir en una cama de verdad —dijo Lincoln poniéndose en pie.
—Una última pregunta —dijo Hércules dirigiéndose al obispo—. ¿Por qué nos dijo cuando nos recibió en la iglesia, que deberíamos enfrentarnos a fuerzas que no eran humanas?
—Los
assassini
son extremadamente peligrosos. Conservan conocimientos ocultos que han transmitido de generación en generación. Será mejor que se acerquen al valle con cuidado y no se dejen engañar por sus maquinaciones. Que Dios los proteja.
Estambul, 26 de enero de 1915
El sultán Mehmed V caminaba con aire ausente por el frondoso jardín de palacio. En unos meses las flores comenzarían a brotar y su aroma rompería con el olor a muerte y desolación que se cernía sobre su ciudad y su imperio. La guerra no marchaba del todo mal. Los rusos les habían parado en el norte, pero uno de sus ejércitos se dirigía a través de Palestina hasta Egipto, si bien no quería enturbiar su agradable paseo con la guerra.
Se sentó en uno de los bancos del jardín, apoyó sus dos brazos sobre el respaldo y echó la cabeza para atrás.
—Alteza —dijo una voz a su derecha.
La cara de Enver Pachá sustituyó al cielo infinito cubierto de nubes. El sultán lo miró incrédulo. Sus criados sabían que nadie podía interrumpir sus paseos por el jardín, que a esa hora no aceptaba audiencias.
—Mustafa, ¿quién le ha dejado entrar?
—No podía esperar a mañana. Nos ha llegado una noticia de nuestro servicio secreto en Inglaterra —dijo inexpresivamente el general.
El sultán odiaba la actitud altiva de los oficiales jóvenes. Su mirada de desprecio y sus modales bárbaros, pero lo que le sacaba de sus casillas era la inexpresiva mirada de Enver.
—¿De qué se trata? —preguntó con desgana. Sabía que su opinión no iba a contar, aunque todavía su firma tenía poder para dar y quitar la vida.
—Al parecer, el ministro David Lloyd George ha entrado en contacto con los Gobiernos griego y búlgaro, ofreciendo aumentar la presencia militar en la zona, para animarles a entrar en la guerra. Sabíamos que habían concentrado algunos barcos en Salónica, pero no que iban a concentrar un gran ejército allí. Eso decía una carta enviada por el Alto Mando a los rebeldes armenios y que ha sido interceptada.
—Y, ¿qué se supone que debemos hacer nosotros?
—En primer lugar, reaccionar. No podemos quedarnos con los brazos cruzados. Demos una lección a esos griegos y búlgaros. Deportemos a los armenios, que vean lo que les puede suceder a ellos si se unen a los británicos. En segundo lugar, evitaremos tener una quinta columna dentro de nuestro territorio. Sabemos que los armenios preparan una rebelión en Van, aprovechando el avance ruso. Actuemos primero y alejémoslos de allí. Mandemos a esos malditos traidores hacia los griegos, que se entretengan salvando a sus hermanos y se piensen lo que puede sucederles a ellos.
—Pero ¿cómo podremos mover a toda esa población en medio de una guerra? No hay trenes ni camiones suficientes, no podremos alimentarlos.
—Que su Dios los proteja. Si no queda ni uno vivo no se perderá nada.
El sultán miró a Enver, sus ojos centelleaban, tenía los labios apretados y el puño de la mano derecha cerrado.
—¿Y los soldados que tendremos que emplear?
—No se necesitan muchos pastores para dirigir a un grupo de ovejas obedientes. Les diremos que es por su seguridad. Que tan solo los desplazamos provisionalmente. Muchos de ellos ya han sido desplazados del frente. Las zonas más seguras para crear los campos de internamiento, hasta que los enviemos a Grecia, serán Siria e Irak.
—Pero no tenemos barcos suficientes.
—No se preocupe, majestad. Cuando hayamos terminado con ellos, no nos harán falta.
Enver sonrió al sultán, pero este permaneció serio mientras sentía que un escalofrío le recorría la espalda. Si Alá lo permitía, quién era él para impedirlo, pensó con el habitual providencialismo árabe. Para los musulmanes todo estaba escrito y nadie podía cambiar su destino.
Qazvin, 27 de enero de 1915
Los guías armenios los custodiaron hasta el puerto de Bakú. Allí les llevaron hasta uno de los barcos pesqueros que los transportaría hasta Rasht, en Persia. Afortunadamente la región estaba bajo la influencia rusa y no fue muy difícil entrar en el país. Una vez en Rasht tuvieron que buscar un nuevo guía que les llevara a Qazvin y después al valle de Alamut.
Hércules había estudiado los escasos mapas de la zona y sabía que la ruta más directa desde Qazvin era cruzar la cordillera de Talaghan y llegar hasta el río Alamut, el castillo de los
assassini
se encontraba próximo, en un lugar llamado Qasir Khan.
En Qazvin pudieron descansar en el Gran Hotel de Qazvin. Hércules y Lincoln aprovecharon la mañana visitando al señor Sookias, uno de los líderes armenios de la zona. Él fue el que les proporcionó un guía árabe, un tal As'ad el Hukuma, que les acompañaría hasta el valle.
Cuando Hércules, Lincoln, Alicia y Nikos hablaban de los
assassini
a los lugareños, un velo misterioso de silencio se ceñía sobre sus anfitriones. Allí la gente prefería no nombrarlos y ni siquiera pensar en ellos. Lo único que sacaron de Sookias fue que el castillo de Alamut estaba abandonado y que hacía tiempo que no se escuchaban historias sobre los
assassini
en la zona.
As'ad el Hukuma les proporcionó un
chavandar
o maletero de confianza. Su nombre era Kerbelai 'Aziz de Garmrud. Aziz era uno de los hombres que mejor conocía la cordillera y les llevaría directamente al valle de Alamut.
La expedición comenzó a aumentar con rapidez. Aziz contrató a otros dos ayudantes, pero también trajo a su esposa, vestida con un
chador
de algodón blanco y a su hijo menor.
Cuando por fin salieron de Qazvin a la llanura y observaron su muralla derruida, sus vides pardas y los rosales silvestres, todo el grupo comenzó a sentir una fuerte opresión. Aquel viaje podía ser el último que realizaran. A pesar del halo de leyenda que rodeaba a los
assassini,
era evidente que dominaban el valle y que tenían espías en toda la región.
Al poco tiempo, abandonaron la carretera y se dirigieron al nordeste, a los pies de las colinas. Las montañas nevadas se veían todavía a lo lejos, sus crestas blancas se parecían a las jorobas de los camellos con los que habían tenido que atravesar los desiertos de Egipto.
Las aldeas se sucedían a lo largo de todo el camino. Los maizales cubrían los lados del sendero y, de vez en cuando, veían a un campesino arando con uno de sus gigantescos bueyes negros.