Read El secreto de los Assassini Online
Authors: Mario Escobar Golderos
Tags: #Aventuras, Histórico, #Aventuras, Histórico, Intriga
—Entonces, es imposible descifrar la inscripción —dijo, desanimado, Lincoln.
—Bueno, hay una pequeña posibilidad. Si algunas de las letras coinciden con la lineal B, podríamos intentar descifrarlo. Déjenme que lo observe con detenimiento —dijo Nikos sentándose en una de las sillas. Sacó una pequeña libreta de piel y comenzó a dibujar los signos en el papel.
Hércules comenzó a mirar por encima del hombro. Nikos levantó la cabeza y frunció el ceño.
—Perdón —dijo Hércules, separándose.
—Creo que ya tengo una de las letras —dijo el griego y todos se acercaron en tromba—. Creo que aquí dice «Amón».
Antes de descender del barco, Al-Mundhir se había afeitado su larga barba y había cambiado sus ropas árabes por unos pantalones y una chaqueta. El traje estaba medio raído y le quedaba grande, pero al menos le permitiría pasar desapercibido en la ciudad. Los turcos no eran bien recibidos en Grecia y, aunque él era persa, para un occidental todos los árabes eran iguales. Llevaba casi cinco años fuera del valle de Alamut y comenzaba a echar de menos su tierra. Notó la angustia al bajar del barco y apretó la joya con la mano, y le invadió una ola de seguridad y paz. Últimamente era lo único que le relajaba, no encontraba paz ni en sus oraciones diarias ni en sus meditaciones.
Caminó hacia la ciudad e intentó pasar desapercibido entre la multitud. No sabía dónde estaba la calle en la que vivían sus hermanos musulmanes, pero no quería arriesgarse a ser descubierto en cuanto escucharan su acento.
Empezó a recorrer la ciudad vieja e intentó leer los letreros en caracteres griegos. Después de más de dos horas caminando, encontró el edificio y entró en el portal. La construcción era muy vieja, con la forma de los edificios turcos. Los escalones estaban desgastados y del pasamano solo quedaban algunos trozos de madera astillada.
Se paró delante de la puerta y llamó con la mano. Se escuchó un ruido al otro lado y el chirrido de las bisagras al abrirse.
—Assalamu'alaikum
—dijo Al-Mundhir, contento de haber dado con sus hermanos.
—Será mejor que no usemos el árabe —dijo el hombre fríamente y le hizo un gesto para que pasase.
—Bueno he logrado descifrar dos palabras, pero necesito más tiempo para leer el resto de la inscripción. En casa tengo libros y otros materiales que me pueden ayudar.
—Está bien Nikos, podemos vernos mañana por la tarde en la Acrópolis. De esa manera aprovecharemos para ver la ciudad —dijo Garstang. Sabía que la Acrópolis era uno de los lugares más visitados y que Al-Mundhir no dudaría en buscarlos allí.
—Está bien, en la Acrópolis a las seis de la tarde —dijo Nikos.
—A esa hora estará a punto de anochecer —dijo Lincoln.
—No se preocupe, nos iremos antes de que anochezca —dijo Garstang.
Nikos Kazantzakis miró la estatuilla y preguntó:
—¿Puedo llevármela?
Hércules cogió la estatuilla de la mesa. Garstang frunció el ceño y le dijo a su amigo:
—Tienes la inscripción transcrita en el cuaderno. Será mejor que nosotros guardemos la estatuilla, podría ser peligrosa para ti.
—De acuerdo.
—Muchas gracias por todo —dijo Alicia, extendiendo la mano.
—Es un placer; la escritura y la investigación son dos de mis grandes pasiones —le dijo, besándole el dorso de la mano.
Lincoln se adelantó y le ofreció su mano.
—Encantado —dijo muy serio.
Garstang acompañó a Nikos hasta la puerta y regresó poco después.
—Se ha comportado de una manera muy grosera —dijo el inglés.
—No podíamos dejar que se llevara la estatuilla —se justificó Hércules.
—De ninguna manera le hubiera dejado llevarse la estatuilla, pero no por desconfianza, sino por miedo a que le sucediera algo.
—¿Por qué hemos quedado con Nikos en la Acrópolis? —quiso saber Alicia.
—Queremos que Al-Mundhir nos encuentre cuanto antes. Mañana por la mañana me dejaré ver por el consulado y la estafeta de correos, después iremos por la tarde a la Acrópolis, algún miembro de la secta de los
assassini
tiene que vernos a la fuerza —dijo Garstang.
—Muy buena idea —señaló Hércules más animado. El estado de Yamile le tenía paralizado y le costaba pensar con claridad.
—Será mejor que descansemos, mañana nos espera a todos un día muy largo y peligroso —dijo Garstang saliendo del salón hacia su habitación.
Acrópolis de Atenas, 16 de enero de 1915
—La gran diosa Atenea hace siglos que observa desde lo alto de la Acrópolis a su ciudad. La gran estatua construida en el siglo
v
antes de Cristo fue durante siglos la que recibía a los viajeros que atracaban sus barcos en El Pireo. Parte de la belleza de la Acrópolis ha sido vencida por el paso del tiempo, pero las columnas de muchos de sus templos se levantan orgullosas sobre la roca sagrada. Durante siglos Atenas fue el faro que alumbraba a toda la humanidad. Aquí nacieron y vivieron personajes como Sócrates, Platón, Aristóteles, Pericles, Fidias, Herodoto o Sófocles —dijo Garstang mientras ascendían por las escalinatas del recinto.
Todos miraban el conjunto de templos con admiración, menos Hércules, que ayudaba a Yamile a ascender por las escaleras.
—Entre los hermosos edificios que componen la Acrópolis, se encuentra el Partenón. El templo, edificado en época de Pericles, fue embellecido por Fidias, que construyó además la gran estatua a Atenea. Después fue templo cristiano, mezquita y polvorín turco en la guerra contra Venecia en el siglo
xvii
.
—Es una pena que se destruyera en parte —comentó Alicia, que marchaba del brazo de Lincoln. Algunos transeúntes los miraban con descaro, pero ellos preferían ignorar los malos gestos y los cuchicheos.
—Si no hubiera sido por una bomba veneciana que cayó justo en el edificio, el Partenón se conservaría mucho mejor. Además, debemos entonar un
mea culpa,
ya que los británicos nos llevamos gran parte de la decoración del friso a Inglaterra y ahora se exhibe en el Museo Británico.
Una vez en la cima, observaron la gran explanada que empezaba a vaciarse de gente. El sol estaba a punto de desaparecer y los pocos turistas que se arriesgaban a cruzar una Europa en guerra, se apresuraban a sus hoteles temerosos del toque de queda anunciado por el Gobierno.
—¿Qué hora es? —preguntó Hércules, inquieto.
Lincoln extrajo su reloj de bolsillo y abrió la tapa.
—Son las seis menos cuarto.
—¿Está seguro de que los
assassini
le han visto en la embajada o en la oficina de correos? —preguntó Hércules, mientras jugueteaba con su arma dentro del bolsillo.
—Eso espero —contestó Garstang, que casi se había olvidado de los
assassini
al contemplar la hermosa Acrópolis.
—Será mejor que no estemos todos juntos, seríamos una presa fácil. Si les parece bien, Alicia, Yamile y yo nos esconderemos entre la ruinas del Templo de Atenea Niké —dijo Hércules.
—Me parece correcto —dijo Garstang.
—¿Eso quiere decir que nosotros serviremos de anzuelo? —preguntó Lincoln.
—Sí, pero debemos esperar primero a que llegue Nikos Kazantzakis —dijo Garstang.
Rodearon el Partenón, pero al final tuvieron que sentarse en unas piedras, Yamile se encontraba agotada. Unos minutos más tarde, prácticamente se encontraban solos en la gran explanada. Al fondo apareció un hombre caminando con paso firme hacia ellos. Garstang reconoció enseguida a su amigo Nikos.
—Me alegro de verlos —dijo el hombre con un gesto cortés.
—Lo mismo digo —contestó Garstang.
Todos lo observaban con inquietud. La vida de Yamile estaba en juego. No podía resistir mucho más en esa situación, pero sin la inscripción, poco o nada podían hacer para negociar con Al-Mundhir.
—¿Lo ha descifrado o no? —preguntó Hércules, angustiado.
El hombre se acarició la barbilla y esperó unos segundos antes de responder.
—No ha sido tarea fácil, pero...
—Pero, ¿qué? —dijo Hércules.
—¡Lo he conseguido! —exclamó Nikos Kazantzakis sacando su libreta del bolsillo—. He dado con la clave que buscaban.
Base aliada en Salónica, 16 de enero de 1915
Roland Sharoyan dejó la barca de pesca con la sombra de su guardián pisándole los talones. Durante toda la travesía apenas había podido dormir nada. Cada vez que cerraba los ojos se imaginaba la cara que pondrían su madre y su hermana cuando los soldados turcos entraran en su casa. Procuraba borrar esos pensamientos, pero no podía evitarlo. No ignoraba que una vez terminada su misión, le matarían a él y posiblemente a toda su familia, pero intentaría evitar su sufrimiento todo el tiempo que le fuera posible.
Entregó sus papeles al guarda de la garita y su guardián se quedó a unos metros, disimulando mientras miraba un puesto de fruta cercano. Roland, tembloroso, entró en el edificio. Le dolían la cabeza y el cuello. No se sentía seguro de poder mentir a los ingleses, pero debía intentarlo de todas formas.
Cuando entró en la sala de mapas, los oficiales lo miraron con curiosidad. Sus ropas estaban algo sucias y todos podían percibir su estado de ánimo.
—Adelante, muchacho. Lo estábamos esperando desde hace días. Desde Alejandría no dejan de mandarnos mensajes, tiene a medio ejército británico loco —bromeó el general sir Ian Hamilton. Su porte elegante y su elevada estatura contrastaban con el cuerpo pequeño y algo grueso del armenio.
Roland extendió su mensaje sin mediar palabra. Esperaba que se conformaran con lo que decía el papel y lo dejaran marchar cuanto antes. Había planeado matar a su guardián e intentar buscar a su madre y hermana. No creía que las llevaran a Estambul de inmediato, si estaban encerradas en la cárcel de su pueblo o en alguno de los campos donde se estaba empezando a concentrar a los armenios, las encontraría y por lo menos pasaría esos últimos días con ellas.
—Muy bien, excelente. Como pensábamos, los turcos no están protegiendo la península de Gallípoli, sus defensas son muy escasas y con tan poca resistencia no tardaremos más de dos semanas en llegar a las puertas de Estambul —dijo el general Ian, sin poder contener su euforia—. Tenemos que informar cuanto antes al primer lord del Almirantazgo, Churchill debe saberlo todo de inmediato.
—Entonces, ¿podemos comenzar los ataques por barco y desplegar a los marines en la península de Gallípoli? —preguntó uno de los oficiales.
—No nos precipitemos, mandaremos un mensaje hoy mismo al primer lord del Almirantazgo y en cuanto recibamos las órdenes lanzaremos nuestro ataque —contestó el general Ian.
Roland hizo amago de marcharse, pero el general lo llamó de nuevo.
—Muchacho, tengo que preguntarte algo. ¿Entiendes mi idioma?
El joven asintió con la cabeza, un segundo antes de pensarlo mejor. Si el general hubiera creído que no le entendía, le habría dejado en paz.
—¿Cómo están los preparativos de la revuelta armenia en la provincia de Van?
—No lo sé, señor.
—Está bien. Quiero que esperes fuera, tengo un mensaje para ti. ¿Entendido? El mensaje es muy importante, si cae en manos turcas podría suponer el exterminio de tu pueblo y un retraso en el final de la guerra.
Roland asintió con la cabeza y salió con la vista gacha. Cuando estuvo en el pasillo se sentó en un banco y esperó. Las palabras del general resonaban aún en su cabeza.
El exterminio del pueblo armenio.
Estambul, 16 de enero de 1915
La mesa de Mustafa Kemal estaba repleta de mapas y planos. Sus profundos ojos azules no dejaban de mirar la península de Gallípoli. Había tratado de convencer a sus superiores de que reforzaran la zona. Si los británicos querían atacar Estambul, ese era el punto más débil. No le gustaba la idea de que los aliados estuvieran concentrando fuerzas en Salónica, a unas pocas horas de la capital de Turquía, pero el ataque tan solo podía ser por mar. Sus defensas en las fronteras con Grecia y Bulgaria habían sido reforzadas y los aliados tardarían semanas en romper sus líneas.
Se acarició el bigote rubio, mientras con su mente comenzó a reproducir la conversación con su amigo Ismail Enver. No solo pretendía desmilitarizar a los armenios, también había propuesto el encarcelamiento de más de dos mil líderes armenios y que la población armenia fuera alejada de la frontera rusa. Mustafa sabía lo que podía suponer eso. Miles de hombres, mujeres y niños caminando por medio país en plena guerra. ¿Dónde los establecerían? ¿Acaso no sería más peligroso tenerlos a todos juntos? ¿Cómo los alimentarían? Si había una cosa clara, era que a Ismail no le importaba lo más mínimo lo que ocurriera con los armenios. Pero ¿qué pensarían sus aliados, los alemanes y austriacos? Al fin y al cabo, los armenios eran cristianos. Tampoco le gustaban las ideas islamistas de algunos de los Jóvenes Turcos, él pensaba que Turquía solo sería fuerte si alejaba el islam de la política. Muchas de las ideas de la religión se oponían al avance y desarrollo del país.
Mustafa Kemal se alejó de los planos y miró por la ventana de su despacho. El perfil de Santa Sofía se dibujaba sobre la ciudad. Parecía arder bajo el sol del crepúsculo. La gran cúpula resplandecía como una estrella caída del cielo. Pudo olfatear el olor de la batalla que se avecinaba; pólvora, sangre y sudor ante el altar de la guerra.
Atenas, 16 de enero de 1915
Nikos Kazantzakis se puso delante de todos y comenzó a detallar cómo había llegado a traducir el texto. Hércules y sus amigos no entendían mucho las explicaciones que daba sobre la escritura lineal A, pero se sentían tan eufóricos que escucharon con placer los comentarios del griego.
—Siempre, cuando intentamos descifrar algo escrito en lineal A, nos encontramos con el mismo problema. El número de inscripciones conocidas en lineal A es relativamente pequeño en comparación con las existentes en lineal B. A menor número de muestras, no podemos usar tanto las coincidencias y localizar la especie de alfabeto que hay detrás de la escritura. Más aún, una comparación basada en el número de signos en vez de en el de documentos aumenta esa desproporción, porque muchos documentos en lineal A están mal preservados o son muy breves.
—¿Cómo ha resuelto el problema? —preguntó, impaciente, Garstang. Era consciente de que en cualquier momento podían llegar los
assassini
y no podía permanecer por más tiempo al descubierto.