El secreto de los Assassini (16 page)

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Authors: Mario Escobar Golderos

Tags: #Aventuras, Histórico, #Aventuras, Histórico, Intriga

BOOK: El secreto de los Assassini
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—Tranquilícese, señor Garstang. Seguro que hay otra manera de salir de aquí —dijo Lincoln.

—Las comunicaciones con Turquía están cortadas. Lo único que nos queda es tomar un barco egipcio a Trípoli, aunque sea un barco de pescadores, viajar a Italia y desde allí a Grecia —dijo Hércules.

—Pero eso demoraría mucho el viaje y además el Mediterráneo puede ser peligroso —dijo Lincoln.

Hércules se encogió de hombros. Atravesaron el gran
hall
y se dirigieron hacia la puerta. Entonces una voz seca y ronca se dirigió a ellos.

—¡Cielos, nunca pensé que volvería a ver a dos viejos amigos de La Habana!

Las palabras fueron pronunciadas en español áspero, casi ininteligible.

Los tres hombres se dieron la vuelta y observaron al oficial que se dirigía a ellos con paso decidido. Había ganado peso en los últimos diecisiete años, caminaba apoyado sobre un bastón a pesar de sus treinta y nueve años. Sus carrillos hundidos estaban ahora algo hinchados, pero sus ojos saltones y su mirada picarona seguían intactos.

—Sir Winston S. Churchill, usted era la última persona que esperaba ver aquí —dijo Hércules, dando un efusivo abrazo al inglés.

—A los que no hacía en este lado del mundo es a ustedes dos. Desde que dejé La Habana en 1898 no he sabido nada de sus andanzas.

Lincoln se acercó y le dio un fuerte apretón de manos.

—¿No conoce al señor Garstang? —dijo Hércules, presentando al arqueólogo.

—Encantado —dijo Churchill con una sonrisa.

—Veo que pertenece al ejército —dijo Hércules.

—Bueno, mi cargo es más bien político, soy primer lord del Almirantazgo —dijo con voz ramplona.

—Un pez gordo —dijo Hércules.

Churchill hizo una mueca y, poniendo la mano sobre el hombro de Hércules, les dirigió de nuevo hacia las oficinas.

—¿Qué hacen en Egipto? ¿Necesitan ayuda? —dijo el inglés, mientras se dirigía con ellos a su despacho.

—La razón de nuestra estancia en Egipto requiere una explicación muy larga, pero sí, necesitamos ayuda —dijo Hércules justo antes de introducirse en el despacho.

El inglés encendió su lámpara de mesa y les pidió que se sentaran. A pesar de la luz exterior, el despacho estaba en penumbra.

—Discúlpenme, pero no aguanto la claridad de estas tierras —dijo señalando la ventana.

—Lo entiendo —contestó Hércules.

—Bueno, ustedes dirán —dijo Churchill encendiendo un gran puro. Pasó la caja abierta al resto y el aroma a tabaco inundó la habitación.

Hércules fue el único en aceptar el ofrecimiento. Encendió uno de los habanos y se apoyó en el respaldo.

—No me creerá si le digo que llevo meses sin probar uno de estos.

—Le creo, Hércules. Me ha sido muy difícil hacerme con una caja. La guerra nos roba los pequeños placeres de la vida —dijo Churchill, después de dar una profunda bocanada.

El humo comenzó a flotar por la habitación. Garstang miraba impaciente a Hércules, pero este se tomó su tiempo antes de comenzar a hablar. Después, en breves palabras, le narró el rescate de Yamile en El Cairo, el viaje a Meroe y su secuestro. Habló de la joya con Churchill, pero en ningún momento mencionó sus posibles poderes sobrenaturales.

—Por eso necesitamos un transporte urgente a Atenas —concluyó Hércules.

—Comprendo. No dispongo de muchos transportes. Además, sabe que la relación con Grecia es ambivalente. Nadie puede garantizar su seguridad una vez allí. Nuestro servicio secreto nos ha informado que Atenas es un nido de espías turcos y austriacos. El Gobierno de Grecia no quiere entrar en un conflicto armado con Turquía. En secreto nos ha pedido apoyo para recuperar parte del territorio europeo de Turquía, esos locos nos han pedido hasta Estambul, pero nos hemos negado a satisfacer sus reivindicaciones —dijo Churchill, recostándose sobre la silla.

—No se preocupe por nosotros. Al fin al cabo, somos dos ciudadanos españoles, un norteamericano, una mujer turca, que en realidad es húngara y un profesor británico —dijo Hércules.

—Daré una orden para que viajen esta misma noche en el
HMS Queen Elisabeth.
Es nuestro mejor acorazado. Tiene una misión de reconocimiento en la zona del mar Adriático. Recalará en Atenas para el 12 o 13 de enero.

—Es perfecto —dijo Garstang.

—Ha sido un placer verlos de nuevo, pero es mejor que se pongan en camino. Tienen que estar en el puerto antes de dos horas —dijo Churchill, al tiempo que escribía una carta y firmaba cinco salvoconductos.

Los tres hombres se levantaron. Churchill permaneció sentado, les alargó los papeles y lanzando una larga bocanada de humo, dijo:

—Deben entregar la carta al general sir Ian Hamilton. Maldecirá mi estampa por haberle enviado a cinco civiles a su barco en medio de una operación militar, pero para algo sirve ser el mandamás.

—Muchas gracias por su ayuda —dijo Hércules estrechándole la mano.

—Los viejos amigos, es lo mínimo que podemos hacer unos por otros. Ustedes me salvaron el pellejo aquel día en La Habana; me enteré de la muerte de Helen, era una gran reportera —dijo Churchill, mientras sus ojos se cerraban.

—Gracias, señor —contestó secamente Lincoln.

—Si necesitan alguna otra cosa o se meten en algún lío, mi nombre en clave es Aquiles. Si pronuncian ese nombre en cualquier embajada o a un oficial del ejército, les pondrán en contacto conmigo.

—Gracias de nuevo —dijo Hércules guardando la documentación.

—Buena caza, me gustaría acompañarles en este nuevo viaje, pero el deber me lo impide —dijo Churchill poniéndose en pie.

—Ya sabe que siempre tendrá un lugar en nuestra compañía —dijo Hércules.

El primer lord del Almirantazgo les acompañó hasta la puerta y observó que se alejaban por el pasillo. Su mente voló diecisiete años atrás, cuando tuvo que cubrir como corresponsal el hundimiento del
Maine
y la guerra entre España y Estados Unidos. Hércules y Lincoln no habían cambiado mucho, pero él tenía que asumir un enorme peso sobre sus hombros. Se debía a su cargo y no podía estar de un lado para otro, viviendo aventuras. Cerró la puerta y regresó a la penumbra de su despacho.

36

En mitad del Mediterráneo, 11 de enero de 1915

El mar llevaba varios días embravecido y no habían podido salir a cubierta en todo el viaje. El grupo intentaba matar el tiempo de cualquier manera. Alicia y Lincoln pasaban juntos la mayor parte del día. Desde el primer momento, habían mostrado al resto su relación. No era extraño verlos de la mano por los pasillos, sentados juntos susurrándose cosas al oído o cruzando miradas a cada instante. Alicia procuraba complacer a Lincoln en todo. Buscaba en la cocina del barco las mejores frutas para él, pero Lincoln también se deshacía en cuidados con ella.

Hércules y Yamile hacían lo propio, pero en los últimos días la salud de la mujer había empeorado. Comenzaba a fatigarse con facilidad y había perdido el apetito casi por completo. Hércules pasaba encerrado en su camarote junto a ella muchas horas, por lo que el grupo solo se reunía a las horas de las comidas.

El general había sido muy amable, pero les había ordenado que se mantuvieran alejados del resto de la tripulación, y tenían prohibido moverse de aquella parte del barco. En una de las solitarias cenas, Garstang se dirigió al resto con un inusual entusiasmo.

—Mientras ustedes disfrutaban del viaje, me he dedicado a estudiar la secta de los
assassini
o asesinos. Como recordarán, Al-Mundhir nos contó en parte el origen de la secta y sus actividades en Persia y Siria. En nuestra corta estancia en Alejandría, visité a un colega egipcio, que me facilitó algunos libros sobre el tema. Desconocía que, a lo largo de la historia, varios cronistas occidentales han hablado de este grupo. No pensaba que fueran tan importantes como para que el mundo no islámico se interesara por ellos, pero estaba equivocado.

—¿Qué puede decirnos de los
assassini
? ¿Los ha llamado de esa manera, verdad? —preguntó Lincoln.

—Los primeros que los mencionan son los cronistas musulmanes, pero cuando los cruzados entraron en contacto con la secta, en seguida comenzaron a hablar de ellos en sus escritos. Algunos repitieron las mismas historias fantásticas que los cronistas árabes, pero otros buscaron información directa sobre ellos. Uno de los primeros en mencionarlos fue Guillermo de Tiro, que escribió sobre la secta y los castillos que poseían en Siria. En contra de lo que podamos imaginar, desde el principio hubo cierta relación entre cruzados y
assassini,
incluso colaboraron contra enemigos comunes. En el siglo
xii
, francos y nizaríes se unieron contra enemigos comunes. Pero el cronista más conocido fue el propio Marco Polo —dijo Garstang.

—¿Marco Polo? —preguntó Alicia.

—El mismo. ¿Todos conocen la historia de Marco Polo y su viaje al reino de Kublai Kan?

Algunas de las cabezas se movieron negativamente.

—Al parecer, en su viaje se encontró con miembros de la secta de los
assassini
y escuchó diferentes leyendas sobre ellos. En sus memorias narra su paso por una región de Persia, se cree que era la tierra cercana a la famosa roca de Girdkuh, donde se encontraba una importante fortaleza de la secta. Marco Polo narra en sus memorias el fanatismo de este grupo, dirigido, según él, por Alaodin. Los seguidores de Alaodin eran capaces de asesinar en cuanto su amo se lo pidiera, aunque ello les costara la vida. La razón de su fanatismo, según Marco Polo, era el oscuro método de su líder. En mitad de los territorios de los asesinos, su amo había construido el más bello de los jardines. En él había todo tipo de árboles frutales, comida y bellas mujeres. El jeque, que los gobernaba, los criaba desde pequeños en las ideas fanáticas de la secta y los entrenaba para convertirlos en fieros asesinos. Al parecer, después de adiestrarlos, les facilitaba una droga para que se durmiesen y los introducía en su paraíso particular, una vez allí, les permitía vivir durante un breve periodo de tiempo rodeados de todo tipo de placeres. Pasado ese periodo, les volvía a dormir y les sacaba del jardín. Si querían gozar de todas aquellas delicias, debían estar dispuestos a morir y matar por su jeque. Los Asesinos del Jeque de la Montaña, como los llamó Marco Polo, eran escogidos entre los jóvenes de la región, aislados del mundo, entrenados hasta la extenuación y educados en las diferentes religiones y lenguas, para que estuvieran preparados para infiltrarse en cualquier reino o palacio —concluyó Garstang.

—La historia parece increíble. Pero, ¿qué hay de verdad en ella? —preguntó Hércules—. He escuchado que el relato de Marco Polo no es muy fiable.

—No, la mayoría de las cosas que narra son leyendas que seguramente escuchó en su viaje, pero he podido leer un artículo muy interesante publicado por un tal Antoine Isaac Silvestre de Sacy —dijo Garstang.

—¿Qué dice el artículo? —preguntó Yamile. Interesándose por primera vez en la conversación.

Todos la miraron. Su rostro estaba completamente pálido, como si la piel estuviera perdiendo la pigmentación. Las ojeras apagaban sus brillantes ojos verdes y sus labios rojizos habían perdido su color.

—Silvestre de Sacy estudió el origen de la palabra «asesino». Lo primero que hizo fue estudiar las diferentes crónicas árabes y relacionarlas con los nizaríes o asesinos. Una de las que usó fue la de Abu Shama. En ella se mencionaba el intento de asesinato de Saladino. El nombre que el cronista utilizaba para referirse a sus agresores fue el de
al-Hashishiyya.
Guillermo de Tiro también los conoció por un nombre muy parecido, los llamó
assassini.
Silvestre de Sacy cree que el origen del nombre procede del consumo de hachís de los asesinos —dijo Garstang.

—¿Qué es el hachís?—preguntó Lincoln.

—Es una droga que proviene de Afganistán —dijo Hércules—. Aunque también se cultiva en la zona de Marruecos.

—Silvestre de Sacy descubrió a través de los escritos del cronista árabe Maqrizi, que el término
hashishiyya
significa «gente de clase baja», ya que los consumidores de hachís solía ser gente humilde. Por eso el término
hashishiyya
equivaldría a decir «chusma de clase baja» —dijo Garstang.

—¿La secta comenzó entre gente humilde? —preguntó Alicia.

—Sí. Eso parecen indicar los datos. Otro de los cronistas cristianos es Buchard de Estrasburgo, un enviado diplomático del emperador Federico Barbarroja para negociar con los nizaríes, él los denominó
heyssessini.
También comentó que el líder de los asesinos levantaba los temores, tanto en los señores musulmanes de la zona, como en los cristianos. La razón del temor que despertaba se debía a su gran crueldad. Podían introducir a asesinos en cualquier sitio y esperar pacientemente durante meses o años, hasta que se ganaban la confianza de sus señores, para después asesinarlos —dijo Garstang.

El barco se movió ligeramente y tuvieron que sujetar los platos y los vasos para que no se cayeran de la mesa. Cuando el barco se enderezó de nuevo, continuaron con la conversación.

—Eran una secta terrible —dijo Lincoln.

—Me temo que son una secta muy peligrosa. Como hemos podido comprobar, siguen actuando, aunque ahora no sean tan conocidos. Algunos pensaron que las invasiones de los mongoles en el siglo
xiii
los habían destruido por completo, pero no fue así. Los mongoles destruyeron sus fortalezas en Persia, pero algunos nizaríes sobrevivieron en Siria, la India, Afganistán y otras regiones. Al parecer su líder, Shams al-Din fue rescatado y escondido en Afganistán. Cuando los mongoles se marcharon, los nizaríes regresaron a Persia y poco a poco se establecieron en la zona de Anjudan, en la zona central del país. Pero tuvieron que abandonar al país definitivamente en 1573, cuando el sah mandó un ejército a Anjudan para eliminar a los
assassini.
A principios del siglo
xix
regresaron de nuevo a Persia, pero unas nuevas revueltas los enviaron de nuevo al exilio. Agá Kan I escapó a Afganistán, donde se alió con el ejército británico que estaba colonizando el territorio y, más tarde, a Calcuta. Por lo que he leído, nuestro anterior rey Eduardo VII, lo visitó cuando hizo su primer viaje a la India —dijo Garstang.

—No puede ser. ¿El rey del Reino Unido lo visitó? —dijo Hércules.

—No solo eso, además le invitó a su coronación en Inglaterra —contestó Garstang.

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