Read El Secreto de las Gemelas Online
Authors: Elisabetta Gnone
Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico
—¡Uy, éste ha caído cerca! —dijo Dalia con una sonrisa forzada.
Su intento de aliviar la tensión no tuvo, sin embargo, mucho éxito: el viento había aumentado y puertas y ventanas se habían puesto a aullar siniestramente. La señora Pimpernel dejó escapar un sollozo de terror:
—No quisiera decirlo, pero este temporal se parece mucho a...
¡CLIC! La luz se apagó otra vez. Tomelilla chasqueó los dedos, pero no ocurrió nada. Volvió a chasquearlos, una y otra vez, pero no había nada que hacer: la luz no volvía. Para una bruja de la luz como ella, era fácil de hacer. Miró por la ventana y vio que la oscuridad se había adueñado de todo el valle.
BUM, BUM, BUM
Se sobresaltó, nos sobresaltamos todos. Alguien estaba llamando con fuerza a la puerta.
—¿QUIEN ES? —gritó el señor Cícero.
—¡¡ABRID!! ¡POR TODA EL AGUA DE LOS ABISMOS, DAOS PRISA, QUE ME AHOGO! —se oyó gritar.
Cícero corrió a abrir y Duff Burdock, el tío de Grisam, se desplomó literalmente en el umbral. Chorreaba agua como si el mar se le hubiera metido entre las ropas.
—¡Ahí afuera está diluviando! —dijo mientras Cícero lo ayudaba a levantarse.
—Dalia, por favor, trae ropa, Duff tiene que cambiarse o enfermará de pulmonía.
Cícero llevó al señor Burdock a la cocina y todos los seguimos. —Ven, voy a prepararte un té bien caliente. Pero ¿se puede saber qué estabas haciendo en la calle con este tiempo de lobos? —preguntó, mientras todos se sentaban alrededor de la mesa para escuchar. Como yo era la única luz que había quedado en la casa, fui a sentarme en la lámpara del techo y me puse a escuchar también.
—Vengo del puerto, Cícero... ¡qué desastre! —contó el señor Burdock—. La tormenta ha destruido el muelle norte y la marejada ha arrancado todos los amarraderos. Varias barcas se han estrellado contra los escollos, otras se las han llevado las olas... El capitán Talbooth ha estado a punto de ser tragado también por el mar: si no hubiese sido por Gardo y Meum, lo habríamos perdido. Muchos marineros luchan todavía con el oleaje... En fin... un desastre, como os digo, un desastre.
Mamá Dalia llegó con ropa seca.
—Quizá te estén un poco estrechos, pero al menos te calentarán —dijo tendiéndole una camisa y un par de pantalones.
El señor Burdock era un mago grande como una montaña y a la ropa del señor Cícero le faltaba un palmo para quedarle bien. Si alguien lo hubiera visto en aquel momento, habría pensado que la lluvia había hecho encoger las prendas.
—Son perfectos, gracias —dijo—. Ahora debo hablar con vosotros sin falta... a solas.
Comprendí al vuelo. —Venid, niños —dije—, vamos a jugar arriba... —Acompañé a los niños a la habitación de Vainilla y Pervinca, y el señor Cícero cerró la puerta de la cocina.
—¿De qué creéis que tienen que hablar? —preguntó Flox mientras subíamos la escalera.
—Bah, cosas aburridas de mayores... —respondió Grisam apartando este pensamiento con un gesto. ¿Tienes todavía la araña? —preguntó el maguito a Pervinca.
—¡Claro que sí! Ahora la verás... —contestó ella corriendo arriba.
Unos meses antes, Vi había encontrado una araña minúscula y muerta de frío. La había rescatado y llevado a su habitación dentro de una caja de cartón. La arañita había decidido tejer su tela entre los libros encima de la cama de Vi. Y ella se había puesto la mar de contenta.
—¿Vivís con una araña en la habitación? ¡Qué asco! —exclamó Scarlet deteniéndose en la puerta—. Yo no entro.
—¡Pues quédate ahí! —dijo Pervinca acercándose a la araña para enseñársela a Grisam.
—¡Chicos, cómo ha crecido! ¿Qué le dais de comer?
—Bueno, Rex come de todo, es una glotona. Le damos moscas muertas, trocitos de carne seca...
—¡Voy a vomitar! —exclamó Scarlet.
—Pero si no hace nada. Es más, seguro que tiene más miedo que tú —intervino Flox. Scarlet se arrimó a la pared y se dirigió a la cama de Babú.
—Ya estoy dentro, pero si se mueve, ¡juro que le tiro un zapato!
Babú se había quedado un poco aparte. Conocía bien a Rex y, aunque no estaba entre sus animales favoritos, la respetaba y la quería. En aquel momento, sin embargo, parecía un poco celosa de la atención que sus mejores amigos prestaban a Pervinca y su araña. Permanecía callada en un rincón, mientras Scarlet chismorreaba de esto y de lo de más allá, convencida de que Vainilla la estaba escuchando. De repente, la cotilla dijo algo que llamó la atención de Babú:
—¿Sabéis que la hija del señor Poppy es una vagabunda? Por lo menos eso dicen, y creo que es cierto... ¿La habéis visto? Una pobrecita que va por ahí con un ratón asqueroso en el hombro y un...
—¡No es ninguna pobrecita ni Mr. Berry un ratón asqueroso! —explotó Babú con la cara encendida—. Tú no sabes nada de Shirley, ¡así es que cierra el pico!
—Uy, qué susceptible eres. Déjame adivinar, ¿os habéis hecho amigas? ¡No me extraña! —prosiguió Scarlet con una odiosa sonrisita.
Babú se disponía a zurrarla.
—No le hagas caso... —dijo Grisam interponiéndose—. Sólo quiere hacerte rabiar.
—¡Ándate con ojo, Grisam Burdock! —amenazó Scarlet.
Pero Grisam ni siquiera la miró. Se metió una mano en el bolsillo y sacó algo muy pequeño...:
—Me lo he encontrado hoy, creo que es tuyo... —dijo poniendo la cosita en las manos de Babú—. Quería traértelo antes, pero con esta lluvia...
Era un resto de lapicero, pero Vainilla lo tomó como si fuera un diamante.
—¡Oh, Felí, mira, lo ha encontrado! —exclamó conmovida. Vainilla guardaba cada pluma, cada lapicero (o resto de lapicero), borrador (o resto de borrador) que hubiese "vivido", aunque sólo hubiera sido unos minutos, en su estuche. "Todos juntos forman una familia", decía convencida. "No puedo perder nada." Le gustaba que al final del día cada cosa estuviera en su sitio: las bicicletas en la cochera, la ropa seca guardada, la familia de las plumas en el estuche, los animales en su guarida, los pajaritos en el nido y sus objetos cerca de ella. Si alguien o algo se quedaba a la intemperie, si oía ladrar a un perro o una camiseta había salido volando, se atormentaba toda la noche. Y por la mañana, mamá Dalia y yo teníamos que emprender la búsqueda.
Grisam no habría podido hacerle un regalo más bonito. Babú lo abrazó y el ambiente se serenó en la habitación. Entre Rex y todos los juguetes de las niñas, los niños se olvidaron de la tormenta y de los serios asuntos de los mayores.
Pero yo no...
Incluso desde el piso de arriba podía oír lo que decían en la cocina, y lo que escuchaba me hacía estremecer.
—Puede que me equivoque, claro... sólo es una suposición... —decía el señor Burdock—, pero las señales... ¡son las mismas!
—¡Otro igual! —exclamó mamá Dalia—. ¿Pero qué os ocurre hoy? Tomelilla murmura cosas raras desde esta mañana y...
Los señores Pimpernel balbucieron algo que no oí, en cambio el señor Burdock se exaltó:
—¡Entonces tú también lo sospechas! —dijo volviéndose a Tomelilla—. ¡Menos mal! Creía que era el único. Todo el mundo me dice que sólo es una tormenta, pero yo creo que...
Dalia perdió los estribos. —¿Piensas QUÉ? ¿Se puede saber qué os ronda por la cabeza hoy?
—Deja que hable, tesoro... siéntate... —intervino el señor Cícero. En aquel momento, Duff Burdock sacó una hoja, o al menos eso intuí, porque oí a Tomelilla gritar—: ¡LA PÁGINA DE MI LIBRO! ¡LA HAS ARRANCADO TÚ!
—Pero Lila, ¿es que no te acuerdas? —respondió sorprendido el mago, (Había llamado a Tomelilla por su verdadero nombre, y esto sólo sucedía en las situaciones graves.) Me la diste tú aquel día para que yo también aprendiese a reconocer las señales cuando llegara el momento...
Oí a Tomelilla mascullar algo como "Sí, disculpa... lo había olvidado...".
—Fuiste la primera en interpretar esas señales y dar la alarma... —continuó Duff—. Pero nadie quiso escucharte. Y ocurrió lo que ocurrió. Pues bien, si he venido aquí es para deciros que no tenemos que repetir el error de entonces, porque en mi opinión se trata precisamente de lo mismo. Me temo que... bueno, ¡que el Terrible 21 ha vuelto!
Al oír esas palabras, el alcalde estuvo a punto de caerse de la silla. Sé que fue él porque oí exclamar a la señora Pimpernel:
—PANCRACIO, ¿PERO ES QUE NO PUEDES ESTARTE QUIETO?
Todos los demás, en cambio, enmudecieron.
El Terrible 21... No hablaban de él desde hacía mucho tiempo. Nadie aludía jamás, si podía evitarlo, a aquel dramático 21 de junio en que Él había vuelto para apoderarse del valle.
Dalia recordó de pronto que Tomelilla había estado suspirando durante toda la mañana y empezó a balbucir:
—El... el hipo de Prímula...
—¡Exacto! ¡Ha sido la primera señal! —dijo el señor Burdock—. Pensadlo, ¿no parecían truenos sus hipidos? Sus poderes de bruja percibieron la tormenta y quisieron avisarnos. Igual que sucedió entonces, ¿os acordáis?
—Y la lengua del ratón de los Poppy... —añadió Dalia.
—¡Está azul! —confirmó Duff.
Pero el señor Cícero protestó, incluso él conocía la pasión golosa de Mr. Berry.
—Eso no significa gran cosa —dijo—. En otro tiempo, ese ratoncito sí que era un indicio fiable de peligro, pero desde que Shirley le permite comer azucarillos de arándano, su lengua está más a menudo azul que rosa.
—Es verdad —intervino Tomelilla—, ¡pero desde hace unos días Mr. Berry no hace más que enseñarle la lengua a todos! Hasta Malva la ha visto. Por eso ha salido a comprar hilo de coser.
—Y esta tormenta, que ninguna magia consigue aplacar... —añadió finalmente el señor Burdock mirando a Tomelilla a los ojos.
Durante unos instantes no se oyó más que el ruido de la tormenta. Después habló el señor Polimón.
—Admitamos que tenéis razón, ¿qué podemos hacer?
—¡Debemos reunir a la Suma Asamblea de los Mágicos! —anunció Tomelilla.
—Yo también lo había pensado, pero ¿cómo hacemos para convocarla con tanta prisa? ¿Y dónde? —se preguntó Duff.
—Si es verdad lo que tememos, a medianoche en punto habrá dejado de llover; será la calma antes de la segunda tormenta. Nos encontraremos a las doce y cuarto en el Bosque—que—canta. Si estuviéramos equivocados y pasada la medianoche sigue lloviendo, nos iremos tan tranquilos a dormir. Os aconsejo que no digáis nada a las niñas —concluyó Tomelilla.
—De acuerdo. ¿Y cómo avisamos a los demás miembros de la Asamblea? —estaba claro que Duff Burdock no se ofrecía voluntario.
—Podríamos mandar a Felí —propuso Tomelilla.
¡¡Vaya idea!! Una renacuaja luminosa como yo arrojada a aquella tormenta. Ni hablar: volé hasta el bolsillo de Babú y dije:
—Si alguien viene en mi busca, ¡no me habéis visto!
—No, no lo conseguiría, el viento la arrastraría —observó mamá Dalia.
Solté un suspiro de alivio.
—¡El Telégrafo de las Hadas! Siempre ha funcionado —exclamó entonces Tomelilla.
Era una idea mucho más razonable. Salí del bolsillo de Vainilla y cuando los vi llegar...
—¡Estoy lista! —anuncié, orgullosa de tener una misión tan importante.
Subí con Tomelilla y Duff Burdock a la torreta mientras todos los demás volvían abajo.
—¿Quién será la primera receptora? —preguntó el señor Burdock.
—Devién, el hada de los Polimón —respondí.