Read El Secreto de las Gemelas Online
Authors: Elisabetta Gnone
Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico
Me acerqué a la ventana y empecé a hacer señales con mi lucecita. Sin embargo, los cristales estaban cubiertos de lluvia y apenas podía ver mi reflejo.
Lo intenté durante una hora, pero Devién no contestaba.
—Me temo que es inútil —dije desanimada—, con toda esta agua no me ve.
—Sigue transmitiendo, Felí, no te rindas —me incitaron los demás con la nariz pegada a los cristales.
Hice señales luminosas durante otra hora, pero sin ningún resultado. De repente, justo cuando habíamos decidido abandonar, me pareció ver brillar algo en la lejanía.
—¡Es Devién! —exclamé.
—¡Transmite, Felí, rápido!
Urgente
A todos los sabios de la SAM:
Reunión extraordinaria
en el Bosque—que—canta
a las doce y cuarto.
Venid sólo si no llueve.
Firmado L. T. y D. B.
La lluvia entorpecía la comunicación y tuve que repetir el mensaje varias veces para que Devién entendiera todo. Pero al final:
—Lo ha recibido —dije exhausta—. Ahora sólo nos queda esperar.
Devién transmitió a su vez el mensaje a Lolaflor, el hada de los Blossom. Lolaflor hizo señales a Pic, Pic a Tedemí, Tedemí a Talosén y así sucesivamente, de casa a invernadero, de invernadero a torreta, de torreta a terraza...
Lenta pero tenazmente, el mensaje atravesó la lluvia iluminando el valle de Verdellano. Hasta que...:
—¡Mirad —dijo el señor Burdock—, Devién está transmitiendo de nuevo!
Volé a la ventana: una luz larga, dos cortas, un destello, luego otro...
—¡Ha llegado! —traduje—. ¡Todos los sabios han recibido el mensaje!
El Telégrafo de las Hadas había funcionado y el señor Burdock me felicitó. Después añadió:
—Por favor, da las gracias de nuestra parte a... —citó completos todos los nombres de las hadas. Para vosotros, quiero recordar los de las haditas que todavía hoy conservo en mi corazón:
Docesutilessoplosdeviento
, conocida como Devién
Velolaflorqueflorecerá
, llamada Lolaflor
Paratitraigocuatropétalosenelcorazón
, para todos Talosén
Enlospulgarespicorsiento
, o bien Pic
Meacordarédetiacuérdatedemí
, para nosotros Tedemí
Eran haditas luminosas como yo y provenían de reinos lejanos. Pequeñas y todo, con su valor contribuyeron a hacer la historia de Fairy Oak.
El 21 de junio tenía que ser el día más largo del año y en cambio, se había convertido en noche. ¡Y qué noche!
Un cielo negro había descendido amenazante sobre las casas; las nubes rugían y se contorsionaban como dragones enfurecidos y lanzaban rayos, viento y granizo a todas partes. Sobre el pueblo, oscuro y desolado, se abatían cortinas de agua.
Refugiados en la cocina, grandes y pequeños estaban sentados alrededor de la mesa y observaban desconsolados el viejo reloj que colgaba en la pared. Yo había vuelto a mi puesto encima de la lámpara. ¿Cuánto duraría aquel pandemónium?
—En seguida pasará, ya veréis... —decía Dalia de vez en cuando, pero ni siquiera ella se lo creía, y además era preferible que la lluvia no amainara. Si la tormenta cesaba a medianoche, eso significaba que Duff y Tomelilla tenían razón, que el Terrible 21 había vuelto, ¡esta vez para quedarse!
El fragor de los truenos hacía temblar la casa y los niños tenían miedo de alejarse de sus padres, aunque sólo fuera para llenar un vaso de agua.
—Voy a buscarlo yo —dijo mamá Dalia levantándose. Pero, de pronto, una ventana se abrió violentamente a su espalda, el viento me hizo caer en la jarra de barro y la oscuridad invadió la habitación. Cícero y el señor Burdock se levantaron para cerrar los batientes, pero el viento era demasiado fuerte y la ventana se abrió de nuevo.
—¡SACAD A FELÍ DE ESA JARRA! —gritó Cícero—. ¡Necesitamos luz! —Él y el señor Burdock intentaban mantener cerrada la ventana apoyándose con todo su peso, pero era inútil: por grandes y fuertes que fueran, la tormenta lo era más. Además, la lluvia había mojado el suelo y los dos hombres se resbalaban.
—¡A lo mejor con una tabla y clavos...! —gritó Duff.
—Quizá, ¡pero hace falta que alguien vaya por ellos! —respondió Cícero completamente empapado.
¿Pero quién? El miedo se había adueñado del ánimo de todos y nadie se sentía capaz de salir.
—¡Voy yo! —exclamó el alcalde (ganándose el reconocimiento de tres familias de un solo golpe).
—¡Tú no te mueves de aquí, Pancracio! —le ordenó su mujer aferrándolo por una manga. El señor Pimpernel se zarandeó para soltarse y se encaminó a tientas hacia la puerta.
No llegó a alcanzarla.
El ensordecedor ruido de un trueno lo paralizó a los tres pasos. La puerta de entrada se abrió ante él y una figura oscura, chorreando agua y terror, se abalanzó hacia él gritando:
—¡HA ATRAPADO A LAS BRUJAS, HA ATRAPADO A DOS DE NOSOTRAS!
Tomelilla reconoció a Hortensia Polimón. Estaba envuelta en su capa y temblaba de miedo. El alcalde la sujetó antes de que cayera al suelo.
—¿Quién, quién las ha atrapado? —le preguntó, pero Hortensia parecía no oír. Pronunciaba frases inconexas y le faltaba el aliento. Después dijo dos nombres: Hiedra Dhella y Fragaria Fres. Contó a duras penas que las había visto por los aires arrastradas hacia el monte Adum.
—La Roca de Arrochar... —susurró Tomelilla. Fue lo único que logró decir, porque todas las puertas y ventanas de la casa cedieron al tiempo ante la furia de la tormenta y un viento furibundo irrumpió en nuestra casa trayendo consigo lo peor que había cosechado a su furioso paso. Zarzas, espinas, hojas de cardo, setas venenosas, barro, escarabajos y hasta peces parecían seguirlo como enloquecidos, azotando, pinchando, arañando, mordiendo y devastándolo todo.
—¡¡ESTÁ AQUÍ!! —gritó Hortensia antes de desmayarse bajo la mesa.
Fue el gran revuelo, y el terror.
Los escarabajos asaltaron a la señora Pimpernel: primero le cubrieron los pies, luego empezaron a trepar por sus piernas.
—¡¡QUITÁDMELOS DE ENCIMA!! —gritaba aterrada mientras su marido intentaba librarla de ellos. Al otro lado de la habitación, mientras, una ola de barro y gusanos sumergió a Duff Burdock, que casi se ahoga. Por suerte, Cícero logró limpiarle la boca y el mago pudo pronunciar el encantamiento que lo transformó en un horrible monstruo comebarro.
En ese momento oí gritar a Babú.
Un enjambre de espinas iba derecho hacia ella y hacia Flox. Volé a socorrerlas, pero el viento me arrojó lejos. Cuando me recobré, vi a Devién junto a Flox. Había llegado a todo volar y estaba defendiendo a su niña, mientras que Babú tenía ya algunas espinas clavadas en las piernas. Sentí mi corazón en un puño. Pero ella, en vez de rendirse, luchaba. ¡Y luchaba como una bruja! A golpe de hechizo convertía las espinas todavía en el aire en pétalos y plumas, mientras que tía Hortensia, desde debajo de la mesa, hacía marchitar las que escapaban a la magia de Babú.
De repente me llegó un olor a quemado.
Miré alrededor y vi que las grandes cortinas del salón estaban ardiendo.
—¡FUEGO, FUEGO! —gritó Grisam, pero dos gruesos peces lo abofetearon y los otros hicieron que resbalara entre las llamas. El humo inundó la habitación. No veía nada y empecé a estornudar. Estornudé ciento veintiséis veces y... apagué el incendio (¡es un encantamiento que sólo sabemos hacer nosotras las hadas!).
—¡GRMM! —fue la felicitación del señor Burdock. Los señores Polimón corrieron a ayudar al niño: tenía toda la ropa chamuscada y estaba tiznado, pero se encontraba bien. Solté un suspiro de alivio, esperando que el peligro hubiese pasado. Pero:
—¡SOCORRO! —gritó mamá Dalia—. ¡TOMELILLA ESTÁ EN PELIGRO!
Aprovechando el humo, unas setas venenosas habían atacado a mi bruja y ahora intentaban entrar en su boca.
—¡Manténla cerrada, manténla cerrada! —le gritaba Dalia al tiempo que, con Cícero, trataba de quitárselas de encima. Un torbellino de hojas de cardo envolvió a la bruja pinchándola y arañándola, ¡querían que abriera la boca para gritar!
—¡No grites, Tomelilla, no grites! ¡Nosotros te ayudamos! —habían acudido también los Polimón pero cada acción suya resultaba inútil. Con enorme esfuerzo, Tomelilla consiguió liberar un brazo de las hojas que la cubrían y con un gesto mágico transformó su boca en una flor. ¡Ahora ya no podía gritar! Setas y hojas cayeron repentinamente al suelo. Rápidamente, mamá Dalia las barrió a la calle con la escoba.
Sólo entonces se fijaron en Pervinca. El viento la estaba arrastrando fuera, por la ventana, envuelta en ramas de zarza.
También la vio Duff: tragó el último pegote de barro y corrió hacia ella. Todos juntos la agarramos por las piernas.
—¡Sujétala, Duff, no la sueltes! —gritaba Tomelilla. Pero las zarzas nos azotaban las manos y el viento tiraba del otro lado con toda su fuerza. Parecía un terrible juego de la soga y, en medio, Pervinca lloraba y se revolvía para soltarse, pero cuanto más se debatía, más la arañaban las espinas.
—No te muevas, tesoro, dentro de poco estarás libre. .. —le gritó Tomelilla para tranquilizarla. Pero justo en ese momento un tirón más fuerte que los demás nos la arrebató de las manos. Nos precipitamos fuera de la casa.
—¡EL VIENTO SOPLA HACIA EL MONTE ADUM, ALLÍ SE LA ESTÁ LLEVANDO! —gritó Duff Burdock. Tomelilla trató de alzar el vuelo, pero el mago la detuvo:
—Espera, no sabemos qué es lo que hay tras esa muralla de nubes, podría ser una trampa y sólo somos tres —dijo.
Vimos con horror alejarse a Pervinca y desaparecer entre las nubes. Ágil, Tomelilla lanzó entonces un conjuro hacia los árboles vecinos y ordenó:
Busquen en el cielo
vuestros largos brazos
a aquella cuyo rastro perdimos
Con aquellas palabras, las ramas más altas de los árboles se prolongaron hacia el cielo y empezaron a rebuscar entre las nubes negras. Las mirábamos moverse hacia el norte y el sur, el este y el oeste, y con el corazón en la boca esperamos verlas descender con nuestra Vi.
Pero las ramas volvían a su sitio, una tras otra, vacías. Pronto los árboles recuperaron su forma habitual.
Tomelilla no se dio por vencida:
—¡No es posible! DEBE de estar ahí, en alguna parte. ¡Rápido, a la Torre!
Corriendo como locos, llegamos a la Torre del Ayuntamiento Viejo. Era una vieja construcción, altísima e inclinada. —¡PONTE DERECHA, ASÍ SERÁS MÁS ALTA! —le ordenó Tomelilla.