Read El Secreto de las Gemelas Online
Authors: Elisabetta Gnone
Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico
El pueblo entero vino a recibirnos fuera de las murallas. Era una multitud variopinta y silenciosa, los hombres por delante con antorchas, detrás las mujeres con los niños.
No se alzaron gritos de júbilo ni aplausos, sino que, al pasar, nos ofrecían algo: una copa de vino caliente, una manta, una palmada en el hombro, una frase amable:
—¡Gracias!
—¡Gracias de todo corazón!
—¿Qué habríamos hecho sin vosotros?
—¿Estáis bien?
—¿Hay heridos?
—¡Una batalla terrible!
Los repentinos gritos de una niña obligaron a la multitud a abrirse:
—¡Dejadme pasar, dejadme pasar! ¡Es mi hermana! —decía.
Vainilla se apartó de Cícero y corrió al encuentro de su hermana. Las dos gemelas se arrojaron una en brazos de la otra.
—¡Perdóname! ¡Perdóname, Babú! —lloriqueó Pervinca.
—No, es culpa mía, tú no has hecho nada —dijo Babú estrechándola con fuerza. Grisam las miraba desde muy cerca. También a él lo abrazó Vainilla.
Antes de separarse, Duff tomó el rostro de Lala Tomelilla entre las manos y le dio un beso en la frente:
—Eres la mejor bruja que he conocido nunca, Lila de los Senderos, y siempre estaré orgulloso de estar a tu lado —le dijo. Vi que Tomelilla le sonreía por toda respuesta, una sonrisa cansada pero llena de reconocimiento y dulzura. Recuerdo que pensé que hacían una buena pareja; quién sabe si se les había pasado alguna vez por la cabeza.
Aquella noche, los ritos de la cena y de las buenas noches transcurrieron en silencio: Cícero y Tomelilla bebieron un sorbo de caldo y dieron enseguida las buenas noches; Dalia calentó leche con miel para las niñas y les cortó dos pedazos de tarta de chocolate. No dejó de mirarlas ni un momento y, cuando terminaron, las acompañó a su habitación.
Yo volé al invernadero, pese a saber que aquella noche estaría allí sola.
Entré despacio en la oscuridad y me posé sobre una orquídea blanca desde la que se podía admirar el cielo, otra vez estrellado.
Acunada por el perfume de las flores y cansada por tantas emociones, cerré los ojos y finalmente descansé. Estaba a punto de dormirme cuando me sobresaltó un crujido.
Al volver la cabeza, vi una sombra levantarse de la silla de Lala Tomelilla.
—¡AHHHHHH! —grité de miedo. La sombra dio un respingo, tiró algunas macetas y, como un animal atrapado, se aplastó contra el cristal del invernadero. En ese momento, gracias a que la luna le iluminó el rostro, la reconocí:
—¡Tomelilla!
—Oh, pobre corazón mío, ¿eres tú, Felí? ¿Quieres matarme de un susto?
—A mí me lo va a decir, creía que estaba en su habitación... Hadamía, ¡acabo de perder mil años de vida!
—¿Cómo es que no estás con las niñas?
—¡Mamá Dalia está con ellas!
—¿Cómo te encuentras, hadita? Ni siquiera te lo había preguntado... Y no te he dado las gracias por tu inmenso valor. Gracias, Sifeliztúserásdecírmeloquerrás. Es un honor tenerte con nosotros. Mañana, ¡doble ración de panecillos de naranja!
—¿Aunque organizara ese gran jaleo ayer por la noche? —pregunté.
—¡Ah, claro... no te has enterado de las novedades! —dijo Tomelilla volviendo a sentarse—. Devién ha hablado hoy con Roble, mientras te buscaba a ti y a las niñas, y ¿sabes qué ha descubierto?
—No, ¿el qué?
—Ha descubierto quién metió las varitas en los vestidos de las niñas.
—¿De verdad? ¿Y quién fue?
—¡Cícero!
—¿Cícero?
—El mismo, con la ayuda del leñador McDoc.
—¡Oh, y yo que no le hice caso! Había empezado a decirme algo por la mañana, pero creí que se trataba de un cotilleo.
—Cícero quería hacer un regalo simbólico a Vi y Babú por su primera lección de magia, así que, en secreto, pidió al leñador que buscara dos ramas de nogal sin defectos para hacer con ellas dos varitas iguales. Hace dos noches, sabiendo que yo haría aparecer los uniformes en el armario, entró y puso las varitas en los trajes. Debió de ocurrir cuando tú no estabas, pero fue una casualidad.
—Pobre señor Cícero, para una vez que tiene un pensamiento... ¡mágico! —dije.
—Sí. Pero todavía no me has dicho cómo te encuentras tú.
—Estoy bien, Tomelilla, no se preocupe por mí. Soy diminuta y parezco frágil, pero nosotras las hadas tenemos mil vidas y mil recursos. Lucharé contra el Terrible 21 hasta que se vaya, ¡ya lo verá! ¿Piensa que venceremos?
—Espero que sí, pero no estamos luchando contra el Terrible 21, Felí...
—¡¿Nooo?! Y entonces, ¿contra quién?
—Los signos que preludian su llegada han sido los mismos y ha caído sobre nosotros el 21 de junio, ¡pero este enemigo no quiere destruir nuestro valle!
—¿Ah, no?
—Mira a tu alrededor, Felí. Sus ataques han dejado algunas ramas por tierra, han roto algunas macetas, han destruido nuestras barcas y las campanas suenan ahora desafinadas, pero en el fondo todo sigue aquí. El granizo del Terrible 21, en cambio, devastaba las cosechas, su viento arrancaba árboles de cuajo y hacía volar los tejados del pueblo, su lluvia desmoronaba las montañas... No, hadita, creo que este enemigo quiere el valle para él, espléndido y exuberante como es ahora. Por eso rapta también a los Magos de la Luz, para que reconstruyan mañana lo que las batallas arruinan hoy.
—Lo que dice tiene sentido, pero ¿cómo se combate a un enemigo de esta clase?
—Una buena pregunta, aunque lamentablemente no tengo la respuesta. Todavía no.
—Bueno —dije con tono optimista—, por ahora le hemos dado una buena a... eso, ¿cómo tengo que llamar a este nuevo enemigo?
—A quien quiere poseer la belleza sin comprender su valor, yo lo llamo ZAFIO —respondió Tomelilla.
—Zafio... —repetí—. Suena bastante mal, sí. Será más fácil luchar contra él ahora que sé su nombre.
De camino a la habitación de las niñas, me detuve un instante a escuchar: no quería interrumpir conversaciones delicadas, imaginando todo lo que tendrían que contarse.
Al no oír más que la respiración de la casa, entré. Seguía encendida una lucecita, pero las niñas dormían. Estaban las dos en la cama de Pervinca y se agarraban las manos. La mano de Pervinca que apretaba la de Vainilla tenía un anillo en el dedo anular. ¿Habían hablado de él? Probablemente, y habían llegado a un acuerdo. El gran amor que las unía había vencido también en esto.
¡Lo que habría dado por escuchar sus palabras en aquel momento! Pero lo que se dijeron permanecerá en secreto para siempre. Un secreto entre hermanas, y era precioso así.
Dejé la brújula cerca de Babú, saludé a Rex que dormitaba allí al lado y apagué la luz.
Había prometido que velaría cada diminuminimoinstante, así que ni siquiera traté de dormirme. Tomé una pluma de mi cajón y empecé a escribir este diario.
Vivía con la familia Periwinkle desde hacía más de diez años, pero mi gran aventura con ella comenzaba aquellos días.
Y me depararía aún muchas e increíbles sorpresas...