Read El Secreto de las Gemelas Online
Authors: Elisabetta Gnone
Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico
Siguiendo la dirección que indicaba la brújula, volamos a través de la lluvia hacia el Bosque-que-canta. Volábamos bajo con la esperanza de ver a Babú.
Y así fue:
—¡ESTÁ ALLÍ, VA CORRIENDO! —grité reconociendo los colores de su vestido—. ¡Y ALGUIEN LA PERSIGUE!
Nos lanzamos en su dirección, pero una gigantesca nube negra nos cerró el paso. Cuando Tomelilla intentó atravesarla, una fuerza invisible la detuvo y la repelió violentamente.
—¡ALTOAHÍBRUJA! exclamé, temiendo que la bruja fuera a estrellarse contra el tronco de un viejo árbol. Tomelilla dejó de girar y se detuvo. Le pesaba la ropa, por la lluvia, y tenía el pelo desordenado, pero no se veía en ella ninguna intención de rendirse. Reunió sus fuerzas y se lanzó de nuevo contra la nube. En ese momento, sin embargo, la masa negra se convirtió en una rugiente maraña de rayos.
"Va demasiado rápida para detenerse, ¡terminará dentro y la alcanzarán!", pensé. Cerré los ojos y, en un intento desesperado, envié un soplodehada: sabía que, bien medido y enviado en el momento justo, puede salvar una vida.
—¡Entrebrujayrayo! —ordené. Un resplandor cegador envolvió a Tomelilla y yo sentí que me desmayaba. Contuve la respiración y empecé a contar—: Uno... dos... tres... —después, un escalofrío y... ¡ahí estaba!
—¡NO ME DAS MIEDO! LUCHAS DE UNA MANERA NUEVA, PERO TE CONOZCO Y SÉ LO QUE QUIERES, ¡NO VENCERÁS! —gritaba furibunda hacia el enemigo. Estaba viva y más combativa que nunca.
Yo, en cambio, estaba paralizada de miedo. ¡El Terrible 21! Era la segunda vez que me encontraba luchando con él para defender de su ferocidad a las personas que quería. Sin embargo, no sabía quién era, ni él sabía nada de mí, y a mis ojos esto lo hacía todo aún más espantoso.
La voz de Tomelilla me llegó como una sacudida:
—¡FELÍ, VUÉLVETE INVISIBLE Y ALCANZA A BABÚ!—ordenó.
Me repuse al instante.
—¡Hadadeaire! —obedecí. Mientras desaparecía a la vista del enemigo, vi a Tomelilla convertirse en una espléndida libélula.
Apreté los párpados un momento y penetré en la lluvia. Sorteé la madeja de rayos y volé de nuevo en busca de Vainilla.
Sobrevolé él bosque mirando a todas partes, pero no parecía haber ni rastro de Babú. De pronto, una pequeña figura apareció entre los árboles batidos por el viento. Huía seguida de siniestras figuras.
—¡CORRE, BABÚ, CORRE! —le grité—, ¡CORRE TODO LO QUE PUEDAS!
No podía oírme, los truenos eran ensordecedores y yo estaba demasiado lejos aún. De todas formas, seguí gritando y aceleré mi vuelo, pese a saber que nunca conseguiría llegar hasta ella antes que los otros.
De repente, Babú desapareció.
Los emisarios llegaron al lugar donde un momento antes estaba la niña y se detuvieron perplejos. Por fin los alcancé y volé en torno a ellos.
Hortensia tenía razón, eran Mágicos, quizá incluso habitantes del pueblo, vestidos y encapuchados de negro. Tan de cerca, oí bien sus voces, pero no reconocí ninguna.
¿Dónde estaba Babú?
La rama de un sauce me rozó la espalda. ¿Podía verme? Evidentemente sí, pues me hizo un gesto para que la siguiera. Subimos juntas hacia la parte frondosa más alta y cuando estuvimos casi en la cima se detuvo.
Apartó algunas hojas y me indicó que mirara: envuelta entre sus ramas, en un nido mullido y protegido, estaba Vainilla. Estaba acurrucada y temblaba de miedo. Las ramas del sauce la habían asido y traído a lugar seguro.
—¡Babú, soy Felí! —susurré volviéndome visible de nuevo.
—¿Felí? ¿Eres tú de verdad? —dijo ella, separando apenas los brazos de la cara. Cuando me vio, su alegría fue inmensa, y la mía... ¡Habría querido tranquilizarla, llevarla a casa, pero no había tiempo!
—Tengo que volver con tu tía —dije—. Quédate aquí y no te muevas hasta que no oigas otra vez mi voz, ¿de acuerdo? No te muevas, Babú, ¡por ningún motivo! El sauce te protegerá.
La besé en la frente y volví a la batalla.
A través de la tormenta volví a ver la maraña de rayos que se retorcía en el cielo. Era mayor y más densa que antes y el corazón se me subió a la garganta… Habría podido escapar y dejar a mi bruja a merced de su destino, ¡pero nunca lo haría!
Así que avancé, aleteo tras aleteo, tragándome el miedo. Intentaba no pensar en esos tentáculos de fuego que, enloquecidos, azotaban y restallaban con un fragor petrificante en torno a la pequeña libélula. Tenía heridas las alas, pero seguía combatiendo, zigzagueando entre los rayos y convirtiendo los que podía en hilos de seda dorada.
Tenía que llegar hasta ella, decirle que Vainilla estaba a salvo: esto le daría nuevas fuerzas y esperanzas… Me hice invisible y, con la ayuda de mil soplosdehada, logré acercarme a Tomelilla, justo el tiempo para darle la noticia. Luego un rayo nos separó de nuevo, pero desde lejos vi que sonreía.
En medio del campo de batalla, de golpe se me pasó el miedo. Luché e incluso acerté a asestar algunos buenos golpes, pero dentro de mí no dejaba de pensar: "¿Cuánto tiempo podremos resistir todavía?".
De repente, un rumor que no había oído en mi vida hizo temblar el valle. Era la voz de un animal gigantesco. No tuve valor para volverme, cerré los ojos y esperé que llegara mi final...
No sé qué hizo que los reabriera, puesto que el rugido estaba ya sobre mi cabeza. Después me sentí increíblemente feliz de haberlo hecho. Lo que vi superó todo mi miedo, toda imaginación, toda fantasía que hubiera albergado en mi joven cabeza: ante mí estaba el majestuoso dragón blanco de Dum y a lomos de él, soberbia y hermosa, ¡cabalgaba mi bruja! El dragón volaba elegante y seguro entre los relámpagos, indiferente a sus ataques: las descargas de fuego se apagaban contra él y tampoco parecían poder alcanzar a Tomelilla, como si un escudo invisible la protegiera.
Furiosa e impotente, la maraña gritaba y se contorsionaba de rabia. Luego, de repente, se transformó.
Rayos y truenos se esfumaron y por un instante creímos que habían vuelto a la forma de nube. Pero el ensordecedor zumbido que emitía nos convenció de que se trataba de algo nuevo, ¡algo que jamás habíamos visto y no habríamos querido ver!
En menos de lo que se tarda en decirlo, nos rodeó un espantoso enjambre de langostas negras, con patas afiladas como cuchillas de afeitar. Un momento después las teníamos ya encima...
Fue uno de los combates más impresionantes que haya vivido nunca: desde la grupa del dragón, Tomelilla lanzaba hechizos de mariposas, pero por muchas langostas que consiguiera transformar, otras tantas o incluso el doble volvían a atacar. Hasta el fuego del dragón parecía no tener efecto sobre ellas: incluso ardiendo, seguían agrediéndonos, traspasando nuestras ropas e hiriéndonos.
No obstante, Tomelilla no parecía darse cuenta. Sus heridas se cerraban en seguida y la energía de la bruja era infinita. De todos modos, el enemigo había elegido bien su arma: sabiendo que una Bruja de la Luz no puede desaparecer, había lanzado contra ella armas minúsculas y agudas. Se convirtiera en lo que se convirtiera, las langostas harían blanco.
—¡NO ECHES FUEGO, MI FIEL NAIM, SINO VIENTO CONTRA ELLAS! —gritó la bruja al dragón, asiendo con fuerza las riendas.
El dragón comenzó a batir sus grandes alas con energía, cada vez más fuerte... Tuve que aferrarme a su crin para no ser barrida, pero la idea funcionó. Las enormes turbulencias creadas por aquel poderoso movimiento abrieron un hueco en el enjambre y conseguimos huir por él.
Pero fue un sueño breve.
Los animales se apresuraron a formar de nuevo las filas compactas de su ejército y, rápidos como la corriente, se lanzaron tras nosotros.
Huimos hacia el pueblo. Tomelilla, sin embargo, tiró de pronto de las riendas de Naim:
—Así las conducimos a nuestras casas... ¡Debo detenerlas! —dijo encarando al enemigo.
"
¿Debo?
¿Y yo?" Busqué su mirada para comprender lo que quería que hiciera... Porque había dicho "debo" y no "debemos", ¿por qué no me había dado la orden de combatir, o bien la de huir? La miré de nuevo, pero ella no se volvió. Montada en su dragón, esperaba valientemente la llegada del enjambre.
A lo lejos se vislumbraban ya las luces del pueblo. Dalia, siguiendo el consejo de Tomelilla, las había hecho encender todas... Respiré profundamente y me volví también.
—Aquí me tiene, Tomelilla, siempre me tendrá —dije situándome a su costado.
No recuerdo lo que pensaba mientras miraba cómo el enjambre se hacía cada vez mayor, pero estaba con las criaturas más maravillosas que había conocido y esto me procuraba una extraña paz. Desde luego, el corazón me latía con fuerza: éramos tres contra tres millones, pero podíamos ralentizar su carrera y así dar tiempo a los demás Mágicos a prepararse... ¡Qué valor da la esperanza!
Finalmente... llegaron. Mi corazón dejó de latir y me pareció que no oía ya ningún ruido.
Estaba lista.
Pero algo me hizo sobresaltarme, unos gritos a mi espalda. Me volví lentamente y el corazón me estalló de alegría: Duff, Hortensia, Devién, Talosén y Lolaflor volaban hacia nosotros. ¡Y no estaban solos! Detrás de ellos, un ejército entero de Mágicos volaba en nuestra ayuda: Calicanto Winter, Butomus Rush, Matricaria Blossom, Cardo, Meum, Siringa Beldell, Verbena Well, Rex Estrelicia, Lilium Martagon... incluso Margarita de Transvall, la maestra...
Todos, ¡estaban todos!
¡Ahora sí que podríamos vencer!
La batalla que se desencadenó fue larga y agónica. Duró toda la noche y todo el día siguiente, y marcó el fin de una época y el principio de otra para el valle de Verdellano.
Los niños de Fairy Oak se saben de memoria este capítulo de la historia y aún hoy se apasionan leyendo la gesta de sus abuelos, magos y brujas, que combatieron codo con codo para salvar su valle.
Yo no voy a contarla, ahora no. Pero sí os diré cómo terminó, y descubriréis por qué aquella batalla fue tan importante.
Cuando la paz y el silencio volvieron al valle, la victoria era nuestra. Pero las huellas que había dejado el enfrentamiento confirmaron la atroz sospecha que Tomelilla había tenido desde el principio...
Mientras los magos y brujas se felicitaban unos a otros y ayudaban a los heridos, volé hacia el sauce en busca de Vainilla. La encontré llorando, quizá de alegría, quizá de cansancio, quizá por ambas cosas. Le besé las lágrimas y le sonreí.
—Todos estamos bien —le dije.
Las ramas del sauce se abrieron por encima de nosotras y nos bajaron despacio al suelo, donde Tomelilla y Cícero esperaban ansiosos para abrazar a la niña.
—¡Estás sana y salva! —sollozó Cícero estrujando a Vainilla en un largo abrazo. También llegó Barolo, que ladró de alegría, y ella le dio las gracias:
—No lo habría conseguido sin ti, ¡eres un amigo valiente! —dijo acariciándolo. Luego se arrojó a los brazos de Tomelilla—. Oh, tía, he pasado tanto miedo por ti...
—Ha sido duro —respondió ella—. Pero hemos salido triunfantes, por muy poco...
"¡Y tan poco!", pensé.
—Vamos a casa. Aunque antes tendrías que darle las gracias a alguien...
Agarrando a su tía de la mano, Babú acarició el tronco del sauce:
—¡Shirley tiene razón, eres todo un caballero!
—…O toda una dama —intervino Tomelilla.
—Sí... Gracias por haberme salvado, ¡vendré a verte cada vez que pueda! —dijo Vainilla.
Nos encaminamos por el sendero de vuelta. Tomelilla, sin embargo, se quedó un poco atrás, como si esperara a alguien. De pronto sonrió y mandó un beso al cielo: levanté los ojos y vi al dragón blanco de Dum que revoloteaba encima de ella. Naim movió las alas en señal de despedida y se fue.
Tomelilla me miró y me guiñó un ojo.
—Ahora regresemos a casa —susurró mientras yo me dejaba caer exhausta en el bolsillo de Babú.