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Authors: Brent Weeks

Tags: #Fantástico

El prisma negro (59 page)

BOOK: El prisma negro
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—Nosotros somos los malos. Después de lo que hicieron ellos en Garriston —dijo con amargura Corvan.

—¿En términos de lo que sucederá con las Siete Satrapías si vencemos? Sí.

El silencio se prolongó.

—Te descubrirán tarde o temprano —dijo Corvan—. Debes tenerlo en cuenta. No puede durar eternamente.

—No necesito engañarlos durante mucho tiempo. Unos cuantos meses. Lo suficiente para consolidar la victoria. Aunque el Espectro lo descubriera, no me delatarían antes de que nuestros adversarios estuvieran aniquilados. Una mañana no me levantaría de la cama. Puedo aceptarlo.

—No nos faltan opciones —dijo Corvan—. Quiero decir, si vencemos. Estos problemas tienen solución. Nadie sabe qué ocurrirá si ganamos. Si conseguimos imponernos al ejército de Gavin relativamente intactos y obligar a la Cromería a capitular enseguida, podríamos contra…

—¿Te imaginas a la Blanca capitulando?

Corvan abrió la boca. Volvió a cerrarla.

—No.

—El plan deja mucho que desear —dijo Dazen—. Lo sé. Pero quizá no sea el peor de todos.

—Supongo que aún podríamos perder.

—Tú siempre tan optimista.

Ahora, Corvan apartó a Gavin mientras se enjugaba las lágrimas con el dorso de la mano.

—Te he echado de menos, amigo.

—Y yo a ti. Dime, ¿qué diablos haces aquí? —preguntó Gavin.

El regocijo del rencuentro se esfumó de las facciones de Corvan.

—Venía a advertir al gobernador de que el rey Garadul se dirige hacia aquí. Su ejército llegará dentro de cinco días, una semana a lo sumo. Y han capturado a Karris Roble Blanco.

Gavin contuvo la respiración. ¿Karris? ¿Capturada?

Ahora no podía hacer nada al respecto, aunque abriera un abismo sin fondo en su estómago.

—Estaba al corriente de las intenciones del rey Garadul —dijo—. No sabía… lo otro.

—Me lo figuraba. ¿Por qué si no estarías aquí?

—¿Crees que atacará justo después del solsticio de verano?

—El día después —dijo Corvan—. Los ruthgari se habrán retirado ya, pero los regimientos parianos todavía no habrán desembarcado.

Tal y como Gavin había supuesto. Prácticamente no le quedaba más tiempo.

—Me cuesta creer que el gobernador Crassos no tuviera noticia de la amenaza del ejército de Garadul.

—No te lo creas. Lo sabía —repuso Corvan—. Los ruthgari han empezado a replegarse con antelación. Han dejado atrás una representación simbólica, para asegurarse de que todos salgan de la ciudad antes de que Garadul lance su ataque. ¿Por qué tendrían que luchar y salvar la ciudad para los parianos?

—Malnacidos —gruñó Gavin.

—Y cobardes, y oportunistas. —Corvan se encogió de hombros—. ¿Qué piensas hacer al respecto?

—Pienso defender la ciudad.

—¿Y cómo esperas conseguirlo? —preguntó Corvan.

—Poniendo al mando a alguien con experiencia en causas perdidas —fue la respuesta de Gavin.

Tras unos instantes de silencio, Corvan levantó las manos.

—Ah, no. No puedes. Imposible. ¡Lord Prisma, soy un general enemigo!

—¿Y desde cuándo no se unen a veces los conquistados al bando vencedor? —preguntó Gavin.

—Pero no como generales. Ni de buenas a primeras.

—Han pasado dieciséis años. El tuyo es un caso especial —dijo Gavin—. Corvan Danavis, tenido en alta estima por los dos bandos de la Guerra del Falso Prisma. El hombre que terminó la guerra con honor. Una persona de integridad e inteligencia impecables. Ha pasado mucho tiempo, ¿por qué no podría creer la gente que hemos dejado atrás nuestras diferencias?

—Porque soy yo el que te dejó esa cicatriz en la frente, y no te hizo ni pizca de gracia. Y los hombres de Gavin asesinaron a mi mujer.

Gavin arrugó el entrecejo.

—Eso es verdad.

—No me necesitas —dijo Corvan—. No carecéis de dotes de mando, lord Prisma.

Era cierto. Gavin había sido testigo de grandes muestras de liderazgo, y lo había practicado lo suficiente como para reconocer sus propias aptitudes. También sabía cuáles eran sus puntos débiles.

—Con unos ejércitos igualados, en el mismo terreno, sin mi magia, ¿cuál de los dos ganaría, Corvan?

Corvan se encogió de hombros.

—Si dispusieras del respaldo de un equipo competente y tus comandantes de campo te dijeran la verdad, creo que…

—Corvan, soy el Prisma. Nadie me dice la verdad. Pregunto, ¿podéis hacer esto? Y todos responden que sí, sin importar de qué se trate. Les gusta pensar que el mero hecho de obedecer al mismísimo Prisma les ayudará a superar todos los obstáculos por arte de magia. Cuando solicito objeciones aun a mis planes más disparatados, solo obtengo silencio. Hicieron falta meses e innumerables desastres para que nuestros ejércitos depusieran siquiera en parte esa actitud durante la guerra. Ahora no tenemos tanto tiempo. —Era preciso un tipo de mentalidad especial para comprender exactamente cuál podía ser la reacción de cada una de las ramificaciones de sus fuerzas, a qué situaciones de combate podían enfrentarse con garantías de éxito y cuáles les convendría rehuir. A Gavin se le daba bien eso. Tenía buen ojo para juzgar a los comandantes enemigos, sobre todo si los conocía en persona, y para anticipar sus movimientos.

Pero tomar decisiones espontáneas acerca de la disposición de las fuerzas enemigas a partir de los fragmentarios informes de los exploradores y asignar sus puestos a miles de hombres repartidos entre numerosas divisiones eran dos cosas completamente distintas. Dividir las fuerzas y ordenar que siguieran caminos diferentes para confluir sobre un mismo objetivo, cada una de ellas con su propio comandante, y conseguir que llegaran a la vez… pocos hombres poseían ese talento. Inculcar disciplina a los soldados para que no dejaran de maniobrar durante la batalla, conseguir que se replegaran sin perder tiempo cuando podrían aniquilar al adversario con tan solo una acometida más, que estuvieran tan compenetrados que las líneas pudieran abrirse una fracción de segundo antes de que una carga de caballería atravesara sus filas… eso era prácticamente imposible. A Gavin se le daban bien las personas y la magia. Corvan comprendía las cifras, la oportunidad y la estrategia. Y hacía dieciséis años había sido para Gavin el maestro indiscutible de las artes del engaño. Juntos habían sido imparables.

—Por otra parte, Rask masacró mi aldea. —Corvan lo dijo con total tranquilidad. No estaba enfrentándose a la ira que le producía haber perdido todo lo que conocía; estaba enfrentándose a la historia que contaría la gente: ¡Pensaba que el Prisma y el general Danavis no se podían ni ver! En efecto, pero el Prisma necesitaba un general, y el general Danavis quería vengarse del rey Garadul, que acababa de arrasar el lugar donde vivía.

Funcionaba. Parecería extraño, pero no increíble. Habían pasado dieciséis años.

—Así que ambos nos utilizamos mutuamente —dijo Gavin—. Yo necesito tu genio para la estrategia, y tú necesitas mi ejército para consumar tu venganza. Podría investigarte abiertamente, para dejar claro que no me fiaba por completo de ti.

—Y yo podría refunfuñar acerca de tus afrentas delante de los hombres. Sin pasarme para no socavar su confianza, tan solo lo suficiente para que quede claro que no me sentía cómodo contigo.

—Podría dar resultado.

—Podría —dijo Corvan. Dejó de contemplar la bahía y se dio la vuelta—. Parece que mentir se te da mejor que antes.

—Demasiada práctica —dijo Gavin, reponiéndose del júbilo que le producía la oportunidad de volver a colaborar con su amigo—. ¿Sabes?, si esto funciona, podremos volver a ser amigos dentro de uno o dos años. Incluso en público.

—A menos que os sea más útil como adversario, lord Prisma.

—Ya tengo de sobra. Pero te lo concedo. Y ahora, te espera una sorpresa.

—¿Una sorpresa? —preguntó Corvan, con recelo.

—No puedo dejarme ver dándote ningún motivo de alegría, así que tendrás que bajar las escaleras sin mí. La habitación queda directamente debajo de esta. —De regreso al interior de la sala de audiencias, Gavin se detuvo—. ¿Cómo está?

Corvan sabía a quién se refería y cuál era la verdadera pregunta.

—Hubo un tiempo en que Karris parecía una flor marchita, sometida al menor capricho de su padre. Pero consiguió ingresar en la Guardia Negra y convertirse en la mano izquierda de la Blanca. Si alguien es capaz de salir de esta, será ella.

Gavin respiró hondo y, restauradas ya sus máscaras de seriedad y desconfianza, entraron en la sala de audiencias. El comandante Puño de Hierro había vuelto ya. Se erguía junto a las puertas principales con la actitud relajada pero alerta de quien dedica la mayor parte de su tiempo a estar en guardia, expectante y atento. Estaba acostumbrado a la inactividad y listo para la violencia.

—Comandante —dijo Gavin—. Corvan Danavis y yo nos enfrentamos a un enemigo en común. Ha accedido a ayudarnos a coordinar las defensas de Garriston. Tenga la bondad de notificar a los hombres que el general Danavis se encargará de supervisarlos, con efecto inmediato. El general responderá únicamente ante mí. General, ¿puede seguir usted solo a partir de aquí?

Corvan lucía la expresión de quien acaba de tomar un trago de vino avinagrado y no sabe muy bien cómo disimularlo.

—Sí, mi señor Prisma.

Gavin lo despidió con un ademán. Abrupto, ligeramente imperioso. Que el comandante Puño de Hierro lo interpretara como una muestra de autoridad por parte de Gavin. Corvan apretó las mandíbulas, pero hizo una reverencia y se fue.

Ve, amigo mío, y que el rencuentro con tu hija te resarza siquiera mínimamente de las penurias que has tenido que padecer por mi culpa.

61

—La voluntad es lo que hace que la Cromería dé tanto miedo, incluso a nosotros —dijo Liv. El sol comenzaba a acariciar el horizonte; como si esa fuera la señal que estaban esperando, los esclavos de cámara entraron para encender las lámparas y un fuego.

—¿Quién es esa tal Voluntad, y cómo le paramos los pies?

—Kip. —Liv agachó la cabeza—. Concéntrate.

—Perdón, continúa. —Puesto que la muchacha no estaba prestando la menor atención a los esclavos de cámara, Kip se esforzó por imitarla.

—La voluntad es lo que estás pensando, ni más ni menos. Impones tu voluntad al mundo. La magia se produce porque tú así lo quieres. La voluntad puede suplir las carencias de un trazo defectuoso, lo cual resulta especialmente importante para los porfiados.

—¿«Porfiados»?

—Todos los trazadores varones y la mitad de las mujeres que no sean supercromadas —dijo Liv. Hizo una pausa—. Bueno, casi todos los varones, ¿eh?

El término era un poquito despectivo, la verdad. Solo un poquito. Somos mejores que vosotros, fracasados sin remedio. Vosotros lo intentáis mientras que nosotras lo conseguimos. Pero así funcionaba la Cromería, ¿no? Todo giraba en torno al poder y el dominio.

—Ya —dijo Kip—, porfiados. Esos miserables inútiles. Patéticos. —Que Kip perteneciera al grupo de élite no significaba que tuviese que gustarle cómo se comportaban los demás.

Liv se sonrojó y repuso:

—Mira, Kip, no hace falta que te guste, pero tienes que aceptarlo. Y probablemente te vendría bien dejar de estar resentido por todo. No es como si estuviéramos en casa. Porque, ¿a que no lo adivinas? Ya no tenemos casa. La Cromería es lo único que nos queda, y va para largo. Así que a ver si maduras de una vez.

Fue como si le hubiera abofeteado. Tenía razón, pero no se esperaba tanta vehemencia. Desvió la mirada.

—Vale. Perdona.

Liv expulsó el aliento.

—No, perdóname tú. Es que… no sé… supongo que todavía estoy aclimatándome a todo esto. En la Cromería todo se rige por una jerarquía, Kip, y no es fácil acostumbrarse. Ni siquiera sé si es bueno acostumbrarse. Pero cuando sabes cuál es tu lugar, puedes intentar averiguar cómo se supone que debes relacionarte con los demás, incluso con personas a las que no conoces de nada. Eso simplifica las cosas. Es solo que… después de tres años como monocroma de un color anodino, y encima tyreana, todo eso de la jerarquía no me hacía ni pizca de gracia. Pero por fin me había resignado a aceptar el lugar que me correspondía, ya casi había terminado con mi formación y estaba lista para embarcarme en una vida de mierda. Ahora soy bicroma y todo ha cambiado de la noche a la mañana. Pasaré otros dos años en la Cromería, y mi vida será completamente distinta. Ahora la gente me ve. —Esbozó una sonrisita amarga, compungida—. Supongo que eres un experto en cambios radicales que se producen en un abrir y cerrar de ojos. La cuestión es que mi nueva vida me gusta. Tengo ropa nueva, joyas, una asignación. Una esclava de cámara. Creo que empiezo a darme cuenta de que tal vez no detestaba la jerarquía, sino tan solo mi lugar al fondo de la misma. Así que cada vez que disfruto haciendo algo me siento como si se confirmara que soy una hipócrita.

—Te prometo que intentaré hacerte la vida imposible, si eso te hace feliz —dijo Kip.

Liv le dio un puñetazo en el hombro, bromeando, aunque era evidente que sus palabras la habían emocionado.

—Eres un verdadero milagro caído del cielo, Kip. —Liv sonrió, sin embargo, mientras Kip se masajeaba el hombro. La sonrisa no tardó en desvanecerse de nuevo—. Creo que debería seguir mi propio consejo y empezar a aceptar las cosas como son. Eres el hijo del Prisma y yo soy tu tutora. No debería pegarte. Por Orholam, eres el hijo del Prisma, ¿cómo me atrevo?

Kip sintió una opresión en el pecho.

—¡No! —exclamó, más alto de lo que pretendía. Los esclavos de cámara lo miraron. Bajó la voz, azorado—. Liv, júrame que no lo harás. Te…

¿Qué ibas a decir, Kip? ¿Te quiero desde el primer día que te vi? Ya.

—No soportaría perder mi último lazo con Rekton —dijo en su lugar, con las palabras brotando atropelladas de sus labios—. Eres la única persona que me conocía antes de todo esto.

Estupendo, buen trabajo intentando que parezca que es algo impersonal. Tú me importas un bledo, lo verdaderamente importante es Rekton.

—Quiero decir… Liv, tú me conoces, eres… —¿Eres mi amiga? Eso suena un poco presuntuoso, ¿no? ¿Y si ella nunca te ha considerado amigo suyo?

»Eres de Rekton, igual que yo —dijo, en cambio, sin convicción. Otra vez impersonal. ¡Maldición!—. Necesito a alguien con quien hablar, y siempre te he… admirado.

¿Admirado? ¿Como si fuera un cuadro?

—Quiero decir, te aprecio…

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