Cambiar esta realidad también requerirá la participación de los ciudadanos y el empoderamiento de los consumidores. Y si esa pelea empieza con algunas victorias —como la multa histórica a Telcel— habrá que entenderlas y celebrarlas así. Brincando de felicidad, aunque en este momento sea con un solo pie. Cuando el gobierno se aboque a confrontar a Televisa como lo hizo con Telcel, entonces podremos brincar con los dos.
Y mientras tanto habrá que seguir luchando para que los ciudadanos cuenten con instrumentos para hacer valer sus derechos como consumidores. En México actualmente no se les permite participar como sujetos con derechos plenos; no tienen cómo defenderse de manera eficaz ante empresas que proveen malos servicios o abusan de sus clientes. Mientras que muchos otros países —Colombia, Brasil, Uruguay, Argentina, Chile, Ecuador, Costa Rica, España, Canada, toda Europa y Estados Unidos— reconocen el derecho de sus ciudadanos a organizarse colectivamente a través de los llamados
class action
, en México se ha limitado esa posibilidad debido a la aprobación de una legislación mal diseñada. Una legislación defectuosa, resultado de la presión del Consejo Coordinador Empresarial.
Lo que se ha buscado es diluir, minimizar, controlar, obstaculizar el empoderamiento de los ciudadanos
vis á vis
empresas —públicas y privadas— que prefieren mantener las cosas tal y como están. La reforma aprobada preserva una situación que funciona muy bien para el gobierno y para la cúpula empresarial, pero funciona muy mal para los consumidores. Es cierto que las
class action
tienen mala reputación por los excesos que han producido en Estados Unidos. Es cierto que una sociedad litigiosa ha llevado a resultados contraproducentes que elevan los gastos de operación de las empresas y benefician a abogados rapaces. Pero el mal uso de un instrumento no debe ser motivo para descalificar al instrumento en sí. Sería equivalente a argumentar que los partidos políticos deben ser eliminados porque en países como Italia y México actúan de mala manera.
Bien diseñadas, bien reguladas y bien instrumentadas, las “acciones colectivas” pueden producir círculos virtuosos de empresas preocupadas por innovar, competir, producir mejores productos a precios más baratos. No son algo que los empresarios deberían temer sino algo que deberían promover. Porque generarían condiciones para una mejor cultura de negocios y satisfacción al cliente. Porque contribuirían a la construcción del capitalismo competitivo y democrático que tanto urge. Porque serían el mejor disuasivo ante los abusos de monopolios públicos y privados que estrangulan el crecimiento. México necesita ser más competitivo, más productivo, más rápido, más inteligente que sus competidores. Y las acciones colectivas son una forma de generar incentivos para que eso ocurra.
La respuesta entonces en el fondo es política, no económica. Tiene que ver con la inauguración de un nuevo tipo de relación entre el Estado, el mercado y la sociedad. Porque si el gobierno de México no logra construir los cimientos del capitalismo democrático, condenará a México al sub desempeño crónico. Lo condenará a seguir siendo un terreno fértil para los movimientos populares contra las instituciones; un país que cojea permanentemente debido a las instituciones políticas que no logra remodelar, los monopolios públicos y privados que no logra desmantelar, las estructuras corporativas que no logra democratizar.
Un lugar donde muchas de las grandes fortunas empresariales se construyen a partir de la protección política y no de la innovación empresarial. Un lugar donde el crecimiento en los últimos años ha sido menor —y el impacto de la crisis del 2010 ha sido peor— que en el resto de América Latina, debido a los cuellos de botella que los oligopolios han diseñado, y sus aliados en los órganos regulatorios y en los tribunales les ayudan a defender. Un lugar donde las penurias que madame Calderón de la Barca enfrentó con los aeropuertos y los maleteros y los taxis y las gasolineras y la telefonía y la televisión, son las mismas que padecen millones de mexicanos más.
Miles de personas con comisiones por servicios financieros que que no logran entender, con cobros inusitados que nadie puede explicar, parados en la cola de los bancos. Allí varados. Allí desprotegidos. Allí sin opciones. Allí afuera.
Víctimas de un sistema económico disfuncional, institucionalizado por una clase política que aplaude la aprobación de reformas que no atacan el corazón del problema. Presidentes y secretarios de Estado y diputados y senadores y empresarios que celebran el consenso para no cambiar. Propensos a proponer reformas aisladas, a anunciar medidas cortoplacistas, a eludir las distorsiones del sistema económico, a instrumentar políticas públicas a pedacitos, para llegar a acuerdos que tan sólo perpetúan el
statu quo
.
Mientras tanto, la realidad acecha con golpes de cinco millones de pobres más tan sólo en el ultimo año, con crecimiento intermitente, de ser el lugar 60 de 134 en el Índice Global de Competitividad y de una nación que dice reformarse mientras evita hacerlo. México no crece por la forma antidemocrática en la cual se usa y se ejerce y se comparte el poder, ni más ni menos. Por las reglas discrecionales y politizadas que rigen a la República mafiosa, a la economía “de cuates”. Por la supervivencia de las estructuras oligopólicas que el gobierno creó y sigue financiando. Por la persistencia de monopolios que inhiben la innovación, la productividad y el crecimiento económico. Creando así un país poblado por personas obligadas a diluir la esperanza, a encoger las expectativas, a cruzar la frontera al paso de 400 mil personas al año en busca de la movilidad social que no encuentran aquí, a vivir con la palma extendida esperando la próxima dádiva del siguiente candidato, a marchar en las calles porque piensan que nadie en el gobierno los escucha, a desconfiar de las instituciones, a presenciar la muerte común de los sueños, porque México no avanza a la velocidad que podría y debería.
Aparentemente la democracia es un lugar donde se llevan a cabo numerosas elecciones, a un alto costo, sin temas y con candidatos intercambiables
.
C
ORE
V
IDAL
El sabor de la democracia se vuelve un sabor amargo cuando la plenitud de la democracia es negada
.
A
MX
L
ERNER
¿Sabe usted quién es su diputado? ¿Sabe usted cómo vota y a favor de qué lo hace? ¿Sabe usted cuántas veces ha visitado su distrito y hablado con sus habitantes? ¿Sabe usted cómo comunicarse con él (o ella) para presentarle demandas y exigirle que las cumpla? ¿Sabe usted con qué presupuesto cuenta y de qué manera lo gasta? ¿Sabe usted cuánto viaja y a dónde? ¿Sabe usted si compra un boleto en primera clase o en turista? ¿Sabe usted dónde come de manera cotidiana y quién paga la cuenta? ¿Sabe usted qué propuestas defiende y qué propuestas critica? ¿Sabe qué iniciativas legislativas ha presentado? ¿Sabe cómo ha gastado el dinero público que usted le entregó a través de los impuestos?
Es probable que usted no sepa todo eso y quisiera sugerir por qué: el sistema politico/electoral que tenemos desde hace más de una década no fue construido para representar a personas como usted o como yo. Fue erigido para asegurar la rotación de élites, pero no para asegurar la representación de ciudadanos. Fue creado para fomentar la competencia entre los partidos, pero no para obligarlos a rendir cuentas. Fue instituido para fomentar la repartición del poder, pero no para garantizar su representatividad.
Quizá por eso, como lo reveló una encuesta realizada por la Secretaría de Gobernación, sólo cuatro por ciento de la población confía en los partidos y sólo diez por ciento piensa que los legisladores legislan en favor de sus representados. La población mira a los partidos y ve allí una historia de
priízación
, de complicidades, de organizaciones que dijeron enarbolar algo distinto para después actuar igual. Ve a partidos con algunas diferencias en cuanto a lo que ofrecen, pero con demasiadas similitudes en cuanto a cómo se comportan. Ve pluralismo en la oferta política pero mimetismo en el desempeño gubernamental. Ve a partidos corruptos, partidos que se niegan a rendir cuentas, partidos que se rehúsan a reducir gastos, partidos que hacen promesas para después ignorarlas, partidos que en lugar de combatir la impunidad, perpetúan sus peores prácticas.
Allí está el
PRI
montado sobre el corporativismo corrupto y vanagloriándose por ello. O el
PAN
que prometió ser el partido de los ciudadanos pero acabó cortejando a Valdemar Gutiérrez, líder atávico del sindicato del
IMSS
. O el Partido Verde, única opción “ecologista” del planeta que apoya la pena de muerte mientras se vende al mejor postor y financia la farándula del “niño verde”. O el
PRD
, enlodado por el constante “cochinero” de sus elecciones internas y que no logra remontar las divisiones al interior del partido, producto de su relación de amor-odio con Andrés Manuel López Obrador. O el
PT
o Convergencia, saltando de alianza en alianza para ver cómo aterrizan mejor.
Allí está la farsa montada cada vez que los partidos seleccionan a sus candidatos para cualquier contienda. “Se les hará una prueba de ética” clama Beatriz Paredes, mientras le levanta el brazo a un controvertido postulante en Colima, e ignora a su hermano encarcelado por vínculos con el narcotráfico. “No tengo cola que me pisen” anuncia Beatriz Paredes, mientras invita a su partido a tantos que sí la tienen, y muy larga. “No le apostamos al corporativismo” proclama Beatriz Paredes, mientras premia con plurinominales a quienes son emblemáticos de sus peores prácticas. Beatriz canta y canta, de la mano de Víctor Flores, el longevo líder de los ferrocarrileros, codo a codo con los caciques de la
CROC
.
Allí está la forma en que Manlio Fabio Beltrones logra armar su propia bancada con incondicionales, discípulos y familiares. La manera en que Enrique Peña Nieto construye su coalición mexiquense en el Congreso. En ambos casos la selección no se hace con base en el profesionalismo, sino en la lealtad. No preocupa la representatividad sino la rebatinga. No impera la calidad sino una obsesión con la lealtad. Y por ello el Congreso acaba con bancadas repletas de incondicionales y yernos y clientes y amigos y subordinados. Un Congreso que premia cuates en lugar de representar ciudadanos. Un Congreso disciplinado frente a los líderes partidistas pero indiferente frente a la población. Un Congreso que funciona como agencia de colocación suya y no como correa de transmisión nuestra.
Allí está el hecho de que tantas plurinominales “quedan en la familia”. El hecho de que tantos hijos sean postulados en distritos “seguros” en vez de distritos reñidos. Bebesaurios y camaleosaurios y númenes del nepotismo, constatando con sus candidaturas esa realidad seudo democrática en la que no hay reelección pero sí hay trampolín. En donde participan más jugadores en el terreno electoral, pero el juego sigue siendo el mismo de siempre. En donde las reglas de la competencia —aplaudidas pero incompletas— sólo perpetúan la rotación de cuadros inaugurada por el
PRI
y aprovechada por otros partidos. Montando así una democracia fársica que preserva los privilegios de una élite política que salta de puesto en puesto, sin jamás haber rendido cuentas por lo que hizo allí. Una democracia competitiva pero impune.
Una democracia guiada por “Los diez mandamientos del político mexicano”:
1.° Amarás al Hueso sobre todas las cosas. Te aferrarás a él sexenio tras sexenio, no importa quién llegue a la presidencia ni a qué partido pertenezca. Te cambiarás de partido si es necesario, con tal de vivir del presupuesto y asegurar la forma de vida que te provee y los privilegios que te asegura: las casas, los autos, los celulares, los contratos, los guaruras, las cuentas bancarias, el séquito que te sigue adondequiera que vas. A lo largo de tu vida política serás priísta y panista y perredista y aliancista y verde y naranja y lo que convenga según el monto de las prerrogativas. No importa la afiliación ideológica que suscribas sino cuánto te paga y cuánto te da. Brincarás de puesto en puesto por todas las ramas del gobierno, por todos los niveles del tabulador. Si haces las cosas bien, podrás ser alcalde y secretario particular y diputado local y diputado federal y secretario de desarrollo y senador y gobernador. Podrás acumular propiedades en París, casas en Careyes y ranchos en tu estado natal. Podrás ser “totalmente desvergonzado” y no pagar el precio por ello ya que todos los procuradores asignados a tu caso te exonerarán.
2.° Tomarás el nombre de la democracia en vano. Hablarás de ella con frecuencia pero rara vez te regirás por sus preceptos. Te referirás a ella en todos tus discursos sin entender en realidad de qué se trata y lo que tendrías que hacer para volverla realidad. Insistirás que México ya es democrático y que la parálisis legislativa es tan sólo uno de sus síntomas. Hablarás todo el tiempo de la transparencia aunque no quieras decir cuánto ganas ni cuantos “asesores” tienes. Celebrarás la muerte de la presidencia imperial, aunque en privado te burles de la presidencia irrelevante. Insistirás en la necesidad de llevar a cabo “la reforma del Estado” cuando el que existe y te paga tanto no te parece tan mal.
3.° Santificarás las fiestas patrias y tomarás un puente vacacional cada vez que puedas para aprovecharlas. Darás “el grito” de Independencia, preferiblemente en alguna ciudad de Estados Unidos, donde usarás la ocasión para ir de compras con tu familia. Hablarás de la gloriosa Revolución y cuánto hizo por los pobres aunque en realidad te importen un rábano. Celebrarás el 5 de mayo cenando en el Champs Elyseés y le cobrarás la cuenta al erario. Te presentarás en la marcha del Día del Trabajo y darás gracias por el asueto obligado, mientras le aplaudes a la clase obrera que gana una fracción de tu sueldo. Aprovecharás las fiestas navideñas para regalarle relojes Cartier a tus compañeros de bancada y así asegurar que no le informen a la prensa cuántas veces has faltado a la Cámara.
4.° Honrarás a tu padre y a tu madre —los líderes de tu partido—, ya que ellos te dieron vida. Si eres priísta dirás que Manlio Fabio Beltrones es el político más honesto de todos los tiempos. Si eres panista dirás que Felipe Calderón es el candidato más carismático de la historia de México. Si eres perredista dirás que López Obrador fue el jefe de gobierno más transparente desde los aztecas. Si eres miembro del Partido Verde dirás que Jorge Emilio González es el muchacho más inteligente que has conocido. Si eres del partido naranja dirás que la triangulación de recursos es parte de un complot en el cual seguramente está involucrado Carlos Salinas. Si eres foxista dirás que Vicente Fox por lo menos no provocó devaluaciones, no asesinó estudiantes, y no produjo levantamientos indígenas, por lo cual merece ser reconocido como un buen presidente tan sólo por comparación.