Read El olor de la magia Online
Authors: Cliff McNish
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil
—Salta —dijo la bruja.
—¡No! —gritó Paul agarrándola por las piernas. Él la alcanzó a tiempo, pero la maestra, con lágrimas en los ojos, le dio un puntapié. Y saltó.
Cuando la maestra cayó, los niños cerraron los ojos esperando oír el sonido del impacto. Como este no se produjo, algunos de los que estaban más alejados de Calen alargaron los cuellos para mirar por la ventana.
Y su maestra les devolvió la mirada. Estaba ilesa. Estaba de pie en el patio, mirándose temblorosa brazos y piernas, incapaz de creer que no estuviesen pulverizados. Paul parpadeó aturdido.
—Yo he intentado… ¿He hecho yo eso?
—No —dijo Calen con desdén—. Eso sería esperar demasiado. —De pronto, Calen hizo pedazos el hechizo que ocultaba a Raquel, Eric y Morpet.
Eric no se lo pensó. Simplemente, echó a correr entre los pupitres mientras los niños se quedaban boquiabiertos y saltó sobre Calen, golpeándole en la cara una y otra vez. Calen no se molestó en librarse de él. Por el contrario, le permitió a Eric golpear su nariz ganchuda y sus ojos protuberantes, interesada en cómo se sentían los puñetazos. Finalmente, como si fuera un insecto ligeramente irritante, se quitó a Eric de encima; pero de modo suave. Paul enmudeció.
—¿Quién ha salvado a la maestra? ¿Él?
—En parte. La niña hizo el resto. —La mirada de Calen se posó en Raquel lentamente—. Tú ayudaste a destruir a mi hermana —dijo ella—. Es difícil refrenarme para no matarte.
El cuerpo de Calen se agitó; aunque no de miedo. Todos en la clase pudieron ver que se agitaba por el esfuerzo que hacía para no luchar: para detener el profundo instinto que le estaba dictando aplastar a Raquel de inmediato. Su cuerpo se preparó instintivamente para el combate. La sangre rezumaba bajo su piel, mientras su cara roja iba palideciendo cada vez más. Sus garras se alargaron. Los ligamentos de sus brazos y de sus piernas se hincharon y endurecieron. Sus ojos, la única parte vulnerable de la cabeza de Calen, se entrecerraron retirándose dentro de sus párpados óseos. Y sus cuatro bocas se abrieron en toda su extensión; sus dientes negros le dolían de las ansias irrefrenables de probar las carnes de Raquel. Pero se detuvo.
—¿Cuántas sois? —preguntó Morpet—. ¿Cuántas brujas?
—Una ya es demasiado para ti —rió Calen mientras se volvía hacia Raquel—: Esta vez no hay ningún mago para rescatarte, niña, Ah, y mientras tú jugabas por aquí, tu amigo el bebé ha encontrado una nueva casa. —Sacó sus anchos hombros por el marco de la ventana y desapareció, llevándose a Paul con ella.
—Yemi —susurró Raquel.
Dejando a Eric y a Morpet en el aula, Raquel se transportó en dos grandes saltos a casa de Yemi. Llegó jadeante, y miró a través de una de las ventanas abiertas de la choza. Una mitad de la habitación estaba totalmente en sombras. Unos sollozos venían de la oscuridad, de una figura tendida en el suelo. En la parte soleada de la casa se sentaba Fola, su brazo se movía en las sombras acariciando a la figura yaciente.
—Él irse —le dijo Fola a Raquel—. Llevado. Por esto.
Fola mostró sus dientes, y entonces buscó una manera de hacerse entender.
Finalmente puso ambas muñecas contra sus mejillas, tensando y retorciendo los dedos.
Raquel mandó sus hechizos de información inmediatamente en busca del rastro del olor de Yemi, de Calen o de cualquier cosa relacionada con una bruja. No encontró nada. Transportándose de un lado a otro de manera desesperada, había recorrido ya medio mundo antes de comprender algo aún más siniestro: el de Yemi no era el único olor perdido. No había ningún rastro de magia por ninguna parte.
Todos los niños que poseían los más intensos poderes mágicos habían sido abducidos.
En los caminos y en las carreteras, en las puertas de las casas, en las camas, en cada lugar del mundo donde había niños, las brujas habían pasado secuestrándolos. Cada continente rindió su número. Las brujas se llevaron a algunos niños directamente sobre sus brazos musculosos; otros, aquellos que podían aprender rápidamente el vuelo rudimentario, volaron junto a las brujas, preguntándose adonde eran conducidos. Los niños más pequeños, cuando miraban a la bruja durante el viaje, solo veían a otro jovenzuelo más, pero más salvaje y desmadrado que ninguno y más persuasivo. Raramente se trató con tanta delicadeza a los niños mayores. Las brujas no se molestaron en esconder su verdadera apariencia, y los niños viajaban aterrorizados hacia el norte del planeta.
Al llegar a la base de las brujas, fueron recibidos por las torres-ojo. Había cinco, colocadas en un amplio círculo, alzándose amenazadoras entre las altas nubes. A cada niño se le designó una bruja entrenadora, y fue depositado dentro de su torre. Se les despojó de sus ropas, y se les vistió a todos, niños y niñas, con un uniforme de color esmeralda. Entre los más pequeños era difícil distinguir los niños de las niñas. Empezaron a entrenarse inmediatamente con los hechizos más simples: el de vuelo, el de captura, el de ocultación, el de agresión básica y el de tácticas de defensa. La mayoría de los niños eran víctimas del miedo, pero Calen había estudiado algo de las interacciones entre adultos y niños, y para los más jóvenes en poco tiempo todo el asunto se convirtió en un juego, e incluso se les pudo estimular y darles unas pocas órdenes suaves.
Las brujas estaban aprendiendo.
Finalmente, la propia Heebra pasó revista a los setenta y ocho niños seleccionados y preparados por sus brujas.
Formaban filas, completamente inmóviles. Estaban atentos, sufriendo una prueba de resistencia en la nieve polar. En el círculo polar ártico, en pleno verano, el sol nunca se ponía del todo. Brillaba día y noche, y los niños habían seguido su recorrido por el cielo durante mucho tiempo. Vientos lo suficientemente fríos como para helar la sangre humana los golpeaban, pero ellos tenían cuidado de no estremecerse o de mostrar el más mínimo rastro de incomodidad.
—¿Estos son los mejores? —preguntó Heebra.
—Sí —respondió Calen—. Los más dotados de cada país. Los mejores.
Heebra voló entre las filas perfectamente colocadas buscando algún rastro de debilidad.
—¿Cuánto tiempo llevan de pie?
—Alrededor de diecisiete horas.
—¿Sin descansar ni alimentarse?
—En la mayoría de los casos sin ni siquiera moverse —le aseguró Calen.
—¿Qué pasa con este? —Heebra señaló a un chico de piel oscura.
—Ah, este es Yemi. O por lo menos eso pensamos. «Yemi» es la única palabra que usa. Es el más joven de todos.
Yemi se sentó alegremente, haciendo un montoncito de nieve alrededor de sus pies. Cuando Heebra lo observó, unas cuantas mariposas grandes y amarillas colocadas en los dedos de sus pies la observaron a su vez. Sus alas eran del tamaño de su cara.
—Se trajo los insectos consigo desde África —explicó Calen—. Crecen, cambian. A medida que Yemi aprende a usar su magia ellas evolucionan. Ayer eran menos de la mitad de grandes que ahora.
Yemi le ofreció los brazos a Heebra para que lo cogiera.
—¿Qué es lo que quiere? —preguntó ella.
—Es su manera particular de llamar la atención —dijo Calen.
Se inclinó y alzó a Yemi cautelosamente con una garra, sosteniéndolo a cierta distancia de las mandíbulas. Los cuatro juegos de dientes se esforzaban por darle alcance.
Heebra sonrió abiertamente.
—Eres una pobre madre humana.
—Su suavidad es apetitosa —admitió Calen mientras retraía sus dientes.
Heebra olfateó el aire mientras estudiaba a Yemi de cerca.
—Posee un gran don. Puede ser peligroso.
—Todavía es demasiado joven para ser una amenaza —dijo Calen. Duchó a Yemi con decenas de arañas que salieron de sus mandíbulas, dejándolas caer entre sus piernas. Él las recogió con admiración y se las mostró a sus Bellezas de Camberwell.
—Nuestra apariencia real no le horroriza —dijo Calen—. De hecho, al contrario que a los niños mayores, nada parece asustarle.
Heebra examinó el rostro confiado de Yemi.
—Es la intensidad de nuestra magia lo que le fascina. Se siente atraído por ella. Debemos mantenerlo cerca de nosotras y adiestrarlo separadamente del resto de los niños. No hay que permitir que influyan en el muchacho. ¿Echa de menos a su madre?
—Por supuesto.
—Manténlo cerca de ti —dijo Heebra—. Aprende a convertirte en una sustituta convincente.
—¿Realmente crees que él es especial?
—No tengo la menor duda —dijo Heebra con énfasis. Yemi le hizo cosquillas a Calen en el tobillo.
—Más tarde —le murmuró.
Heebra lo miró divertida.
—¿Qué está esperando?
—Quiere jugar. Así es como aprenden.
—Enséñamelo.
Calen le permitió a Yemi cogerle de una garra inferior. Asiéndola firmemente con ambas manos, apretó sus ojos con decisión esperando que Calen alzase el vuelo. Tras un lento ascenso hasta unos cientos de metros, ella le dio un puntapié y se deshizo del niño. Yemi descendió con torpeza, su vuelo fue más parecido al de un avión de papel a merced de los vientos que a un vuelo de verdad, pero aterrizó con suavidad. En cuanto tocó el suelo levantó los brazos pidiendo otro paseo.
—Ayer no podía volar en absoluto —dijo Calen—. Un notable progreso.
Heebra asintió, y después volvió su atención al resto de los niños.
—Entonces, ¿han superado todos la primera fase del adiestramiento?
—Algunos dominan el vuelo a la perfección —dijo Calen—. Y como puedes ver, el frío ya no será un problema.
—Sí, están suficientemente disciplinados —apuntó Heebra—. ¿Cómo podemos obtener su lealtad absoluta?
—Nos temen, de todos modos —respondió Calen—. Por ahora podemos utilizar eso para controlarlos. Algunos son sorprendentemente poco proclives a dañar a los adultos, incluso cuando son empujados a ello. —Calen miró a Paul. Él estaba en la fila con los demás, con los hombros caídos; el cabello de punta era lo único que lo distinguía de otros chicos altos—. Algunos pueden ser conquistados —dijo Calen—. Unos cuantos han tenido experiencias particulares que podemos explotar. —Sonrió, señalando a Heiki, que las miraba con altivez—. Esa niña, por ejemplo. No he escatimado cuidados con ella. El resto necesita más trabajo, pero Heiki es más digna de confianza en todos los sentidos. Podría superar con éxito la mayoría de los desafíos de las alumnas intermedias de Ool.
—¿Tan segura estás? —dijo Heebra—. Entonces la pondré a prueba. Y si ella falla te castigaré a ti.
Desde su lugar en las filas de niños, Heiki intentaba seguir la conversación entre Calen y Heebra. Parecían discutir acerca de ella. Bien. Al contrario que el resto de los niños, ella deseaba hacerse notar. Al principio había encontrado repulsiva la apariencia de todas las brujas; pero cuanto más tiempo pasaba con Calen más cautivada se sentía. Calen exudaba un poder natural, imponiendo su autoridad con desparpajo y de improviso. Y al mismo tiempo, Heiki lo había visto, incluso sus gestos eran elásticos, finos y suaves, casi elegantes. Y nadie parecía fijarse en lo tierna que se mostraba Calen cuando le hablaba a su serpiente-alma, Nylo. La serpiente la idolatraba, vagando libremente sobre su torso y reflejando todos sus estados de ánimo.
Desde los primeros días, Calen había dedicado a Heiki una atención especial. A veces se pasaban horas juntas, hablando como hermanas, casi como iguales, discutiendo acerca de los méritos de los demás chicos y chicas. Heiki se había aprendido ya los nombres de los niños que más destacaban: Siobhan, Paul, Veena, Xiao-hong, Marshall y, por supuesto, Yemi, una verdadera rareza. Del resto ni se ocupaba, y aún no había decidido si había o no alguno en quien pudiera confiar.
Calen se alejó de Heebra y se deslizó hacia ella.
—Justifica la fe que he puesto en ti —dijo en tono seco—. Demuestra todo lo que vales, y tu recompensa será la prometida.
—No fallaré —dijo Heiki—. ¿Se me va a someter a alguna prueba? ¿Qué tendré que…?
—Ya lo verás. Estáte preparada.
Sin previo aviso, el cuerpo de Heiki fue empujado de repente hacia arriba.
De pronto estaba sola, en medio de una gran extensión de nieve virgen cerca de las torres atalaya. Al final de aquel terreno fueron reuniéndose paulatinamente todas las brujas, con sus vestidos negros ondeando al viento. La mayoría de ellas acariciaba cada una un oso polar, la única mascota lo suficientemente fuerte como para soportar la caricia de una zarpa de bruja. Los demás niños habían sido congregados a los pies de las brujas responsables de su adiestramiento.
—Esos osos van a venir a por ti —le dijo Heebra—. La prueba consiste en superarlos. Si cometes un error, no tendrás una segunda oportunidad. ¿Lo has entendido?
Heiki asintió con vehemencia, temerosa de hacer pregunta alguna que pudiera ser interpretada por Heebra como una señal de debilidad. «Una sola oportunidad», pensó. «No debo echarla a perder». Se estremeció, y entonces se dio cuenta de una cosa: se suponía que debía sentir miedo. Eso también formaba parte de la prueba.
—La mayoría de los hechizos que te ha enseñado Calen no van a serte aquí de ninguna utilidad —le dijo Heebra—. No puedes volar ni transportarte más allá de los osos. Tendrás que encontrar otra forma de atravesar el campo de nieve.
Tan pronto como Heebra hubo terminado de hablar, los osos levantaron sus fofos cuartos traseros y tomaron posiciones a distancias de una exactitud matemática por todo el terreno. No habían dejado el menor hueco. No había resquicio alguno por el que Heiki pudiera pasar corriendo hasta donde se encontraban las brujas. Además, sabía muy bien que nunca ganaría una carrera contra un oso polar adulto.