El olor de la magia (21 page)

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Authors: Cliff McNish

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

BOOK: El olor de la magia
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Acababa de llegar un último mago, ataviado con una túnica blanca. Sus ojos de múltiples colores no reposaban sobre ningún objeto.

—¡Larpskendya! —gritó Raquel llena de alegría. Nada más verle, su corazón había saltado de alborozo.

Por un breve instante el Gran Mago le dirigió un grave gesto de reconocimiento. Luego, él y el resto de los magos se precipitaron, desplegándose en la nieve junto a Heiki.

Larpskendya recogió su convulso cuerpo del Ahorcado. Le enjugó las lágrimas.

Heiki había esperado un castigo. Cuando Larpskendya se limitó a levantarla en sus fuertes brazos, se dio cuenta de que era incapaz de pensar con claridad. Él la sostuvo, sin pronunciar palabra, hasta que ella dejó de temblar. Él le tocó el brazo lastimado y se lo curó. Por fin Heiki levantó los ojos hacia él, pero no pudo mirarle a los ojos. Apenas era capaz de hablar.

—¿Por qué… por qué me ayudas?

Larpskendya pareció sorprendido.

—¿Por qué no iba a ayudarte?

—Después de lo que he hecho…

—¿No has recibido ya bastante castigo? ¿Quieres más?

—No —susurró ella—. Oh… Pero yo… he hecho algunas cosas terribles.

—Y podrías haber hecho cosas aún peores —replicó él con firmeza—. Nos espera una prueba mucho más dura, por causa tuya. ¿Estarás dispuesta a ayudarme, Heiki?

Antes de que ella pudiera decir nada, resonó la voz de Calen. Se había recuperado de la entrada de los magos, aunque Nylo seguía acurrucado contra su cuello.

—Veinte magos —gritó—. Veinte magos no serán suficientes. ¿A cuántas brujas eres capaz de derrotar en un combate personal, Larpskendya? ¿A cinco? ¿A cincuenta?

Levantó una zarpa… y cien torres de vigilancia recién construidas se recortaron relucientes contra el cielo. Las brujas salían de ellas, sacándose de sus vestidos negros sendos puñales de hoja corta y curvada.

Si los magos de Larpskendya sintieron algún temor, no lo demostraron.

—¿No te impresionan? —dijo Calen—. Unas pocas más, entonces.

Aparecieron entonces exactamente otras seiscientas cincuenta y seis torres.

Las brujas salían en racimos de las ventanas de vigilancia, en tan gran número que sus cuerpos en movimiento cubrieron de sombras la mitad de la nieve. Morpet estiraba el cuello. No podía ver más allá de las brujas. Se multiplicaban a su alrededor y por encima de él, bañadas en una brillante luz verde.

Eric jadeaba con desesperación mirando hacia el cielo.

—No creo que ni siquiera Larpskendya sea capaz de vencer a tantas —dijo en un susurro de voz, introduciendo a los prapsis en el fondo de su abrigo—. Tendremos que luchar también nosotros.

—Espera alguna señal —dijo Raquel, apretando el puño—. Larpskendya nos mostrará lo que tenemos que hacer.

Las brujas ocuparon posiciones de combate acordadas en el cielo, arremolinándose en grupos hasta rodear a los magos. Cada uno de los grupos estaba integrado únicamente por hermanas con afinidad sanguínea… la combinación de combate más feroz posible. Una vez dispuestas, cada una de las serpientes compañeras de las brujas les lamieron el rostro en sentido diagonal… la tradicional señal de disposición para la batalla.

Pero no atacaron.

Larpskendya no había perdido la serenidad.

—Haz lo peor que se te ocurra, bruja —le dijo a Calen—. que es lo que siempre hace tu especie. Estamos preparados.

Se dio la mano con el resto de magos, colocando a Heiki en el interior del círculo así formado.

—A lo mejor a Raquel y a sus amigos les gustaría unirse a esa —dijo Calen con descaro.

El hechizo de ocultamiento había quedado al desnudo, dejando a Raquel, Eric y Morpet a la vista de todos. Los niños del edificio de hielo miraban con los ojos muy abiertos, atónitos. Las brujas parecían simplemente divertidas.

—Quedaos donde estáis —le advirtió Larpskendya a Raquel.

Consultó con sus compañeros magos y dirigió unas palabras perentorias a Heiki. Ella discutió con él brevemente. Luego dirigió una angustiosa mirada hacia Raquel y se puso a caminar sobre la nieve en dirección a ella.

—¡No puedo creerlo! —espetó Eric—. Larpskendya nos envía aquí a Heiki. ¡A que venga con nosotros!

—Dejadla que venga —dijo Raquel, intercambiando una mirada con los firmes ojos de Larpskendya—. Es obvio que él no puede protegerla, si tiene que luchar contra tantas.

—¿Es que vamos a protegerla? —preguntó Eric desafiante—. ¡Después de lo que ha hecho!

Heiki se deslizó sobre la nieve, con la cabeza gacha. Incapaz de cobrar ánimos para permanecer junto a Raquel, adoptó una incómoda posición cerca de Morpet. Raquel hizo un seco asentimiento con la cabeza, dándole a entender que aceptaba la presencia de Heiki, pero nada más. La invadían sentimientos contradictorios. Larpskendya quería que fuera así, pero ¿hasta qué punto podía confiar en Heiki?

Los magos se acercaron unos a otros, espalda contra espalda.

—¿Estás segura de que quieres entablar esta batalla? —tronó Larpskendya dirigiéndose a Calen—. La mayoría de tus Brujas Superiores están aquí presentes. Aun si conseguís derrotarnos, ¿cuántas de vosotras quedarán con vida para defender Ool contra las gridas? No puedo creer que Heebra haya sido tan tonta como para dejar que pierdan.

Calen se rió.

—Díselo tú mismo. ¡Sorpresa final!

Todas las brujas se unieron a su regocijo, al tiempo que se dispersaban para dejar un espacio libre en el aire.

En el interior de los bolsillos del abrigo de Eric, los prapsis se pusieron a gimotear. Nunca antes habían emitido aquel tipo de sonido.

—¿Qué es eso? —dijo Raquel, mientras trataba de idear una manera de ayudar a los magos.

Eric se había quedado sin respiración.

—¿Es que no puedes… no puedes sentirlo?

Los gemidos de los prapsis se hicieron más agudos, hasta convertirse en un chillido.

Raquel comprendió por fin el motivo: una enorme emanación de magia.

—Ya llega —dijo Eric, apretando con fuerza los dientes.

En un único movimiento, magos, brujas y niños alzaron la mirada.

Había aparecido una nueva torre, que parecía elevarse hasta la mitad del cielo. Era tan inmensa que todos los niños se vieron obligados a girar la cabeza para poder abarcarla entera con la mirada. Raquel se vio impulsada a mirar hacia la ventana de vigilancia. Una voluminosa sombra se movía tras el cristal. Por un momento la sombra se volvió hacia ella. Primero se desplazó… luego se detuvo… hasta que miró directamente a Raquel, que se sentía incapaz de respirar bajo aquella meticulosa inspección. Había sabido enfrentarse a los hechizos de muerte de Dragwena con mayor integridad de lo que era ahora capaz de encararse con aquella sombra. Percibía que podía matarla sin esfuerzo alguno. Y era lo que deseaba. ¡Qué intensa era su voluntad de hacerle daño!

Consiguió volver la cabeza.

De forma sigilosa, casi imperceptible, vio cómo se estremecía el cuerpo entero de Larpskendya. Raquel se dio cuenta entonces de que, fuera quien fuera el ser al que pertenecía aquella sombra, él no había esperado encontrárselo.

Heebra, líder de la hermandad de Ool, irrumpió desde la torre. De un solo salto cubrió la distancia que la separaba de los magos. Durante unos pocos segundos se limitó a situarse al lado de Larpskendya, disfrutando con la incomodidad que le producía a este. A continuación hizo una reverencia y dijo, con cortesía:

—Se os saluda, Larpskendya. Cuerpo a cuerpo, por fin. He estado esperando este momento. —Examinó su reluciente indumentaria, así como la del resto de los magos—. ¿No deberíamos prescindir de todas estas ilusiones?

Ella le tocó en el hombro y todos los demás magos se desvanecieron. Larpskendya estaba solo en medio de la nieve, con la túnica hecha jirones. Heebra aspiró por las narices:

—¿Esto es todo lo que queda del famoso Larpskendya, este montón de harapos, esta piltrafa? Yo esperaba algo mejor. ¿De verdad habías esperado poder impresionar y someter a mis brujas con tus triquiñuelas? ¿O al menos desviar sus ataques, quizá?

Larpskendya permanecía en silencio, con los hombros hundidos. Por vez primera, Raquel se percató de la gravedad de sus heridas. Tres profundos tajos le cruzaban el cuello. Era evidente que se los habían producido las garras de una bruja, solo que unas garras mucho mayores que las que Raquel hubiera visto jamás. Las heridas eran aún recientes, todavía sangraban.

—Veo que mis gridas se han ocupado muy bien de ti —dijo Heebra—. Pero sabía que sobrevivirías. Siempre has sido un rival de peso, Larpskendya.

—Yo no soy tu enemigo —repuso él.

—Has matado a muchas brujas —dijo Heebra—. ¿Lo niegas acaso?

—Solo cuando no me dejaron otra opción. Jamás sentí ningún placer en ello.

—Una lástima —dijo Heebra, entre risas—. Deberías habértelo permitido. Yo sí voy a sentir un gran placer con tu muerte. —Le tocó la herida del cuello—. Le arrebataste la vida a mi hija. ¿Cuánto tiempo mereces sufrir por ello?

Larpskendya calló, sabedor de que no había palabra alguna que fuera a servir de nada.

—No encontrarás ningún cobijo en tu silencio —le dijo Heebra—. Ya he permanecido ociosa bastante tiempo en este mundo. Siento deseos de cometer algún acto de violencia, y de que tú seas testigo.

—Es mi muerte lo que quieres —replicó Larpskendya sin alterar la voz—. Deja que los niños se vayan.

—Necesito algo más que tu muerte para satisfacer mis deseos. Creo que voy a matar a todos los niños aquí mismo. Sus vidas no significan nada para mí.

—Ahórrate sus vidas —dijo Larpskendya—. Si lo haces, me someto a ti.

—¿Te rendirías? ¿Sin lucha? —Parecía asombrada.

—Si prometes no hacerles daño a los niños.

Eric gritó:

—¡No la creas! Larpskendya, ¿qué vas a hacer? ¡Nos matará igualmente!

—Confía en él —susurró Raquel, sin apartar en ningún momento los ojos de Larpskendya.

Heebra parecía dudar. Veía palpablemente que Larpskendya trataba de proteger a los niños, cosa que ya había previsto, pero no había esperado que se rindiera con tanta facilidad. Le miró con curiosidad. A pesar de su debilidad actual, sabía que Larpskendya era capaz a buen seguro de acabar con cientos de sus mejores brujas antes de sucumbir a ellas. «Por mucho que los escuadrones de brujas se murieran de ganas de entrar en combate, a Heebra le convenía evitar el conflicto. Pon a prueba su determinación», pensó. «Si se trata de otra estratagema como la de los falsos magos, desenmascárala».

—Está bien —dijo—. Acepto tus términos. La venganza por la sangre de Dragwena será satisfecha en primer lugar, por supuesto. De modo que les perdonaré la vida a todos los niños excepto a dos. Entrégame a Eric y a Raquel. Esta es mi condición.

Se hizo el silencio. El rostro de Larpskendya era inescrutable.

—Sí —dijo al fin en voz muy baja—. Haz lo que quieras con Raquel y Eric.

La mayoría de los niños no podían dar crédito a aquella respuesta. Le miraban atónitos. Varios de los que seguían encerrados en la prisión de hielo se pusieron a llorar. Eric comenzó a proferir insultos contra Larpskendya con toda la fuerza de sus pulmones, y los prapsis le hicieron coro. Morpet estaba pasmado, incapaz de aceptar lo que acababa de escuchar. Incluso Heiki sacudía la cabeza, presa de un confuso torbellino de emociones. Al final, si Heebra cumplía su promesa, iba a salir con vida de aquello.

Solo Raquel mantenía su mirada posada en Larpskendya. Le miraba fijamente, con fe inconmovible, y él la miró a su vez, con unos ojos llenos de determinación y que le pedían que tuviera valor.

—¿Prometes que obedecerás a mis brujas? —preguntó Heebra, con una uña verde colocada bajo la barbilla de Larpskendya—. ¿No opondrás resistencia?

—No opondré resistencia.

Heebra dirigió un gesto a las brujas que vigilaban a los niños prisioneros para que vaciaran la estructura de hielo, y Larpskendya se dejó meter luego en el interior. Heebra no dejaba de otear el cielo, recelosa de que pudiera tratarse de una trampa. ¿Habría omitido algo?

—Llevadlo hasta lo más alto —ordenó—. Daos prisa. Y atadlo bien fuerte.

Un tercio de las brujas escoltaron a Larpskendya hasta el interior de la prisión. Al principio, la mayor parte de ellas estaba demasiado nerviosa para tocarle. A medida que se cercioraban de que él no opondría resistencia, las brujas se volvían más osadas. Le ataron puños y tobillos. Le amordazaron la boca con hilo mágico, para evitar que pudiera proferir hechizos. Tan pronto hubieron cumplido su cometido, las estáticas brujas perdieron cualquier atisbo de miedo que pudiera quedarles. Entre gruñidos de alborozo, se llevaron a Larpskendya escaleras arriba, arrastrándole sobre los escalones de hielo hasta la cúspide. Cada vez subían la escalera más deprisa, y según iban avanzando, le apretaban con más fuerza las ataduras mágicas, hasta que Larpskendya sangró.

Raquel era incapaz de seguir mirando.

—Oh, Larpskendya —dijo Eric, una vez pasado su enojo, que había sido reemplazado por un sentimiento de completa desolación y vacío—. ¿Qué has hecho?

Calen voló hasta la ventana del Gran Mago y le puso el filo de su daga en la garganta. Temblaba de excitación.

—¡Déjame a mí! —gritó.

—No —dijo Heebra—. Primero que vea morir a sus favoritos. Empezad por la niña.

Morpet buscaba algo con lo que poder defender a Eric y Raquel. Miró hacia la congregación de niños. Convertidos en una muchedumbre harapienta, se apelotonaban desconsoladamente unos contra otros en la nieve. Morpet atrajo con gestos la atención de Paul y Marshall quienes, al verle, apartaron los ojos. Morpet comprendió que estaban avergonzados, y demasiado temerosos como para arriesgarse a sufrir el castigo de las brujas.

—Tenemos entre nosotras a una cazadora de brujas —dijo Heebra—. ¿Quién quiere luchar contra Raquel?

Cientos de brujas elevaron un clamor para ser las elegidas. Heebra escogió a las diez primeras al azar. Las designadas formaron un semicírculo, a la espera de que Heebra les diera la señal para empezar.

Morpet se interpuso de inmediato delante de Raquel. Eric buscó una posición a sus espaldas, para proteger la retaguardia. Intentó asustar a los prapsis para que se alejaran de allí, pero estos se quedaron en los bolsillos de su abrigo, apuntando con sus blandas bocas en dirección a Heebra.

—¡Vamos, acercaos, brujas horripilantes! —exclamó Eric—. ¡Venid todas las que queráis!

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