Read El olor de la magia Online
Authors: Cliff McNish
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil
—Comienza por ejecutar a Heiki —dijo Heebra—. Quiero que sea un ejemplo especial para los demás. Si su muerte no es suficiente para traernos a Larpskendya, coge a otro niño… a uno cualquiera, no me importa quién.
Calen asintió con la cabeza.
—¿Cómo quieres que ejecute a Heiki?
—Como tú prefieras —dijo Heebra—. Espera. Tengo una idea mejor. Elige algo… algún tipo de artefacto… que todos los niños reconozcan, procedan de donde procedan.
—¿Alguna de sus propias máquinas de matar?
—O algo más sencillo aún, tal vez. Habla con los niños más pequeños. Averigua qué tipo de juegos les gustan y luego utilízalos para asustarles. Es miedo lo que queremos infundirles, Calen. Genéralo tú. Aterroriza a todos esos niños, y haz que Raquel sea testigo. Consigue que Larpskendya recorra lo que le quede de su viaje a toda velocidad.
—¿Y después? ¿Qué hacemos con Raquel?
—Después de que me haya servido para capturar a Larpskendya, nos las veremos con ella, cada una a nuestro modo.
Calen abandonó la torre atalaya para llevar a cabo sus órdenes.
Heebra se deslizó por la habitación y se sentó. Desde las alturas de su atalaya, meticulosamente camuflada, podía observar todo lo que sucedía a decenas de kilómetros de distancia. Raquel, Eric y Morpet se aproximaban llevados por un hechizo primitivo. Heebra sabía con exactitud dónde se encontraban. Había conducido deliberadamente a las brujas y a todos los osos polares fuera del perímetro para asegurarse de que los niños llegarían a la base. La trampa estaba casi completada.
Por primera vez desde que llegara a la Tierra, Heebra se permitió unos momentos de completa relajación. La vista exterior la complacía cada vez más. Las nevadas eran raras en aquella parte del mundo, pero la nieve caída no se deshacía. Sus brujas podrían construirse allí un hogar sin muchas dificultades. La primera etapa sería sustituir la desagradable luz del sol por una sensual oscuridad de Ool. A continuación, harían que la nieve cayera perpetuamente.
Pero estos asuntos podían esperar. Con enorme regocijo, Heebra se imaginaba a Larpskendya surcando el espacio a toda velocidad, consumido por el cansancio y las heridas, viendo a través de los ojos de Raquel, tratando de llegar a tiempo para detener la batalla.
Pero no conseguiría detenerla. Esta vez no. Esta vez, tanto ella como cientos de sus más soberbias Brujas Superiores estaban preparadas para enfrentarse a él.
Envueltos en un hechizo de ocultamiento, Raquel, Morpet, Eric y los prapsis habían seguido a Heiki. Habían observado su encuentro con Calen. Sin apercibirse de ello, habían penetrado en el perímetro de las brujas observados por cientos de pares de ojos tatuados.
—Esto podría ser Itrea —dijo Eric. Su voz era apenas audible.
—No tienes por qué hablar tan bajo —le dijo Raquel—. Nuestras voces no pueden ser escuchadas.
—Prefiero seguir hablando así de todas formas.
Los prapsis no se estaban quietos un segundo. Revoloteando constantemente, hacían rodar los ojos y probaban la nieve que caía con sus sonrosadas lenguas recelosas.
—¿Por qué no paran de moverse? —le preguntó Raquel a Eric.
—Están nerviosos, eso es todo.
Uno de los prapsis olisqueó el aire.
—Una bruja, puede ser.
El otro estiró los labios hacia delante.
—¡Bajos fondos!
—Silencio, chicos, yo cuidaré de vosotros —les prometió Eric, acariciándoles las plumas.
—No, escúchales —dijo Morpet—. Recuerda que se pasaron cientos de años en Itrea como mascotas de Dragwena. —Les acarició las plumas del cuello—. ¿Cuántas brujas? ¿Sabríais decirlo?
—¡Cuestan horrores de ver!
Morpet asintió con impaciencia.
—Pero ¿cuántas?
—¡Muchas!
—¿Demasiadas para contarlas?
Los dos prapsis elevaron sus ojos astutos.
—¡Allí! ¡Mirad! —Se taparon la cara.
Enfrente habían aparecido las torres de las brujas. Había cinco, cada una de ellas de más de cien metros de altura, dispuestas en un círculo perfecto. Sus ventanas de vigilancia irradiaban una cruda luz esmeralda, que atravesaba con facilidad la débil nevada.
—Aquí no tenemos dónde buscar abrigo —dijo Morpet—. No debemos osar acercarnos más.
—Si queremos ver lo que está sucediendo, debemos hacerlo —insistió Raquel.
Los condujo con cautela hacia la torre más próxima. Sus hechizos le suplicaban que no lo hiciera. Querían que viviera. Le decían que se transportara. Le rogaban que se disfrazara, que abandonara a Eric y a Morpet, y que huyera sin más. Raquel persistió en su avance, haciendo caso omiso de sus advertencias cada vez más frenéticas.
Al llegar a una zona en que la nieve estaba lisa y sin pisar, se detuvieron.
—¡Bajos fondos!
Las brujas se dejaron ver por vez primera. Ataviadas con sus vestidos negros de tersa piel, tres de ellas salieron volando de entre las ventanas de vigilancia, entrando y saliendo con tal rapidez que sus cuerpos parecían estar en todas partes a la vez. Una de las brujas, Calen, pasó directamente por encima de Raquel, sin mirar hacia abajo.
—No pueden vernos —dijo Raquel, tratando de tranquilizarse.
—O quizá lo fingen —sugirió Morpet.
Eric distinguió una nueva estructura.
—¿Qué es aquello? No estaba ahí hace un momento.
Una tosca construcción fabricada de hielo estaba comenzando a formarse en el interior del anillo que constituían las torres atalaya. Tenía una altura de tres pisos… aunque seguía creciendo. Dos de las brujas pasaron en corto vuelo alrededor de la estructura, transmitiendo órdenes. A medida que los pisos, uno tras otro, iban tomando forma, Morpet era incapaz de entender el modo en que el edificio estaba siendo construido. Luego comprendió el significado de las confusas formas que se movían entre los bloques de hielo.
—¡Son los niños los que lo están construyendo!
Había decenas de ellos trabajando. Vigilados por las brujas, los niños utilizaban sus manos y su magia para compactar la nieve formando bloques de hielo. Operaban a gran velocidad, dando forma a paredes y techos, acuciados por las brujas, quienes no les concedían tregua. Morpet, Eric y Raquel contemplaron con admirado asombro cómo el edificio entero estaba finalizado en menos de una hora.
—¿Para qué será? —preguntó Eric.
Morpet dijo:
—Es evidente que lo han construido para alguna finalidad concreta, no está hecho para que viva nadie en él. Parece una especie de… prisión. ¿Os habéis fijado en lo estrecho que es? En cada una de las habitaciones no cabría más que un niño de pie, y tienen una única ventana. Y fijaos: todas las ventanas apuntan en una misma dirección…
hacia nosotros.
Raquel se estremeció. ¿Era casualidad? Tenía que serlo.
—Ya han acabado —dijo Eric—. Y ahora, ¿qué?
—Esperaremos —contestó Raquel.
Las brujas condujeron a los niños a las habitaciones que les habían sido asignadas. Permanecieron de pie, tras los huecos vacíos de sus ventanas de hielo, mirando hacia abajo con tristeza.
A Raquel le pareció en un primer momento que los niños la miraban directamente a ella. Luego se dio cuenta de que miraban hacia el pie de las paredes. En la base de la prisión de hielo, dos de las brujas montaban guardia a cada uno de los lados de un pequeño pasillo. Una de ellas era Calen, quien abrió la puerta… y una figura se deslizó al exterior.
Era una niña, todavía gravemente herida: Heiki.
Salió trastabillando, arrastrando numerosas piezas de madera y un pedazo de cuerda sobre la nieve.
—¿De qué va todo esto? —Eric se esforzaba por distinguir las formas.
—No lo sé. —Raquel se debatía tratando de averiguar cuál era el propósito de aquella escena—. Todo eso que lleva pesa mucho. Apenas si puede cargar con ello, ni siquiera por medio de su magia.
Morpet escrutaba los rostros crispados y nerviosos de los niños.
—Les han advertido de lo que va a suceder —dijo, comprendiendo de súbito—. Todos y cada uno de los niños gozan de una visión perfecta desde sus posiciones respectivas.
Eric frunció el entrecejo.
—¿Una visión perfecta para qué?
—Para que sean testigos de lo que han planeado hacer con Heiki. Para que presencien el espectáculo.
En una o dos ocasiones Heiki dejó caer su carga o intentó descansar. Cada una de las veces, Calen voló hasta ella y la golpeó en los tobillos, obligándola a continuar. Al final se elevó lo suficientemente lejos del pie de la prisión para que todos los niños tuvieran una clara visión. Calen le susurró instrucciones al oído.
Heiki asintió y, pieza por pieza, erigió una estructura.
—Oh, no —dijo Eric, reconociendo la forma—. No, por favor.
Era el juego del Ahorcado.
Raquel se estremeció y estuvo a punto de desvanecerse. Se había preparado para muchas eventualidades, pero no para aquello. La invadió un sentimiento de piedad hacia Heiki… y de miedo. En aquel mismo instante sus hechizos de alejamiento dieron un salto al frente de forma automática… y se quedaron esperando una orden para ejecutarse.
Heiki acabó de construir la base y el marco angulares. Haciendo una breve pausa, recogió el pedazo de cuerda de la nieve y la ató al tablón superior. Calen comprobó la resistencia de la cuerda haciendo que Heiki tirara de ella varias veces. A continuación, Calen cogió ella misma la cuerda y le dio forma de lazo corredizo, e izó a Heiki del suelo para calcular la altura precisa. Raquel trataba en medio de la confusión de su cerebro de imaginar una defensa, pero contra cinco Brujas Superiores sus hechizos no ofrecían nada que pudiera funcionar.
«¡Huye! ¡Huye!», le gritaban.
La estructura del Ahorcado estaba concluida. Heiki se inclinaba con pesadez sobre la base, y mientras miraba la nudosa soga sintió que se evaporaba cualquier resto de coraje que pudiera quedarle. Se tapó la cara con las manos y lloró. Incluso durante aquellos últimos instantes había seguido esforzándose por impresionar a Calen. Sabiendo que las brujas nunca respondían a la compasión, levantó la barbilla, con la esperanza de que aquella actitud de desafío que tanto le había gustado a Calen sirviera de algo. Pero Calen no le dio motivo alguno para cobrar ánimos, y, ahora que el Ahorcado la esperaba ya, Heiki cayó de rodillas. Apretó sus labios contra el ribete negro del vestido de Calen y le suplicó:
—Por favor. Por favor, no…
—No hay segundas oportunidades —le recordó Calen.
Levantó a Heiki tirándole del cabello, mostrándosela a los niños que miraban desde el edificio de hielo. Al debatirse Heiki por liberarse, Calen se limitó a apretar con mayor fuerza.
Morpet miraba a los demás niños. Sus ojos contemplaban a Heiki desde las ventanas, incluso los de los más pequeños. Era evidente que los obligaban a mirar. Paul y Marshall ocupaban habitaciones contiguas. Sus rostros estaban petrificados.
—Deten todo esto —susurró Morpet—. Raquel, no sé cómo… pero tenemos que…
Raquel asintió con un convulso movimiento de cabeza. No tenía idea de cómo hacerlo.
Calen elevó el delgado cuello de Heiki hacia el lazo.
—Escúchame —musitó Eric—. Calen está utilizando dos hechizos para controlar la cuerda. Lo he descubierto. Creo que puedo destruirlos los dos. Raquel, si tú intentas…
Morpet le dio a Eric unos golpecitos en el hombro.
—Raquel —prosiguió Eric—, si tú atacas a Calen al mismo tiempo, yo…
Morpet le golpeó de nuevo en el hombro.
—¡Qué pasa!
Eric sintió que se le erizaban los pelos del cuello.
Por encima de ellos, titilando en el cielo, acababan de llegar los magos.
Habían llegado formando una procesión imponente: veinte magos.
Llegaban de uno en uno, desplegándose de entre las nubes con sus majestuosos ropajes carmesí, turquesa y oro reluciente. A medida que iban llegando, anunciaban sus nombres con júbilo:
«¡Areglion! ¡Tournalat! ¡Hensult! ¡Serpanta!»
Aquellos nombres carecían de significado para los niños, pero las brujas se arredraron y retrocedieron al escucharlos. Calen, estupefacta, se apartó del Ahorcado.
—¡Madre! —gritó al cielo—. ¡Me prometiste que solo vendría Larpskendya!
Hensult y Serpanta tomaron posiciones en el epicentro del cielo. Tenían forma humana, solo que eran más altos, tan altos como las brujas. Esperaron impasibles, hasta que el aire cantó de un modo que torturó las apocadas orejas de las brujas.