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Authors: Cliff McNish

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

El olor de la magia (14 page)

BOOK: El olor de la magia
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—¡Eric! ¡Eric! —gritaron los prapsis, volando escaleras arriba—. ¡Raquel!

Raquel abrió los ojos de par en par. A su lado oyó ruido de cristales rotos… algo invadía la casa. Dos ventanas rotas, le informaron en seguida sus hechizos. Una en la sala de estar, la otra en la cocina.

—Y ahora, ¿qué más?

Oyó el ruido de un objeto de madera al caer sobre la alfombra, seguido por un sonido ahogado de pasos.

Eric parpadeó, desde una cama colocada cerca de la de ella.

—¿Qué sucede?

—Silencio —le dijo Raquel, intentando suponer quién había irrumpido en la casa. Las brujas tenían un cuerpo demasiado grande y pesado, mientras que aquellos aterrizajes habían sido más ligeros.

—Creo que son niños —dijo.

Los prapsis golpeaban la puerta de la habitación con la cabeza. Eric los dejó entrar, metiendo sus temblequeantes cabezas bajo la colcha.

—¡Morpet y mamá están montando guardia abajo! —le recordó a Raquel—. ¡Vamos!

—¡Espera! —Raquel le agarró del brazo.

—¡Déjame! ¡Yo voy a ver!

Ella le retuvo.

—Escúchame, ¿quieres?

Otros cuatro cuerpos habían entrado volando en la casa. Raquel los oyó colarse por los agujeros abiertos y posarse en el suelo. «Unos aterrizajes limpios», pensó Raquel, «con los dos pies a la vez, muy precisos. Son niños que están usando magia… y que ya son pilotos experimentados».

—Es una emboscada —dijo—. Quédate quieto. Puede que no sepan que estamos aquí.

—¿Y Morpet y mamá? —gruñó Eric—. ¡No se les oye!

En el piso de abajo, unos pies pisaron cristales rotos. Incluso los oídos de Eric eran ahora capaces de oír el ruido de muchos pares de pies moviéndose con alboroto en la sala de estar. En su cama, los prapsis se besaron el uno al otro buscando consuelo.

—Sean quienes sean, no pretenden atraparnos por sorpresa —dijo Eric. Se lanzó en dirección a la escalera—. ¡Morpet! ¿Dónde estás?

Sonó la voz recia de Morpet:

—¡Estoy bien! Y también tu madre. Bajad a la cocina.

Eric enrolló con suavidad la colcha alrededor de los cuellos de los prapsis para tranquilizarlos.

—Dormid, chicos, dormid —les dijo—. Cerrad los ojos.

Los prapsis cerraron los ojos y fingieron dormirse, porque sabían que eso era lo que quería él.

Eric y Raquel bajaron la escalera a toda prisa.

Encontraron a su madre y a Morpet ilesos, de pie junto a la mesa de la cocina. Tras ellos un chico con los pelos de punta miraba a través de los cristales rotos de la ventana.

—¡Paul! —exclamó Eric con perplejidad.

En la estancia había otros ocho niños, ocupando el pequeño espacio. Las cortinas estaban descorridas. Todos ellos contemplaban la luna reluciente, mirando con intensidad, como si fueran incapaces de apartar los ojos del cielo.

Paul se volvió hacia Raquel, con los ojos brillantes de lágrimas.

—Oh, eres tú —murmuró—. Nunca pensé que te encontraríamos. No tienes idea de lo que hemos pasado para llegar aquí.

Eric le miró fijamente.

—¿Dónde está tu horripilante bruja, esa Calen?

—Está… —Paul guardó silencio de pronto—. Ha renunciado a mí. Oh, pero no me importa, no pienses que me importa —añadió, pero su rostro era presa de una terrible agitación—. Ya ves, no soy lo bastante bueno. No era lo bastante cruel. —Extendió los brazos, señalando a los que le rodeaban—. Ninguno de nosotros lo era.

Raquel advirtió el aspecto apesadumbrado de los niños. Heiki no estaba con ellos.

—¿Cuántas brujas hay allí? —preguntó. «Una», pensó, «por favor, solo una».

—Cinco —contestó Paul.

Raquel trató de conservar la calma. Morpet no parecía alterado por las noticias, y se agarró a su mano.

—¿Por qué seguís vigilando por la ventana? —preguntó él.

—Nos perseguían.

—¿Las brujas?

Paul soltó una risa amarga.

—¿Crees que las brujas se molestan por alguien como nosotros? Somos los
rechazados.

—Entonces, ¿quién os perseguía?

—Pues otros niños, claro. Niños mejores que nosotros. Los
elegidos.

La madre abrió la boca.

—¿Por qué?

—No tenéis la menor idea de lo que pasa, ¿verdad? —dijo Paul—. Las brujas nos hacen luchar entre nosotros, para ver quiénes son los mejores. Y luego eliminan a los que no saben retirarse a tiempo. —Miró a sus compañeros, algunos de los cuales agacharon la cabeza—. Nosotros hemos perdido demasiadas peleas. Nos han convertido en blanco de prácticas de tiro.

Eric preguntó:

—¿Blanco para quién?

—Para los elegidos. Ya nos cogieron una vez. Nos sacudieron un poco y luego nos dieron un poco de ventaja. La próxima vez acabarán con nosotros. No tenemos escapatoria, la mayoría vuelan mucho más rápido que nosotros. Eh, no tenemos mucho tiempo, ya están…

—Ya están aquí —susurró una niña. Volvió dando tumbos de la ventana.

En el exterior, un grupo de niños recién llegado se mantenía suspendido en formación sobre los tejados. No intentaban ocultarse. De rodillas o sentados cómodamente en el aire, miraban todos con descaro a Raquel.

Morpet examinó a Paul con detenimiento.

—¿Cómo nos habéis encontrado?

—Todos los niños conocen esta dirección —dijo Paul—. Y el olor de la magia de Raquel no es precisamente difícil de seguir. —La miró—. Has dejado tu rastro por todas partes. —Desde la oscuridad exterior, un niño pronunció el nombre de Paul, y este se apartó de la ventana—. Escuchad, ¿vais a ayudarnos o no?

Morpet advirtió que las heridas de Paul y de los otros niños no eran graves… algunas magulladuras y cortes superficiales.

—No veo pruebas de que hayáis participado en ninguna lucha de verdad —dijo.

—¡Eso es porque Ciara los alejó! —gritó Paul.

—Te estoy escuchando —dijo Morpet sin alterar el tono de voz.

—Ciara es una niña lo bastante buena como para enfrentarse a los mejores, pero no quiere. Nos ha ayudado a sacarles algo de ventaja. Las brujas se la tienen jurada por eso. Seguramente ya la habrán matado.

—Deberíamos mantenernos todos alejados de las ventanas —dijo la madre.

—No —dijo Morpet con firmeza—. Nos defenderemos mejor si no perdemos a ninguno de vista. Tanto a los de dentro como a los de fuera.

La madre miró con curiosidad a Morpet.

—¿No has creído lo que cuenta el chico? ¿No es Paul el que le había plantado cara a Calen?

—Ya no sé muy bien qué creer —dijo Morpet. Se volvió hacia Raquel—. Envía tus hechizos de información. Si las brujas están atacando o han atacado a alguien recientemente, tendrá que haber alguna evidencia clara.

Raquel así lo hizo, y percibió que se estaban utilizando algunos poderosos hechizos a distancia. Algunos de ellos procedían de un niño, un niño que erigía todos sus hechizos de defensa contra fuerzas descomunales.

—Dos brujas —susurró Raquel—. Dos brujas contra un niño. Están luchando ahora. Es una niña, no tiene ninguna oportunidad.

—¿A qué distancia? —preguntó Eric.

—A cientos de kilómetros.

Eric dio un golpe en la mesa.

—Si pudiera acercarme, destruiría los hechizos. —Miró a Raquel—. ¿Podrías llegar hasta allí a tiempo para ayudarla?

—Me necesitáis aquí. ¡No puedo dejaros!

—Por favor —suplicó una de las niñas—. ¡No puedes dejar que Ciara se las arregle ella sola!

Raquel podía sentir a lo lejos el dolor de Ciara. Se sentía desgarrada por la indecisión: dejar a una pobre niña desconocida luchando ella sola, o dejar a su madre únicamente con Eric y Morpet para defenderla contra la magia de los
elegidos.

—Morpet —dijo de pronto—. Dímelo tú: ¿qué debo hacer?

—Ve —le dijo él—. Ciara no podrá resistir mucho más. Estoy seguro de que nosotros podemos defender la casa durante un tiempo. Confía en mí: si ahí fuera hay cinco brujas que desean nuestra muerte, ni siquiera contigo entre nosotros seríamos capaces de detenerlas. Acude en ayuda de esa niña, antes de que sea demasiado tarde.

Raquel miró a su madre, que a medias asentía, y a medias sacudía su rostro aterrorizado.

—¡Espera! —susurró Morpet al oído de Raquel—. ¿No podrías engancharme una etiqueta de olor? ¿Un rastro que pudieras seguir?

—Sí —dijo ella.

—Hazlo.

Raquel completó con rapidez el hechizo, haciendo que la etiqueta de olor fuera difícil de detectar.

Y entonces sintió de forma repentina como, a una gran distancia, eran destruidas las defensas de un niño.

Con una última mirada agónica a todos, partió.

Tan pronto como Raquel se hubo marchado, Paul se llevó las manos a la cara.

—Lo siento —dijo—. Lo siento mucho.

—Lo has hecho muy bien —dijo otro chico, mayor y de piel pálida, dándole golpecitos a Paul en la espalda. Hasta aquel momento el chico había permanecido en silencio—. Heiki ya sabía que tú eras el que mejor podría convencerles —dijo Reconozco que tenía
razón,
yo pensaba que lo echarías todo a perder, la verdad.

Paul levantó un poco la cabeza.

—Marshall, ninguno de los que hay aquí debe resultar lastimado, es lo que acordamos.

—Como quieras —dijo Marshall con desdén.

Se volvió hacia los chicos del exterior. A una señal suya, volaron hacia la casa, pronunciando algunos de ellos los nombres de los amigos que estaban dentro.

—¿Cómo has podido hacerlo? —le dijo furioso Eric a Paul—. ¿Cómo has podido?

A Paul se le saltaban las lágrimas.

—No podía… yo…

—Oh, cierra el pico —dijo Marshall, llevándoselo aparte.

Morpet hizo que Eric y la madre se juntaran, mientras intentaba con desesperación decidir cuál era la mejor forma de protegerles.

—Supongo que la bruja Calen está contigo —le espetó Eric a Marshall—. Tú no tienes agallas suficientes para hacer todo esto tú solo.

—Ya no necesitamos su ayuda, con Raquel fuera de circulación —dijo Marshall.

Eric levantó las manos.

—¿Acaso piensas que voy a dejarte hacer lo que quieras? Sofocaré todos tus hechizos.

—Inténtalo. —Dos niños, cuya fuerza había sido multiplicada por la magia, agarraron a la madre por las piernas y los brazos—. Ya lo sabemos todo acerca de tu extraño talento —le dijo Marshall a Eric—. Te explicaré lo que va a suceder. Tú y Morpet os vendréis con nosotros. Tu madre se queda aquí. Si interfieres en cualquiera de nuestros hechizos, tenemos órdenes de matar a Morpet durante el viaje. Y por si acaso se te ocurre intentar alguna tontería, dejaremos aquí algunos niños para que se ocupen de mamaíta.

—¡No te atreverás a hacerle daño! —se encolerizó Eric.

—Haremos lo que nos dé la gana.

—Tu interpretación no es muy cuidada —dijo Morpet, mirando a Marshall a los ojos—. Cumples órdenes, ¿no es verdad? ¿De quién? ¿Qué os han dicho que hagáis con la madre de Eric?

—¿Y a ti qué más te da? —dijo Marshall—. A Heiki no le importa mucho lo que pueda sucederle a ella, ni tampoco a ti, por lo demás. Es a Eric a quien le tiene reservados planes especiales.

Paul levantó los ojos.

—Su madre no entraba en el trato. ¿Y cuáles son esos planes reservados para Eric? No recuerdo que nadie los mencionara.

—Heiki no te lo confía todo —dijo Marshall.

—Marshall —intentó la madre, mirándole con ojos implorantes—. Escucha, ya sé que… yo no tengo nada que pueda impresionarte… ni en general ningún adulto… Supongo que sin magia no debemos parecer otra cosa que…

—Un estorbo —concluyó Marshall—. Sí, en efecto. Los padres ahora ya no valen nada.

—¿Quién dice eso? —preguntó Eric furioso.

—Heiki.

—¿Quién es esa? ¿Una bruja?

—Una niña. Ya la conocerás.

—¡Parece como si le tuvieras miedo! —dijo Eric con desprecio.

—A lo mejor… —musitó Marshall.

Tras ellos escucharon dos respiraciones jadeantes.

Dos niñas se asomaron a mirar.

—Eh, ¿qué son eso?

Los prapsis, parados en el umbral, se estremecieron. Habían salido de la cama de Eric y habían contemplado la escena presas de temor, dispuestos a lanzarse volando contra el primero que intentara tocarle.

—¡Mordemos! —gritó uno de ellos abriendo su blanda boca sin dientes.

—Oh, pero si hablan —se admiró la niña—. ¡Yo quiero uno!

Se produjo una gran agitación cuando varios de los niños quisieron atraparlos, pero los prapsis eran demasiado rápidos y escaparon.

—¡Dejadlos en paz! —exclamó Eric dirigiéndose a Marshall—. Lucha contra mí, cobarde. ¿O es que tienes miedo?

—Yo no te tengo miedo —rezongó Marshall.

—Por supuesto que tienes miedo —dijo Morpet, asegurándose de que todos los demás niños le oían—. Detrás de todas tus bravatas no hay otra cosa que miedo a las brujas, y a lo que puedan hacer. ¿Están poniéndote a prueba, Marshall? —Percibió cómo los ojos de Marshall se abrían un poco más—. Esta misión es una prueba que te han puesto, ¿no es así? —dijo Morpet—. Tus movimientos… son vigilados.

Marshall se volvió nervioso para mirar por la ventana, y recuperó la compostura. Olisqueó el aire en torno a Morpet.

—No tienes magia —dijo con sarcasmo—. Y he oído decir que eres un viejo en el cuerpo de un niño. Qué cosa tan curiosa.

—Es posible —replicó Morpet—. Pero yo soy lo que soy. ¿Y tú, Marshall? ¿Qué eres tú?

Marshall se encogió de hombros. A una señal suya, los dos niños que habían cogido a la madre la aferraron con más fuerza, mientras los demás comenzaron a tirar de Eric y Morpet en dirección a la ventana rota.

Eric miró hacia las chimeneas de los tejados.

—¿Adónde nos lleváis?

—A hacer un viajecito —dijo Marshall, como si se tratara de un picnic.

—¿Adónde?

—No os gustaría saberlo. Es un viaje frío y largo.

—Entonces será mejor que dejes que nos vistamos mejor —dijo Morpet, señalando el pijama de Eric y la ropa ligera que él mismo llevaba puesta.

Sin esperar respuesta de Marshall, se dirigió con paso decidido hacia la habitación de invitados. La madre fue con él. Le temblaban las manos mientras le ayudaba a buscar unos pantalones y unos zapatos. Encontró un abrigo de la talla de Morpet, y luego se abrió paso entre los niños para ir al piso de arriba a buscar otro lo bastante grueso para Eric.

—Ya has tenido bastante tiempo —le dijo Marshall al verla regresar con las manos vacías.

—¡Pero es que no he podido encontrar nada! —exclamó ella—. ¿Cómo te atreves…? Escucha, déjame que busque bajo la escalera, por favor… Me parece que…

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