El ojo de Eva (16 page)

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Authors: Karin Fossum

Tags: #Intriga

BOOK: El ojo de Eva
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—¡Toma! Espero que no te atragantes con el café, ahora que sabes de dónde viene el dinero.

Eva tuvo que reírse.

—No, curiosamente me sabe igual de bien —sonrió.

—Es lo que yo pensaba. ¿Es curioso, verdad? Pero si ése es en esencia el asunto; lo que nos empuja hacia delante es lo que necesitamos, lo que deseamos. Y cuando alcanzamos nuestras metas nos quedamos satisfechos por algún tiempo y luego nos ponemos otras nuevas. Al menos es lo que yo hago. De esa forma noto que estoy viva, que pasa algo y que sigo adelante. Quiero decir, ¿cuánto tiempo llevas en el mismo escalón? ¿Artística y económicamente?

—Ah, bastante tiempo. Al menos diez años.

—Y los años no pasan en balde. Tu situación no parece muy boyante. ¿Qué pintas? ¿Paisajes?

Eva tomó un sorbo de café y se dispuso para un largo discurso de autodefensa.

—Abstracto. Pinto en blanco y negro, y los matices intermedios.

Maja asintió pacientemente.

—Tengo una técnica propia que ha ido evolucionando con los años —prosiguió Eva—. Tenso un lienzo, le doy una primera capa de blanco y luego una capa de gris claro, una capa bastante gruesa, y cuando se seca le doy otra capa de un gris más oscuro. Cuando ésta se seca, le doy una capa todavía más oscura, y así hasta acabar del todo con el negro. Luego lo dejo secar durante mucho tiempo. Al final me encuentro ante una gran superficie negra, y tengo que entrar en ella para obtener luz.

Maja escuchaba con una expresión de cortesía.

—Entonces es cuando empiezo a trabajar —continuó Eva, y empezó a aparecer su pasión. No era muy frecuente que alguien la escuchara de ese modo; era maravilloso, tenía que aprovechar la ocasión—. Saco el cuadro rascando. Trabajo con una antigua rasqueta de pintor y con un cepillo de acero, o, a veces, con lija y cuchillo. Al rascar ligeramente encuentro matices grises, y cuando rasco con fuerza llego hasta lo blanco y obtengo mucha luz.

—¿Pero qué representa?

—No sé si puedo contestar a esa pregunta. El que mira el cuadro tiene que decidir qué es lo que está viendo. Es como si todo fuera surgiendo por sí solo. No es más que luz y sombra, luz y sombra. Mis cuadros me gustan, me parecen buenos. Sé que soy una gran pintora —dijo con obstinación.

—Al menos no eres modesta.

—No. Es «la necesaria dureza del egoísta productivo». Cita de Charles Morice.

—Creo que no te sigo del todo. Parece interesante, pero no sirve de nada si nadie compra tus cuadros.

—No puedo pintar los cuadros que quiere la gente —dijo Eva con desaliento—. Tengo que pintar los cuadros que yo quiero. Si no, no es arte. No son más que encargos, ilustraciones que la gente quiere tener colgadas sobre el sofá.

—Tengo algunos cuadros en mi casa —dijo Maja con una sonrisa—. Me gustaría saber qué opinas de ellos.

—Mmm… Conociéndote, seguro que son hermosos cuadros ricos en color, de pájaros, flores y cosas por el estilo.

—No te equivocas. ¿Crees que debo avergonzarme?

—Puede, sobre todo si has pagado mucho por ellos.

—Sí, así ha sido.

Eva se rió entre dientes.

—Yo creía que los pintores usaban pincel —dijo Maja de repente—. ¿Nunca usas pincel?

—Nunca. De la forma en que yo trabajo, todo está ahí cuando empiezo a raspar, toda la luz y toda la oscuridad. Lo único que tengo que hacer es ir descubriendo, buscando. Resulta emocionante, porque no sé muy bien lo que voy a encontrar. He intentado pintar con pincel, pero no ha funcionado, es como una prolongación artificial de mi brazo, no puedo acercarme todo lo que yo quisiera. Todo el mundo encuentra su técnica, y yo he encontrado la mía. Mis cuadros no se parecen a los del resto. Tengo que seguir así. Antes o después llegarán a otra persona, a algún marchante que se apasione por lo que hago, me dé una oportunidad y me permita hacer una exposición individual. Necesito unas cuantas buenas críticas en la prensa y tal vez una entrevista; luego empezará a correr la voz. Estoy segura de ello, no pienso rendirme. ¡Ni loca!

Su testarudez iba creciendo mientras hablaba, le proporcionaba buenos sentimientos.

—¿No podrías trabajar en algo, tener un trabajo normal y corriente, quiero decir, con el fin de disponer de unos ingresos fijos? Podrías seguir pintando por las noches, si quisieras.

—¿Dos trabajos? ¿Yo sola con Emma? No soy una supermujer, Maja.

—Yo también tengo dos trabajos; algo tengo que poner en la declaración de la renta.

—¿Qué tipo de trabajo haces?

—Trabajo en el centro de acogida de mujeres maltratadas.

Lo paradójico de la situación hizo reír a Eva.

—No hay ninguna incompatibilidad en ello. Hago una buena labor —dijo Maja con firmeza.

—No lo dudo. Supongo que es un trabajo justo a tu medida. Pero estoy segura de que tus compañeros no saben lo que haces.

—Por supuesto que no, pero estoy mejor preparada que la mayoría de las chicas. Conozco a los hombres, y conozco sus motivos.

Seguían tomando café sin preocuparse de lo que ocurría a su alrededor, de la gente que iba y venía, de las mesas que iban limpiando y volvían a ser ocupadas, del ruido del tráfico del exterior. Era como siempre había sido cuando estaban juntas, se olvidaban de todo lo demás.

—¿Te acuerdas de cuando echamos fécula de patata en el monumento al ballenero para hacer medusas de cristal? —se rió Eva.

—¿Y te acuerdas de cuando echamos laca en las colmenas de Strande? —dijo Maja—, ¿y te picaron diecisiete abejas?

—Claro que me acuerdo —sonrió Eva—. Me llevaste a casa en una carretilla, y me ibas regañando a voces porque no paraba de gritar. ¡Qué tiempos aquellos…! Tuve cuarenta y uno de fiebre. Fue cuando mi padre se planteó el separarnos. Por cierto, no sé cómo me aguantaste, cómo no te hartaste de arrastrarme a todas partes. Ni siquiera era capaz de buscarme los chicos.

—No. Te bastaba con los que yo te conseguía. Supongo que no todos valían la pena.

—Claro que no. Tú te quedabas con los más guapos y a mí me tocaba el amigo. Pero si no hubiera sido por ti, seguiría siendo virgen.

Maja la miró de reojo.

—En realidad eres bastante guapa, Eva. Deberías hacer de modelo para algún pintor en lugar de pintar.

—Ja, ja… ¿Sabes lo que ganan?

—Por lo menos sería un ingreso fijo. De cualquier forma, no te resultaría difícil conseguir clientes si te dejaras tentar por mí y te convirtieras en mi socia. No he visto nunca una chica con unas piernas tan largas como las tuyas. ¿Encuentras pantalones lo bastante largos?

—Siempre llevo falda.

De repente, Eva comenzó a reírse histéricamente.

—¿Qué pasa?

—¿Te acuerdas de la señora Skollenborg?

—¡Hablemos de otra cosa!

Se hizo el silencio.

—¿Forzosamente tienes que abrir ese hotel en Normandía?

—Sí, aquí, en este país de envidiosos no se puede montar nada.

—¿Así que voy a perderte otra vez, ahora que acabo de encontrarte?

—Tienes que venir conmigo. Francia es el sitio ideal para una artista como tú, ¿no?

—Sabes que no puedo.

—No, no lo sé.

—Sabes que tengo a Emma. Tiene sólo seis años, pronto cumplirá siete. Ahora va a la guardería.

—¿No crees que los niños pueden criarse en Francia?

—Sí, sí, pero también tiene un padre.

—¿Pero no tienes tú la custodia?

—Sí, sí —suspiró Eva.

—Lo complicas todo tanto… —dijo Maja tranquilamente—. Siempre lo has hecho. Claro que puedes ir conmigo a Francia si quieres. Puedes trabajar en mi hotel. Cinco minutos cada noche, andando despacito por los pasillos vestida con un camisón blanco y con un candelabro de cinco brazos en la mano. Deseo tener mi propio fantasma. Y el resto del tiempo podrías pintar.

Eva acabó el café. Durante un instante se había olvidado de la realidad, pero en ese momento volvió a ella con toda su fuerza.

—¿Has pensado en qué vas a hacer de comida hoy, Eva?

—Nunca almuerzo. Como sólo queso y pan; no doy mucha importancia a la comida.

—¿Qué me dices? Así no me extraña que andes mal de salud. ¿Cómo vas a crear algo valioso si no comes lo que necesitas? ¡Tienes que comer carne! Vamos a cenar a La cocina de Hanna.

—Es el sitio más caro de la ciudad.

—¿Ah, sí? Eso no me preocupa, sólo sé que tienen la mejor comida.

—Además, estoy llena, después de tantos pasteles.

—De aquí a que tengamos la comida delante, los pasteles habrán tenido tiempo de bajar.

Eva se dio por vencida y siguió a Maja. Igual que siempre. Maja tenía las ideas, Maja decidía e iba delante, y Eva la seguía.

25

S
alieron de la cafetería cogidas del brazo y atravesaron la plaza adoquinada, sintiendo la una el calor de la otra, que todo era como antes. Eva había mirado muchas veces la puerta de ese restaurante, pero nunca había estado a su alcance. En ese momento se estaba abriendo para ellas, y Maja entró ufana, con una sonrisa muy natural, mientras Eva intentaba adoptar una expresión de cierta autosuficiencia. El
maître
las acogió con una sonrisa de reconocimiento y cortesía. Si sabía qué tipo de actividades pagaban las facturas de Maja, lo disimulaba muy bien; su sonrisa no revelaba nada. Tocó a Maja ligeramente el brazo y las condujo hasta una mesa libre. Eva tuvo que entregar su abrigo en el guardarropa. Debajo llevaba una camiseta amarilla descolorida. No se sentía a gusto.

—Lo de siempre, Robert —dijo Maja—, para dos.

El
maître
asintió y desapareció.

Eva se hundió en el sillón y miró a su alrededor con los ojos abiertos de par en par. En el lugar reinaba un exquisito silencio del que ella nunca había disfrutado. Maja se puso a sus anchas en la mesa; estaba completamente indiferente.

—Cuéntame cómo es —dijo Eva con curiosidad—, trabajar así, quiero decir.

Maja ladeó la cabeza.

—Aja, ¡conque ya sientes curiosidad, eh! Ya me lo imaginaba. La gente siempre reacciona igual.

Eva puso cara de ofendida.

—En realidad es algo bastante trivial. Todo se convierte en rutina, ¿sabes?

Miró de repente el mantel, como si estuviera contrariada.

—Nunca deja de asombrarme el instinto masculino; lo fuerte que es y lo exageradamente importante que les resulta a los hombres satisfacerlo. Tal vez piensan que es el mejor sexo de todos —dijo pensativa—. Esa cosa cruda y rápida, sin preludios ni tonterías. Nada de rodeos. Suelen tardar diez minutos y ya está. Ni siquiera da tiempo a pensar. De hecho, hago todo lo posible para no pensar. Me limito a sonreír dulcemente cuando pagan la factura. Pero en realidad…

—¿Sí?

—Pronto lo dejaré. Llevo mucho tiempo trabajando.

Bebía grandes sorbos de vino.

—¿Y la factura?

—Mil coronas, más o menos. Primero el dinero, luego la mercancía. Me tumbo y me quedo inmóvil con los ojos cerrados y una sonrisa decorosa, y no emito ni un sonido. Nada de besos ni caricias, no soporto tratarlos como si fueran bebés. Que se quiten la ropa y se pongan el condón. Es como sacudir una máquina sacaperras, el dinero sale a chorros.

—¿Mil coronas? ¿Y cuántos te van al día?

—Unos cuatro o cinco, algunas veces más. Cinco días a la semana. Cuatro semanas al mes. Ponte a sumar.

—¿Van a tu piso?

—Sí.

Uno de los camareros les sirvió un cóctel de gambas y vino blanco.

—¿Y dónde vives?

—En Tordenskioldsgate, en el bloque.

—¿Y los vecinos no sospechan nada?

—No es que sospechen, lo saben. Varios son clientes fijos.

Eva suspiró abatida y masticó con reverencia una gamba. Eran enormes, como colas de cangrejos.

—Tengo un dormitorio que no uso —dijo Maja de repente.

Eva resopló.

—Me imagino a mí misma. Asustada como una virgen de doce años.

—Sólo la primera semana. Luego se convierte en un trabajo como cualquier otro. Podrías trabajar un par de horas mientras Emma está en la guardería. Piensa en toda la deliciosa comida que podrías llevarle.

—Está gordísima.

—Entonces fruta fresca, pollo y ensalada —replicó Maja.

—Puede que parezca increíble, pero la verdad es que me siento tentada —confesó Eva—, pero soy demasiado cobarde. No estoy hecha para esas cosas.

Por un instante de arrebato se sintió irritada por ello.

—Ya veremos.

El camarero retiró los platos y llegó enseguida con un solomillo, zanahorias pequeñas, brécol y patatas al horno. Les sirvió vino tinto.

—¿Entonces no vas a trabajar esta noche?

—Hoy libro, pero mañana trabajaré un poco. ¡Salud!

Eva notó cómo la excelente carne se derretía sobre la lengua. El vino tinto estaba en su punto y no se parecía nada al Canepa de su padre. La primera botella se acabó rápidamente, y Maja pidió otra.

—Pero no llego a asimilarlo. Que vendas tu cuerpo, quiero decir —comentó Eva asombrada—, que realmente vendas tu cuerpo.

—Es mejor que vender tu alma —contestó Maja secamente—. ¿No es eso lo que hacéis los artistas? Si hay algo que uno debe reservarse para sí mismo y ocultar ante los demás, es el alma, ¿no? El cuerpo no es más que una funda que vamos arrastrando a todas partes, no veo en él nada sagrado. ¿Por qué no repartirlo y mostrarse generosa si con ello ayudas a alguien? Pero el alma… eso de colgar o exhibir tus propios sueños y añoranzas, tu propia angustia, en una galería para que todo dios la contemple —y encima cobrar por ello—, a eso sí que llamo yo prostitución.

Eva se puso rígida. Por la boca le salía una pequeña zanahoria.

—No es exactamente así.

—¿Ah, no? ¿No es lo que dicen todos los artistas? ¿Que tienes que optar por desnudarte completamente?

—¿De dónde has sacado eso?

—Aunque soy puta, no soy una tonta. Eso es un malentendido muy extendido.

Se limpió con la servilleta las comisuras de los labios.

—También es un malentendido eso de que las putas son mujeres infelices que han perdido su autoestima; que hacen la calle muertas de frío con medias finas y que no reciben más sueldo que las palizas de algún chulo bruto que se pasa la mayor parte del tiempo tumbado, completamente borracho o drogado. Eso —dijo masticando el solomillo—, eso sólo forma una pequeña parte del negocio. Las putas que yo conozco son chicas inteligentes que trabajan duramente y que saben lo que quieren. ¿Sabes? —dijo con sinceridad—, a mí me gustan las putas. Son las chicas más majas que conozco.

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